El fantasma Cataplasma y su amigo Zuca «El Arañas» tardaron siete días en construir un barco magnífico en el jardín del castillo.
No le faltaba de nada. Tenía velas para el viento, un timón en forma de rueda y un ancla que pesaba una barbaridad.
Arriba del todo, en lo más alto del mástil, pusieron una bandera de las que dan miedo. ¡Vaya barco que se habían hecho!
Mientras, Arañita de Sevilla bailaba flamenco como una loca.
—¡Olé! ¡Olé! —gritaba todo el día la mascota de Zuca «El Arañas»—. ¡Ozú que volvemo a la má!
Y así fue. Antes de irse del castillo, el fantasma Cataplasma abrió las ventanas del salón del trono para que se fueran todos los canarios.
Luego hizo la maleta. Metió un par de calcetines, el cepillo de dientes y un flotador. Lo demás eran paquetes de patatas fritas. Montones de paquetes.
Por fin botaron el barco.
Lo llamaron «Bicho de Mar», porque tenía una forma un poco rara. ¡Pero iba a ser la sensación de los mares! ¡Ojalá lo hubiera visto el rey Calixto!
Aquello era lo más divertido del mundo.
Por las mañanas pescaban sardinas y pulpos. Por las tardes buscaban tesoros. En la isla de los Cocos, por ejemplo, encontraron un cofre lleno de esmeraldas.
Otro día, nada más amanecer, descubrieron un saco lleno de oro en la playa de las Tortugas Azules.
Los otros piratas decían que Cataplasma y Zuca eras unos piratas muy raros.
Parecía que iban en camisón porque siempre iban vestidos con sábanas blancas.
Pero el fantasma Catasplama y Zuca «El Arañas» no les hacían ni caso.