Llamando a mis padres

La semana que Jack Dorsey fue despedido de Twitter empezó más o menos como cualquier otra. El lunes se inició con la rutina habitual de Jack. Se levantó e hizo su inmaculadamente blanca cama. Se duchó. Se vistió con unos vaqueros azul oscuro Earnest Sewn y un jersey negro. Cogió las llaves y la bolsa y salió de casa.

Y en algún momento de la mañana, Jack miró su e-mail y descubrió que durante la noche su bandeja de entrada se había llenado con docenas de mensajes. Uno de ellos destacaba por encima de los demás como las luces de un coche patrulla en una calle oscura. Era de Bijan y Fred, y había sido enviado a las 7.41, hora de la Costa Este. La línea de asunto decía simplemente: «Desayuno miércoles por la mañana».

«¿Por qué estarán Bijan y Fred pidiéndome para quedar para desayunar el miércoles por la mañana? Esta semana no tendrían que estar en San Francisco. ¿Estará al corriente Ev?», se preguntó Jack.

Abrió el e-mail.

«¿Puedes quedar con Fred y conmigo antes de la reunión de la junta? —decía el mensaje de Bijan—. ¿Por qué no quedamos para desayunar el miércoles a las 7.45 en el Clift Hotel? Dime si te va bien». Jack levantó la vista para mirar la hora; eran las 7.15, hora del Pacífico. Fred y Bijan querían reunirse con él justo cuarenta y ocho horas más tarde.

La rutina se interrumpió.

Empezó a sentir ansiedad. Casi de inmediato comprendió que aquello no era buena señal.

Mientras imaginaba mentalmente distintos escenarios, escribió su respuesta. «Me va bien. Nos vemos allí». Pulsó la tecla «Enviar» y el e-mail partió rumbo a las bandejas de entrada de Fred y Bijan.

Pasó el viaje en metro dándole vueltas a la futura reunión. Las ruedas de metal crujían y rechinaban sobre las vías mientras Jack intentaba recrear mentalmente las conversaciones que había mantenido con los miembros de la junta. Miró por la ventanilla, preguntándose por qué Fred y Bijan querrían reunirse con él. Era como uno de esos detectives de ficción de Agatha Christie intentando decodificar una reunión que tendría lugar a dos días vista, siendo su única pista un e-mail de treinta y tres palabras.

Cuando llegó al trabajo, salió del ascensor, entró en las oficinas de Twitter y fue recibido por el familiar aroma a café de filtro que inundaba el vestíbulo. Fue directo a la mesa de Ev, confiando en que por obra de algún milagro, por obra de alguna oscura casualidad, estuviera allí sentado y dispuesto a responder preguntas.

Pero la mesa de Ev estaba vacía. No había más que su silla giratoria, sola. Su ordenador Mac durmiendo plácidamente.

Por la tarde, la ansiedad de Jack seguía implacable, de modo que decidió escribirle un e-mail a Ev pidiéndole algunas respuestas. Pulsó la tecla «Enviar» y esperó. Esperó una contestación. Una llamada telefónica. Un mensaje de texto. Que Ev apareciera en su sitio y le explicara qué pasaba.

Ev nunca respondió.

La mano de Fred abarcó toda su cara después de que se frotara los ojos, intentando moderar el tremendo cansancio que lo consumía. Era martes por la mañana y estaba agotado después del vuelo de seis horas desde Nueva York. Además, empezaba a impacientarse, puesto que la conversación parecía haber llegado a un punto muerto.

Bijan empezó a hablar de nuevo mientras Ev deambulaba de un lado a otro del salón de su casa, sus pies rozando la mullida alfombra blanca y el suelo de madera oscura. La librería, repleta de libros de marketing, gestión y negocios, parecía estar vigilándolos. Seguramente alguno de aquellos libros hablaría del tema que les ocupaba: despedir a un consejero delegado.

Los tres llevaban un buen rato hablando, una vuelta de tuerca más a las conversaciones que habían mantenido a lo largo de los últimos meses.

—¿Y si se va a Facebook? —había preguntado Bijan en más de una ocasión—. Tenemos que hacer algo para asegurarnos de que eso no ocurra. Sería fatal para Twitter que su fundador se largara a Facebook.

—No se irá a Facebook. —Fred se echó a reír, mirando en dirección a Bijan, la mano en su habitual lugar de descanso, su barbilla—. Me imagino que debe de estar locamente enamorado de Zuck, pero no se irá a trabajar allí.

—¡Podría hacerlo! —dijo Bijan, y argumentó que la junta debería nombrar a Jack director de producto o presidente o cualquier otro cargo importante en Twitter cuando dejara su actual puesto, para garantizar que no se marchara a cualquier competidor.

Pero eso tampoco era una opción. Cuando le concedieron el indulto de tres meses, Jack se había mostrado vehemente y afirmado que, si la cosa no funcionaba, nunca trabajaría para Ev.

La mañana siguió avanzando y Ev cogió el teléfono y empezó a deambular de un lado a otro, mirando el aparato cada pocos minutos para ver si alguno de sus confidentes, como Chris Sacca, uno de los inversores de Twitter, o alguno de sus amigos de confianza le había llamado para darle consejo sobre el tema.

—No pienso concederle ningún puto asiento en la junta —espetó Ev—. No tiene ni idea de lo que se hace.

Hubo entonces una discusión en torno a si se limitaban a echarlo y zanjar con ello el asunto.

Pero como Ev sabía muy bien, Biz, Crystal y los demás empleados que disfrutaban trabajando con Jack se lo tomarían muy mal. Si Biz se enteraba algún día de la discusión que estaban manteniendo, les recordó a ambos, se pondría hecho una fiera y amenazaría con largarse. Biz tenía que permanecer en la compañía, costase lo que costase, les dijo Ev. Perder dos de los tres cofundadores sería un desastre.

La discusión se prolongó una hora más. Siguieron dando vueltas y más vueltas al proverbial tiovivo. Y luego, finalmente, la decisión. El plan. La ejecución.

El miércoles llegó rápidamente. Jack se despertó cansado y ansioso. Cuando bajó del metro en Tenderloin, se sentía agotado. Subió cabizbajo la escalera para salir de la estación y se encaminó al Clift Hotel. A pesar de ser muy temprano, había vagabundos por todas partes, recién salidos de los centros de reinserción social. Las prostitutas —un remanente de lo que antiguamente era la noche en el Tenderloin— deambulaban sin importarles lo que pasara en el mundo. Cuando Jack llegó al hotel, el conserje le abrió la gran puerta de cristal y repitió su saludo matutino a los huéspedes:

—Buenos días, señor.

No, para Jack no era un buen día.

Los sonidos y olores del hotel le recordaron al instante la última vez que había estado allí. Un año antes, cuando Twitter no era más que un polluelo recién nacido, había pasado dos noches en el Clift. Una escapada en su propia ciudad. Disfrutando de vino y cenas en el hotel. También había trabajado, puesto que había pasado toda una tarde escribiendo el código que conectaría el nombre de los usuarios mediante el ahora famoso símbolo @.

Se abrió la puerta del Clift, entró y buscó con la mirada a Fred y Bijan.

En el momento en que Jack salió del metro, Goldman se encontraba al otro lado de la ciudad, tomando su café matutino, y notó que el teléfono le vibraba en el interior del bolsillo. Miró la pantalla y se sintió confuso. Era un mensaje de texto de Ev en el que le pedía que se reuniera con él en su apartamento en Fourth Street en una hora. Greg recibió el mismo mensaje. También Biz. Así como Abdur Chowdhury, que se había incorporado a Twitter tras la compra de Summize. Todos pensaron lo mismo: «Una reunión. A estas horas de la mañana. En casa de Ev. No puede ser nada bueno».

Llegaron todos por separado, llamaron al interfono, subieron en ascensor y entraron en casa de Ev. Los ejecutivos de Twitter tomaron asiento alrededor de la mesa de la cocina, se sirvieron café y esperaron a averiguar qué hacían allí a aquella temprana hora de la mañana.

—Y bien, Ev, ¿piensas contarnos de qué va esto? —preguntó Biz cuando todo el mundo estuvo instalado.

Goldman levantó la vista y empujó sus gafas por encima del puente de la nariz. Todos se habían dado cuenta de que Ev estaba inquieto. Y eso no era buena señal. Como algunos sabían, que Ev estuviera inquieto significaba que alguien iba a ser despedido.

Ev bajó la vista hacia la mesa sintiendo la presión de las miradas de todos. Cruzó los brazos, respiró hondo y empezó a hablar.

Jack pasó junto a la enorme chimenea encendida del vestíbulo del Clift Hotel. Vislumbró a Fred y a Bijan sentados al fondo del restaurante Velvet Room. Estaban en un pequeño reservado de forma circular, sus respectivas espaldas apoyadas en cuero marrón oscuro. Colgaba del techo una lámpara con siete bombillas, su luz envolviéndolos.

—Hola, Jack —dijo Fred, indicándole una silla de color negro que había en un extremo del reservado—. Toma asiento.

Fred estaba rematando los huevos de su plato. Se veía que les habían rellenado las tazas de café más de una vez. Era evidente que se habían reunido antes de la reunión. Bijan tenía un aspecto más solemne y frunció los labios al mover la cabeza en dirección a Jack y decir, casi en un susurro:

—Hola, colega.

Jack se sentó, las manos cerradas con fuerza debajo de la mesa. Y en un murmullo casi de tristeza, preguntó:

—¿Qué tal va todo?

Fred iba a tomar la palabra —nadie pensaba andarse con rodeos—, pero la camarera lo interrumpió.

—¿Café? —preguntó con una sonrisa. El estómago de Jack, que daba vueltas como una lavadora, no era capaz de digerir ni una manzanilla, y mucho menos café.

—No, gracias. Tomaré un yogur, por favor.

En cuanto la camarera dio media vuelta, Fred dejó caer la guillotina.

—Vamos a nombrar consejero delegado a Ev —dijo, sujetando el tenedor con fuerza—. Tú tendrás un papel pasivo como presidente y un asiento silencioso en la junta. Tenemos documentación para ti y un abogado que recomendarte.

Jack se sintió como si acabaran de pegarle en la cara con un bate de béisbol.

—Repite eso que acabas de decir —le dijo tartamudeando a Fred, creyendo haber oído mal.

Fred se lo repitió casi al pie de la letra:

—Vamos a nombrar consejero delegado a Ev. Tú tendrás un papel pasivo como presidente. Tendrás un asiento silencioso en la junta. Aquí está la documentación. Llama a un abogado.

Le explicaron que el título de presidente era más honorario que funcional. Que su asiento en la junta no sería en absoluto un asiento en la junta. Que sería «silencioso», lo que significaba que pertenecería a Ev, quien ostentaría el derecho a voto de Jack. Jack pasaría a ser la mascota de la compañía, incapacitado para tomar más decisiones respecto a Twitter. Pasivo. Silencioso. Ev, en comparación, era el accionista mayoritario de Twitter, con cuatro veces más acciones que Jack, y ocuparía dos asientos en la junta directiva.

Casi en aquel mismo momento, Ev comunicaba el mismo guion mental a los ejecutivos de Twitter reunidos en torno a la mesa de la cocina de su casa.

—Jack está fuera —dijo.

»Se ha reunido la junta. Es la decisión final. Quieren que yo asuma el cargo de consejero delegado y Jack seguirá siendo presidente —prosiguió—. La junta se lo está comunicando ahora. Hoy será su último día.

Todos miraron conmocionados a Ev, que continuó hablando, explicándoles el porqué de la decisión tomada por la junta.

Jack miró a Fred, sin saber muy bien qué decir, y Bijan tomó entonces la palabra.

—Sabes que eres bueno —dijo Bijan, mirando a Jack con calma. Era evidente que su papel era el de policía bueno, mientras que Fred era el policía malo—. Eres el fundador de una compañía y creemos realmente en tu visión, por eso queremos que sigas aquí.

Fred lo interrumpió.

—El cambio es efectivo de inmediato, Jack; tiene que ser así.

Jack comprendió que aquello no era como una negociación con rehenes; que eso era todo.

—¿Qué? ¿Cuándo ha sido todo eso? —preguntó Biz, enfadado—. Vamos. ¿Qué mierda es ésa? ¿Qué ha pasado?

Ev intentó apaciguarlo, diciéndole que no era del todo su decisión, que la junta había estado presionando por nombrar un nuevo líder y que tenía que ser él o un consejero delegado de fuera. Que Ev había incluso estado buscando un sustituto, que había entrevistado a varios candidatos externos, pero que al final era su nombre el que más sentido tenía. Reiteró que poseía experiencia dirigiendo una compañía y añadió que el trabajo de la gente sentada en torno a la mesa de su cocina iba a ser comunicárselo a los empleados y asegurarse de que la moral seguía manteniéndose sólida a lo largo de una transición que iba a ser muy rápida.

Jack se balanceó ligeramente en su silla, la mirada fija en el yogur sin tocar.

—Has hecho cosas asombrosas para la empresa —dijo Bijan—. Pero la página sigue cayéndose, y las facturas de los SMS, y la verdad…, la verdad es que no podemos esperar más.

—¿Y qué pasa con lo de los tres meses? —le interrumpió Jack, la rabia apoderándose de su voz. Sus palabras empezaban a sonar vacías—. Vamos como una moto y se acercan las elecciones y…

Bijan y Fred continuaron hablando según el guion que tenían escrito, sin tener en cuenta para nada lo que Jack pudiera decir. Le explicaron que no recibiría la totalidad de sus opciones de compra de acciones, que no tendría todo el derecho a las mismas, que ellos se quedarían una parte. Pero que siendo como era una persona de su agrado, estaba recibiendo más de lo que se merecía.

—Pero ¿y mis tres meses? —insistió Jack—. Dijisteis que…

—Está hecho, Jack —dijo Fred, como queriendo disculparse.

—Todavía no podéis contárselo a nadie —dijo Ev al grupo cuando empezó a recibir un aluvión de preguntas. Goldman protestó enseguida. Pensaba contárselo a Crystal, con quien había empezado ya a convivir—. ¡No, no puedes! —El tono de voz de Ev empezaba a adquirir gravedad—. Comprendo que sea tu novia, y que esté muy unida a Jack, pero los empleados no pueden enterarse de nada de todo esto antes de que se lo comuniquemos. Sería un caos de mil pares de cojones.

—¿Estás insinuando que tengo que mentirle a mi novia? —cuestionó Goldman con un matiz de rabia y sarcasmo en la voz.

—Sí. Tienes que aprender a separar los negocios de las relaciones —replicó Ev. Fue uno de los escasos momentos en que Goldman lo aborreció. Y cuando estaba a punto de responder, Biz los interrumpió a los dos.

—¿Has hablado con Jack?

—No —dijo Ev, y repitió lo que había dicho antes—. La junta está ahora con él.

Jack estaba presa del pánico delante del Clift Hotel. Examinó los documentos que tenía en la mano. Ciertas palabras le llamaban la atención. Cifras. Porcentajes. Símbolos de dólar. Todo inferior a lo que tenía que ser. Buscó el teléfono en el bolsillo y localizó frenéticamente el número de Greg Kidd.

Kidd era una de las pocas personas de confianza de Jack en San Francisco. Y desde hacía unos minutos, era posible que fuera la única persona de confianza de Jack en San Francisco. Habían trabajado juntos en el pasado, y a pesar de que el negocio que ambos habían emprendido había acabado casi con derramamiento de sangre, Kidd siempre había estado allí para ayudar a Jack.

En 2005, después de que Jack pasara una semana en Burning Man, pateándose Black Rock City y bailando borracho hasta el amanecer al ritmo de la música tecno, se había plantado en casa de Kidd, en Berkeley, sin trabajo y sin techo. Por aquel entonces era otro Jack, con rastas teñidas de color azul y ropa mugrienta. Pero Kidd lo había aceptado y le había permitido instalarse en la pequeña casita para huéspedes del jardín de atrás. Le había dado además trabajo como canguro de su hijo recién nacido. Un canguro con rastas azules y un aro en la nariz en pleno Berkeley. Encajaba a la perfección.

—Greg, me han despedido —le dijo, frenético—. Se han quedado con mis acciones y me han despedido. Han nombrado a Ev consejero delegado y…

—Relájate un momento, haz el favor. Tranquilízate —dijo Kidd, interrumpiéndolo—. ¿Qué ha pasado?

Jack le explicó la conversación, lo que le habían dicho Fred y Bijan, que técnicamente había dejado de trabajar en Twitter. Después de escucharlo unos minutos, Kidd le dijo que, en su opinión, poco podía hacer.

—Ev es propietario de la mayoría de Twitter; tú no —dijo—. Tendrías que llamar a ese abogado.

Ev cerró la puerta a sus espaldas tras salir del apartamento. Goldman estaba muy enfadado. Biz también. Greg y Abdur, que eran más empleados de la compañía que amigos de Jack, parecían casi aliviados.

Se encaminaron todos juntos hacia la oficina.

Jack colgó el teléfono después de haber hablado con Kidd y empezó a caminar rápido. No sabía dónde ir. No podía volver a la oficina. Bajó a toda velocidad Geary Street, luego giró a derecha e izquierda y en poco rato había andado casi dos kilómetros. Estaba frenético cuando se detuvo delante de One Embarcadero, un gigantesco edificio de hormigón cerca del océano, el mismo lugar donde Noah había estado paseando en bicicleta cuando dos años antes también fue expulsado de la compañía. Expulsado por Jack, que le había dado a Ev un ultimátum: «O Noah o yo».

Ahora le había llegado el turno a Jack. Se sentó en los peldaños de cemento mientras la gente pasaba por su lado con traje y tacones, camino del trabajo. Superado por las emociones, le empezó a escocer la garganta. Rompió a llorar. Hundió la cabeza entre las manos y sollozó sin parar en aquella escalera. Solo.

Ev abrió la puerta y entró en la oficina, seguido por Goldman, Biz, Abdur y Greg. Rebecca, la secretaria de Jack, corrió hacia ellos y les preguntó dónde estaba Jack. Después de una breve pausa, Biz tomó la palabra.

—Hemos tenido una reunión de directivos fuera de las oficinas y Jack estará ausente durante varias reuniones más —dijo.

Miró entonces a Ev y dijo:

—¿Tienes un segundo? —Entraron en la sala de reuniones que había junto a la cocina y cerraron la puerta.

—Mira. Comprendo que es lo mejor para la compañía. Sólo que me habría gustado enterarme antes —dijo Biz. Ev se quedó escuchándolo, coincidiendo con él e intentando explicarle su situación con la junta y los aspectos legales de la transición. Permanecieron un rato en silencio. Biz suspiró y finalmente dijo—: Creo que tendría que ir a hablar con Jack, ¿no te parece?

—Sí. Me parece buena idea —replicó Ev—. Mañana tendrá que venir a la oficina a decírselo a todo el mundo, de manera que debemos asegurarnos de que sabe qué decir.

Biz sacó el teléfono del bolsillo y le envió un mensaje a Jack.

El teléfono de Jack llevaba toda la mañana sonando. Su secretaria estaba intentando localizarlo. Mensajes de texto, e-mails, llamadas perdidas. No respondió a nada. ¿Qué decir? ¿«Hoy no voy a venir; me han despedido»?

De pronto apareció un mensaje de Biz, diciéndole que tenían que hablar. Quedaron en verse en el Samovar Tea Lounge, en Yerba Buena Gardens, cerca de las oficinas de Twitter. Los dos habían pasado horas y comidas interminables allí, hablando sobre Twitter y otros proyectos en los que querían acabar colaborando algún día. Jack bebía su té favorito, masala chai, y se pasaba el rato riendo con los chistes de Biz.

Pero aquella mañana no habría chistes. Ni masala chai.

Los dos se sentaron fuera, en un banco, contemplando la ciudad. Había despejado y Biz, forzado por la luminosidad, frunció el entrecejo para mirar a Jack. Vio que tenía los ojos rojos e hinchados.

—Es evidente que te has enterado —dijo Jack.

—Sí, nos lo ha dicho Ev esta mañana —confirmó en voz baja Biz—. Pero aún no vamos a comunicárselo al resto de la compañía.

—¿Qué crees que debo hacer?

—Creo que deberías venir, hablar con Ev y juntos pensar qué comunicar a todo el mundo.

Comentaron la discusión en el Clift Hotel y Jack le contó a Biz que sabía que Ev estaba detrás de todo el asunto. Era un golpe de estado de Ev, no de la junta directiva.

—Eso no lo sabes —observó Biz.

Igual que un viento que cambia de dirección, Biz notó que el tono y la conducta de Jack pasaban del dolor y la tristeza a la rabia y el espíritu de venganza cuando dijo a continuación:

—¡Pienso ir y contarle a toda la compañía lo que ha pasado! Pienso decirles que Ev me ha jodido y me echa de Twitter porque quiere controlarlo todo. Pienso contárselo todo.

—¡No! Eso no puedes hacerlo. Piensa en Twitter y en la gente que trabaja ahí —dijo Biz, intuyendo el pánico en la voz de Jack—. No es sólo un tema de Ev y tú. Es mucho más grande que eso.

Biz sugirió dar un paseo para enfriar los ánimos, confiando en poder tranquilizar un poco a Jack. Dieron varias vueltas a la manzana y acordaron que Jack se pasaría a media tarde por la oficina para hablar con Ev.

Había ya oscurecido cuando Jack se sentó a esperar en la sala de reuniones de Twitter. Estaba agotado después de todo el día. Ted, el abogado de la compañía, le había explicado que todo se había hecho según lo reglamentario. Ev era el accionista mayoritario. Jack no.

Llevaba ya veinte minutos allí sentado. Y su enfado iba en aumento. Biz estaba en su mesa, redactando el artículo que se publicaría al día siguiente en el blog de la compañía anunciado que Jack dejaba Twitter. «Os presentamos, de nuevo, a nuestros consejero delegado y presidente», llevaría por título. Elogiaría a Jack por su «ingenioso minimalismo y simplicidad, combinados con una gran visión y ambición». Y diría que Jack y Ev habían decidido hacer el cambio de roles. Que era lo mejor para la compañía. «Hemos estudiado en profundidad el camino que tenemos por delante y visto la necesidad de trabajar con la estrategia focalizada en un único líder», diría el artículo del blog.

Pero no era el único líder focalizado que hubiera querido Jack.

Mientras Biz redactaba un e-mail dirigido a los empleados en el que los convocaba a una reunión al día siguiente por la mañana, se abrió la puerta de la sala de reuniones en la que Jack llevaba tanto rato esperando y Ev hizo finalmente su entrada.

—¡Qué cojones es esto! —gritó Jack, pronunciando la palabrota como si fuera lo último que fuera a decir en su vida. La adrenalina corría acelerada por su cuerpo.

—Lo siento. Estas cosas nunca son fáciles —dijo con calma Ev. Debía de haber despedido ya a una docena de personas, pero nunca a un consejero delegado.

—No. No son jodidamente fáciles cuando trabajas a espaldas de alguien para echarlo de su propia compañía —replicó Jack—. Tuviste la oportunidad de decirme qué querías exactamente de mí, para decirme exactamente qué querías que hiciera…, ¡pero me la has clavado por la espalda!

Ev permaneció en silencio.

—Y no creo que esté bien, ni que sea justo, que me quites las acciones —prosiguió Jack—. Esta compañía también es mía; no puedes quitarme mis acciones.

—No estamos quitándote las acciones; aún no son tuyas del todo —dijo Ev—. Llevas sólo dos años como empleado a tiempo completo y tus acciones no están conferidas del todo, de manera que no, no te estamos quitando nada. De hecho, estamos dándote más de lo que te mereces.

Jack se echó a reír como un maniaco.

—¿Que estáis dándome más de lo que me merezco? Por favor. Estáis jodiéndome y lo sabes.

Ev intentó explicarle de nuevo el plazo de posesión completa de las acciones, pero Jack lo interrumpió.

—¡Esta compañía es mía! —dijo, dando un puñetazo sobre la mesa—. He puesto en ella mucho más que tú.

Después de dejar que Jack despotricara un rato, Ev le replicó con calma:

—No es tu compañía. Ya está hecho.

A la mañana del día siguiente, viernes, los empleados de Twitter entraron y corrieron a instalarse en la sala de actos, sin tener ni idea sobre qué versaría el anuncio. Algunos tomaron asiento en los sofás grises de la sala, que estaba concebida para que pareciera la sala de estar de una casa. En una de las paredes había un gigantesco televisor de pantalla plana. Los demás cogieron sillas blancas de la oficina. La compañía seguía siendo pequeña, menos de treinta personas entre empleados y colaboradores.

Ev estaba claramente malhumorado junto a Biz, cuyo rostro era un reflejo de la preocupación que sentía. Ev estaba cabizbajo, moviendo los pies de un lado a otro sobre el suelo de hormigón, inquieto, como si intentara despegar un trozo de chicle que en realidad no estaba allí. Los presentes intuyeron de inmediato que algo iba mal.

Jack llegó pasados unos minutos y se situó frente a los empleados dispuesto a ofrecer su breve discurso. Le temblaban las manos y el corazón le latía con fuerza. Todo el mundo se dio cuenta de que estaba nervioso.

—La junta directiva ha decidido —dijo, e hizo una pausa—. Y yo estoy de acuerdo con ellos. —Otra pausa—. Voy a dejar mi cargo como consejero delegado. —La última pausa—. Ev me sustituirá.

Los empleados se quedaron pasmados ante lo que acababan de escuchar. Jack siguió hablando sobre lo mucho que los echaría a todos de menos. Y por vez primera relató una historia que luego repetiría durante años: que seguiría allí, como «presidente ejecutivo», implicado en un papel más relevante en Twitter. No explicó que su título de presidente era una farsa y que no significaba nada. Que estaba completamente fuera de la compañía que había cofundado. Que había sido despedido.

Cuando hubo terminado, se retiró, pasando junto a Ev, a quien le correspondió entonces el turno de situarse en el centro de la sala y saludar a los empleados. Ni se miraron a los ojos.

—Sé que algunos tenéis la sensación de que esta compañía ha funcionado a veces como un monstruo con dos cabezas —dijo Ev, también inquieto y ansioso—. Que no sabíais muy bien a quién acudir con vuestras preguntas o quién era el responsable del tema.

Continuó diciendo que la decisión era lo mejor para la compañía, que Jack y él estaban de acuerdo en ello. Luego habló también Biz, intentando calmar cualquier preocupación que los empleados tuvieran.

En el fondo, había empleados que estaban eufóricos. Aunque nunca se lo dirían a Jack, sabían que el puesto le iba grande, y que hacía mucho tiempo que le iba grande. Y creían que Ev, que había dirigido y vendido Blogger, proporcionaría un liderazgo mejor a la inestable empresa de nueva creación.

Pero hubo dos personas que se quedaron destrozadas: Jeremy y Crystal. Cuando Ev dio por terminado su sermón, Jack se reunió en la cocina con ellos. Crystal estaba llorando. Después de que Noah se marchara un par de años atrás, había desaparecido por completo como amigo. Le preocupaba que con Jack fuera a suceder lo mismo.

Jeremy, que no era de llorar, estaba en el mismo estado. En parte se alegraba de que Ev cogiese el timón, pero le frustraba que Jack dejara de trabajar en la compañía. Se abrazaron y Jack notó que se le llenaban los ojos de lágrimas. Luchó para reprimirlas. No podía llorar delante de sus empleados. Los exconsejeros delegados no hacían esas cosas.

Cuando Ev y Biz terminaron sus discursos, comunicaron que se publicaría un artículo en el blog de la compañía para anunciar los cambios y ordenaron a los empleados no hablar con la prensa ni enviar tuits al respecto.

Ev entró en la cocina, donde Crystal y Jeremy seguían hablando con Jack, y le indicó a Jeremy que se acercara.

—Necesito que vengas y desactives todas las cuentas de Rebecca —le ordenó. Jeremy se quedó sorprendido—. Y necesito que lo hagas ya. Desactiva su e-mail, sus claves de acceso y su ordenador —insistió Ev—. Y le comunicó entonces que Rebecca también había sido despedida.

Jack miró a Ev y a Jeremy, que seguían hablando junto a la puerta de la cocina.

—Enseguida vuelvo —le dijo a Crystal—. Tengo que hacer un par de llamadas antes de que el anuncio salga publicado en el blog.

Jack salió de la cocina y miró de soslayo el reloj plateado y blanco colgado de la pared. Eran las 11.59. Sacó el teléfono móvil del bolsillo, abrió la aplicación de Twitter y tuiteó: «Llamando a mis padres».

Su madre se echó a llorar cuando su hijo le comunicó por teléfono que se marchaba. Pero Jack consiguió convencer a sus progenitores de que era por decisión propia, de que había accedido porque era lo mejor para la compañía. Y colgó.

En comparación con la siguiente llamada, hablar con sus padres había sido pan comido.

Se volvió para comprobar que no pudiera oírle nadie. Consultó la agenda, repasó los nombres que empezaban con la letra J, luego con la K, después con la L y llegó por fin al nombre que estaba buscando: Mark Zuckerberg, consejero delegado de Facebook. Miró de nuevo por encima del hombro y vio que Crystal, Ev y algunos más seguían hablando en la cocina. Volvió de nuevo el teléfono y marcó el número que aparecía junto al nombre de Mark Zuckerberg.