Luchar o salir huyendo

Con 2009 a la vista, Jack empezó a pensar qué hacer a partir de entonces. Con la posibilidad de trabajar en Facebook pospuesta indefinidamente, no tenía ni idea de lo que le esperaba. Pero de una cosa estaba seguro: estaba decidido a no seguir los pasos del cofundador que había salido de Twitter antes que él.

Desde su despido, era como si Noah hubiese desaparecido de la faz de la tierra: no se le veía en fiestas, ni en conferencias, ni en bares… y era como si nadie se hubiera percatado de ello.

Antes de desaparecer, y antes de que Jack fuera despedido, Noah había enviado un par de e-mails a Jack preguntándole si podían verse para hablar. Pero Jack nunca le respondió. En aquel momento, tenía cosas más importantes que hacer.

Luego, a finales de 2008, Noah lo intentó con Ev. A pesar de haber sido amigos inseparables, no habían vuelto a hablarse desde South by Southwest, un año antes. Ev accedió a reunirse con él en las nuevas oficinas de Twitter en Bryant Street. Cuando Noah salió del ascensor y cruzó la puerta, entró en una compañía completamente distinta. Pululaban por allí docenas de ingenieros, las paredes estaban decoradas con elegantes pegatinas, y grandes ventanales iluminaban el amplio espacio tipo loft y amortiguaban el sonido de los coches que circulaban por el exterior.

Aquella mañana había mucha gente en reuniones y no quedaban salas libres, de modo que Ev y Noah se instalaron en la zona de sala estar, en dos sofás de color gris, justo donde unas semanas antes Jack había anunciado su éxodo a los empleados. Nadie se paró a saludar a Noah, ya que la mayoría desconocía quién era. Después de las trivialidades de rigor, Noah se lanzó en picado.

—Tengo la sensación de haber sido borrado de un plumazo —le dijo a Ev—. Tuve mucho que ver con la creación de Twitter y me gustaría estar incluido en su historia.

Noah se había sentido repetidamente desairado por los acontecimientos que habían tenido lugar y sentía la necesidad de hablar con los cofundadores. Durante los últimos dos años, había intentado distraer su atención en otras cosas y había intentado crear otras empresas, pero la mayoría de sus ideas, aunque brillantes, se habían quedado en nada debido al pasado. Los obstáculos no eran su falta de cualidades, ni su falta de creatividad o de dinero (había ganado un par de cientos de miles de dólares con la venta de Odeo a Ev); eran que se sentía traicionado por sus amigos y compañeros. Cuando la relación entre Jack y Ev se deterioró, Ev empezó a sentirse mal por lo que había sucedido con Noah, aunque siguió sin contarle que Jack había sido el principal catalizador de su despido. Ev se había ofrecido a darle a Noah un pequeño paquete de acciones de la parte de valores que poseía en la compañía a título personal, un gesto que ayudó a amortiguar el golpe pero que no alteró la tristeza de Noah.

Ev siempre había sido generoso con su dinero. En los primeros tiempos de Twitter, Jeremy había sufrido un robo en su casa de West Oakland; los ladrones forzaron la puerta principal y se llevaron los ordenadores de la familia, documentación importante y las huchas de sus hijos de cuatro y siete años con casi doscientos dólares en monedas. Cuando Ev se enteró de lo sucedido, llamó discretamente a Jeremy, le entregó su tarjeta de crédito personal sin esperar recibir nada a cambio y le dijo que sustituyera todo lo robado.

Ev habría hecho lo mismo por Biz cuando éste andaba falto de dinero, extendiéndole un cheque por valor de cincuenta mil dólares para cubrir los gastos de sus facturas y su hipoteca.

Pero el dinero no bastaba para ayudar a Noah. Cuando Noah se sentó en el sofá para hablar con Ev, Twitter se había convertido prácticamente en partículas del aire que todo el mundo respiraba, lo que para Noah era una sensación agridulce. Era como si hubiese colaborado en la invención del cielo, elegido su paleta de colores y después, eliminado por los demás inventores, fuera incapaz de escapar de ello.

En Silicon Valley, donde a la gente le costaba no hablar de otra cosa que no fuese tecnología, Noah tenía la sensación de que su pasado lo acosaba en cada esquina y en cada conversación. El pequeño logo azul de Twitter aparecía en las pizarras de los bares, las cartas de los restaurantes, los camiones de comida, las conversaciones. Como cualquiera que viviera en la zona, era imposible escapar de él. «¿Estás en Twitter?», le preguntaba cualquier nuevo conocido, desconociendo el papel que había desempeñado en su creación.

—Mira, sé que tuviste un papel muy importante en los inicios —le dijo Ev a Noah en el sofá—, pero ahora la compañía es completamente distinta.

Después de una breve charla sobre el pasado, Noah salió cerrando a sus espaldas la puerta de acceso a las concurridas y prósperas oficinas de Twitter. Y se fue.

Guardó su vida en cajas, envió un último tuit desde San Francisco —«¡Ja! Acabo de comprar un tráiler gigantesco. Intentando comprender cómo conducir al muy jodido. Tengo casa en Venice Beach. Me mudo este fin de semana :-)»— y puso rumbo sur hacia Los Ángeles con las ventanillas bajadas para que entrase en el vehículo un aire nuevo. Escuchó en la radio la misma música que había escuchado dos años atrás durante el viaje a Coachella que había hecho con su mejor amigo, Jack. Pero en este viaje estaba solo. Intentó encontrar consuelo en Twitter, enviando algún mensaje comentando el viaje, pero sólo consiguió sentirse peor. Nadie respondía sus tuits. Su visión original de un producto que le permitiría hablar con sus amigos no tenía sentido si no tenía amigos con los que hablar. En cuanto llegó a las soleadas tierras de Los Ángeles, se instaló en un espacioso almacén próximo a Venice Beach e intentó iniciar una nueva vida.

Durante un tiempo empezó a experimentar una felicidad que hacía mucho que no sentía, pero fue breve. Las historias sobre Twitter empezaban a llenar las páginas de los medios de comunicación tecnológicos y empresariales e impregnaban hasta el último rincón de la cultura. Incluso en la sección de deportes se hablaba de Twitter.

Una mañana de un miércoles del mes de noviembre de 2008, un artículo del New York Times anunciaba que Shaquille O’Neal, el gigantesco baloncestista de dos metros dieciséis de altura, se había registrado en el servicio.

A pesar de que Twitter había contado con cuentas falsas desde sus inicios, aquellas sátiras empezaban a llamar la atención de los famosos de verdad. Durante un tiempo, había deambulado por Twitter un falso Shaquille O’Neal. Y esa cuenta acababa de ser sustituida por la del Shaq de verdad, lo que atraería la atención de más famosos. Y donde estaban los famosos, estaban sus seguidores. Los mismos seguidores que ahora vivían en Venice Beach, en Los Ángeles. Los nuevos vecinos de Noah.

El pajarito azul de Twitter no tardó en hacer su aparición, igual que había sucedido en San Francisco. «Oye, ¿has oído hablar de Twitter?», le preguntaba la gente a Noah en los bares del paseo marítimo de Venice. «¿Por qué tienes tantos seguidores, tío?», le preguntaban en las cafeterías de Abbot Kinney Boulevard.

La prominencia de Twitter en los titulares alcanzó su cúspide durante un acontecimiento que acabó conociéndose como el «Milagro en el Hudson», en el que un Airbus A32 con ciento cincuenta pasajeros a bordo despegó del aeropuerto de La Guardia, en Nueva York, y recibió el impacto de una bandada de aves. Rápidamente apareció en Twitter la fotografía de los pasajeros saliendo del avión hundiéndose en las aguas del río. Capturada por teléfono móvil por un turista que navegaba a bordo de un ferri, de ahí apareció en la web, en las revistas y en los noticiarios de la noche.

Twitter. Twitter. Twitter. Twitter. Twitter.

Noah, incapaz de huir de todo eso, decidió replegarse aún más. Apagó el teléfono, el ordenador y cualquier cosa conectada a internet con la esperanza de que la distancia y el tiempo curaran sus heridas.

A finales de 2008 Jack empezaba a pasar por el mismo proceso que Noah. Pero decidió afrontarlo de un modo completamente distinto. Poco después de ser despedido de Twitter, al igual que Noah, cayó en la depresión. Al igual que Noah, se pateó San Francisco sintiéndose miserable y rabioso de rencor. Y al igual que Noah, dio vueltas y más vueltas preguntándose qué hacer. Pero a partir de ahí, sus caminos discreparon por completo.

A pesar de que Jack había perdido parte de sus acciones con el despido, la junta había acordado una indemnización equivalente a su salario anual de doscientos mil dólares. Jack siempre había sido muy despreocupado en cuestiones de dinero, le entraba por un lado y le salía por el otro, de modo que se propuso vivir la vida y esperar a que se le presentara una oportunidad. Se enamoró de una bailarina de San Francisco, una relación que duró poco. Luego fue a Saint Louis a visitar a su familia y a sus amigos y después viajó a Nueva York para cortarse el pelo, disfrutar de su capuchino favorito y visitar la tienda de Earnest Sewn.

Y entonces, por fin, encontró lo que andaba buscando. En un viaje de regreso de Saint Louis coincidió con su antiguo amigo Jim McKelvey y empezaron a hablar sobre ideas para un nuevo negocio que podían poner juntos en marcha. Jim se ganaba la vida soplando vidrio y creando elaboradas esculturas con ese material (además de pipas) que vendía a tiendas y coleccionistas. Le explicó a Jack que una tarde había tenido que dejar escapar la venta de una escultura de vidrio de gran tamaño porque el cliente no llevaba encima suficiente dinero en efectivo. Empezaron a hablar sobre un producto que permitiera realizar compras de esos importes mediante un teléfono móvil y una tarjeta de crédito y Jack se puso a trabajar en una idea que de entrada llamaron Squirrell y a la que después pondrían el nombre de Square.

Pero Jack tenía además otro proyecto en marcha: la venganza. A diferencia de Noah, que se esforzaba por perdonar y olvidar la traición de sus amigos, Jack iba en dirección contraria, incapaz de apaciguar el rencor que sentía hacia Ev, la junta directiva y, ahora también, Biz.

Jack empezó a obsesionarse por cualquier artículo que apareciera en los medios de comunicación, en los blogs, por cualquier actualización de estado de Twitter. Cada vez que leía un artículo en que Jack Dorsey no aparecía reconocido como creador de Twitter, su presión arterial se alteraba. Cada vez que un famoso enviaba un tuit explicando que estaba visitando las oficinas de Twitter, y él no estaba allí para recibirlo, sus heridas se hacían más profundas.

El ego les había afectado a todos: Noah, Jack, Ev y Biz. Todos se habían regido por el ego. Para Noah, el ego se convirtió en una herramienta para la reflexión, para intentar comprender a quién había perjudicado en el pasado y cómo ser mejor persona en el futuro. En el caso de Jack, tuvo el efecto contrario, llevándole a obsesionarse por quién lo había perjudicado en el pasado y cómo volver a estar en el candelero en el futuro. ¿Y qué mejor manera para alcanzar su objetivo que eclipsando el ego de los demás?

A pesar de que Jack no tenía ni voz ni voto en el funcionamiento diario de la compañía, decidió aceptar cualquier solicitud de la prensa que entrara en el e-mail personal que mantenía en Twitter como miembro silencioso de la junta directiva.

Empezó a reunirse con periodistas y blogueros, y a veces les contaba una historia sobre la invención de Twitter que excluía el papel que habían desempeñado todos los demás en la historia de la compañía. No hacía mención alguna de Noah, Biz, Jeremy, Crystal, Blaine, Florian, Jeremy o Tim. No hacía mención alguna de la gente que estaba presente cuando Twitter emergió como resultado de sesiones de brainstorming en desayunos, comidas, cenas y tiempos de hackers. Y, evidentemente, no hacía mención alguna de Ev.

A pesar de que Jack había tenido el germen de la idea, de que la gente utilizara un servicio para compartir su estado, la idea se habría quedado sólo en eso de no haber sido por Odeo: en una idea. Fue la determinación de Noah de salvar Odeo lo que hizo que el concepto de estado de Jack fuera adoptado por un grupo de gente que reflexionó sobre el mismo durante sus tiempos de hackers y consiguió ejecutarlo. Sin la visión que tuvo Noah de un servicio capaz de conectar a gente que se sintiera sola, y de ponerle un nombre que todo el mundo pudiera recordar, Twitter nunca habría existido. Fue Ev quien insistió en que Twitter girara en torno a «lo que estaba pasando», y sin el apoyo económico de Ev y su fama en Silicon Valley, Twitter jamás habría crecido con la rapidez con que lo hizo. Y, por otro lado, sin la postura ética de Biz de proteger y defender a los usuarios del servicio, Twitter habría sido una compañía muy distinta.

Y por encima de todo, sin la docena de empleados consagrados a Twitter, construyendo y desarrollando nuevas ideas y manteniendo la página con vida, aquella compañía tecnológica habría fracasado como tantas otras.

Pero Jack contaba una historia muy distinta. Había empezado a desarrollar un mito de la creación.