Era mediados de septiembre de 2010 y la brillante luz del sol se filtraba a través de la ventana del despacho de Ev, donde se encontraba en aquel momento anotando en la pizarra ideas relacionadas con Twitter. Al otro lado de la puerta, hileras de cubículos latían con el acallado murmullo de los golpes en los teclados y los clics de los ratones. Abajo, la calle hervía de tráfico.
Levantó la vista y se encontró con Campbell llenando el hueco del umbral de la puerta como un defensa en un partido de fútbol.
Ev sonrió, contento de que el coach llegara para su sesión semanal. Ev estaba de muy buen humor aquel día; #NewTwitter estaba cosechando buenos comentarios por parte de los críticos del sector. Esperaba además con impaciencia la fiesta planeada para aquella noche y que serviría para celebrar el mes de duro trabajo de todos los empleados. El New York Times, por otro lado, estaba trabajando en un artículo sobre Ev que aparecería en el suplemento de negocios del domingo: el multimillonario hijo de un granjero que había tenido mucho que ver con la invención de Blogger y Twitter. El hombre escondido detrás de dos compañías que habían cambiado los medios de comunicación y la manera de comunicarse de la gente.
Pero Campbell llegaba con expresión preocupada.
—Toma asiento —le dijo con solemnidad a Ev—. Esto va a ser duro. Vamos a tener una conversación dura.
Ev se dejó caer en el sofá, sin tener ni idea de qué le esperaba de boca de Campbell. Empezó a repasar mentalmente distintas posibilidades. Y entonces, como el golpe sordo de un pájaro que se estampa contra el cristal de una ventana, Campbell se lo soltó:
—La junta directiva quiere que abandones el puesto de consejero delegado.
Ev se quedó confuso.
—¿Qué me estás diciendo?
—Que la junta ha decidido nombrar consejero delegado a Dick —replicó Campbell—. Quieren que renuncies.
Al principio, Ev pensó que Campbell bromeaba y se echó a reír con nerviosismo. Pero lo de Campbell no era un chiste.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Ev, sus pulsaciones acelerándose—. Estoy confuso. ¿De qué…, de qué me hablas? —dijo, la sonrisa borrada por completo de su cara—. No entiendo qué pretendes decirme.
Campbell siguió hablando, divagando sobre la decisión de la junta, sobre la creencia de que Ev no era la persona adecuada para dirigir Twitter. Que tardaba demasiado en tomar decisiones. Que era incapaz de ejecutar cosas.
—Mira, se trata de esos jodidos tíos. De esos jodidos inversores de Nueva York —dijo Campbell, tratando de insinuar que él no tenía nada que ver con la decisión.
Cuando Ev empezó a captar que lo que estaba escuchando era real, interrumpió a Campbell.
—¿Estás metido también en el asunto? —preguntó—. ¿Estás de acuerdo con la junta? —Campbell empezó a toser y sobreactuar, a eludir su mirada, incapaz de responderle adecuadamente—. ¿Y estás también de acuerdo con ello? —insistió Ev, subiendo de tono, su incredulidad transformándose en rabia.
Campbell titubeó de nuevo y empezó a maldecir a la junta, a los inversores.
—¡Esos jodidos tipos! —exclamó.
Ev se hartó y le pidió a Campbell que se marchara para poder llamar a la junta y averiguar qué ocurría. Marcó rápidamente el primer número.
—Oye, lo siento mucho, tío —dijo Bijan. Suspiró y le dijo a Ev que lo consideraba un gran consejero delegado—. Queremos que pases a tener un papel de asesor a nivel de producto —le explicó—. No queremos que abandones la compañía. Creemos que eres muy valioso para Twitter. —Pero, le comentó, la compañía necesitaba un nuevo tipo de consejero delegado que pudiera concentrarse en los beneficios y en llevar a Twitter a bolsa.
Ev se quedó pasmado al escuchar aquello. Colgó. A continuación llamó a Fred Wilson, que no se mostró ni mucho menos tan amistoso y compungido como los demás. Fred le dijo directamente que consideraba que siempre había sido un consejero delegado malísimo, que carecía de sentido del producto. Le dijo que odiaba el nuevo diseño de la página web, que era una muestra de que la compañía estaba siguiendo un rumbo equivocado.
—¿Pero de qué cojones me hablas? —le dijo Ev, su voz temblorosa—. Así es como los vicepresidentes joden las compañías. ¿De dónde sale eso ahora? Absolutamente todas las veces que he realizado una presentación de producto ante la junta, todo han sido «Sí, me parece estupendo, es asombroso». Ya sé que la ejecución no está siendo buena, pero… —Hizo una pausa, bajando la voz para declarar solemnemente—: La verdad es que no sé cómo podéis hacerle esto a uno de los fundadores de la compañía.
—Yo jamás te consideré un fundador —replicó Fred con desprecio, ofendido por cómo Ev acababa de calumniar a los vicepresidentes—. Fue Jack quien fundó Twitter.
Ev abrió los ojos como platos.
—¿Pero de qué cojones hablas? —dijo—. ¡Vosotros echasteis a Jack! Esto es una locura. Lo es. Joder. Una locura.
—No hay nada que discutir —dijo Fred. La junta había tomado una decisión. Ev iba a dejar de ser el consejero delegado de Twitter.
Ev estaba furioso. No sabía en quién podía confiar. ¿Cuánto tiempo haría que la junta había decidido echarlo? ¿Podían echarlo? Al fin y al cabo, Ev seguía teniendo la participación mayoritaria en Twitter y dos asientos en la junta con derecho a voto.
Intentó contactar con Fenton varias veces y en todas ellas escuchó su voz en el contestador y no su voz real. Quería hablar con Goldman y con Biz. ¿Estarían también metidos en esto? Campbell, Fred, Bijan y Fenton lo querían fuera como consejero delegado —eso estaba claro entre tanta neblina de confusión—, pero ¿y «sus chicos»? Dick, su amigo desde hacía tantos años, tenía que estar metido también en el golpe de estado si es que iba a ser el consejero delegado que lo sustituyese, razonó Ev.
Pero ¿y Goldman? ¿Y Biz? Era imposible. Ev abrió la puerta de su despacho y se encaminó a la tercera planta. No levantó la cabeza en ningún momento para no tener que hablar con ninguno de sus empleados.
—¿Estás bien? —le preguntó Goldman al verlo aparecer con aquella cara de preocupación.
Ev le señaló una de las salas de reuniones. Entraron, Goldman cerró la puerta a sus espaldas y tomó asiento, mirando con curiosidad a su mejor amigo y jefe. En la sala no había ventanas, sólo la luz tenue de las lámparas del techo. En el exterior, centenares de empleados andaban atareados. Ev se apoyó en la pared y le contó a Goldman lo que acababa de ocurrir. Al instante quedó claro que Goldman no había estado implicado en la rebelión de la sala de juntas.
—Me estás tomando el pelo —dijo Goldman, confuso—. ¿Qué te han dicho?
Ev le contó la conversación que había mantenido con Campbell, luego las llamadas telefónicas con Fred y Bijan, explicándole por encima lo que había dicho cada uno de ellos.
Goldman se quedó en estado de shock.
Estaba oscuro y la lluvia aporreaba sin cesar el coche de Dick Costolo, que sujetaba con fuerza el volante con ambas manos, intentando concentrarse en el negro asfalto. Estaba agotado después del largo vuelo desde Indianápolis, donde había estado hablando sobre Twitter en una conferencia.
«Unos cuantos kilómetros más —pensó— y estaré por fin en casa y podré quitarme esta ropa empapada».
Acababa de cruzar el Golden Gate y empezaba a recorrer las carreteras oscuras y sinuosas que lo conducirían hasta su casa, en Marin, cuando sonó el teléfono. Palpó a oscuras el salpicadero para responder a través de Bluetooth.
Ev y Goldman estaban sentados en una sala de reuniones sin ventanas en la sexta planta de la sede central de Twitter cuando por fin descolgó el teléfono.
—Dick al habla —escucharon por encima del sonido de los litros de agua que azotaban las ventanillas y el techo del vehículo.
—¿Qué cojones pasa, Dick? —dijo Goldman—. ¿De modo que te dedicas a maniobrar a espaldas de Ev para convertirte en el consejero delegado de la compañía? No puedo creer que…
Dick le interrumpió.
—¿Pero de qué huevos hablas? ¿Quién va a ser consejero delegado?
Ev se inclinó lentamente hacia el teléfono.
—Los miembros de la junta directiva me han comunicado hoy que pretenden echarme y me han informado de que piensan ponerte a ti al mando de la compañía —dijo empleando un tono plácido. Y repitió entonces—: Me han dicho que me echan de mi cargo de consejero delegado y que tú asumes el poder.
—¿Pero qué cojones me estás contando? Primera noticia —dijo Dick, tan sorprendido como Ev cuando lo escuchó en boca de Campbell a primera hora de la mañana—. ¿Piensa contármelo alguien? —dijo bromeando, sus profundas carcajadas resonando desde el interior del coche e inundando la sala de reuniones de la sede de Twitter.
—¿Pretendes decirnos que no sabías nada de todo esto? —preguntó Goldman.
—¡Por supuesto! —dijo Dick, conmocionado—. Es la primera vez que oigo hablar del asunto.
Lo que no era cierto, aunque tampoco era completamente falso.
A pesar de que, a principios de verano, la junta le había pedido que asumiera el cargo de consejero delegado, Dick había solicitado que todo se ejecutase con diplomacia y que decidieran la mejor manera de comunicárselo a Ev para que no diera la impresión de que él estaba expulsándolo de la compañía para hacerse con el control, puesto que no era así. Aquel plan se había convertido en humo cuando Campbell se había presentado en el despacho de Ev aquella mañana y le había ofrecido el discurso equivocado. Campbell, que conocía el plan para echar a Ev desde hacía meses (incluso mientras realizaba con él sus sesiones), había sugerido a la junta que él le comunicaría la noticia a Ev, pero en ningún momento debía mencionar a Dick como parte de la ecuación. Eso, se suponía, vendría más adelante.
Dick estaba atrapado entre la ética y los negocios en el asunto de la expulsión de su amigo y jefe y no sabía qué hacer. Había dado por sentado que la junta directiva trataría el asunto con diplomacia. Pero todo había salido mal.
Mientras Dick seguía conduciendo por la oscura y húmeda carretera, explicó a Ev y a Goldman que pensaba comunicar a la junta que no estaba dispuesto a asumir el cargo sin el consentimiento de Ev, y como estaba claro que no se lo daría, no aceptaría el puesto.
Cuando colgaron el teléfono, Goldman miró a Ev y le preguntó si creía a Dick.
—No tengo ni idea —dijo Ev—. No tengo ni la más remota idea de a quién puedo creer a partir de ahora.
En el transcurso de los días siguientes, los acontecimientos se desarrollaron igual que con Jack dos años antes.
Ev llamó a Ted, el abogado de Twitter, que le repitió, casi literalmente, las palabras que le había dicho a Jack cuando fue despedido.
—Poco puedes hacer —dijo—. Se trata de una votación de la junta directiva. —Y leyendo la siguiente línea del guion, Ted le dijo que lo sentía, que en realidad no podía hablar con Ev porque ante todo, y por encima de todo, era el abogado de Twitter.
Goldman inició entonces la ofensiva diciendo a los miembros de la junta que demostraban no conocer en absoluto a Ev si pensaban que se limitaría a irse sin hacer nada.
—La cosa no irá así —dijo—. Si lo echáis, yo me largo a continuación. Y también Biz. Y también la mitad de los empleados. Vais a perdernos a todos.
Y tenía razón. La mayoría de empleados de Twitter adoraba a Ev. Más de la mitad de ellos habría salvado sus pertenencias digitales en un disco duro externo y se habría marchado de allí si Ev se lo hubiera pedido. Ev había realizado grandes esfuerzos por convertirse en el mejor jefe posible y lo había conseguido. Pero mientras era un maestro en dirigir hacia abajo, dirigiendo hacia arriba y hacia los lados era una historia completamente distinta.
Las conversaciones empezaron a convertirse en un tiovivo. «Joder eso». «Joder aquello». «Que te jodan». Fenton llegó a la oficina dispuesto a seguir presionando.
—Ya te dije que gestionaras bien a Campbell —le dijo Fenton a Ev en su despacho—. Siento mucho todo esto, pero ya te dije que gestionaras su ego.
—¿Y qué huevos tiene que ver todo esto con Campbell? —preguntó Ev, aficionado últimamente a las palabrotas, sus manos temblando de rabia—. Mira, reconozco por completo que no soy el mejor consejero delegado del mundo, pero no podéis poner a Dick en mi lugar. No es un tipo de producto; es un tipo de operaciones.
—Lo del producto ya lo solucionaremos más adelante —replicó Fenton.
—¿Cómo?
—No lo sé; ya lo pensaremos. Tú estarás implicado a alto nivel; tal vez podría volver Jack a ayudar.
Allí estaba. Como un puñetazo en el estómago. La palabra «Jack» se quedó colgando en el aire.
—Espera un momento, ¿qué acabas de decir? —preguntó Ev, sus manos inmóviles, sus ojos mirando fijamente a Fenton—. ¿Pensáis recuperar a Jack?
—No. Yo no sé si Jack volverá. No es una decisión que me incumba a mí; será la decisión del nuevo consejero delegado —dijo Fenton.
Pasaron más días y se produjo una reunión entre Campbell, Ev y el resto de miembros de la junta. Dick estaba sentado abajo, en su despacho, lidiando con las operaciones del día a día.
Después de hablar con los abogados, Ev había comprendido que tendría que renunciar al puesto de consejero delegado, aunque también sabía que podía ralentizar la transición y encontrar al sustituto más adecuado para Twitter.
—¿Deberíamos contratar a alguien de fuera, realizar la búsqueda de un ejecutivo, o nombrar consejero delegado a Dick? —le preguntó Campbell, que lideraba la reunión, a Ev.
Ev respondió diciendo que Dick había hecho un gran trabajo para la compañía, pero que «no es la persona adecuada para el cargo de consejero delegado».
—Si no es la persona adecuada para el cargo de consejero delegado, ¿deberíamos dejarlo marchar? —le preguntó entonces Campbell.
Ev se paró un momento a pensar.
—Si dejo mi puesto, es probable que pasara a asumir el cargo de Dick, por lo tanto sí, deberíamos dejarlo marchar.
—¡De acuerdo! —dijo Campbell, dando un puñetazo sobre la mesa, y entonces se levantó, mientras todo el mundo le decía que parase.
—¿Es necesario hablar de esto? —preguntó, frenético, Fenton.
—No. ¡Chicos, estamos dirigiendo una compañía tecnológica puntera! —dijo Campbell, saliendo en estampida de la sala y dejando pasmados a todos los miembros de la junta. Momentos después, se sentaba en el despacho de Dick para decirle que estaba despedido, que tenía que comunicárselo a la junta y renunciar a su cargo sin compensación alguna a cambio.
—¿Qué? ¿Pero qué dices? —replicó Dick, completamente confuso—. ¿Bromeas?
Hacía un momento le habían dicho que sería el próximo consejero delegado de Twitter y ahora venían a comunicarle que estaba despedido de la compañía.
Dick se había quedado boquiabierto, sin saber muy bien qué hacer después de que Campbell abandonara el despacho habiéndole soltado un discurso en el que, entre otras cosas, le dijo que ya encontraría otra compañía en el Valley donde poder convertirse en consejero delegado.
En cuanto la junta se enteró de lo sucedido, el teléfono de Dick empezó a sonar. Eran Fred y Bijan, que le llamaban para decirle:
—¡Tú no te vas a ningún lado! ¡No estás despedido!
Llegó el fin de semana y Dick y Ev decidieron reunirse para disfrutar de un brunch en Marin County. Dick había pasado incontables noches intentando decidir qué hacer y se encontraba de nuevo atrapado entre la ética de la amistad y su deseo de ver crecer a Twitter, con todos sus empleados, y convertirla en una compañía de éxito.
—Escucha, tú me trajiste aquí y cuando empecé te dije que nunca haría nada a tus espaldas, y no pienso hacerlo —le dijo Dick a Ev, sentados a la mesa el uno frente al otro—. Así que dime qué quieres que haga y lo haré.
—Necesito que te vayas para que pueda concentrarme en buscar un consejero delegado —le respondió Ev.
—De acuerdo, estupendo —dijo Dick, dando golpecitos en la mesa entre palabra y palabra—. Estupendo. Le enviaré un e-mail a Ted para pedirle que prepare toda la documentación y averigüe qué me corresponde a título de despido. —Estaba intentando hacer lo mejor para Ev y llegó a la conclusión de que era eso.
Pero en cuanto la junta se enteró de que Dick había decidido marcharse, su teléfono empezó a sonar de nuevo.
—¡No te vayas! —le dijo Fenton.
—Dios —dijo Dick—, ¿qué cojones quieres que haga?
—¡No hagas nada!
Fred ya se había hartado.
La bandeja de entrada de todo el mundo había recibido un e-mail comunicando que Fred y Bijan iban a coger un avión para desplazarse a San Francisco para una reunión. Adjunto al mismo, un documento legal indicaba que toda la junta tenía que estar presente. «Disculpad por no haber avisado de manera formal, pero me han dicho que es necesario convocarla», decía Fred en el mensaje.
«Por la presente se comunica a los miembros de la junta directiva de Twitter, Inc. (“Twitter”) la celebración de una reunión especial de la misma. Esta reunión especial se convoca según el Artículo II, Sección 2.4 de los estatutos de Twitter. La reunión especial se celebrará con asistencia de todos el viernes, 1 de octubre de 2010, a las dos de la tarde, hora local, en las oficinas de Fenwick & West, 555, California Street, planta 12, San Francisco, California».
Estaba firmado por Fenton, Bijan, Fred y Jack.
A pesar de que Biz tenía una idea general de lo que estaba pasando entre Ev y la junta, no conocía su verdadero alcance. Y tampoco le importaba. Nunca había querido una silla en la junta directiva de Twitter. Las guerras empresariales no eran lo suyo. Prefería construir murallas morales alrededor de castillos corporativos. Pero le gustara o no, estaba a punto de convertirse en un soldado de a pie en la última batalla.
En el momento en que el documento legal pasó de Fred a la junta directiva, Biz se encontraba de viaje en Japón para asistir a diversas reuniones y varios encuentros con la prensa. El viaje transcurría sin problemas hasta que una tarde, mientras caminaba por los pasillos de las oficinas de Twitter en Japón, su teléfono sonó. Bajó la vista, vio aparecer el nombre de Jack Dorsey, deslizó el dedo por la pantalla y se llevó el aparato al oído.
—Ev ya no es consejero delegado —le dijo Jack yendo directo al grano—. Tienes que volver para que podamos comunicarlo a todo el mundo mañana.
Biz se había quedado paralizado en el pasillo, los empleados japoneses pasando por su lado mientras él seguía escuchando las palabras de Jack.
—Espera un momento, espera un momento —dijo Biz, mirando hacia uno y otro lado en busca de un lugar tranquilo donde poder hablar sin que nadie lo escuchara. Abrió rápidamente la primera puerta que vio y entró en una sala. Cerró la puerta a sus espaldas.
—¿Pero qué dices? —cuestionó Biz.
Jack le explicó lo que había pasado: la carta de Fred, la reunión programada en el bufete de abogados… y que el plan era anunciar al día siguiente, viernes, que Ev dejaba la compañía. (Tampoco Ev estaba al corriente del plan).
—No podéis hacer esto sin que esté yo —dijo Biz, mirando a su alrededor. Se dio cuenta entonces de que estaba en un almacén lleno de ordenadores, los servidores que hacían funcionar la oficina de Japón. Ríos de cables azules de Ethernet se entrecruzaban en suelos y paredes.
—Lo sé. Por eso tienes que volver ahora mismo. Tienes que estar aquí mañana —dijo Jack—. Coge un jet privado y vuelve.
—No puedo conseguir un jet privado que me lleve hasta allí desde Japón —replicó Biz, observando también que tenía que asistir a una importante conferencia de prensa—. Eso costaría mil millones de dólares.
—Cancela la conferencia y busca un jet privado —insistió Jack—. La compañía lo pagará.
—Espera que lo piense unos segundos —dijo Biz. Permaneció unos instantes sin decir nada, las luces de los servidores parpadeando a su alrededor, los ventiladores zumbando. Sabía que si Jack le llamaba era porque la cosa iba en serio y estaban obligando a Ev a abandonar Twitter al día siguiente. Era uno de esos excepcionales momentos en los que Biz podía demorar los acontecimientos que estaban a punto de producirse.
—Mira, esto no podéis hacerlo sin mí —le dijo a Jack—. Si os presentáis delante de toda la compañía sin contar conmigo, los empleados pensarán que habéis echado a Ev y que lo habéis hecho a mis espaldas aprovechando mi ausencia.
—¡Lo sé! Por eso necesito que vuelvas enseguida —dijo Jack.
—Pues no puedo —replicó Biz—. No puedo volver hasta el domingo, de modo que tendréis que anunciarlo a la compañía el lunes.
Después de colgar, Biz llamó a Goldman para montar una estrategia. Jack llamó a Fenton para hacer lo mismo. Daba igual: Jack regresaría a la compañía al día siguiente, independientemente de que Biz apareciera o no a su lado.
El jueves por la noche, Jack apenas durmió. Dio vueltas inquieto pensando en qué diría a los trescientos empleados de Twitter a los que pensaba dirigirse a la mañana siguiente, a doscientos noventa de los cuales ni siquiera conocía. Pero el plan estaba en marcha, o eso creía. Después de la reunión, firmada la escritura, Jack se dirigiría a las oficinas de Twitter en compañía de Dick y la junta. Allí anunciaría, triunfante, que volvía a Twitter. El ejecutivo exiliado regresaba a su trono. Dick sería temporalmente el nuevo consejero delegado y Jack ocuparía otro papel, seguramente la gestión del producto, e impulsaría su agenda dando prioridad a los mensajes de estado por móvil, no a los mensajes de noticias a través de la web.
El viernes por la mañana se levantó y ensayó una vez más qué diría a los empleados mientras se vestía con su carísimo uniforme diario. Se puso unos vaqueros oscuros de Earnest Sewn, su camisa blanca de Dior pulcramente planchada, frotó una nuez de gel en las manos y moldeó su cabello hasta la perfección. A lo largo de los dos últimos años había perfeccionado la historia de que era el inventor de Twitter y ahora la contaría en la casa que él mismo había erigido.
El día avanzó de forma casi glacial. Jack estaba constantemente distraído. Cuando se acercaba la hora de la reunión, examinó su bandeja de entrada y vio un mensaje de Ev. Llevaban meses sin mantener una conversación en privado. Empezó a leer. «Jack: sé que no nos hemos llevado bien en el pasado y de verdad me gustaría solucionarlo […] si conservo mi puesto como consejero delegado, pensaré la manera de volver a incorporarte a la compañía […] quiero recordarte que si hacemos esto, que si hacemos este cambio, cogeré tu asiento y estarás fuera del consejo».
Como hizo Ev dos años antes, Jack no respondió.
El jueves por la noche, Ev apenas durmió. Dio vueltas, inquieto, pensando en lo que inevitablemente acabaría sucediendo al día siguiente. Cuando se levantó, estaba aturdido. El día avanzó con rapidez, casi como en una nube, y cuando llegó la tarde, comprendió que había llegado su momento.
Recorrió solo las calles de la ciudad, se dirigió a las oficinas de Fenwick y contempló el gigantesco edificio acristalado. Había llegado antes para reunirse con Fenton con el objetivo de intentar alcanzar un compromiso y negociar un cargo en Twitter gestionando el producto, o eso al menos le habían dicho.
La recepcionista lo saludó y lo acompañó a la sala de juntas; allí, sentados junto a Fenton, estaban también Fred y Bijan.
—¿Qué ocurre aquí? —le dijo a Fenton, confuso al verlos a todos—. Creí que habías dicho que antes nos reuniríamos sólo nosotros.
—Lo siento, pero no. Tenemos que acabar con esto —respondió Fenton.
Ev miró a Fred y a Bijan y les pidió que salieran un momento de la sala. Obedecieron.
—Me has mentido —le dijo, rabioso, a Fenton—. ¿Qué demonios ocurre aquí?
La conversación quedó amortiguada cuando la puerta se cerró detrás de Fred y Bijan.
Pasó un rato y se pidió entonces a todos que entraran de nuevo en la sala de reuniones. Estaban los siete miembros de la junta directiva: Fred, Bijan, Fenton, Dick, Jack, Goldman y Ev. Los dos abogados, Amac y Ted, estaban también presentes.
La puerta se cerró. La tensión flotaba en el ambiente mientras se sentaban en sus respectivos asientos. Se llamó al orden.
Y entonces salieron de boca de Ev treinta caracteres con sus espacios:
—Dimito como consejero delegado.
—Alguien tiene que crear una moción —dijo Ted. Y pidió a dos de los presentes que confirmaran la moción. Ev miró a su alrededor para ver quién votaba, y entonces se levantó la primera mano.
—Yo primero —dijo Fred, frustrado por la vorágine de la última semana.
Se produjo entonces un breve momento de silencio. Fenton no levantó la mano. Tampoco lo hizo Bijan. Pero Jack sí levantó poco a poco la mano.
—Yo segundo —dijo Jack.
Fue entonces cuando Ev empezó a comprender qué estaba pasando. Jack había estado detrás de todo aquello. Moviendo piezas de ajedrez, diez movimientos por delante de él. Era la venganza de Jack.
Los numerosos abogados que Ev había consultado le habían dicho, no con esas palabras, que estaba jodido. La junta llevaba meses preparando su eliminación como consejero delegado de Twitter, procurando que una vez que el motor se pusiera en marcha, Ev no pudiera hacer nada para detenerlo.
Tal y como los abogados le habían explicado, en aquel momento la junta constaba de siete asientos. Fred, Bijan y Fenton votarían claramente a favor de la expulsión de Ev. Goldman, Ev e incluso Dick votarían contra su despido. Lo que dejaba un único voto decisivo: el de Jack.
Mientras Ev miraba a su alrededor, comprendiendo que Jack había conspirado en su contra, pensó en aquel día, hacía ya dos años, en que estuvo caminando nervioso de un lado a otro del salón de su casa, sus pies acariciando la alfombra y el suelo de madera, mientras debatía con Fred y Bijan qué hacer con Jack después de su despido.
Ev había accedido a que Jack se quedara con el puesto de presidente silencioso como premio de consolación por lo duro que había trabajado. Un premio que Ev no tenía por qué darle. No existían obligaciones legales o corporativas que le llevaran a concedérselo. Sólo obligaciones morales.
Desde entonces, había pensado infinidad de veces en eliminar a Jack de la junta directiva. Sus giras promocionales con la prensa. Las explicaciones públicas que había dado a gente del sector diciendo que Ev lo había echado. El cambio en su biografía erigiéndose como «inventor» de Twitter. Su fundamental desacuerdo en relación con el producto. Pero a pesar de que había estado muy cerca de eliminar en varias ocasiones al que en su día fuera su amigo, convertido ahora en enemigo número uno, siempre se había decantado por evitar el conflicto. Aquel acto de piedad sería la defunción de Ev.
Las miradas de Jack y de Ev se cruzaron por un instante. En aquel momento, ninguno de los dos se daba cuenta de que ambos habían sido fundamentales para que Twitter se convirtiera en lo que era ahora. El equilibrio perfecto entre dos maneras distintas de ver el mundo: la necesidad de hablar sobre uno mismo y la necesidad de hablar sobre lo que sucede a tu alrededor. Lo uno nunca habría existido sin lo otro. Aquel equilibrio, o batalla, era el núcleo de la creación de Twitter. Una herramienta que podían utilizar tanto titanes corporativos como adolescentes, famosos y don nadies, funcionarios del gobierno y revolucionarios. Un lugar donde gentes con puntos de vista opuestos sobre el mundo, como Jack y Ev, podían conversar.
El cruce de miradas se interrumpió cuando se puso en marcha una votación para nombrar a Dick consejero delegado temporal de la compañía. Uno. Dos. Hecho. Y luego, una moción más.
—Vamos a rotar los asientos de la junta —dijo Fenton—. Jack será presidente ejecutivo.
Goldman y Ev se miraron, confusos.
—¿Qué quieres decir con eso de rotar los asientos de la junta? —preguntó Goldman.
Ev había asumido que si dejaba de ser consejero delegado, pasaría a ocupar el asiento que Jack había mantenido caliente como presidente silencioso. Con aquella jugada, Jack quedaría fuera de la junta. Pero la junta directiva se le había anticipado. Habían examinado todas las posibilidades. Ev caería más abajo aún del escalafón y Jack sería nombrado presidente ejecutivo de Twitter. Cuando Ev se enteró y comprendió la fuerza bruta que la junta estaba utilizando en su contra, entró en estado de shock.
Entonces tomó la palabra Dick, el nuevo consejero delegado de Twitter con carácter provisional.
—Muy bien, ahora iremos a Twitter y anunciaremos…
Pero fue interrumpido de inmediato por Ev.
—No, vamos a alterar el mensaje.
—¿Pero qué dices?
—Fenton y yo acordamos que yo continuaría como presidente de producto —dijo Ev—. Por lo tanto, quiero reconsiderar el mensaje, así que hoy no se lo comunicaremos a nadie. —Y añadió que no quería que Jack estuviera presente cuando se produjera el anuncio. Esto, explicó, formaba parte del trato que había alcanzado con Fenton antes de la reunión.
La reunión se dio por terminada con Jack subiéndose por las paredes viendo que no iba a regresar a la compañía para ofrecer su apasionado discurso. En cuanto regresó a las oficinas de Square, empezó a hacer llamadas.
—¿Qué ha pasado? —le rugió a Fenton—. ¡Esto no estaba en el plan!
—Lo sé, lo sé. Lo solucionaremos.