El multimillonario accidental

—Apuesto a que intenta comprarnos —le dijo Goldman a Alexander Macgillivray, que acababa de incorporarse a Twitter en calidad de abogado de la compañía. Estaban en Charlie’s Restaurant, en Palo Alto, y Ev se quedó mirándolos mientras daba otro mordisco al bocadillo.

—De ninguna manera —replicó Macgillivray, al que apodaban Amac, de tal modo que cuando alguien le llamaba, parecía que dijera «¡Hey! ¡Mac!»—. No después de lo que acaba de hacer; no hay manera de que intenten comprarnos.

—Estoy de acuerdo con Amac —dijo Ev—. Eso sería de lo más abochornante.

—No. Lo hará —afirmó Goldman—. ¿Qué quieres apostarte, Amac? Vamos, apostemos.

La relación de Goldman, Ev y Amac se remontaba a 2003, cuando Google adquirió Blogger. En aquel momento, Amac era el segundo abogado de Google y se había convertido en el abogado especializado asignado al nuevo equipo de blogueo adquirido por la compañía. En Twitter se había zambullido de cabeza en el negocio.

—No soy muy jugador —le respondió a Goldman el abogado de treinta y seis años y juvenil aspecto. El intercambio que estaban manteniendo hizo reír a Ev.

—De acuerdo, ¿un apretón de manos, entonces? —replico Goldman, extendiendo el brazo por encima de la mesa.

—De acuerdo —dijo Amac, mirando a Goldman a través de sus gafas redondas con montura metálica—. Un apretón de manos, pero te digo que ese tipo no intentará comprarnos de ninguna manera.

—Tendríamos que ir tirando —dijo Ev, mirando el reloj.

Unos minutos después, estaban en el decrépito Honda Civic marrón del 85 de Amac. Ev, instalado en el asiento del acompañante, dictaba las instrucciones de ruta que le daba su teléfono móvil. Goldman miraba la calle por la ventanilla trasera.

—¿Que ese tipo vale siete mil millones de dólares? —dijo Goldman con sarcasmo mientras pasaban por delante de la anodina casa. Encontraron aparcamiento unos metros más allá.

Se acercaron a la casa, que tenía un aspecto diminuto. El color exterior parecía de lejos un beis uniforme, pero de cerca era evidente que había zonas de las paredes retocadas con distintos matices, algunas más oscuras, otras más claras. El jardín delantero, que tendría el tamaño de un apartamento tipo estudio, estaba salpicado por terrones de hierba seca. Varias plantas larguiruchas se balanceaban al son de la suave brisa. Rodearon el modesto Acura negro aparcado en el camino de acceso y llegaron a la puerta. Llamó Ev, que se volvió acto seguido hacia Amac y Goldman, cuya expresión era de pura curiosidad. Transcurrieron unos segundos y el pomo de la puerta giró. Y ante ellos apareció Mark Zuckerberg.

—Oh. Hola, chicos —dijo Mark, vestido con vaqueros, camiseta y sus características chanclas Adidas de color azul—. Hola, chicos —repitió, como si no lo hubiese dicho aún—. Vamos, pasad.

Mark hablaba con frases cortas.

—Estamos esperando a un par de personas más. Venid, pasad —dijo, echando a andar por el pasillo de la casa que compartía con su novia, Priscilla Chan—. Gracias de nuevo por haber venido hasta aquí. Os agradezco que hayáis accedido a reuniros en mi casa. Ya sabéis que no quería que nos vieran en el campus. Y que empezaran a pensar que hay alguna cosa en marcha. —Miró a Ev, riendo.

Ev le devolvió una torpe sonrisa.

—Es comprensible. —No estaba para risas.

Unos días antes, las relaciones entre Twitter y Facebook habían pasado de cordiales a amargas. Y ahora allí estaban, intentando solucionar algo que probablemente no tenía solución. A las tres de la tarde del miércoles 23 de junio de 2010 —hacía un par de semanas—, Josh Elman, un ingeniero de Twitter, había presentado una nueva herramienta de Twitter, llamada «Encontrar y seguir», que permitía a los usuarios encontrar y seguir a través de Twitter a sus amigos de Facebook. Pero apenas unos segundos después de que se anunciara al público la nueva herramienta, dejó de funcionar.

Elman, un ingeniero inteligente y de cara redonda que siempre parecía estar forzando la vista al otro lado de los cristales de sus gafas, se había incorporado a Twitter después de casi dos años trabajando en Facebook, razón por la cual comprendió de inmediato qué había pasado.

—Tenemos un problema —dijo Elman a Ev y a Goldman después de entrar corriendo en el despacho de Ev.

—¿Estás seguro de que nos han desconectado? —preguntó Ev cuando se enteró de la noticia—. ¿No podría tratarse de un error de la herramienta?

—No, nos han desconectado —respondió Elman con seguridad—. Nuestra aplicación sigue viva en Facebook, pero han desactivado la línea amigos-punto-obtener. Es decir, Facebook ha cambiado las llaves de su puerta, al menos para Twitter. Nos ha bloqueado el acceso a las listas de amigos de la página, por mucho que miles de páginas más continúen teniendo permiso para acceder a esa misma agenda.

La prensa tecnológica había hablado ya de la nueva herramienta y empezaba a comentar que no funcionaba, señalando directamente a Twitter. De modo que, para defenderse, la compañía pasó las siguientes horas enzarzada en una batalla muy pública contra Facebook.

«Consideramos que es un problema por parte de Facebook», declaró Twitter en la página web de la compañía, dándole un bofetón público. Facebook respondió diciéndole a la prensa que, ¡ay qué pena!, no era más que un problema técnico tonto y que «estamos trabajando con Twitter para solventar el asunto».

Pero, naturalmente, aquello era «una chorrada completamente falsa», como dijo Goldman al ver la respuesta de Facebook. Los ejecutivos de Twitter sabían que Facebook se enfadaría con la aparición de la nueva herramienta, pero nunca se habrían imaginado que aquella compañía fuera a practicarle la eutanasia en el instante en que viera la luz. A principios de semana, en el transcurso de una reunión de la directiva de Twitter, los ejecutivos habían decidido mostrarle a Facebook lo que tenían intención de incorporar a su página. Algunos de los presentes habían defendido la filosofía de «pedir perdón, no permiso». Pero Goldman había decidido ponerse en contacto con Bret Taylor, el director de tecnología de Facebook, con quien había trabajado en Google unos años atrás.

—En realidad, no queremos que lancéis esto al mercado —le había dicho Taylor a Goldman por teléfono—. Sois una compañía grande y queremos desarrollar una relación mejor con vosotros.

—De acuerdo, está bien. Estaríamos encantados de poder desarrollar una relación mejor, pero eso no impide que sigamos teniendo intención de poner en marcha esta herramienta —le había replicado Goldman, dándole a entender también que Twitter estaría utilizando contenido completamente público que Facebook ponía a disposición de cualquiera—. Sólo queríamos avanzaros lo que estamos a punto de lanzar —había proseguido Goldman.

La respuesta había molestado a Taylor y la llamada se había vuelto acalorada y había acabado en un callejón sin salida.

Mark y el resto del equipo directivo de Facebook estaban en aquel momento en Barcelona asistiendo a una conferencia. Cuando Taylor llamó a Mark para explicarle la situación, el consejero delegado de Facebook le dio instrucciones claras de desconectar Twitter en el instante en que intentara poner en marcha su nueva herramienta.

Y así había terminado el tema. Al menos, hasta que llegaron todos a casa de Mark.

—Pues bien. Aquí tenemos nuestro estudio —dijo Mark, acompañándolos por su minúscula casa e indicándoles una habitación con paredes azules. En la estancia, a la derecha, dos mesas de madera, sin sillas; a la izquierda, un único sillón de cuero—. Pedí a unos cuantos diseñadores de Facebook que vinieran a pintarme la casa —añadió Mark con orgullo guiándolos hacia la austera cocina amarilla. Las superficies de mármol negro estaban prácticamente vacías.

—¿Te has mudado hace poco? —preguntó Goldman.

Mark se detuvo y miró a Goldman a los ojos.

—No —respondió, confuso.

Goldman no sabía cómo continuar después de su pregunta, de modo que le devolvió la mirada por un instante. Por suerte, el momento de incomodidad se vio interrumpido por una llamada a la puerta. Acababa de llegar el resto del equipo de Facebook.

Ev sabía de entrada que la reunión sería desagradable. Había estado en una situación similar cuando Facebook intentó comprar Twitter hacía cosa de año y medio.

Pasaron a la sala de estar, donde no había asientos suficientes para todos.

A pesar de que Mark había ninguneado públicamente al competidor de los ciento cuarenta caracteres, comentando incluso en una ocasión ante un grupo de amigos que Twitter era «un lío tan grande que era como si un coche cargado de payasos hubiera tropezado con una mina de oro y se hubiese metido de lleno en ella», la verdad era que aquella compañía le tenía preocupado. En una entrevista que había concedido recientemente al blog Inside Facebook, Mark había reconocido que «estuve estudiando su ritmo de crecimiento y pensé que si esto sigue así durante doce o dieciocho meses, en cuestión de un año serán más grandes que nosotros». Aunque a continuación le había restado importancia a su preocupación. «Pero resulta que su ritmo de crecimiento no era muy natural —declaró—. Recibieron mucha atención por parte de los medios y eso se reflejó en un crecimiento muy rápido durante un breve periodo de tiempo». Pero no era exactamente así. Twitter seguía creciendo a una velocidad nunca vista. Nadie aparece en «Oprah», es protagonista de artículos en la revista Time, es portada en el New York Times y el Wall Street Journal, aparece en la Copa del Mundo e impulsa revoluciones, y descubre de pronto que la gente deja de registrarse en la página. Twitter seguía rompiendo récords a cada semana que pasaba.

Después de que Facebook desconectara la última herramienta de Twitter, Mark se había puesto en contacto con Ev y le había sugerido una reunión «para entender cómo podemos trabajar mejor juntos».

Viendo que todo el mundo se movía incómodo por el salón, Mark tomó asiento primero y, como niños jugando a las sillas musicales, los demás corrieron a coger la silla que encontraron más a su alcance. El resultado fue desigual, puesto que Mark y Ev acabaron sentados el uno al lado del otro. La reunión empezó de un modo muy cordial, puesto que Mark, Taylor, Dan Rose (el director de desarrollo del negocio de Facebook) y un abogado de Facebook ofrecieron una presentación sobre cómo Twitter y Facebook podían encontrar la manera de trabajar juntos. Utilizaron palabras como «oportunidad», «constructivo» y «asociación». Cada pocos segundos, Mark volvía la cabeza para mirar a Ev, sentado a escasos centímetros de él.

Mark explicó que la mayor parte del tráfico de su servicio estaba integrada por gente que entraba en Facebook para ver los perfiles de otros usuarios. El agregador de noticias o cronología de Facebook se utilizaba sólo a modo de trampolín para que la gente mirara los perfiles, comentó.

—Nosotros tenemos la experiencia exactamente opuesta —dijo Ev, destacando que la cronología de Twitter constituía el noventa por ciento del tráfico de la página, mientras que las páginas con el perfil de los usuarios conformaban sólo el diez por ciento.

—Lo sé —replico Mark, que siempre traía los deberes hechos—. Por eso pienso que estáis haciendo cosas magníficas. Sería fabuloso si pudiéramos… —Hizo una pausa—. Si pudiéramos hacer algo con vosotros, chicos, como socios. Podría haber cosas que tuvieran más sentido si estuviéramos más alineados.

Goldman ladeó de inmediato la cabeza y miró a Amac, preguntándose si Facebook acababa de hacer una oferta para comprar Twitter. Pero en los tribunales de Amac, eso no contaba.

Entonces interrumpió Rose.

—Y, naturalmente, si algún día queréis vender la compañía, estaríamos interesados en comprarla.

A aquellas alturas, Ev no podía ya ni contar las ofertas de adquisición de Twitter que había recibido. Yahoo!, Google, Facebook, Microsoft, un antiguo vicepresidente, famosos y raperos habían hecho insinuaciones a Twitter, y Ev siempre había respondido que no.

Pero no era el dinero lo que le llevó a rechazar la propuesta de Facebook. Era que Twitter y Facebook eran dos compañías completamente distintas, con objetivos distintos y, según el punto de vista de Ev, sentidos de la ética completamente distintos. Los ideales de Twitter se habían cimentado cuando Ev creó Blogger, casi una década atrás, basándose en su firme creencia de que el blogueo, y ahora Twitter, debían ofrecer al ciudadano un micrófono que le permitiera decir lo que pensara. Por este motivo había contratado a Amac, que se había convertido en un acérrimo defensor de la libertad de expresión en internet cuando trabajaba en Google. Era el mismo motivo por el que Goldman trabajaba allí. El mismo motivo por el que Biz era tan importante para el entramado moral de Twitter. Todos creían que esas tecnologías tenían que ser, ante todo, un altavoz para el ciudadano de a pie.

En el pasado, siempre que, por diversas razones, los funcionarios del gobierno habían llamado a la puerta de Twitter exigiendo información sobre usuarios del servicio, Ev, Biz, Goldman y Crystal, que gestionaba el equipo de soporte de Twitter, se habían negado a suministrarla, «jamás sin una orden judicial». Esta postura había sido la convicción de Twitter todos aquellos años. Y sería el ADN que la convertiría en una compañía diferente en Silicon Valley. Twitter, con Amac al timón de sus asuntos legales, acabaría enfrentándose a una demanda en los tribunales por no entregar los tuits de los manifestantes de Occupy Wall Street durante las protestas. Se plantaría ante el Departamento de Justicia en una caza de brujas contra los seguidores de WikiLeaks online. Y en tremendo contraste con Facebook, Twitter acabaría permitiendo a los recién llegados declinar que pudiesen seguirles la pista a través del servicio.

Facebook tenía un enfoque completamente distinto en lo concerniente a la libertad de expresión y el seguimiento, puesto que violaba a menudo la privacidad de sus usuarios y retiraba en ocasiones aquel contenido que violara sus estrictos términos de servicio. Facebook exigía además a sus usuarios que publicaran su nombre y su fecha de nacimiento reales. Twitter, por otro lado, era tan abierto como una piscina pública. Y así era como lo quería Ev. Que el ciudadano pudiera publicar con sólo pulsar una tecla, y con ciento cuarenta caracteres.

Teniendo en cuenta que Ev seguía siendo el accionista mayoritario de la compañía, se convertiría en multimillonario en caso de vender Twitter a Facebook o a cualquier otro pretendiente de relevancia. Pero para Ev no era una cuestión de dinero, sino de proteger la santidad de Twitter y dotar de voz a las personas que lo utilizaban.

—Aprecio la oferta —respondió Ev a Mark en el salón, utilizando un tono educado como muestra de respeto—. Pero no creo que nada vaya a cambiar para nosotros de momento.

Acordaron seguir hablando y la reunión finalizó con unos cuantos apretones de manos.

—Estaremos en contacto.

Al salir, después de pasar junto a los parterres y la hierba seca, cuando se hubieron alejado lo bastante de la minúscula casa del multimillonario accidental, Goldman miró a Amac y susurró:

—¿Lo ves? ¡Ya te lo dije!