Oprah

Ev estaba en el Trump International Hotel & Tower, descansando en el banquillo tapizado con raso de color beis situado a los pies de la cama, cuando volvió la luz. El río Chicago destellaba a su paso, reflejando la fachada del Second City como si de un espectáculo de fuegos artificiales bajo el agua se tratara.

El Medio Oeste estaba viéndose azotado por una serie de tormentas que provocaban apagones y retrasos en los vuelos —incluido el de Ev y Sara—, razón por la cual habían llegado a Chicago mucho más tarde de lo esperado. Y justo cuando estaban registrándose en el hotel, se había ido la luz.

Sara estaba embarazada de su primer hijo y, víctima de un ataque de hambre, había desvalijado el minibar. Mientras deshacía las maletas, había ido dejando bolsitas de cacahuetes, patatas fritas y caramelos por toda la habitación.

Era jueves, 16 de abril de 2009, y una de las semanas más extrañas en toda la vida de Twitter no había tocado aún a su fin.

En cuanto volvió la luz, Ev cogió el mando a distancia del televisor. Conectó la CNN y escuchó unos instantes la emisión antes de empezar a mover la cabeza y romper a reír. Anderson Cooper miraba a cámara como si estuviera dirigiéndose solamente a Ev y a Sara, no a los millones de personas que debían de estar viendo el canal de noticias de veinticuatro horas, y decía repetidamente: «Tienen ustedes que entrar en Twitter.com y seguir CNN». Sara se detuvo a mirar a Ev mientras sacaba de la maleta la camisa marrón que su marido se pondría al día siguiente.

—¿Pero qué demonios está pasando? —dijo Ev, mirando a su mujer con asombro—. ¿En qué mundo estamos?

Se pararon un momento a pensar, tratando de asimilar la realidad de la situación. Estaban en el Trump Hotel de Chicago, viendo cómo la CNN anunciaba que Ashton Kutcher acababa de convertirse en el primer usuario de Twitter que lograba un millón de seguidores, y en pocas horas Ev aparecería en «The Oprah Winfrey Show» para ayudar a Oprah, una de las mujeres más famosas e influyentes del mundo, a enviar su primer tuit.

Tal vez no pareciera realidad, pero lo era, y todo estaba preparado para que tuviera lugar en las próximas doce horas.

La ansiedad de Ev se había iniciado como un efecto mariposa hacía tan sólo unos días. Twitter había recibido un e-mail relativamente estándar de parte de «The Oprah Winfrey Show» con una petición muy sencilla: ¿podían quedar para un breve intercambio telefónico y hablar sobre la posibilidad de mencionar Twitter en el programa?

Kutcher y la CNN estaban protagonizando una carrera pública para alcanzar la cifra del millón de seguidores y, como resultado de ello, Oprah había empezado a preguntar acerca de Twitter. Ev y un pequeño grupo de empleados se habían reunido en una sala alrededor de un micrófono para escuchar a los productores de Oprah.

—Haremos que Oprah envíe su primer tuit en directo desde el programa —dijo la voz al otro lado del micrófono. Todos los reunidos se miraron, sonriendo—. Y estamos pensando en que Twitter aparezca en el segmento dedicado a productos —dijo la voz. Las sonrisas en las oficinas de Twitter decayeron levemente.

Twitter volvía a mostrarse insaciable, haciéndose cada día con decenas de miles de nuevos usuarios, ayudando todos ellos a alimentar un organismo imparable. Como resultado de ello, los servidores de la página volvían a estar rozando el límite. El equipo de ingenieros estaba agotado, había empleados que trabajaban más de veinte horas al día para que la página siguiera con vida. Twitter sufriría con una simple mención en el masivamente popular «The Oprah Winfrey Show», con una audiencia que oscilaba entre los veintiséis y los cuarenta y dos millones de telespectadores semanales. Para bien o para mal, Oprah representaba lo convencional de lo convencional, y sus seguidores podían convertirse rápidamente en un tsunami de nuevos registros que Twitter era incapaz de gestionar.

La voz al otro lado del micrófono siguió hablando:

—Contaremos con la presencia de Ashton Kutcher en el programa, que hablará sobre su contienda con la CNN. —Más preocupación en las caras de los reunidos en la sala de Twitter—. Y Oprah lo quiere para el programa del viernes por la mañana, que es en directo y cuenta con la mayor audiencia. —Faltaban sólo dos días—. Sería muy útil si alguien de Twitter pudiera venir para trabajar con nuestra gente, por si algo va mal —continuaron los productores de Oprah—. ¿Sería posible?

—Por supuesto —respondió Ev, acercándose al teléfono—. Podemos mandar a alguno de nuestros ingenieros.

—Estupendo —dijo la voz, e hizo una pausa antes de preguntarle a Ev—: Un momento, ¿quién eres tú y qué trabajo desempeñas?

Ev se inclinó de nuevo hacia el teléfono y dijo con despreocupación:

—Soy el cofundador y consejero delegado.

—¿Podrías venir tú, entonces? —preguntó el productor.

Ev miró a su alrededor y se encogió de hombros.

—Por supuesto —respondió—. ¿Podrías arreglarlo para que pudiera venir también mi esposa, Sara, y poder sentarnos los dos entre el público?

Los productores dijeron que sí y cuando terminó la llamada, Ev se incorporó y miró a todos los presentes.

—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó una de las secretarias.

—Poco podemos hacer. Asegurarnos de que la página no se caiga —respondió él con una sonrisa—. ¡Se trata de Oprah!

El miércoles consistió en reuniones y más reuniones internas para garantizar que Twitter no se colapsara bajo el peso del estrellato de Oprah. Para asegurarse de que todo funcionara bien cuando aparecieran en directo en la televisión nacional, los ingenieros de Twitter decidieron crear el «servidor Oprah»: un servidor dedicado exclusivamente a Oprah, un Twitter especial para ella, que garantizaría que aun en el caso de que la página se cayera durante el espectáculo en directo, la cuenta de Oprah seguiría viva.

La secretaria de Ev se puso de inmediato en marcha y reservó vuelos y hoteles. El itinerario indicaba que Ev volaría el jueves a la hora de comer y acudiría al programa el viernes por la mañana. Estaría sentado entre el público, pero preparado para ayudar a los productores de Oprah en caso de que surgieran preguntas a medida que la reina de la televisión matutina avanzara por el valle de las redes sociales.

El plan empezó a desplegarse. Y entonces, el jueves antes de las siete de la mañana, mientras Ev y Sara hacían la maleta para tomar el vuelo que les llevaría hasta Chicago, sonó el teléfono móvil de Ev. Era un número de Chicago.

—Ev al habla —dijo, sin estar seguro de quién podía estar llamándolo tan temprano.

—Hola, Evan —dijo una mujer que se presentó como una de las productoras de «The Oprah Winfrey Show» que habían hablado con él a principios de semana—. Tenemos un pequeño cambio de planes —dijo—. Hemos decidido que también queremos que salgas en el programa de mañana. —El efecto mariposa acababa de transformarse en huracán.

La productora le explicó que sería entrevistado por Oprah —delante de siete millones de telespectadores— y que Ashton Kutcher estaría presente desde California a través de una videoconferencia con Skype. Y que a continuación, Oprah enviaría su primer tuit en directo.

Ev colgó, blanco como el papel.

—¿Quién era? —preguntó Sara.

—Me cago en la leche, mañana voy a salir en Oprah —respondió Ev, paralizado y excitado a la vez. Después de enviar un e-mail al equipo comunicándoles el cambio de planes, tuiteó: «Mañana será un gran día. (Lo siento, no puedo decir más. Seguiré informando.)».

Mientras se realizaban los preparativos para el programa de Oprah, Twitter seguía peleándose para gestionar los nuevos suscriptores que había provocado la contienda de Ashton Kutcher con la CNN. Cada vez que conseguían estabilizar un servidor, el tráfico aumentaba de forma impresionante.

Larry King publicó un vídeo online provocando a Kutcher. «¿Piensas superarme? ¿Bromeas? —decía King a la cámara—. ¿Crees que vas a poder superar a todo un canal de televisión?». Y con ello vinieron más nuevos registros. Kutcher reclutó a amigos famosos, como Shaquille O’Neal y P. Diddy, para que le ayudaran a difundir la noticia. Más registros. Y ahí seguían, mientras Ev y Sara los veían desde Chicago, a escasos minutos de decidir cuál sería la primera cuenta de Twitter en alcanzar el millón de seguidores.

En las oficinas de Twitter en San Francisco, los ingenieros continuaban controlando que la página aguantara la gran marea de nuevos registros, seguidores de Kutcher o de la CNN. Además de esto, Anonymous, el conflictivo colectivo hacker, había generado programas para crear cuentas falsas con la intención de superar en el millón de seguidores tanto a Kutcher como a la CNN, generando más tráfico si cabe.

Entonces, a las 11.12, hora de Chicago, llegó el momento del veredicto. Mientras Anderson Cooper suplicaba casi a los telespectadores que siguieran la cuenta de la CNN, Ashton Kutcher estaba sentado tranquilamente en el despacho de su casa, tocado con un sombrero de vaquero de color blanco, rodeado de amigos y otros famosos, mirando cómo el número de seguidores iba subiendo en la pantalla del ordenador.

—¡Estamos ante algo más grande que la final de «American Idol»! —proclamó Demi Moore, asomando la cabeza por encima del hombro de su esposo.

—¡Faltan sólo quince personas! —exclamó Kutcher y, segundos después, se produjo una explosión de vítores que anunciaba que su cuenta se había impuesto oficialmente a la de la CNN. Kutcher gritó emocionado, descorchó una botella de champán, y la media docena de personas que estaban con él en su despacho brindaron por el triunfo.

P. Diddy, que estaba conectado a distancia, vociferó:

—¡Felicidades! ¡Guárdame una copa, chico!

La CNN reconoció su derrota cuando Kutcher tuiteó: «¡La victoria es nuestra!».

El viernes por la mañana, Ev se despertó atontado después de haber dormido sólo un par de horas. Ashton y la ansiedad le habían impedido conciliar un sueño reparador.

En cuanto llegaron a los estudios de Oprah, unas horas antes de que se iniciara el programa, todo empezó a volverse confuso. Maquilladores, productores corriendo de un lado a otro, pruebas de volumen de voz, monitores, público. Cuando entró en el plató para sentarse entre el público para ser llamado luego a escena, Ev pidió permiso para ir rápidamente al baño y, por el camino, tropezó y cayó de bruces al suelo.

No dispuso de mucho tiempo para recuperarse de la caída. Sin siquiera darse cuenta, fue reclamado para tomar asiento junto a Oprah, que lucía una chaqueta de color rosa, mientras gigantescas cámaras cuadradas lo señalaban desde todos los ángulos. Centenares de mujeres ocupaban las gradas a su alrededor y Sara le sonrió desde el público. Entonces, una voz anunció:

—Estamos en el aire en cinco, cuatro, tres…

—Buenos días, esto es viernes en directo y estoy en Twitter por vez primera —proclamó alegremente Oprah.

La adrenalina de Ev corría como loca por su cuerpo mientras las cámaras deambulaban por el plató como expertas bailarinas.

Oprah habló sobre Twitter, explicó la conversación que aquella misma mañana había mantenido con el portero de su casa sobre la página y empezó a formular una serie de preguntas a un nerviosísimo Ev.

—¿Cómo fue el nacimiento de Twitter?

—Mis cofundadores, Biz y Jack, son auténticos genios —respondió Ev. Explicó a Oprah la diferencia entre el blogueo y Twitter y dijo que la página permitía difundir información en cuestión de segundos—. Es tan rápido —explicó— que los bomberos y la policía de la ciudad lo utilizan para publicar todo tipo de información urgente.

Oprah se dio cuenta de que Ev estaba nervioso y, como la gran profesional que es, extendió el brazo por encima de la mesa para darle la mano, un gesto que lo tranquilizó.

Pero la adrenalina de Ev estaba a punto de alcanzar una nueva cúspide. El personal del programa le había advertido infinidad de veces que la reina de la televisión era una inepta tecnológicamente hablando. Para que no se liara escribiendo y enviando su primer tuit, le habían preparado un ordenador portátil con pegatinas de colores dándole instrucciones sobre lo que tenía que hacer una vez que hubiera tecleado su mensaje de ciento cuarenta caracteres. Era como un ejercicio infantil de colorear siguiendo la numeración para una torpe usuaria de las herramientas informáticas.

El plan de la televisión en directo era meticuloso. Oprah escribiría un tuit, lo enviaría y a continuación habría un corte publicitario. Mientras el telespectador veía los anuncios, Oprah recibiría instrucciones para «pulsar la tecla con una pegatina amarilla», lo que cargaría los tuits de todos sus amigos, entre ellos George Stephanopoulos, Ellen DeGeneres, Shaquille O’Neal, Demi Moore y muchos más, que habían recibido instrucciones de responderle, dándole la bienvenida a la página.

Pero Oprah pulsó antes la tecla de las mayúsculas y empezó a escribir: «HOLA, TUITEROS. GRACIAS POR VUESTRA CÁLIDA BIENVENIDA. ME SIENTO DE VERDAD EN EL SIGLO XXI». Y entonces, en vez de pulsar la tecla «Enviar» en la página de Twitter, pulsó sin querer la tecla con la pegatina amarilla. La acción reinicializó la pantalla y borró su primer tuit. Corte para publicidad. Oprah no había enviado ningún tuit. Cuando Ev se dio cuenta del fallo, se le hizo un tenso nudo en la garganta. Apartó rápidamente a Oprah y se hizo con el teclado para escribir frenéticamente el mismo tuit, en mayúsculas, y pulsar «Enviar», su corazón latiendo con fuerza cuando oyó que el cámara vociferaba:

—Volvemos a estar en el aire en cinco, cuatro, tres…

En un momento del programa, Kutcher apareció en pantalla, sentado en el mismo despacho desde el que horas antes había derrotado a la CNN haciéndose con el primer millón de seguidores.

—¡Felicidades! —le dijo Oprah.

—Esto es un comentario sobre el estado de los medios de comunicación —replicó Kutcher, dirigiéndose tanto a Oprah como al público—. Creo que con las redes sociales estamos en posición de conseguir que la voz de una sola persona pueda ser tan poderosa como una red de medios de comunicación. Éste es precisamente el poder de la web social.

Y continuó explicando que Twitter le permitía controlar el tipo de imágenes y vídeos que se compartían online sobre él, derrotando con ello a los paparazzi. Ahora podía ganar la partida a los Us Weekly de todo el mundo publicando imágenes aprobadas por él antes de que lo hicieran los tabloides.

Durante el programa, los telespectadores se registraron masivamente en la página. Desde Chicago hasta Clearwater, desde Modesto hasta Miami, desde Seattle hasta Statesboro, aquel día se sumaron a Twitter más usuarios que cualquier otro día en la historia de la página —casi medio millón de personas en las primeras veinticuatro horas— y a pesar de que los servidores quedaron machacados, lograron sobrevivir.

Tras la emisión, Ev y Sara se dirigieron a la tienda del programa para comprar baberos para Miles, el bebé que Sara daría a luz en dos meses.

Luego, Ev escribió un e-mail a sus empleados con el título «La leche». El texto decía: «Me voy a la cama, aquí en Chicago. Sólo podré disfrutar de cuatro horas de sueño». Y continuaba efusivamente explicando lo orgulloso que se sentía del equipo de treinta y cinco personas que había conseguido mantener viva la página a pesar de la marea de usuarios: «¡Qué semana para Twitter! Gracias a todos por vuestro duro trabajo».

Ev rebosaba orgullo. Pero no todo el mundo estaba tan feliz.

A pesar de que Kutcher había proclamado que cualquiera estaba en posición de ser tan poderoso como los medios de comunicación, había una persona cuyos tuits habían caído en la más pura irrelevancia, una persona que había visto el programa de Oprah y a Ev, su antiguo amigo y compañero de trabajo, hablando en directo en la televisión.

Noah.

Noah había visto, sin poder dar crédito, que había sido borrado por completo de la historia de Twitter. Tuiteó entonces: «Viéndole en TV, me he preguntado cómo he llegado a ser tan invisible, tan ausente de la puesta en escena. Sin huella alguna».

En el pasado, la historia la escribían los vencedores. Pero en los tiempos de Twitter, la historia la escribe todo el mundo. Sin embargo, los vencedores eran ahora los que tenían la voz más alta y podían proclamar su versión de la historia.

Ev no había borrado intencionadamente a Noah de la historia de Twitter. Siempre había procurado reconocer de manera adecuada los méritos de quienes habían colaborado en su creación, dar las gracias a los empleados en las ceremonias de entrega de premios, como en Crunchies, y hablar en las entrevistas sobre el papel desempeñado por Jack y Biz. Ev creía sinceramente que Twitter era una compañía que no tenía nada que ver con la de los tiempos en que Noah ayudó a formarla.

Pero Jack nunca había sido franco en cuanto al tipo de colaboración que habían mantenido Noah y él durante la creación conjunta de Twitter.

Viendo «The Oprah Winfrey Show», Jack se puso furioso por no ser él quien aparecía en el programa. Y más adelante expresaría ante Biz su ya conocida queja:

—¡Se me ha borrado de la historia!

—No, no se te ha borrado —le replicó Biz—. Ev te mencionó en el programa. ¡Nos calificó de genios!

Pero lo que Ev hubiera dicho carecía de importancia. O lo que dijera Biz. Jack se sentía borrado. Y a diferencia de Noah, que se había sumido en la oscuridad después de ser expulsado de la compañía, Jack tenía planes grandiosos.