Ev y Biz se miraron y se encogieron de hombros mientras eran acompañados por el Saint Regis Hotel. Pasaron por delante de la moderna chimenea rectangular, giraron primero a la izquierda, luego a la derecha, cruzaron unas puertas, siguieron por un pasillo y llegaron por fin a un ascensor semiprivado, al que fueron invitados a entrar.
—Muy bien, éste es el plan —dijo Biz cuando las puertas del ascensor se cerraron a sus espaldas—. Vamos a cenar con el exvicepresidente de Estados Unidos. —Estaba emocionado.
Ev sonrió con satisfacción mientras el ascensor los conducía hacia las plantas superiores del hotel. Iban vestidos con su uniforme habitual: vaqueros, jersey, chaqueta y zapatillas deportivas. El ascensor se detuvo por fin y salieron a un vestíbulo sumido en una relativa penumbra con las paredes pintadas de beis oscuro y el suelo cubierto con una sencilla moqueta de color granate. La iluminación otorgaba al espacio el ambiente de un moderno club nocturno.
—Supongo que es aquí —dijo Biz, llamando con cuidado a la puerta de una suite. Esperaron unos segundos, sin saber muy bien qué hacer a continuación, hasta que oyeron pasos acercándose a la puerta y una profunda voz sureña al otro lado.
—¡Hola, chicos! Pasad —dijo Al Gore en cuanto abrió la puerta, invitándoles a entrar al extravagante apartamento de su propiedad situado en lo alto de uno de los hoteles más lujosos de San Francisco—. ¡Bienvenidos!
—¡Hola, Al! —dijo Biz, estrechándole la mano con fuerza al exvicepresidente, como si se conocieran de toda la vida.
Ev, de modales algo más austeros, estrechó con suma cortesía la mano de Gore y lo saludó de un modo más formal.
—Hola, señor Gore. Encantado de verle.
Era marzo de 2009 y Gore dirigía Current TV, el canal de televisión que había adquirido después del fracaso a medias de su apuesta por la presidencia. Había invitado a Ev y a Biz a cenar en su casa de San Francisco para discutir «cómo podían trabajar conjuntamente Twitter y Current TV».
Mientras Ev y Biz asimilaban el grandioso y sofisticado espacio, Gore les presentó a las otras dos personas presentes, una de las cuales era Joel Hyatt, cofundador de Current TV.
—Permitid que os prepare una copa —vociferó Gore—. Tenemos de todo. ¿Whisky, cerveza, champán? —preguntó, e hizo una pausa, mirándolos, sus ojos ligeramente saltones—. ¿Chupitos? —dijo, seguido de una profunda carcajada vicepresidencial.
Biz nunca se había dejado impresionar por los famosos. Fueran de la categoría que fuesen, para él todos eran igual de importantes y, en la mayoría de los casos, los ricos y famosos le impresionaban menos que la persona que tenía que madrugar a diario y sudar para ganarse el pan.
Pero Al Gore era distinto. Biz estaba ilusionado por poder disfrutar un rato de su compañía. Al igual que Biz, Gore era un apasionado del medioambiente y los animales. Y tenían además otra cosa en común: un profundo sentimiento de desagrado hacia George W. Bush.
La relación entre Current TV y Twitter había empezado a estrecharse en 2008, cuando sumaron fuerzas para crear una versión experimental de los debates presidenciales. La idea, que recibió el nombre de «Hackea el debate», permitía a los usuarios enviar tuits opinando sobre los candidatos presidenciales, que luego Current TV publicaba sobre la programación en directo. A pesar de que las misivas que la gente compartía a través de Twitter aparecían en los principales canales, entre ellos la CNN y el MSNBC, Current TV había concebido una forma completamente nueva de crear televisión interactiva en directo, fusionando casi ambos medios.
Concluidos los debates, y después de que Barack Obama tuiteara su victoria en las elecciones presidenciales de 2008, Gore vio de inmediato lo atractivo de aquella combinación: la gente se reía de Sarah Palin en tiempo real, ridiculizaba declaraciones falsas de ambos candidatos, barriendo siempre para casa. Current TV estaba decidido a desarrollar un vínculo más fuerte con el futuro de los medios de comunicación: Twitter.
Como sucede con la mayoría de políticos de alto nivel, Gore tenía más carisma y encanto que una estrella de Hollywood. Contaba chistes y explicaba dramáticas historias de sus tiempos como vicepresidente. Hablaba sobre cómo había pleiteado por Current con un conglomerado francés tocando un montón de teclas y pidiendo muchos favores.
—Tuvimos que apuntar algunas armas metafóricas contra algunas cabezas metafóricas —dijo Gore, riendo entre dientes.
Y añadió entonces Joel, su socio en el negocio:
—¡Al, las cabezas eran de verdad! —Observación seguida por una estruendosa carcajada.
Se sirvió más vino. Y más. Sin apenas darse cuenta, Ev y Biz estaban emborrachándose en compañía del exvicepresidente de Estados Unidos. Biz observaba, radiante, a Gore y le hablaba como si fueran antiguos compañeros de fatigas en un desvencijado pub de Boston. «Al» esto y «Al» lo otro, seguido de más chistes. Estaba locamente enamorado de Gore. Ev también se lo estaba pasando bien, pero cuando se percató de la excesiva excitación de Biz, decidió evitar lo que sin duda acabaría llegando por parte de Gore y sus ejecutivos.
—Para que todo el mundo lo sepa —dijo Ev, interrumpiendo al grupo—, Biz siempre se emociona mucho y podría acabar proponiendo un plan sobre cómo trabajar conjuntamente, pero quiero dejar claro que es sólo porque está emocionado. —Y entonces, recuperando la sobriedad por un breve instante, añadió—: No vamos a acceder necesariamente a todo.
A aquellas alturas de la vida de Twitter, Ev había pasado ya por varios intentos de adquisición llevados a cabo por famosos que le habían pedido reunirse con él «sólo para hablar» y que habían acabado ofreciéndole un discurso sobre la oportunidad de su vida para tener con quien asociarse, todo ello por el ridículo precio de una parte importante de la propiedad de Twitter.
Los famosos querían participaciones de Twitter a cambio de utilizar el servicio. Había pasado ya con Ashton Kutcher, el actor convertido en empresario, que había invitado a Ev y a Biz a su casa en Los Ángeles para «hablar». Allí, junto a la piscina de casa de Kutcher, en compañía de su esposa, Demi Moore, Kutcher les había hablado sobre la posibilidad de hacerse con parte de la compañía. Sean «Puffy». Combs, el rapero, tambien había intentado negociar con Ev un trato del mismo tipo.
Y en cada ocasión, Ev había respondido educadamente que no a ricos y famosos que nunca recibían un «no» por respuesta. Lo mismo había pasado con consejeros delegados de otras compañías. En el transcurso de una cena en la casa que el multimillonario Bill Gates posee en Seattle, Steve Ballmer, jefe de Microsoft, le dijo a Ev que si algún día quería vender la compañía, Microsoft estaría muy interesada en comprarla. Ev declinó educadamente la oferta de Ballmer.
Ev nunca quiso saber nada de dinero ni de famosos. Y todo se remontaba a su visión de construir algo que proporcionara a la gente del último rincón del mundo —como por ejemplo Clarks, Nebraska— la misma voz que a cualquier otro ciudadano.
Y ahora le había llegado el turno a Al Gore de intentar hacerse con parte de las plumas del pájaro azul.
«Escuchad, chicos», dijo Gore, después de presentar algunas ideas, entre ellas la de crear un equipo conjunto para impulsar una compañía que se llamaría Twitter TV. Sería una especie de fusión entre ambas empresas. Gore explicó que Twitter y Current TV podían construir el futuro de la televisión, que juntos llevarían a Twitter más allá de la base de las pantallas de los televisores y crearían una experiencia completamente interactiva y novedosa en el salón de todos los espectadores.
Gore era un hombre muy convincente. El acuerdo le daría una parte importante de las acciones de Twitter. Ev abrió la boca para rechazar con educación la oferta, pero Biz, borracho, lo interrumpió.
—Al. Al. Creo que tienes toda la razón —dijo Biz arrastrando las palabras—. Pero si tienes razón, y creo que la tienes, ¿por qué tendríamos que limitarnos sólo a ti? ¿Por qué no podríamos hacer eso que dices con todos los canales de televisión?
Gore se detuvo un momento antes de iniciar su apasionada argumentación. Fue persuasiva, pero no lo suficiente para convencer a Ev y a Biz. Ev dijo cortésmente que se lo pensaría. Que lo comentaría en la compañía. Que lo dejaría reposar.
Gore seguía sin darse por vencido incluso terminada la cena. Salió de la cocina con una botella de tequila Patrón y vasos de chupito.
«Me han dicho que esto es buenísimo», comentó con una carcajada. Sirvió los chupitos y acabaron combinando el Patrón del vicepresidente con vino. Ev dijo que lo mejor sería ir tirando.
—Muchas gracias por la cena y por todo —le dijo a Gore—. Seguimos en contacto.
Ev y Biz se dirigieron al ascensor, bajaron al vestíbulo y se sentaron un rato en el bar del hotel, donde bebieron otra copa e intentaron realizar una descompresión después de aquella reunión.
—¡Me cago en la puta! —dijo Biz, cayéndose casi de la silla—. ¡Acabamos de emborracharnos con el tipo que ha estado a punto de ser presidente!
Pero enseguida comprendieron que su respuesta volvería a ser no. Estaban decididos a que Twitter siguiera siendo independiente.
—Tenemos que acabar con estas reuniones con famosos —dijo Ev—. ¡Están empeñados en comprarnos!