Los casi seiscientos empleados de Twitter pasaron la mayor parte de la semana del 4 de junio de 2012 guardando sus pertenencias en cajas de cartón. Libros, teclados, cables de ordenador, pequeñas baratijas…, todo se fue a dormir en los confines del cartón. Luego, al final de la semana, abandonaron para siempre las oficinas que Ev había creado, el 795 de Folsom Street.
Durante el fin de semana, llegó al edificio un tropel de hombres que cargó cajas y ordenadores para ubicarlos en los camiones que llenaban la calle. Una brisa ligera agitaba las hojas de los árboles de Folsom Street cuando los motores tosieron con fuerza hasta cobrar vida. Iniciaron su recorrido por las tranquilas calles de San Francisco, viraron a la izquierda al llegar a Third Street, bajaron luego por Mission, giro a la derecha, giro a la izquierda, hasta plantarse delante de un edificio de color beis que ocupaba toda una manzana de Market Street: el nuevo hogar de Twitter.
Junto con las cajas y los ordenadores, los de la mudanza transportaron también con sumo cuidado las obras de arte que habían elegido con tanto esmero Ev y Sara, entre ellas un bello neón que rezaba «CUENTA AQUÍ TUS HISTORIAS» y el símbolo @ que colgaba del techo de la cafetería.
El viernes de la semana siguiente, Dick habló ante los empleados en la nueva cafetería de la compañía. En comparación con la antigua sede, el nuevo espacio era colosal. A la derecha de la entrada había una enorme azotea donde los empleados podían tenderse sobre el suelo cubierto con hierba artificial y trabajar contemplando el perfil de San Francisco. En todas las plantas había rincones de asueto con tentempiés. Había una sala de juegos con mesa de pimpón, cojines y videojuegos nuevos y antiguos. Mesas de madera de diseño. Una sala para practicar yoga. Aparcamiento. Y la zona de comedor, donde Dick estaba a punto de iniciar su discurso, era un espacio cavernoso, con un techo que se alzaba hacia el cielo como una ola al borde de romper.
A pesar de que la imagen de Jack desde fuera se multiplicaba como las setas, internamente su aura había empezado a desvanecerse con rapidez. A finales de julio de 2011 había despedido ya a cuatro directores de producto del equipo de Ev y que (de un modo u otro) estaban al corriente del papel desempeñado por Jack en el despido de éste. Fuera. Después había forzado la marcha de Sean Garrett, en parte como venganza por haber intentado amortiguar el frenesí de Jack con los medios de comunicación un año antes. Los empleados de Twitter empezaban además a quejarse a sus superiores de que era muy difícil trabajar con Jack, puesto que cambiaba constantemente de idea con respecto a los productos.
Las giras promocionales de veinticuatro horas que Jack mantenía constantemente con la prensa habían empezado a afectar a su relación con Dick, que en las entrevistas solía aparecer como un empleado más de Twitter, no como su consejero delegado.
Cuando Jack daba entrevistas en televisión, lo presentaban a menudo como consejero delegado de Twitter y Square, y no hacía nada en absoluto para enmendar el error. La información equívoca sobre Jack como consejero delegado de Twitter se difundió también entre los líderes de otras compañías, los medios de comunicación e incluso entre los taxistas de la ciudad.
Una tarde, Dick tomó un taxi para regresar a las oficinas de Twitter después de haber asistido a una reunión.
—¿Adónde vamos? —preguntó el taxista.
—A Market con Tenth Street —respondió Dick—. A las oficinas de Twitter.
El taxista le explicó que tendría que dejar al pasajero en la esquina porque en Market Street no había dónde parar.
—Me pasa siempre que tengo que dejar a alguien ahí —proclamó el taxista—. Tendría que haber un sitio donde poder aparcar cerca de la sede de Twitter.
—Tal vez pueda hacer algo al respecto —dijo Dick, comprendiendo el problema del hombre—. Soy el consejero delegado de Twitter.
El taxista se dio la vuelta, emocionada, y dijo:
—¡Caramba! ¿Es usted Jack Dorsey?
Dick se limitó a suspirar.
Aunque el público no lo sabía, los empleados de Twitter sí: el que mandaba allí era Dick.
Había trabajado muy duro durante todo el año para estimular la moral de la compañía después de años tumultuosos con distintos consejeros delegados. Los empleados de Twitter amaban a Dick y él, a su vez, amaba la compañía y a los que trabajaban en ella. Había hecho también lo imposible para garantizar que la compañía conservara los valores éticos instituidos por Ev, Biz y Goldman y siguiera plantándose ante las peticiones del gobierno de proporcionar información sobre los usuarios. Y sabía además que entre sus responsabilidades estaba convertir Twitter en una compañía rentable y exitosa. Dick y Ali Rowghani habían empezado asimismo a desconectar herramientas de terceros para garantizar que los competidores, Bill Gross incluido, no absorbieran usuarios de Twitter para llevárselos a una red de la competencia.
A primera hora de una mañana, después de que los empleados hubieran vaciado sus cajas y colocado libros, teclados, cables de ordenador y baratijas varias en las mesas de su nuevo hogar, Dick convocó su primera «Hora del té» en la sede de Market Street. Se presentó ante los empleados en la cafetería para darles a todos la bienvenida a su nuevo hogar, un hogar que se parecía mucho a la sede de cualquier gran corporación. Una compañía que bajo el liderazgo de Dick había crecido hasta alcanzar un valor de diez mil millones de dólares en 2012. Una compañía que había empezado a generar unos beneficios en publicidad en torno al millón de dólares diarios, gracias a los tuits patrocinados y otros anuncios, y que a finales de año pasaría a ser contundentemente rentable, ingresando centenares de millones de dólares anuales en concepto de publicidad. Una compañía que, bajo la batuta de Dick, pronto solucionaría sus problemas de apagones y permanecería en funcionamiento y estable casi el ciento por ciento del tiempo. Una compañía que pensaba salir a bolsa en menos de dos años. Una compañía que los inversores creían que acabaría teniendo un valor de cien mil millones de dólares.
Cuando los empleados tomaron asiento y se callaron, Dick se presentó ante ellos, micrófono en mano, y les contó una historia sobre el reciente traslado.
Explicó que cuando dio instrucciones a los responsables de la mudanza para transportar las obras de arte de la antigua sede, les pidió que dejaran allí una de esas obras. Había permanecido colgada en las paredes de las oficinas de Folsom Street desde finales de diciembre de 2009. La obra consistía en un marco negro con borde blanco. Con cierta ironía, se había colgado boca abajo en su día. En letras blancas con formato negrita sobre fondo oscuro, en ella se leía una declaración de treinta y nueve caracteres: «DEJEMOS LOS MEJORES ERRORES PARA MAÑANA».
La nueva sede, explicó Dick, significaba que había llegado el momento de que Twitter creciera como compañía. De acabar para siempre con los apagones constantes de la página y una larga lista de problemas que habían atormentado la infancia de Twitter.
—Vamos a abandonar el lema de dejar los mejores errores para mañana en el antiguo edificio —declaró Dick—. Hemos dejado de ser ese tipo de compañía.