Al regresar a casa esa misma noche, Mamoru reparó en el cristal roto de la puerta trasera de la casa. Los fragmentos quedaban esparcidos por el suelo. En la pared que flanqueaba la entrada, destacaba pintada en marrón la palabra «Asesino».
La vecina comentó haber oído el ruido del cristal haciéndose añicos a primeras horas de la tarde. Se había acercado para ver qué estaba pasando y, entonces, avistó a un chico de uniforme que huía de la escena.
Mamoru recogió los cristales y eliminó la inscripción de la pared con la ayuda de un cepillo. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que no se trataba de pintura marrón, sino de sangre.
Cuando se encontraba en el cuarto de baño lavándose las manos, el teléfono sonó. Al pensar que podía tratarse de su tía, descolgó, pero se encontró con la misma voz afónica de la llamada anónima a la que había contestado la noche anterior.
—¿Sigue el señor Asano, el buen hombre que me ha hecho el gran favor de eliminar a Yoko Sugano, retenido por la policía?
—¿Quién eres?
—Deberían soltarle. Qué porquería de labor policial. Ya deberían haber averiguado el motivo por el que esa chica tenía que morir.
—¡Espera un momento! ¿Cómo puedes decir…?
El desconocido colgó. Mamoru, decepcionado, siguió increpándole, pese a que nadie escuchara ya sus protestas.
¿La policía ya debería haber averiguado el motivo? ¿De qué motivo se trataba? La casa estaba sumida en tal silencio que Mamoru pudo distinguir el tictac del reloj. Tomó asiento y reflexionó sobre todo aquello. Durante un instante, se preguntó qué habría escondido Yoko Sugano. «¡Solo fue un accidente!». Mamoru intentó sacarse todas esas preguntas de la mente.
—¡Buenas tardes! —exclamó una voz alegre. Anego apareció frente a la puerta, con las manos llenas de bolsas de la compra. Su hermano Shinji la acompañaba, y también iba cargado.
—¡Buenas tardes! —Shinji se esforzó por imitar el tono de su hermana mayor e hizo una reverencia digna de un caballero.
—Como dijiste que esta noche estabas solo, pensé que quizás debería pasarme y hacerte la cena. —Anego irradiaba entusiasmo, como siempre.
—¡Y yo seré la carabina! —rio Shinji—. ¡Qué peligro si os quedáis solos! ¡Sobre todo para ti, Mamoru!
Anego levantó la pierna y le dio una ligera patada a su hermano.
—¿Tu prima sigue sin aparecer?
—Suena muy extraño. —Los tres habían acabado ya su cena a base de hamburguesas, y Anego añadía algo de leche y azúcar a su segunda taza de café. Unos agudos pitidos electrónicos y sonidos de ráfagas de armas de fuego procedían del salón donde Shinji se entretenía con la colección de videojuegos de Maki. A juzgar por las variaciones de la música de fondo, Mamoru estaba seguro de que ya los había probado todos.
—Quizás deberías hablar con la policía o con ese abogado que os asesora. Puede que Takano tenga razón.
—Eso haré. El abogado ha acompañado a mi tía al velatorio de la chica que falleció en el accidente. —Miró el reloj. Eran las ocho y media—. Ya debería haber llamado.
—Si el hombre de las llamadas anónimas dice la verdad, puede que tu tío tenga alguna posibilidad todavía. Eso sí, que un desconocido diga semejantes monstruosidades de esa chica pone los pelos de punta. Solo tenía veinte años, ¿verdad? Es posible que se trate de algún chico al que dio calabazas.
—Eso es exactamente lo que pensé yo —suspiró Mamoru—. En fin, de momento, mejor no tomárnoslo demasiado en serio.
—¿A qué te refieres con «tomárnoslo en serio»? —Shinji asomó la cabeza en la cocina.
—¡Lárgate, mocoso! —Anego hizo amago de ir tras él—. Hablando de tíos raros, ¿no te habrás topado con Miura por ahí, verdad?
Mamoru no sabía muy bien qué contestar, así que optó por mantener una expresión de indiferencia. Se dio cuenta de que Anego no estaba dispuesta a tomar esa impasibilidad por respuesta, así que claudicó ante la petición de su amiga y se echó a reír.
—No tiene gracia —refunfuñó ella—. ¿Qué ha hecho ahora?
—No es nada. No te preocupes.
—Pero…
—Vamos ¡tengo mi orgullo! No puedo permitir que una chica actué como mi guardaespaldas.
—No es eso lo que pretendo. —Anego parpadeó unas cuantas veces, y Mamoru quedó impresionado por el tamaño de sus pestañas.
—Estoy tomándote el pelo. —Fingió una sonrisa—. Aprecio de veras lo que haces por mí.
Anego sonrió tímidamente. Era extraño verla hacer algo tan femenino. Lo normal hubiese sido que estallase en escandalosas carcajadas. Mamoru se sintió un privilegiado.
—¿Me prometes que no te enfadarás? —preguntó.
—¿Qué?
—¡Prométemelo!
—De acuerdo, lo que tú digas. ¿De qué se trata?
—Tengo la impresión de que tu padre también está sufriendo mucho con todo esto. —Mamoru se encogió de hombros para contener su sorpresa—. Creo que no anda muy lejos y que nunca os perdió de vista a tu madre y a ti. El sabe que vives con los Asano y seguro que, a pesar de no haberse atrevido todavía, desea ponerse en contacto contigo.
—Pues ahora que lo mencionas, cuando en días señalados voy al cementerio para llevar un ramo de flores a la tumba de mi madre, alguien se me adelanta…
Anego puso los ojos como platos. Mamoru, por otro lado, incapaz de seguirle el juego, alzó las manos en señal de rendición y se echó a reír.
—Qué va. Estoy de coña. ¡Jamás ha pasado algo así!
En un intento por enmascarar la vergüenza por haber sido tan crédula, Anego añadió a bote pronto:
—En fin… Según mi madre, todos los hombres sois iguales.
—Vale, lo tendré en cuenta. —La conversación llegó a un incómodo punto muerto, y Mamoru estaba impaciente por despertar de nuevo el interés de Anego—. Pero ¿sabes qué? A veces, yo también tengo esa sensación. La de que mi padre no anda muy lejos. Incluso me pregunto si alguna vez nos hemos cruzado sin tan siquiera percatarme de ello.
—¿Qué quieres decir? ¿No recuerdas qué aspecto tenía?
—No guardo ningún recuerdo de él. Y estoy seguro de que a él también le costaría reconocerme.
—¿Cuántos años tenías cuando se marchó? —Mamoru le enseñó cuatro dedos—. Entonces, no me extraña que no te acuerdes. ¿No tienes ninguna fotografía de él?
—No es que fuera el tipo de situación en la que te aferras a un álbum familiar. Aunque si buscara en viejos periódicos de hace unos doce años, probablemente encontrara un par de retratos desenfocados.
—¿Y tu madre no te dejó nada?
—Sí, algunas fotografías de nosotros dos y también su anillo de boda. —Anego asintió, visiblemente conmovida—. Mi madre siguió llevando su anillo hasta el final…
El día en el que Toshio Kusaka abandonó a su familia había estado lloviendo. En el norte la lluvia de marzo era glacial. Aunque Mamoru no tenía uso de razón por aquel entonces, recordaba que la noche anterior había empezado a lloviznar. Durante la madrugada hubo un fuerte chaparrón que lo mantuvo en vela. Su padre se había marchado muy temprano, poco después de las cinco, antes de que el primer tren pasara por la estación de Hirakawa.
La habitación del pequeño quedaba cerca de la entrada de la casa, y oyó que su padre se marchaba. Mamoru entreabrió la puerta unos centímetros y divisó a su padre vestido de traje, agachado, atándose los cordones de los zapatos. Puede que el niño pensara que su papá tenía que ir a trabajar; era cierto que Toshio Kusaka madrugaba a menudo para asistir a reuniones que tenían lugar a primera hora. Su mamá aún seguía dormida. Ahora que volvía la vista atrás, supo que su madre debió de fingir que dormía. El estilo de vida de su padre había adoptado un ritmo muy aleatorio; había noches que ni siquiera pasaba en casa.
Su madre intuyó la existencia de otra mujer, a pesar de que Mamoru jamás había visto discutir a sus padres ni tampoco a ella llorar. Se preguntó si todo hubiese resultado más fácil de ser así. Al menos, tal vez hubiese confirmado esa vaga sensación de que algo no iba bien en casa. Era casi como si hubiese podido percibir no ya que se venía abajo, pero sí que se tambaleaba sobre sus cimientos.
Cuando su padre abrió la puerta de casa, el redoble de la lluvia se hizo más intenso. Se prolongó durante un lapso de varios segundos, los que su padre tardó en volver la vista atrás antes de marcharse para siempre. La puerta se cerró. Se atenuó el eco del telón de lluvia que repiqueteaba contra el suelo. Toshio se había ido. Esa fue la última vez que Mamoru lo vio.
Una vez desaparecido su padre y divulgado el escándalo financiero por los medios de comunicación, su madre fue cayendo en un profundo ensueño. A veces, se encontraba en la cocina cortando verduras o doblando la colada cuando, de repente, se detenía en seco y su mirada se perdía en la nada. En cuanto a Mamoru, su suplicio empezó el día en el que sus amigos se negaron a jugar con él. Pasó el resto de la infancia afrontando las consecuencias de la pérdida de un padre y de los errores que este había cometido.
«Me abandonó». Asimilar este hecho se asemejaba a lo que un niño pequeño siente la primera vez que toca una estufa, cuando se da cuenta, por primera vez, de que el fuego es peligroso. Mamoru hizo lo que pudo para olvidarlo y distanciarse de ese recuerdo.
La madre jamás culpó al marido de nada, tampoco intentó justificar su partida. Se limitó a insistir en que no tenían nada de qué avergonzarse, y que Mamoru no debía olvidarlo nunca.
La voz de Anego hizo que Mamoru pusiera los pies en la tierra.
—¿Nunca consideraste la idea de marcharte de Hirakawa?
—Sí, pero no lo hice.
—¿Y por qué no?
—Tenía un buen amigo al que no quería perder. Pero murió. Y además, mi madre y yo solo nos teníamos el uno al otro.
—Me pregunto por qué tu madre nunca tomó la decisión de irse de allí. ¿Lo has pensado alguna vez?
Por supuesto que lo había hecho. A veces, incluso, no podía pensar en otra cosa. Y, aun así, no sabía si su madre había actuado movida por un obcecado orgullo o por algún tipo de esperanza, o si simplemente no había tenido más elección.
La amante de su marido trabajaba en un bar de la ciudad. Era mucho más joven que ella, y su cintura también era más fina. No había desperdiciado ni un minuto, y en lugar de permitir que le salpicara el escándalo, se fugó de Hirakawa una semana antes que Toshio.
La policía llevó a cabo una búsqueda implacable. Los detectives consideraron que seguir el rastro de esa mujer los llevaría a Toshio Kusaka. La localizaron en un estudio en Sendai, no así a Toshio, que ya había sido reemplazado. Al menos, gracias a la intervención policial, la nueva conquista, un prestamista, pudo librarse de las garras de aquella mujer.
Todo el dinero que había conseguido sacar a Toshio había ido a parar a los bolsillos de su chulo, un gánster de tres al cuarto. La policía sospechaba que el estafador también podía ir detrás de Toshio, pero no existían pruebas y este último jamás apareció.
Mamoru, por su parte, presintió que su madre volvía a aferrarse a la esperanza cuando averiguó quién era esa mujer y lo que había estado tramando. Estaba segura: su marido se pondría en contacto con ella e incluso quizás regresase a casa. Tal vez esa fuera la razón por la que no se había querido marchar nunca. Temía que de hacerlo, no habría nadie en casa cuando Toshio volviera y, entonces, perdería la oportunidad de reunirse con él.
—Tu madre debía de estar locamente enamorada de tu padre —concluyó Anego con tono delicado.
—Yo no lo veo así.
—Bueno, pues deberías. Al menos, eso la hizo seguir adelante. Estoy segura de que lo amaba de veras. ¿A que nunca te dijo que temía que acabases siendo como él?
—Ni una sola vez.
—Qué mujer tan fuerte. —Anego apoyó la barbilla en sus manos y bajó la mirada. Entonces, añadió con tono sosegado—: Pero debe de haber sido muy duro para ti. Ella creía en tu padre. No era el tipo de mujer que se miente a sí misma por el bien de sus hijos. Me gustaría ser como ella…
—¿A quién le gustaría qué? —Shinji irrumpió en la cocina.
Esa misma noche, una vez que Anego y Shinji se marcharon, el abogado, el señor Sayama, llamó a casa.
—¿Por qué no ha llamado mi tía? —Mamoru se preocupó de inmediato—. ¿Ha ocurrido algo?
—Está herida —dijo Sayama con tono inquieto—. Ha ido al médico y van a hacerle algunas pruebas. Alguien de mi oficina viene de camino para encargarse de todo. No tienes de qué preocuparte.
—¿Qué ha pasado?
—Estoy seguro de que te puedes hacer una idea. —El abogado le relató la historia con pelos y señales.
Mamoru se quedó sin habla al conjeturar lo que debía de haber sufrido su tía. Sintió que se le encogía el pecho.
—¿Señor Sayama?
—¿Qué ocurre?
—He estado pensando en el accidente y me pregunto si realmente Yoko Sugano estaba sola cuando el taxi la atropello.
—Pues eso lo haría todo mucho más fácil.
Mamoru le explicó las teorías de Takano y Anego.
—Nadie ha declarado haber visto a alguien huir de la escena. Aunque supongo que es posible —concluyó Sayama.
—¿Realmente lo cree?
—Sí, pero también te digo que si todo sucediera solo porque es posible, ya estaríamos tomando cócteles en Marte.
Mamoru permaneció pensativo un buen rato después de haber colgado el teléfono.
«¿Por qué no puede la policía tomarse unos pocos minutos para investigarlo?».
Su tío Taizo pasaría la noche en detención preventiva y su tía Yoriko en el hospital. Un zapato que le lanzaron a la cara, según había contado el señor Sayama.
«Solo unos cuantos minutos para investigar…».
El reloj marcó las diez.
«Tendré que encargarme yo mismo».