El poder, las ciudades y los tronos

duran, a ojos del Tiempo,

casi lo mismo que las flores duran,

que mueren cada día;

mas cual si retoñaran nuevos brotes

para otros hombres nuevos

alegrar, en la tierra ya gastada,

se alzan nuevas ciudades.

¿Sabe en esta estación de los narcisos

la flor, qué azar, qué cambio,

qué frío la herirá como otras veces?

Mas con audaz semblante

y con conocimiento tan pequeño,

supone que sus siete

días de duración nunca se acaban.

Y el Tiempo, que es benévolo con ella,

con todo lo que existe,

nos ciega cuando somos tan osados

como ella es atrevida;

que cuando nuestra muerte real ocurra

y ocurra nuestro entierro,

dirán las sombras entre sí, seguras:

«Ved todo lo que duran nuestras obras».