Esa misma noche, Yoriko llevó a Maki y Mamoru a un restaurante del vecindario para, tal y como ella expuso, llenar los estómagos y recobrar fuerzas. El local, que destacaba por su interior de madera y su brillante iluminación, tenía el aforo casi completo, y las deliciosas fragancias de las salsas impregnaban cada rincón. Una vez que los tres se acomodaron y pidieron, Yoriko les contó cómo había ido el día.

—Tu padre lo ha pasado muy mal, pero ahora está más tranquilo. No tienes de qué preocuparte —aseguró con firmeza.

Sin embargo, Maki no quedó del todo convencida.

—Pero ¿por qué ha de permanecer en la comisaría de policía? ¿No deberían soltarlo ya?

Mamoru miró a su prima y supo que la ansiedad acumulada durante todo el día empezaba a hacer mella en ella. Las ojeras ensombrecían su mirada.

Su tía, en cambio, parecía más optimista.

—Tengo que contaros algo —prosiguió. Del gigantesco bolso que siempre llevaba, extrajo un bloc de notas que lucía el membrete del Bufete de Abogados Sayama—. Ya que no tengo buena memoria, he pedido al señor Sayama que lo apuntase todo. Así, os podré poner al tanto de los detalles.

Taizo conocía muy bien la intersección donde tuvo lugar el accidente. Estaba situada en paralelo a la avenida principal, en un área residencial. La esquina sureste quedaba cubierta por una enorme zona de recreo flanqueada por un edificio en construcción. Las zonas residenciales ocupaban las esquinas noreste y suroeste. En la planta baja de una casa, en la esquina noroeste, había un pequeño estanco regentado por la familia que vivía arriba, y en el exterior una cabina telefónica y una máquina expendedora. El agente de policía que llegó a la escena llamó a una ambulancia desde esa misma cabina.

—Entonces, ¿la policía llegó inmediatamente después del accidente?

—Eso es y no jugó a favor de tu padre. El agente se encontraba haciendo su ronda por la zona y se acercó corriendo en cuanto oyó todo el alboroto. El policía la tomó con él y aquello lo sacó de sus casillas.

—¿Le pegó papá? —Maki esbozó una mueca de preocupación.

—No llegaron a las manos, pero a punto estuvieron. El agente era muy joven y también perdió los estribos. Arrestó a tu padre de inmediato.

—¡Cómo se atrevió! —vociferó Maki.

Al fin, Mamoru intervino con tono dubitativo.

—No me imagino al tío Taizo saltándose un semáforo…

—Sí, es extraño —prosiguió Yoriko—. Ya sabes que tu tío no ha tenido nunca un accidente, excepto aquella vez que impactaron contra su taxi por detrás. Pero él siempre ha estado muy orgulloso de su impecable historial.

Trajeron su comida a la mesa, pero ninguno fue capaz de probar bocado.

—Comamos antes de que se enfríe —les instó Yoriko aunque, por lo visto, Maki no había saciado su sed de preguntas.

—¿Y a qué conclusión han llegado? ¡No me digas que lo consideran culpable!

—El señor Sayama dice que aún no lo tienen claro —suspiró Yoriko.

—¿Y eso?

—No tienen ningún testigo. Desde luego, la multitud se agolpó en la escena tras el accidente, pero nadie presenció el momento de la colisión. —Yoriko empezaba a sonar algo cansada—. Y ya que la chica ha muerto…

—¿Y cuál es la versión de papá?

—Que esa joven, Yoko Sugano, se le echó encima. Insiste en que su semáforo estaba en verde.

—¡Si lo dice él, tuvo que haber pasado así! Papá no nos mentiría. —Maki era inflexible aún sabiendo que la palabra de su padre no pesaría demasiado en la investigación.

Tras unos segundos de silencio, Yoriko retomó el hilo de la conversación.

—La señorita Sugano falleció en la ambulancia, pero antes mencionó algo acerca del accidente.

—¿Y qué dijo?

Yoriko agachó la cabeza. Maki y Mamoru intercambiaron una mirada.

—Apenas estaba consciente, pero no dejaba de repetir: «¡Es horrible, horrible! ¿Cómo ha podido?». Tanto el agente presente como los médicos del servicio de emergencias la oyeron decirlo de un modo muy claro.

Las últimas palabras de Yoko Sugano parecían pender del aire y petrificaron a los tres comensales. Mamoru se estremeció.

—Tu padre dice que la señorita Sugano invadió la vía, que aunque intentó esquivarla, le fue imposible. Insiste en que su semáforo estaba en verde. La policía, por su parte, sostiene lo contrario, y no hay nadie que pueda desmentirlo. Dicen que basta con examinar el lugar de los hechos para determinar a qué velocidad iba, en qué momento frenó y dónde se detuvo el vehículo. El problema es que no hay modo de averiguar si el semáforo estaba en verde o no, o de apreciar si la señorita Sugano irrumpió en la calzada de manera imprudente.

—¿Qué va a pasar ahora? —Maki estaba visiblemente afectada—. ¿Qué le va a pasar a papá si no logran averiguar la verdad?

—Aún es pronto para saberlo —respondió Yoriko—. En el peor de los casos, si no se encuentra ninguna prueba que apoye el testimonio de tu padre, es posible que vaya a prisión. Ten en cuenta que es conductor profesional y que la víctima ha fallecido.

Maki se cubrió la cara con las manos, y Mamoru intervino de nuevo.

—¿Y si encuentran alguna prueba? ¿Qué pasará entonces?

—No pueden soltarlo sin más. Tanto si se celebra un juicio como un procedimiento sumario, lo mejor que podemos esperar es la libertad condicional. El señor Sayama asegura que hará todo lo que esté en sus manos. —Yoriko intentó esbozar una sonrisa valiente—. Como mínimo, lo retendrán por no haber mantenido la vista en la carretera. Ha sido un golpe de mala suerte. Sobrepasó un poquito el límite de velocidad y, en otras circunstancias, no habría sido una falta tan grave. Está más que acostumbrado a conducir por esa zona, que no suele ser muy concurrida después de las diez de la noche. Venga, comamos —dijo, mirando a Maki y Mamoru—. Tu padre también estará cenando. Me dijo que, afortunadamente, no solo le servían donburi.

Pero Maki ni pestañeó. Finalmente, agarró el vaso de agua y tomó un sorbo.

—¿Por qué no pueden soltarlo? Si ya ha prestado declaración… No les sirve de nada retenerlo. No intentará darse a la fuga.

—Bueno, también me he asesorado acerca de eso… —Yoriko se remitió de nuevo al bloc de notas—. Cuando tiene lugar un accidente de tráfico que deja víctimas mortales, el procedimiento contempla la detención provisional del conductor imputado durante un periodo prolongable de hasta diez días. Y esto vale tanto para tu padre como para cualquier otra persona que se encontrase en una situación similar.

—¿Podemos ir a verlo? —preguntó Mamoru.

Yoriko frunció el ceño y retomó sus apuntes.

—Hum… Me temo que no.

—Pero ¿por qué?

—No lo permitirán esta vez.

—¿A qué te refieres con «esta vez»? —Maki estaba cada vez más nerviosa y a Yoriko se le hizo difícil continuar.

—Ya sabes que tu padre conoce la zona de Midori como a la palma de su mano. Creo que la policía pretende restringir las visitas por temor a que intente hablar con uno de los asiduos del bar por el que suele dejarse caer, ese que abre toda la noche. Vamos, que consiga convencer a alguien de dar un falso testimonio.

—¿Y por qué albergan esa sospecha?

—Supongo que ya habrá pasado alguna vez.

—¡Pero él es incapaz de hacer algo así! —espetó Maki, indignada.

—¡Ya lo sé! —Yoriko mostraba señales de cansancio y se le empezaba a agotar la paciencia—. Sé que tu padre no sería capaz de hacer algo semejante. Pondría la mano en el fuego por ello.

—¿Hay algo que podamos hacer nosotros? —terció Mamoru.

La expresión de Yoriko se suavizó.

—Lo mejor que podéis hacer es seguir con vuestras rutinas. El señor Sayama y yo nos encargaremos del resto. ¡Dejad de preocuparos! —Y como si acabara de acordarse de una tarea pendiente, prosiguió con un tono aparentemente tranquilo—. Mañana, el señor Sayama y yo acudiremos a casa de los padres de la difunta señorita Sugano. Vivía en Tokio porque asistía a la universidad, pero la casa de sus padres queda a un buen trecho. Quizás nos quedemos a pasar la noche, de modo que espero que os ocupéis de todo aquí.

—¿Insinúas que vas a asistir al velatorio?

—Así es. Quizás compartamos visiones distintas sobre las circunstancias del accidente, pero esa gente ha perdido a su hija. Tarde o temprano, tendremos que resolver las cosas con ellos.

Los tres, mal que bien, acabaron la cena y regresaron a casa a pie. En cuanto alcanzaron la puerta, oyeron sonar el teléfono. Yoriko se apresuró a abrir y Maki se coló dentro.

—¿Diga? ¿Diga? Sí, es la casa de los Asano.

Mamoru observó una ola de crispación inundar los rasgos de su prima y tendió la mano hacia el auricular un segundo antes de que Maki lo dejara caer al suelo.

—Sinvergüenzas —masculló mientras dejaba el auricular en su sitio. El autor de la llamada ya había colgado.

—¿Qué han dicho? —A Yoriko se la veía aterrada.

—«Asesino. Un hombre que asesina a una mujer debería ser condenado a muerte». No he sido capaz de seguir escuchando. Creo que iba bebido.

—Será mejor que no le deis importancia —les advirtió Yoriko antes de encaminarse hacia el salón.

Maki se quedó allí plantada, observando el teléfono.

—Mamá, ¿ha habido más llamadas como esta? —Yoriko enmudeció ante la pregunta—. ¿Por qué no nos lo contaste?

Mamoru, inmóvil, miraba sucesivamente a madre e hija. Maki prorrumpió en sollozos.

—¿Por qué ha tenido que pasar esto? ¡No es justo!

—Pues las lágrimas no solucionarán nada —le reprendió Yoriko.

—Cuando fui al trabajo, el jefe de mi departamento me convocó en su despacho y me enseñó la noticia del periódico. Sabía que se trataba de papá.

—¿Y qué? —espetó Yoriko con semblante grave—. ¿Acaso te van a despedir por ello?

—No, no dijo nada parecido. Pero todos están al tanto de lo que ha sucedido. Que si es cierto que se saltó un semáforo en rojo… Que si lo van a meter en la cárcel… —Maki se mordió el labio; las lágrimas le perlaban el rabillo de los ojos—. Apuesto a que pasó lo mismo contigo, Mamoru. A ver, cuéntanos lo que has tenido que aguantar en el instituto. ¡La gente no tiene corazón! —vociferó y salió corriendo hacia su habitación en la que se encerró de un portazo.

Mamoru se volvió hacia su tía.

—A partir de ahora yo responderé al teléfono.

Yoriko miró de reojo a su sobrino y le lanzó una débil sonrisa.

—Tú ya tienes bastante… No quiero que cargues con nada más. —De súbito, como si acabara de tener una revelación, se volvió hacia él—. Tras la desaparición de tu padre, tuviste que soportar este tipo de humillaciones, ¿verdad?

«No tienes ni idea», pensó Mamoru, pero las palabras que pronunció fueron bien distintas.

—No lo sé. Era demasiado pequeño como para comprender lo que me decían los demás.

El teléfono sonó dos veces más en el transcurso de la hora siguiente. La primera llamada, de una mujer algo fuera de sus cabales que despotricó sobre la inseguridad vial. La segunda, sin embargo, era tan singular como escalofriante.

—Me habéis hecho un favor al encargaros de Yoko Sugano. —Una voz algo afónica y agitada—. Hablo en serio. Gracias por asesinarla. Se lo estaba buscando. —El anónimo colgó antes de que Mamoru pudiese articular palabra.

Hacia las once de la noche, hubo otra llamada. Mamoru respondió con una voz que esperó sonara amenazante.

—¡Si no cambias el tono, jamás te echarás novia! —Era Anego.

Mamoru se echó a reír y se disculpó.

—Te agradezco de veras lo que has hecho hoy.

—¿Te refieres a lanzar a la basura ese artículo? No ha sido para tanto. Te llamo porque tengo algo que decirte. Después de clase fui a por Miura para cantarle las cuarenta. Y resulta que, según él, no ha sido obra suya. Dice que tiene una coartada.

—¿Una coartada?

—Esta mañana llegó tarde, como de costumbre, ¿no? Pues bien, cuando se disponía a entrar en clase, le sorprendió un profesor. Dice que no tuvo tiempo de colgar nada en el tablón ni de escribir lo que fuera en la pizarra. Y añade que el profesor puede confirmarlo. No sé a quién pretende engañar ese gilipollas.

Mamoru era todo oídos. Apreciaba la franqueza de Anego, aunque le sorprendió la brusquedad de su lenguaje.

—Si no fue él, ha tenido que ser uno de sus compinches. ¿Qué más da? Anego, quiero que te mantengas al margen. ¿Para qué echar leña al fuego? El tipo ya echa chispas solo.

—No te preocupes, Miura no va a tomarla conmigo. Pero qué extraño, ¿no? —Anego estaba absorta en sus cavilaciones—. Miura no es un chico feo. Yo diría incluso que es atractivo. A las chicas les gustan los chicos como él. Juega al baloncesto y es el titular más joven del equipo. Aparte, sus notas no están del todo mal. Entonces, ¿por qué la toma con los que están pasando por un mal momento?

—¡Yo qué sé! Estará enfermo. Es mejor pensar eso.

—Sí, o puede que tenga algún tipo de complejo —añadió Anego antes de dar las buenas noches y colgar.

Tenía razón, pensó Mamoru. Miura debía de esconder algo. Un padre que trabajaba en una gran compañía de seguros, una familia pudiente… «Debe de ser la avaricia», imaginó. Lo tenía todo, pero era uno entre tantos otros privilegiados. Quizás el único modo de sentirse superior a los demás fuera pisotearlos un poco. Para Miura y un sinfín de chicos de la misma especie, el camino para alcanzar la felicidad ya no consistía en acumular riquezas sino en arrebatárselas a los demás.

En algún momento pasada la medianoche, la discusión se reanudó con fuerza entre Maki y Yoriko. Mamoru, solo en su cuarto, constató cómo las voces que ascendían por la escalera se hacían cada vez más audibles.

—¡No me lo puedo creer! —gritó Maki a su madre entre sollozos. Su voz se ahogó al final de la frase—. ¿Cómo puedes hablar así de papá? ¿Me estás diciendo que crees que sería capaz de hacer algo así?

—Esto es entre tu padre y yo. No tengo nada más que añadir. —Yoriko también estaba gritando pero, de algún modo, parecía más serena que Maki—. No sé si tu padre es responsable. De todos modos, tanto da lo que yo crea. ¡He sido la esposa de un taxista desde que ibas en pañales! Sé mucho más que tú sobre lo que implica o deja de implicar un accidente.

—Papá nunca se saltaría un semáforo en rojo, atropellaría y mataría a alguien y después lo negaría.

—¿Y quién dice lo contrario?

—¡Si acabas de insinuarlo! Pretendes presentar tus disculpas ante los padres de esa chica y dejar el asunto zanjado. ¡Es como si admitieses su culpabilidad!

—¡No sabes lo que dices! —Mamoru oyó un ruido sordo: el puño de Yoriko golpeando la mesa—. Una chica ha muerto. No hay nada vergonzoso en dar nuestro pésame a la familia. No dejo de repetírtelo una y otra vez: ¡esto también es por el bien de tu padre!

—No estoy de acuerdo. —Maki seguía en sus trece—. Jamás te perdonaré por comprometerte de este modo.

—Pues allá tú —contestó Yoriko. Enmudeció unos segundos antes de retornar la palabra con voz temblorosa—: Maki, insistes en que solo piensas en tu padre, pero ¿realmente has considerado qué significa contar con antecedentes penales? ¿No te preocupa lo que pueda decir la gente? Si quieres mi opinión, me parece algo egoísta por tu parte.

Silencio.

Mamoru oyó a continuación que su prima rompía a llorar, enfurecida, mientras subía corriendo la escalera. El portazo que retumbó después de que entrara en su habitación selló el silencio de la casa.

Unos diez minutos más tarde, Mamoru se asomó al pasillo y se encaminó hacia el cuarto de Maki. Llamó a la puerta, pero no hubo respuesta.

—¿Maki? —susurró su nombre y entreabrió la puerta. Su prima, sentada en la cama, escondía la cara entre las manos.

—Me da igual que sea mi madre —sollozó—. Una ha de saber cuándo morderse la lengua.

Mamoru se inclinó contra la puerta y la observó sin mediar palabra.

—¿Acaso he dicho alguna barbaridad? —preguntó ella.

—No, por supuesto que no.

—Entonces, ¿por qué…?

—Porque ella tampoco lo ha hecho.

Maki se retiró el pelo de la cara y alzó la mirada.

—¿Cómo puedes ponerte del lado de las dos?

—Es que ambas tenéis razón —sonrió el chico.

—¿Qué opinas tú, Mamoru?

—Estoy seguro de que el tío Taizo no sería capaz de cometer un delito como ese.

—No me refiero a mi padre, sino al tuyo. —Maki lo miró, aún tenía las mejillas empapadas.

—Eso fue harina de otro costal. Mi padre sí tenía algo que reprocharse. La malversación de fondos es un delito grave.

—Pero ¿consiguieron reunir pruebas contra él? ¿Demostraron su culpabilidad?

Mamoru asintió.

—Debió de ser una pesadilla para ti.

Mamoru no respondió. No quería soltar toda la amargura acumulada a lo largo de esos dichosos años. ¿Podría contarle la verdad? ¿Podría explicar a su prima que la razón por la que nunca perdonaría a su padre nada tenía que ver con ese maldito dinero? Los abandonó, sencillamente. Prefirió no afrontar el peso de la ley y huyó como un cobarde. Dejó que fueran los que se quedaban atrás quienes asumieran las consecuencias de sus actos.

—¿Maki?

—¿Qué?

—Lo digo en serio. Las dos tenéis razón.

—¿Qué quieres decir?

—Tú crees al tío Taizo y no quieres que tu madre se rinda hasta que resuelvan el caso. Y no me negarás que te preocupa que cuente con antecedentes penales.

—Entonces, ¿tú también piensas eso de mí? —Maki lo fulminó con la mirada.

Mamoru se negaba a dar marcha atrás.

—Escúchame, prima, tus padres te necesitan. Has de apoyarlos a los dos por igual. Tu madre está destrozada, le aflige el hecho de que nadie apueste por la inocencia del tío Taizo. Sabes que tiene que hervirle la sangre cuando la policía dice que no soltará a tu padre hasta que aparezcan pruebas exculpatorias.

Entrelazó los dedos y tiró de ambas manos en direcciones opuestas. Se figuraba que aquella debía de ser la sensación que uno experimentaba cuando, en su fuero interno, se debate entre dos emociones antagónicas, dos sentimientos diametralmente opuestos, pero frutos de un mismo corazón. Estaba seguro de que eso fue lo que su madre sintió. Jamás tocó los papeles del divorcio y jamás dijo una mala palabra de su marido del cual, incluso, mantuvo el apellido. Pero Mamoru sabía que, en el fondo, se sintió traicionada.

Maki se puso en pie y sacó una pequeña mochila de su armario. Empezó a meter ropa.

—¿Te vas?

—Me quedaré en casa de una amiga —dijo, y entonces lanzó una sonrisa que apenas logró el efecto tranquilizador esperado—. Pero volveré.

—¿Vas a casa de Maekawa?

—No, él vive con sus padres. Las cosas nunca salen como las describen en las novelas románticas. Y… —Maki se mordió la lengua. Mamoru esperó a que prosiguiera pero ella no terminó la frase.

El chico la acompañó hasta la calle y se aseguró de que se montaba en el taxi. Cuando regresó adentro, se sorprendió al encontrar a su tía Yoriko en el salón, fumando un cigarrillo.

—No es la primera vez que hace algo así —dijo con los ojos enrojecidos—. No te preocupes.

Mamoru decidió salir a correr. Cada noche, el mismo ritual: una carrera de dos kilómetros. Se atavió con un chándal y cuando bajó la escalera, reparó en que su tía había apagado las luces de la habitación. Sin embargo, al pasar junto a su puerta, oyó un hondo suspiro.

«Me recuerda mucho a mamá», pensó.