El fantasma Cataplasma tenía los ojos azules y tres pelos tiesos que no se los podía peinar.
Lo de los ojos era porque había sido pirata y se le habían puesto así de ver tantísimo mar.
Los tres pelos tiesos eran lo único que le quedaba después de montones de batallas.
Tuvo ocho novias muy guapas y llegó a encontrar varios tesoros.
Pero ahora ya no le hacía falta todo aquello porque se había convertido en un fantasma.
Sólo pensaba en las patatas de bolsa.
Su comida favorita.
El fantasma Cataplasma vivía en un castillo enorme y muy antiguo que había sido de un rey. El rey se llamaba Calixto.
Un día llegaron al castillo unos comediantes que sabían mucho de magia. Los trucos de los comediantes le gustaron tanto al rey Calixto que acabó tirando la corona por el balcón. Se vistió de arlequín y se fue con ellos a América.
Desde entonces, el fantasma Cataplasma hacía lo que quería en el castillo: bailaba tangos con las armaduras, llenaba la bañera de naranjada y criaba canarios de colorines en el salón del trono.
Se lo pasaba tan bien que a veces se creía que se iba a volver medio majareta.
Cuando cumplió ocho años como fantasma, decidió celebrarlo por todo lo alto.
Compró chocolatinas, ganchitos con sabor a queso, palomitas, salchichón y muchísimos paquetes familiares de patatas fritas. ¡Qué ricas!
A eso de las seis de la tarde, se subió encima de la mesa y gritó:
—¡Que empiece la fiesta!
El fantasma Cataplasma se remangó la sábana, que es como si fuera el uniforma de todos los fantasma del mundo, y se puso a bailar. Le encantaban las canciones de los tomates «Ye-Yé».
Como ya no vivía el rey en el castilo, podía poner el tocadiscos a todo volumen.
Era divertidísimo.
Pero al rato ya no podía más. Era demasiada merienda para él solo y, además, le sobraba la mitad de la naranjada. Lo peor de todo era que no tenía con quién bailar.
—¡Ya está! ¡Mañana, sin falta, le escribiré una carta a mi amigo Zuca «El Arañas» para invitarle a mi castillo! ¡Antes de ser fantasma fue el pirata más famoso de Portugal! —pensó.