La primera vez que un compañero de trabajo vio a Biz luchar por algo fue con los ratones.
Era finales de 2006 y Odeo acababa de instalarse en el 164 de South Park, las oficinas que pronto se convertirían en el lugar de incubación de Twitter. Era un espacio relativamente excéntrico cuando el grupo de estrafalarios programadores se mudó allí. Habitaciones pequeñas a derecha e izquierda, diferentes alturas y una pequeña cocina.
Una vez instalados, y después de haber elegido mesa como niños peleándose por la mejor habitación de una nueva casa, la pequeña zona de cocina se convirtió en el corazón de la oficina. A veces por la mañana, Noah preparaba tortitas al ritmo de La canción de la tortita. Para sentirse más como en casa en aquel local, siempre había tentempiés y una bandeja con fruta fresca. Pero los programadores de Odeo no eran los que mordisqueaban las manzanas y los plátanos, eran los ratoncillos, que cada noche dejaban la fruta marcada con señales de dientes que parecían el Gran Cañón en miniatura.
—Esto es asqueroso —decían los empleados por las mañanas al ver la fruta destrozada.
Así que tomaron una decisión: había que exterminar a los ratones, con trampas, veneno, con lo que fuera necesario. Cuando Biz se enteró del plan de acabar con los ratones, se plantó en el escenario de los hechos como un negociador de rehenes frente a un aula de niños de primaria.
—No vamos a matar a los ratones —dijo. Todo el mundo se quedó mirándolo, sin saber muy bien si era un chiste—. No bromeo; nadie les tocará ni un pelo.
Intentaron razonar con él, diciéndole que los ratones se comían la fruta, que eran sucios, que…
—Me importa una mierda. De ninguna manera vamos a poner trampas para matar ratones —dijo muy serio, los ojos llenos de lágrimas, sus manos temblando de rabia, los puños prietos, perplejo ante la posibilidad de que quisieran hacerle daño a un animal, sobre todo a un pequeño e indefenso ratoncillo—. De ninguna manera. ¡Aquí nadie mata a un ratón!
Era la primera vez que veían a Biz explotar de aquella manera. Aunque no sería la última; a lo largo de los cuatro años siguientes, una reacción como aquélla se repetiría varias veces.
La mañana del 3 de octubre de 2010, dos días después de que hubieran despedido a Ev como consejero delegado en las oficinas de los abogados, Biz se despertó medio grogui y con jet-lag después de su regreso de Japón y, aunque no lo sabía todavía, la explosión estaba a punto de repetirse. Esta vez no sería por querer proteger ratones, sino a Ev, su jefe y amigo íntimo desde hacía casi una década.
Biz se ocupó de las mascotas de su casa. Preparó su café matutino. Se despidió de Livy con un beso, disculpándose por tener que trabajar en domingo y se desplazó a San Francisco.
Las oficinas de Twitter estaban sumidas en el silencio de primera hora de la mañana. Las luces estaban apagadas. Los ordenadores dormidos. Inmóviles. En el exterior, los tempraneros paseantes de perros veían pasar de vez en cuando un taxi libre. Pequeñas y rechonchas nubes se deslizaban por el cielo como adormiladas tortugas envueltas en algodón. A escasas manzanas de allí, AT&T Park se desperezaba, preparándose para una jornada de partido, en el que los San Francisco Giants se enfrentarían a los Padres.
Pero la calma de la oficina estaba a punto de romperse, una nueva tormenta a punto de estallar. En cuestión de un par de horas, Twitter se inundaría con una retahíla tal de palabrotas y tensión que el local no recordaría haber sido jamás testigo de algo similar. Y los primeros truenos se oirían desde lejos, desde Nueva York, cuando a las 9.47 un e-mail de Fred, dirigido a Ev pero con copia a toda la junta y también a Biz, aterrizó en la bandeja de entrada de todos.
«Ev —empezaba—, Peter, Bijan y yo no estaremos en la compañía el lunes como habíamos acordado». Y a continuación detallaba seis puntos que tendrían que ser comunicados a los empleados de Twitter y a los medios de comunicación, en su mayoría ya conocidos por Ev: Dick pasaba a ser consejero delegado con carácter temporal; la junta directiva realizaría una búsqueda de consejero delegado para sustituir a Dick; Ev seguiría en la compañía, tendría un despacho en Twitter, representaría a la compañía externamente y contribuiría en la estrategia de producto. Pero el anuncio presentaba una nueva incorporación. «Dejarás de tener un papel operativo en la compañía», había escrito Fred.
Ev leyó la frase unas cuantas veces, confuso. Cuando el viernes accedió a dimitir, Fenton le había dicho que sería presidente de producto en Twitter y que sería el responsable de garantizar que la página mantenía una trayectoria basada en el diseño, no pensando única y exclusivamente en el dinero. Ahora, de camino hacia la oficina para planificar el anuncio que creía se limitaría a un simple cambio de papeles, se le decía que le habían puesto la carnada y había picado el anzuelo.
Como Jack dos años antes y Noah dos años aún más atrás, Ev se quedaba oficialmente sin trabajo en Twitter. E igual que los otros dos cofundadores, estaba atado de pies y manos y no podía hacer nada para evitarlo. Y la junta lo sabía. Había dimitido como consejero delegado, de modo que cualquier acuerdo previo que no hubiera sido plasmado en papel o pixelado en un e-mail quedaba completamente sin efecto. La decisión estaba ahora en manos de Jack, el presidente ejecutivo, y de Dick, que oficial y legalmente era el jefe de Ev en Twitter.
Uno a uno, fueron llegando a la oficina Ev, Dick, Biz, Goldman, Amac y Sean Garrett, que dirigía el equipo de relaciones públicas. Se encendieron las luces. Los ordenadores cogieron aire y sus ventiladores cobraron vida. Llegaron las secretarias, dispuestas a ayudar a sus jefes.
Se iniciaron las reuniones.
Los ejecutivos entraban y salían de tres salas de reuniones distintas. Y a pesar de estar celebrando encuentros que decidirían el destino de Ev, parecían niños que habían llegado a una oficina vacía con sus padres y ahora podían jugar a su aire al escondite.
Pero el ambiente no era jovial. No había risas. Reinaba la tristeza y una tensión que podía cortarse con un cuchillo, incluso entre un equipo ganador como aquél.
Goldman llegó abatido a la oficina después de haber leído el e-mail de Fred. Habían perdido y Ev estaba fuera. Se había acabado. Lo único que quedaba por hacer era redactar la nota de prensa que se incorporaría a los libros de historia y que aportaría una versión inventada sobre cómo había terminado la batalla.
Pero Biz estaba sinceramente confuso.
—No entiendo cómo pueden tirar por la borda toda la carrera de este tío y quedarse tan anchos —le dijo a Goldman, comentando el e-mail de Fred—. ¿Acaso no tienen sentimientos?
A pesar de que Biz era uno de los cofundadores de Twitter, nunca había tenido mucho poder en la compañía. Nunca había entendido qué era lo que impulsaba a los «tipos del dinero». El mensaje de la junta le parecía increíblemente injusto.
Entre sala y sala de reuniones, una de las empleadas de relaciones públicas, sentada en uno de los sofás del pasillo, el portátil abierto sobre la falda, iba redactando las sucesivas versiones del artículo que aparecería publicado en el blog oficial el lunes por la mañana. La primera versión anunciaba que Ev dejaba la compañía para siempre y que Jack, el fundador exiliado, estaba de regreso. Pero a medida que la jornada fue avanzando, tanto el plan como el anuncio en el blog se alteraron varias veces.
Le habían pedido a Kris, la secretaria de Ev, que repasara los tuits de Dick y subrayara cualquiera que pudiera ser percibido como controvertido. Y mientras examinaba sus miles de actualizaciones de ciento cuarenta caracteres, se detuvo a mitad de pantalla y, alzando la vista, llamó a los que estaban cerca para que vieran el mensaje que había enviado en broma un año antes: «Mañana primer día como director de operaciones de Twitter. Tarea #1: menoscabar al consejero delegado, consolidar el poder».
En primer lugar, Ev entró con Dick en la sala de reuniones Puffin e intentó convencerlo de que se le permitiera seguir en la compañía.
—No depende de mí, sino de la junta —dijo Dick.
—Tú eres el consejero delegado, eres tú quien debe decidir —le suplicó casi Ev.
La conversación continuó y empezó a calentarse.
—No pienso hacerlo. —La gente que circulaba por el pasillo oyó los gritos de Dick—. ¡No pienso hacerlo, por mis cojones!
Momentos después, Ev salía de la sala, cabizbajo. Biz entró acto seguido.
—Acabo de ver salir a Ev muy desilusionado —le dijo a Dick—. ¿Qué ha ocurrido?
Dick le explicó que Ev le había propuesto pasar a ocupar un papel de liderazgo en producto y que él se convirtiese en consejero delegado con carácter permanente, pero que se había negado a aceptar la propuesta una vez más. Le dijo a Biz:
—Me sentiría incómodo porque parecería que hubiera hecho un trato para hacerme con el puesto.
Biz negó con la cabeza, sintiéndose tan derrotado como Ev, y abandonó la sala.
La junta directiva le había pedido a Dick que se mantuviera firme en la determinación de que no había puesto efectivo para Ev. Aun en el caso de que Dick deseara mantener a Ev en la compañía, el veredicto no estaba en sus manos; los de arriba habían tomado ya su decisión.
Hubo conversaciones telefónicas con los miembros de la junta. Reuniones privadas en las que se habló sobre reuniones privadas. Y al final, entraron todos en la sala de reuniones principal —Dick, Sean, Amac, Goldman, Biz y Ev— para discutir qué saldría a la luz el lunes.
—La cosa queda así —dijo Dick—. Ev sale y yo soy el consejero delegado con carácter temporal… —Siguió hablando, explicando el contenido del mensaje que vería el mundo entero. Ev permaneció sentado en silencio, sintiéndose impotente en el seno de una compañía que hasta hacía dos días había estado dirigiendo.
—Y vendrá Jack… —prosiguió Dick, hablando sobre el plan, que incluía la presencia de Jack cuando se produjera el anuncio de que Ev dejaba la compañía.
Llegados a este punto, Biz, que estaba sentado justo enfrente de Dick, lo interrumpió con apenas un susurro.
—Lo siento, pero estoy confundido. ¿Por qué no podemos simplemente decir que Ev será el responsable de producto? —le preguntó.
—No pienso hacerlo —dijo tajantemente Dick.
—¿Por qué no? —cuestionó Biz, sinceramente perplejo ante todo lo que estaba pasando.
—No pienso hacer ningún tipo de cambalache. No quiero tener que aguantar después que la gente me diga que todo ha sido resultado de un intercambio —dijo Dick, tamborileando con fuerza sobre la mesa mientras hablaba. Biz volvió a mirarlo, confuso, en parte porque no comprendía a qué se refería con aquello del cambalache, pero también porque no alcanzaba a entender que la junta fuera capaz de echar a Ev de Twitter sin ningún tipo de compromiso. Dick insistió—: No pienso permitir que se ande diciendo por ahí que soy consejero delegado como resultado de un simple cambalache.
El rostro de Biz empezó a sufrir espasmos mientras hablaba.
—¡Alto, alto todo el mundo! —dijo Biz, levantando la mano como un policía de tráfico—. Parad un segundo.
Biz miró a los ojos a Dick mientras todos se quedaban en silencio y le observaban, su voz ahora temblorosa.
—¡Dick! —dijo, casi gritando—. Explícame, por favor, para ver si lo he entendido bien. ¿Dices que no estás de acuerdo con la idea de que Ev sea el jefe de producto y tú el consejero delegado porque te haría sentirte incómodo?
—Eso es exactamente lo que he dicho —replicó muy tenso Dick.
—¡Bien! —Biz gritó ya del todo—. ¡Bien! ¿Y no te sentirás incómodo de cojones por haber jodido de esta manera la carrera profesional de este tío? —dijo, señalando a Ev—. ¿Acaso no estarías muy jodido?
La sala se quedó sumida en un profundo silencio. Nadie dijo ni pío mientras Biz seguía mirando furioso a Dick. Entonces, Biz bajó la voz, su tono henchido de desesperanza.
—¿Y no te sientes incómodo pensando en la carrera profesional de Ev?
Todo el mundo miraba a Biz con expresión de asombro. Biz permaneció sentado, medio rabioso, medio eufórico por su explosión de carácter.
Dick le devolvió la mirada y permaneció un instante en silencio, su cerebro sopesando el equilibrio entre la decisión moral y la decisión empresarial.
—De acuerdo, está bien —dijo por fin—. Está bien. Lo haré. Está bien, está bien. —Se levantó y abandonó la sala, diciendo—: Tengo que llamar a Fenton y hablar con él.
Dick se dirigió a la cafetería, llevándose al oído el teléfono móvil. Se apoyó contra la ventana de la oscura y vacía estancia, donde en menos de veinticuatro horas los empleados lo recibirían como el nuevo consejero delegado de Twitter.
Biz y Goldman abandonaron la sala a continuación, aunque tomaron la dirección contraria y entraron en otra sala de reuniones. Las secretarias, que esperaban por el pasillo, observaron, confusas, el espectáculo de gente zigzagueando por todos lados. Kris envió varios mensajes a Sara, que estaba en casa con el bebé, poniéndola al día de lo que estaba pasando.
Con las manos temblorosas como consecuencia de la subida de adrenalina, Biz llamó a Bijan, que se encontró con un Biz confiado y enérgico al otro extremo de la línea.
—¡Mira, si Ev no viene el lunes, yo tampoco pienso venir el lunes! —dijo con contundencia Biz—. Y gestiona el anuncio tú solo, sin contar conmigo, ni con Goldman, ni con Ev, porque va a ser un desastre de mil pares de cojones.
Goldman permaneció sentado escuchando la conversación, como si la cosa no fuera con él. No costó mucho convencer a Bijan. Se sentía mal por cómo se habían desarrollado las cosas, pero sabía también que los inversores necesitaban que se les garantizase que no iban a perder los cientos de millones de dólares que estaban en juego si Twitter acababa fracasando. Al igual que Dick, estaba atrapado entre la ética y los intereses empresariales. Cuando Bijan tomó la palabra, Biz lo interrumpió.
—Y tenéis que nombrar a Dick consejero delegado con carácter permanente, nada de esas chorradas de «temporalidad». —Le comentó que la compañía y sus empleados ya habían pasado por bastantes cosas y que el plan actual, que consistía en despedir a un consejero delegado, nombrar un consejero delegado con carácter temporal y luego buscar un tercer consejero delegado, acabaría destruyendo la confianza que los empleados tenían depositada en Twitter.
—De acuerdo, ya lo capto, ya lo capto —dijo Bijan—. Deja que llame a Fred y a Fenton y hable con ellos.
Terminadas las llamadas, regresaron todos a la sala de reuniones y elaboraron el que sería el plan final, un plan con el que Jack no estaba de acuerdo, puesto que significaba que no estaría presente el lunes por la mañana en el momento del anuncio; un plan que permitiría a Ev seguir manteniendo un puesto en la compañía como director de producto. Pero Jack sabía que el plan duraría muy poco tiempo; Ev, no.
4 de octubre de 2010, 10.43 h Oficinas de Twitter
—¡Fuera! —le dijo Ev a la mujer que acababa de aparecer en el umbral de la puerta de su despacho—. Voy a vomitar.
La mujer se retiró y cerró la puerta, un sonido metálico reverberando en la estancia mientras Ev cogía la papelera negra que había en una esquina del despacho con manos temblorosas y empapadas en sudor.
Era lunes por la mañana y faltaban cuarenta y siete minutos para que Ev diera su discurso ante toda la compañía. Una compañía que, más allá de esa puerta, no tenía ni idea de lo que la jornada iba a depararle.
Las oficinas habían abierto con normalidad. Se habían rellenado las cafeteras. Los empleados habían ido llegando pensando que era otra mañana de lunes en Twitter. Tal vez volviera a presentarse algún famoso sin previo aviso. O algún político. Tal vez hubiera una entrega de exquisiteces por parte de alguna tienda de comida o de una heladería cercana, agradeciendo con ello a la compañía su colaboración en el crecimiento del negocio.
Se prepararon los vínculos para compartir a través de Twitter las últimas ediciones del New Yorker, The Economist y el New York Times, en las que aparecían artículos hablando sobre el papel de Twitter en las revoluciones que estaban teniendo lugar en Oriente Próximo, revoluciones que empezaban a extenderse a otros países de la tumultuosa región, todo gracias a Twitter.
Goldman había llegado muy pronto. Había cogido a un par de sus empleados de más confianza y les había contado una variación de la historia que se relataría a los medios de comunicación a media mañana. Después habían llegado Ev y Sara y se habían encerrado en el despacho de Ev para prepararse para lo que llegaría en poco rato.
—¿Estás bien? —le había preguntado Sara, y él le había respondido que no se encontraba muy bien. Que no sabía si eran los nervios o si estaba a punto de pillar algo, pero fuera como fuese, tenía el estómago revuelto. Sara dejó el despacho y al poco llegó una de las empleadas del departamento de relaciones públicas para repasar con Ev el discurso que tenía que ofrecer en tres cuartos de hora. Y él le dijo que se fuera.
En cuanto se cerró la puerta, Ev cayó arrodillado sobre la áspera moqueta.
Y eso era todo. Su último acto como consejero delegado: mirar el fondo de una papelera tratando de averiguar cómo había llegado hasta allí. Buscando recuerdos que habían sido blogueados, fotografiados y tuiteados a lo largo de la última década y que estaban aún por algún lado, perdidos en un mar de decenas de miles de millones de tuits.
Examinó el vacío en busca de respuestas. En cuarenta y cinco minutos sería expulsado de la compañía que había fundado, la compañía que había financiado con dinero de su bolsillo, la compañía que amaba, la compañía en la que trabajaban amigos que él mismo había contratado. Algunos de los cuales lo habían traicionado.
Hurgó en su memoria en busca de respuestas. Pero aun cuando entierras los recuerdos en internet en forma de tuits, tienes que recordar en qué caja los has escondido. Y cuándo los metiste ahí. Si no hay una «X» para marcar el lugar exacto, no hay lugar.
Incluso en internet, el elefante que nunca olvida, los recuerdos siguen olvidándose.
Ev siempre había sabido que el dinero no le importaba. Un multimillonario también puede acabar vomitando en una papelera. Lo que le importaba era hacer mella en el universo. Lo importante era el poder, el poder que habían perdido políticos y estrellas de Hollywood, famosos, revolucionarios, grandes empresas y medios de comunicación, y que había sido canalizado a través de aquella cosa estrafalaria llamada Twitter. Un invento casual que había logrado poner el mundo patas arriba.
Pero ahora era el mundo de Ev el que estaba patas arriba. Y en aquel momento, con la vista clavada en el suelo, completamente solo, lo sintió. Experimentó un fuerte sentimiento de pérdida.
Se abrió entonces la puerta del despacho y entró Sara.
—¿Cómo te encuentras?
—Jodido.
Dick estaba al teléfono en el despacho de al lado, deambulando de un lado a otro, hablando sobre el regreso de Jack a la compañía. Se acababa de incubar un nuevo plan.
Biz estaba sentado a su mesa, terminando un e-mail en el que anunciaba a los empleados que a las 11.30 se celebraría una reunión para todo el mundo en la cafetería. No se admitía la presencia de personal externo, que tendría que quedarse en el vestíbulo hasta que terminara la reunión. No habría hummus, sólo noticias importantes.
Y entonces llegó el momento.
Los empleados dejaron sus mesas y recorrieron los laberínticos pasillos de Twitter para instalarse en la cafetería, un callado y confuso murmullo resonando por la estancia. Tomaron asiento.
Entonces apareció Ev, seguido de Biz y Goldman.
Luego Dick.
Ev se adelantó, micrófono en mano, y recitó su elegía, explicando a los empleados que había decidido pasar a un puesto en producto y que le había pedido a Dick que ocupara el cargo de consejero delegado. Se hizo entonces a un lado y entregó el micrófono al nuevo consejero delegado de Twitter. El tercero en dos años.
A las 11.40, en el instante en que Dick tomaba el mando, una empleada del equipo de relaciones públicas de la compañía, sentada entre el público con su ordenador portátil, pulsó la tecla «Publicar» sobre el artículo de blog que anunciaba que Dick Costolo se convertía en el nuevo consejero delegado de Twitter y que Evan Williams, por voluntad propia, renunciaba a su puesto para concentrarse en el producto.
—Ev y yo hemos acordado —dijo Dick a los reunidos— que si queremos hacer de Twitter una compañía de cien mil millones de dólares, ésta es la mejor estrategia.
En cuestión de segundos, la prensa empezó a moverse con rapidez para cubrir el anuncio. Un anuncio que no hacía mención alguna del malévolo motín que había tenido lugar en las salas de reuniones de Twitter en el transcurso de los últimos meses. Un anuncio que no hacía mención alguna del hecho de que Ev había estado casi a punto de quedarse sin trabajo. Y un anuncio que no hacía mención alguna del hecho de que Jack Dorsey regresaría pronto a la compañía. Eso estaba aún por llegar.