No le costó mucho tomar una decisión. Tenía suerte. Se encontraba en una posición de ventaja.

«Suerte». Se mordió el labio ante la ironía de haber pensado en aquella palabra en particular.

Justo después de las diez, llamó a alguien. No sería una molestia, sabía que, a esas horas, aún estaría inmerso en su trabajo. Nada más oír su voz al otro lado de la línea, fue directamente al grano.

—¿Recuerdas la conversación que tuvimos esta mañana? Sí, a eso me refiero. Necesito hablar contigo. Hay algo más. Algo que no te he contado aún. ¿Puedes hacerme un hueco? Genial, voy para allá.

Colgó el teléfono y se preparó para salir. La señora de la limpieza que su mujer acababa de contratar le lanzó una mirada de preocupación.

—¿Va a salir tan tarde, señor?

—Sí, estaré fuera unas horas, así que no me espere.

—¿Qué le digo a la señora cuando llegue a casa?

—No se preocupe por ella. —Sabía que en una semana, la criada se percataría de la falta de interés del matrimonio en las actividades que cada uno tenía.

Se encaminó hacia el garaje y encendió la calefacción del coche. Las sordas vibraciones parecían sacudir su corazón. ¿Serviría de algo? ¿Podría aclararlo todo sin que le saliera el tiro por la culata? Cerró los ojos y recordó el rostro del chico. Para cuando sacó el coche del garaje ya se sentía más tranquilo.

Al verse frente al edificio, sintió miedo por primera vez. ¿Podría conseguirlo? ¿Qué sucedería si se iba de la lengua y empezaba a soltar toda la verdad? Bueno, tendría que averiguarlo por sí mismo.