Llamé a los gemelos Oso de Luna y Sauce.
Los tres, Oso de Luna, Sauce y yo pasamos el invierno en Excellent, afuera en el cobertizo. Doc también echaba un ojo a los gemelos, igual que Dave el Maldito. Doc y Dave el Maldito no dejaban de mimar a los gemelos. Dave el Maldito compró una vaca y una cabra para su establo y las ordeñaba mañana y tarde para llevar leche a Oso de Luna y a Sauce, además de algún que otro tesoro. Doc comprobaba a todas horas su temperatura, peso y altura; la vista y el oído, así como su movimiento intestinal. No paraba de decirles a Dave el Maldito y a Doc que estaban estropeando a esos bebés y que los dejaran a su aire, pero yo no era mejor que ellos.
Quien trae una vida al mundo debe sustentarla.
Al poco tiempo las historias de los gemelos habían dado la vuelta al valle… o mejor dicho, las leyendas. Todos lo decían, incluso los mormones lo decían: que esos dos niños eran los niños más dulces y hermosos nacidos nunca en estas tierras.
Había algo misterioso en lo hermosos y dulces que eran.
Si puedo decirlo yo.
Los gemelos tenían la mitad de Ida y la mitad de otra cosa… ya fuera Billy Blizzard o yo.
Al ser Billy Blizzard mi padre e Ida mi madre, los gemelos eran mis hijos, o mi hermano y mi hermana, o uno hermano y el otro hijo.
Una noche, Doc, Dave el Maldito y yo les hicimos la prueba a los gemelos.
Primero pusimos a Sauce boca abajo en la cama y colocamos la pluma y el arco a un lado de la niña y la cesta y la calabaza al otro.
Sauce siguió en la misma posición durante unos instantes y se volvió hacia la pluma y el arco.
Luego pusimos a Oso de Luna en la cama y colocamos la pluma y el arco a un lado del niño y la cesta y la calabaza al otro.
Oso de Luna siguió así durante unos instantes y luego se volvió hacia la cesta y la calabaza.
Los dos —Oso de Luna y Sauce— afuera en el cobertizo. Hombre-Cesta. Mujer-Arco.
Pero en primavera nos fuimos —tuvimos que irnos— de Excellent. El sheriff Temporada de Caza Rooney consiguió una orden judicial en Boise City según la cual Oso de Luna y Sauce tenían que vivir en respetables hogares cristianos —respetables hogares mormones, sería más exacto— o en una de esas escuelas católicas en donde todos los niños esperan en fila para chutar la pelota bajo la constante mirada de las Mujeres Almohada.
La noche antes de que el sheriff Temporada de Caza Rooney entrara en el pueblo con su cuadrilla para llevarse a los gemelos tuve un sueño… o creo que fue un sueño. Es difícil decirlo hoy en día.
Pluma de Búho estaba sentado en mi cama, riéndose de un chiste sucio, y me despertó. Me dijo que cogiera a los gemelos y sacara el culo del pueblo lo antes posible.
La luna estaba llena en las rodillas cuando partimos. Doc y Dave el Maldito lloraron desconsoladamente. Pude oír los aullidos del Maldito Perro durante todo el camino de descenso de las montañas.
Los shoshone y los bannock ya no eran la gente de mi madre, pero así y todo fui a Fort Lincoln.
Nosotros tres —Oso de Luna, Sauce y yo— teníamos parte de indios porque, según cuenta la historia, nuestro abuelo —o bisabuelo— fue Pie Grande; aunque es difícil saber cuánta parte. Seguíamos siendo medio tybo —la parte judía— y en parte tutybo, como los Hermanos Wisdom.
Parte de todo.
Puerco Espín, Sombrero Hongo, Bandera Americana y Hazel se quedaron igual de entusiasmados con los gemelos a pesar de que no fuéramos tan indios como habíamos pensado que éramos. Puerco Espín, Sombrero Hongo, Bandera Americana y Hazel no dejaban de contar historias sobre los gemelos: lo misteriosos que eran, qué listos, qué hermosos. Todos en la reserva siguen diciendo lo mismo.
Un día, en la reserva, el sheriff Temporada de Caza Rooney nos sorprendió a todos con su cuadrilla y una orden de arresto.
Secuestro.
Agarré a Oso de Luna y a Sauce y corrí dentro de la casa cuadrada con media ventana sólo porque no había otro lugar al que correr. Puerco Espín, Sombrero Hongo, Bandera Americana y Hazel lucharon con uñas y dientes contra la cuadrilla del sheriff, pero como siempre, los indios no tenían nada que hacer contra el ejército americano.
El sheriff Temporada de Caza Rooney entró en la casa cuadrada con media ventana pavoneándose con la victoria, dispuesto a ahorcarme y llevarse a los gemelos. Pero yo iba a morir primero.
El sheriff caminó hasta mí como si yo ni siquiera estuviera delante de sus ojos. Le solté un puñetazo justo por encima de la nariz. Lo tumbé directamente. El resto de la cuadrilla entró corriendo en la casa pero no pudieron verme, ni a los gemelos. Caminaron por la casa, pasaron justo por delante de nosotros, como si estuvieran ciegos. Golpeé a un par de ellos en la cabeza sólo para ver qué pasaba. No supieron de dónde les había llegado el golpe.
Luego me hice el listo y empecé a tomarles el pelo, bajándoles los pantalones. Eso los sacó de allí en un instante; saltaron sobre sus caballos, pusieron a Temporada de Caza sobre la silla del suyo y salieron al galope, tybo asustados por espectros indios.
Pluma de Búho se partía de risa.
Tantos años pensando que no podían verme habían dado resultado al final.
Ahora viajamos todo el tiempo de ese modo —Oso de Luna, Sauce y yo— visibles o invisibles, según queramos. Los gemelos lo hacen mejor incluso que yo.
A veces tengo que mirar por toda la Madre Tierra antes de encontrar señal de ellos. Y entonces, de repente, están allí sentados a mi lado en mi pradera de Falsa-Montaña, o en los escalones de la casa cuadrada con media ventana en la reserva, o en el reborde de la Cabeza de Búfalo, o afuera en el cobertizo en Excellent.
A veces, cuando marchamos libres, fuera de la reserva, más allá de las vallas, excavando para buscar raíces, reuniendo piñas, cazando a los cuatro patas o arponeando salmones en la frías aguas frescas y claras —después de buscar a los gemelos todo el día— esos dos salen de la nada corriendo por detrás y me dan un susto, o salen de la sombra de un árbol y me dan un susto mortal, yo asiéndome el corazón, la respiración acelerada, maldiciéndolos, aullando Eh, tú, ven aquí, chaval. Eh, tú, chica, ven aquí.
Es un juego. Los gemelos lo llaman teruteru.
La hora de la cena es la peor, o cuando los sigo para que se sienten en su círculo de luz para que lean y escriban, o cuando llega el momento de darse un baño; en cuanto me pongo a buscarlos desaparecen y yo me quedo rascándome la cabeza mientras me pregunto si realmente se han ido o es que yo estoy ciego. Resulta difícil saberlo.
La única forma de que vuelvan es dejar de buscarlos.
Pero a veces, de noche, con luna llena, me siento junto al fuego y contemplo a Oso de Luna y Sauce mientras duermen, o entro de puntillas en el cobertizo y llevo el círculo de luz rosada adonde están ellos durmiendo: mi respiración acelerada, mi corazón palpitando, mis ojos volviendo a llorar todas las viejas lágrimas.
Dellwood Barker, que no era mi padre, perdido en su cabeza, el hombre que más he amado, murió con el corazón roto por el trauma de amor cuando vio la pared en la que había colgado su espejo: el mundo exterior; cuando vio que allí había alguien que lo amaba.
Ida Richilieu, mi madre, perdida en su corazón, la mujer que más he amado, murió con el cerebro roto por mantener un secreto, por mantener sus promesas, por mantener la intimidad, por mantener todas sus partes juntas mientras se mantenía viva, jugando su partida con la baraja marcada en su contra.
Dellwood murió porque creyó ser el mundo; Ida murió porque creyó que no lo era.
La verdad es que los dos —Dellwood Barker e Ida Richilieu— murieron porque eran Madam Jefa. Ninguno de los dos podía oír otra historia que no fuera la propia.
La verdad es que no hay sitio para nadie más en una vida como ésa.
Y lo mismo con Buffalo Sweets, Princesa, que no era mi madre… casi nunca había sitio en ella para llevarme consigo.
Y también estaba mi padre, Billy Blizzard, perdido en su mente, perdido en su corazón, el hombre que más he odiado; murió para la condenación eterna y el fuego, perdido en los infiernos.
Pero ahora que sé quien soy —el hijo de esta madre, el hijo de este padre— tener un nombre o el otro… la verdad es que ya no importa. Si corres detrás de ese maldito pájaro teruteru lo suficiente siempre acaba llevándote de vuelta al hogar.
Todos los años que he pasado añorando no sé bien qué —el misterio, el secreto— esa parte de mí que siempre me ha faltado… se ha ido.
Conocimiento comprendido: lo que me faltaba era mi propia amorosa compañía.
Desde el día que nacieron los gemelos, a partir de ese día, no he vuelto a estar solo. Tengo a esos dos niños… pero, más importante, me tengo a mí mismo… la amorosa compañía de uno mismo.
La amorosa compañía de uno es el perdón, es el Gran Misterio, es Dios. Antes de que Dios pueda olvidar, debes olvidar tú.
Dios: el momento en que mi hijo, mi hija, mi hermano, mi hermana, la carne de mi carne y la sangre de mi sangre, hicieron acto de presencia.
Dios: los gemelos naciendo del agujero de mujer, yo naciendo también. Liberado del agujero de mujer. No más yo y no yo. Ahora, se trata de mí y de mí mismo y es de mí de donde vienen los gemelos.
Lo que hago es contar esta historia… aprendo a contar esta historia. Yo, aquél que ha vivido, el aguerrido héroe. Pero ser el héroe no es sólo contar esta historia. Héroe es aquél que, contando la historia, olvida la historia… olvida al diablo… se olvida de sí mismo, de sí misma… por la oscuridad que fue necesaria para ver la luz.
Me pongo el vestido azul, me pongo la boa de plumas, y las perlas y el brazalete de bisutería. Me pinto los labios de rojo. Bajo andando por Pine Street hasta el Solo Lounge con la luna azul de neón en la cristalera. Solo Lounge está justo al otro lado del gran edificio de ladrillos de la iglesia mormón del Tercer Distrito, que se alza en el lugar donde antes estaba el Local de Ida: la iglesia embrujada en la que nadie pone los pies. Me siento en uno de los taburetes de la barra, cruzo las piernas y me ajusto las medias —a Ida y a Alma les habrían encantado estas medias—, pido una ronda para los paisanos y un whisky para mí. Todos los que están en el bar miran. Las mujeres del bar miran. Si son nuevos en el bar, silbarán o le dirán algo al travesti. Antes o después uno de ellos saldrá de allí, correrá hasta el teléfono de la oficina de correos y llamará al sheriff Temporada de Caza Rooney para decirle que El Hombre Que Se Enamoró De La Luna ha vuelto al pueblo; se lo dirán esperando conseguir la recompensa de cien dólares por mi captura.
Ese viejo bastardo irritable de Temporada de Caza Rooney sigue siendo reelegido. Republicano. Juro que hay ciertas cosas que nunca cambian. Sigue sin haber justicia inteligente en la tierra. Cada vez es peor.
Así es como me llaman: El Hombre Que Se Enamoró De La Luna.
Pero el viejo Temporada de Caza no me preocupa; sigo sabiendo cómo pasar inadvertido cuando quiero pasar inadvertido. Y por otro lado, el coche de caballos del sheriff tarda medio día en traerlo a Excellent.
Tras la primera ronda de bebidas, ordeno una segunda. Abro el bolso, saco el trozo de espejo que formaba parte del espejo de Ida y me contemplo retocando el rojo de mis labios.
—Cuéntanos una historia —dice alguien—. Cuéntanos la historia del hombre que se enamoró de la luna.
No me vuelvo. No los miro. Miro en el trozo de espejo y me contemplo dando un trago de whisky.
Una mujer tiene su orgullo.
—Una historia loca contada por una vieja loca tendría que haceros pensar —les digo.
Otra ronda. Enciendo un pitillo de hierba, lo paso.
—Vamos, cuéntanos la historia —dice otro—. Cuéntanos lo de los ojos de Alma.
—Cuéntanos lo del baile que armasteis con los Hermanos Wisdom.
—Cuéntanos lo de Billy Blizzard follándose a Ida Pata-palo y tú follando después con Ida Pata-palo.
—Cuéntanos lo de las piernas de Ida Richilieu vagando por las colinas en busca del resto de su cuerpo.
—Cuéntanos lo de tu padre.
—Cuéntanos lo de tu madre.
—Cuéntanos lo de los gemelos, un híbrido de Ida y de otra cosa.
¿Qué es un ser humano sin una historia?
Me vuelvo sobre la silla y enfoco mis ojos en el ojo izquierdo de todos los presentes en el bar. Me temen. Piensan que soy el diablo. Siempre quieren más.
Afuera, la luz de la fría esfera cae sobre la montaña, Falsa-Montaña, que se apodera de nosotros que estamos aquí. Nos hace creer que hacemos lo que estamos haciendo.
—Si tú eres el diablo, no soy yo quien cuenta esta historia —digo.
—Eso es, así empieza la historia —dice una mujer. Todos se acercan.
Corro y dejo atrás el cobertizo, atravieso la verja, y enfilo hacia Chinatown a lo largo de la vieja cerca de alambre hasta Hot Creek. Tres saltos a través de Hot Creek sobre las rocas puestas para ello. Luego subo corriendo y paso por delante de la cárcel con la puerta siempre abierta y nadie en las celdas excepto el sábado por la noche; corro hasta casa del doctor Ah Fong, a través de Chinatown, hasta el cementerio.
Apoyado contra el gran abeto, los campos verdes al atardecer sólo durante una semana y el resto del tiempo dorados.
Corro hasta los manantiales, llego hasta el borde en donde la tierra cae. En el estanque, el sol a través del agua que cae, arcoíris de teruteru.
Subo hasta el nido, me tiro desde la gran roca de granito, vuelo por el cielo azul hasta el agua profunda verde gris negra y transparente, salgo rápido, desnudo de pie al sol, tiritando, el corazón latiendo.
Vuelvo corriendo al pueblo: los edificios se caen, se desmoronan, se vuelven polvo. La escuela de los mormones, las iglesias de los mormones: la blanca, la verde y la de ladrillo vacía, condenada. El Local de Ida ya no existe, tampoco la oficina de correos; el comercio de Stein, derruido; el colmado de North, quemado; la casa de piedra de Thord Hurdlika, otra tumba; la de Dave el Maldito todavía en pie aunque medio torcida. En la limpia y blanca oficina de Doc Heyburn viven las cabras. La bandera americana ya no ondea: un rayo destruyó el mástil. El abrevadero sigue allí, igual que el grifo de color rojo.
La mina de William B. Merrillee, sólo tres pisos de madera putrefacta y hierro oxidado.
De la Dry House, sólo el techo de hojalata.
No hay oro en ninguna parte.
Al llegar a Falsa-Montaña bajo arrastrándome por las rocas de granito y camino por mi pradera, directamente hacia el precipicio. Las flores púrpuras florecen, y las brochas indias, y también las amarillas. En la roca, en el promontorio, me golpea una ráfaga de viento. Me planto en el círculo que he dibujado en la roca. En el lugar en el que prometí, hace tanto tiempo, liberarme del agujero de mujer.
La verdad es: el mundo lo es, la Madre Tierra es el agujero de mujer. La verdad es que todos estamos metidos en ese agujero, hombres o mujeres, metidos en nuestro propio agujero, en el de los otros.
Historia de ser humano, conocimiento comprendido: hacemos lo que podemos por librarnos.
Miro por el precipicio. Puedes verlo todo: las montañas que suben y bajan, dentadas, ondulantes, hacia el horizonte. Nieve en algunas incluso en agosto. Gold Hill, y Gold Bar —no el pueblo en sí sino el valle que lleva su nombre. El Paso del Diablo. Desde allí puedes ver Excellent… lo que queda de Excellent.
Sin oro, Excellent es sólo oscuridad salvaje: oscuridad; esto es, excepto por un círculo de luz: la luz del Solo Lounge.
Las fuertes ráfagas de viento me llevan. Búho volador, planeo más allá de los parpadeos lunares de piedra arenisca, más allá de la raza especial de nubes-búfalos; la luna, llena en la sangre del yo ornitológico, por encima del río, de la niebla del río, a través de Pine Street hasta la ventana. Hasta la perniciosa luna azul de neón. La respiración para siempre, la respiración dentro de la respiración, el latido del corazón. Me poso en la ventana.
Mueve Mueve: el empuje; sin eso no somos nada.
Me quedo afuera y observo.
«Demos un paseo en mi aeroplano y visitaremos al hombre en la luna», cantan los hombres y las mujeres —cantamos todos y cada uno de nosotros, pobres desgraciados— congregados ante el piano, gloriosos, los brazos en los hombros de los demás, cuerpo contra cuerpo, apoyándonos con fuerza, abrazando a ese otro que forma parte de nosotros.
Seres humanos en un bar: una familia partiéndose de risa. Luz en la oscuridad.
«Canta el jubileo; todo el mundo es libre. / ¡Bienvenida, bienvenida, independencia!»