Sin supervisión adulta

—¿Hueles eso? —dijo un ingeniero de Twitter de cara redonda, asomando la cabeza por encima de su cubículo. Era última hora de tarde de un jueves. Momentos antes, la oficina estaba tan serena y tranquila como un lago en verano; el único sonido, el débil ruido blanco de los ordenadores de los empleados.

—Huele como a marihuana —dijo el ingeniero a sus compañeros de cubículo, aspirando profundamente como queriendo asegurarse de la honestidad de su olfato—. ¿Verdad? ¿A que huele a hierba?

Otro ingeniero se levantó de su silla y empezó a olisquear.

—Espera un momento, ¿no oís también música rap? —preguntó.

Se miraron, intentando imaginar qué podía estar pasando.

Ellos no lo sabían, pero dos horas antes se habían abierto las puertas metálicas del ascensor de la sexta planta de las oficinas de Twitter y, como si de la escena inicial de un vídeo de rap se tratara, un grupo integrado por una docena de hombretones, en su mayoría negros, había irrumpido en el vestíbulo.

—Soy Nick Adler —había anunciado con confianza un hombre con la cabeza rasurada, acercándose a la menuda recepcionista que, con mirada inocente y sentada detrás de un mostrador bajo, observaba al destacamento tremendamente confusa—. Venimos a ver a Biz Stone. Nos envía Omid.

La recepcionista vio entonces, alzándose por encima de los demás y ocupando el centro del grupo como la abeja reina rodeada de sus zánganos, al rapero Snoop Dogg. Estaba moviendo la cabeza de un lado a otro examinando el vestíbulo, sus gafas de sol ocultando unos ojos inyectados en sangre. Una enorme gorra caída le cubría las rastas.

—Sí, mmm, un momento que lo localizo —dijo la recepcionista, sonriendo torpemente mientras intentaba buscar a Biz. Pero no había a quién llamar. En todo el edificio no había ni vicepresidentes, ni altos ejecutivos, ni supervisión adulta de ningún tipo.

Una de las primeras tareas de Dick como consejero delegado había sido destituir a Goldman como jefe de producto. Dick quería hacer limpieza de la junta, retirar lo viejo e introducir novedades, convertir Twitter en su compañía. Destituir a Goldman era el primer paso. Aunque en el último momento se había llegado a un compromiso: en vez de ser despedido, Goldman estaría «autorizado» a marcharse.

A primeros de diciembre Goldman viajó a París para asistir a la feria LeWeb y mientras compartía escenario con M. G. Siegler, un bloguero de TechCrunch, aprovechó para dar a conocer la noticia.

—Llevas un tiempo en Twitter. ¿Qué esperas personalmente para el futuro? —le preguntó Siegler.

—El viernes pasado anuncié a toda la compañía que tengo pensado dejar Twitter a finales de mes —declaró Goldman—. No voy a decir que necesito más tiempo para compartir con la familia, ya que sólo la integran mi novia y dos gatos, pero la verdad es que necesito un respiro. —Seguía saliendo con Crystal.

Ev andaba también desaparecido. Después de pasarle el relevo a Dick como consejero delegado, y de haber procesado el shock inicial de verse relegado en la compañía, estaba realmente entusiasmado con su nuevo trabajo, pues se había dado cuenta de que lo liberaba del estrés que comportaba la vertiente de negocios de las tareas directivas. Ahora podía concentrarse en el producto. De modo que en noviembre empezó a trabajar en el diseño de nuevas características de Twitter. Pero la situación no tardó mucho en agriarse.

Cuando le presentó a Dick sus nuevas ideas de producto, éste les restó importancia y, básicamente, las ignoró. Ev tardó poco tiempo en ser también ignorado por completo. Había discusiones ejecutivas de alto nivel en las que no estaba invitado a participar, reuniones fuera de la oficina de las que ni siquiera tenía conocimiento. Al igual que Jack en su papel de presidente «silencioso», Ev se había convertido en el director de producto «silencioso».

Cuando llegó el paréntesis navideño, Ev aprovechó para viajar a Hawái con su familia, unas vacaciones que había compartido con Dick en numerosas ocasiones, aunque no en ésta. Alejado de la oficina, sentado junto a la piscina, pensando en el trauma psicológico que le habían ocasionado los últimos meses, comprendió que había dejado de tener un papel en Twitter. Había sido despedido sin que lo escoltaran en su salida del edificio.

El 2 de enero de 2011 envió un e-mail a toda la compañía anunciando que había llegado el momento de concederse un merecido descanso. «He decidido prolongar mis vacaciones aún más, hasta marzo —escribió—. ¿Por qué? Llevo ya un tiempo necesitando una pausa y el momento me parece ideal. Seguiré estando disponible y controlando el e-mail, asistiendo a las reuniones de la junta, hablando con regularidad con Dick y los demás, atendiendo a la prensa si es necesario y vigilando de cerca los temas. Pero también pasaré mucho más tiempo con Miles y Sara». Y firmó el e-mail: «Mahalo, Ev».

Sin Goldman y con Ev de excedencia, Biz tampoco acudía a la oficina. Se sentía como un intruso en la compañía de Dick y pasaba los días intentando decidir si se marchaba también de Twitter.

—Mirad. Mmm… Es que resulta que Biz no está en estos momentos —comunicó un ingeniero de Twitter, el típico friki de la informática, bajito y blanco de piel, al séquito de Snoop Dogg, presentándose en el vestíbulo con un ordenador portátil—. Está de camino, pero… si queréis os puedo enseñar las instalaciones hasta que él llegue —sugirió.

El empleado guio nerviosamente al grupo hacia una puerta a la derecha que daba acceso al núcleo de las oficinas de Twitter. En cuanto empezaron a serpentear entre los silenciosos cubículos, se armó un verdadero follón.

—¿Qué pasa, muñeca? Estás buenísima —le dijo Snoop a una joven y atractiva empleada al pasar por su lado—. Me cago en la puta, tía, te comería entera. ¿Cómo te llamas, gatita? —le dijo a otra, cerniéndose sobre su cubículo con su grandiosa chaqueta azul de Adidas con las siglas «L. A.» decorando la parte delantera—. Oooh, oooh, ooh —añadió, frunciendo los labios y moviendo la cabeza de un lado a otro como si tuviera delante un bufet de comida.

El alboroto provocado por el grupo distrajo a los empleados, como si alguien hubiera lanzado un cohete en una biblioteca pública.

—Ejem, disculpe, señor Snoop Dogg —dijo tímidamente el ingeniero levantando la vista hacia el rapero de metro noventa—. Entraremos…, entraremos en esta sala de reuniones.

Snoop y su séquito, entre los que estaban Warren G y varios raperos más, se encontraban en San Francisco para dar un concierto aquella noche. Nick Adler, que gestionaba la presencia digital de Snoop, había organizado el encuentro y había sido informado de que Biz estaría en la oficina para recibirlos. Pero había un pequeño problema: nadie le había comentado nada a Biz. Ni a ninguno de los demás ejecutivos de Twitter, que estaban reunidos fuera de la sede.

La visita de Snoop había sido organizada por un nuevo empleado del emergente equipo de gestión de los medios de comunicación, un grupo creado con el fin de establecer relaciones con más estrellas de alto nivel, actores, deportistas y músicos, los conocidos como VIT, «Very Important Tweeters», en el seno de la empresa.

Y señalaba también un cambio de cultura musical. Los artistas que ocupaban los puestos más altos en las listas de éxitos y que visitaban Twitter —Kanye West y P. Diddy entre ellos—, habían dejado de visitar otro relevante medio: la radio; irónicamente lo que Ev y Noah se habían propuesto reinventar en 2005.

Los músicos querían, en cambio, visitar Twitter. Como Snoop Dogg.

Pero aquella «visita» en concreto no salió como estaba planeada.

Después de la expulsión de Ev, Dick había organizado varias reuniones fuera de las oficinas con el objetivo de trabajar en la reorganización de la compañía. Como resultado de ello, la mayoría de ejecutivos estaba desaparecida mientras el insignificante y blancuzco ingeniero intentaba entretener a Snoop y su séquito. Y la cosa no estaba saliendo bien: era como un maestro sustituto tratando de controlar a un grupo de niños traviesos.

—Y ésta es nuestra nueva herramienta analítica —le dijo al grupo—. Sirve para ver qué tuits funcionan mejor y cuáles no.

—Oh, ¿de verdad, tío? Eso está guay, chaval —dijo Snoop, imitando el tono de un blanco—. Vuestra nueva herramienta analítica. Tío, está guay de verdad.

El resto del grupillo estalló en carcajadas. Estaban sentados en la sala jugando con sus teléfonos, sin apenas prestar atención a las explicaciones.

Y el ingeniero siguió hablando de todos modos.

—Así que ya veis, siempre que envías un tuit en el que hablas de alguna cosa relacionada con la hierba, tienes una respuesta enorme por parte de tus seguidores —dijo.

Y al oír eso, Snoop se enderezó y miró con curiosidad el gráfico que aparecía en pantalla.

Después de un rato en la sala de reuniones, el grupillo vio un vídeo con una breve entrevista donde se anunciaba una nueva característica de Twitter, a continuación el ingeniero los llevó a la cafetería y, de allí, su intención era regresar al vestíbulo. Pero cuando pasaron por delante del puesto de DJ montado en la cafetería, Snoop se detuvo en seco.

—Para, para, para —dijo, extendiendo los brazos hacia ambos lados—. ¿Puedo echarle un vistazo? —preguntó, señalando el plato.

Y antes de que al ingeniero le diera tiempo a responder, Snoop tenía el micrófono en la mano y la música aporreaba los altavoces. El sonido recorrió los pasillos y los empleados empezaron rápidamente a aventurarse hacia la cafetería. En un abrir y cerrar de ojos, estaban todos tomando fotografías con los teléfonos móviles, grabando vídeos y, naturalmente, enviando tuits.

Entonces, como un mago que saca un conejo de la chistera, Snoop Dogg tenía algo más en la mano: un porro inmenso, del tamaño de un rotulador. Luego un mechero. Y unos segundos después estaba fumando marihuana, y con muchas ganas. Al verlo, sus acompañantes entendieron que en las oficinas de Twitter se podía fumar y sacaron con toda la naturalidad del mundo los porros que guardaban en el bolsillo o detrás de la oreja.

En cuestión de minutos, la cafetería se transformó en el escenario de un concierto improvisado de Snoop Dogg. Una docena de porros inmensos empezó a circular entre los famosos raperos y los empleados de Twitter, la mayoría de los cuales estaba bailando, «perreando» entre ellos incluso. Algunas chicas se encaramaron a las mesas de la cafetería y bailaban levantando los brazos, como si estuvieran en lo alto de un podio en una discoteca, no en el trabajo. Una fiesta aprovechando que no estaban los padres.

Por fortuna apareció uno de los abogados de Twitter. Pedir a Snoop Dogg y a su pandilla de raperos que dejasen de fumar marihuana en la oficina no era tarea fácil, pero todas las fiestas tienen que terminar, y al final se marcharon, dejando tras de sí una neblina de humo, docenas de empleados colocados y centenares de tuits a su paso.

El abogado hizo circular una nota entre los empleados recordando que no estaba permitido consumir drogas en el puesto de trabajo. Se les pidió también que borraran los tuits. Las fotografías fueron asimismo retiradas de la web. Los únicos vídeos incriminatorios que quedaron online eran los de Snoop Dogg.

Cuando Dick se enteró del asunto de la marihuana, el baile y la fiesta que se habían montado los empleados, se puso furioso. Juró que sería la última vez que ocurriera algo así. Había llegado el momento de que Twitter entrara en la edad adulta, declaró.