Joder joder joder…

Los dedos de Bijan se desplazaban sobre el teclado con un movimiento repetitivo. Tecleaba sin parar, una sola palabra, como un loro afectado por el síndrome de Tourette. «Joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder». Luego pulsó la tecla «enviar» y catapultó esas palabras en un e-mail directo a la bandeja de entrada de Fred Wilson. Nada más, sólo la palabra «joder», dieciocho veces.

No añadió nada más al mensaje. No eran necesarias más explicaciones. Fred sabía exactamente lo que acababa de pasar.

Bijan enterró la cabeza entre ambas manos, cerró los ojos y repitió para sus adentros la palabra una última vez. «¡Joder!».

En el transcurso de la ronda de financiación de dieciocho millones de dólares que había tenido lugar en junio de 2008, la compañía de Bijan, Spark Capital, había invertido catorce millones, mientras que Jeff Bezos de Amazon y Fred Wilson habían invertido la práctica totalidad de los cuatro millones restantes (junto con varios inversores ángel). La gran suma invertida por la compañía de Bijan le había garantizado un asiento en la junta directiva de Twitter, junto con Fred Wilson. Durante los dos meses siguientes a la ronda, Bijan había empezado a consolidarse en el seno de la compañía, había asistido a varias reuniones y había levantado la mano en la votación para la aprobación de diversas infraestructuras críticas. Y aquí estaba ahora, lamentándose de mala manera.

Permaneció sentado un momento más, tratando de razonar si podía, de algún modo, de alguna manera, de cualquier manera, eliminar el e-mail que había enviado erróneamente a Jack hacía unos minutos. Era imposible, lo sabía. Resucitar a los muertos o eliminar un e-mail que ha viajado a ciento treinta y cinco mil kilómetros por segundo de Boston a San Francisco era imposible.

Después de dedicar unos segundos a intentar calcular lo incalculable, Bijan se enderezó en su silla y se puso a teclear como un loco un nuevo e-mail.

Para: Jack. «Llámame, por favor, cuando recibas este mensaje —escribió, dándole a entender que quería aclarar su anterior e-mail—. Fuera de contexto, todo esto podría parecer realmente confuso».

Todo había empezado en julio de 2008, cuando Twitter adquirió su primera compañía, Summize, que utilizaba herramientas de terceros que permitían realizar búsquedas de los tuits públicos de los usuarios. La gente se había aficionado a ello con la misma rapidez con que se había aficionado a Twitter. En muy poco tiempo, había tanto público utilizando Summize que Twitter estaba compitiendo con la compañía en cuanto a número de visualización de páginas. Pero en lugar de matarla, Twitter decidió adquirir Summize y su pequeño equipo de ingenieros tremendamente competentes.

La venta había sido relativamente indolora. La negociación inicial entre Fred y John Borthwick, un inversor que ocupaba un asiento en la junta directiva de Summize, se había producido estando ambos codo con codo en los lavabos de hombres de un local.

—¿Por qué no unimos las compañías y damos por terminado el asunto? —había dicho John, mirando de soslayo a Fred, un tintineo emanando de sus respectivos urinarios.

Fred se había mostrado de acuerdo. Después de un par de reuniones cara a cara (no en unos lavabos, por suerte) el trato quedó cerrado.

Julio había sido un mes ajetreado, puesto que Twitter se había mudado a una nueva sede: un espacio elegante, moderno, tipo loft, con muchas ventanas y espacio para seguir creciendo. Entre las características divertidas que habían incorporado a las oficinas (una sala de estar con sofá y videojuegos, una cabina telefónica de color rojo y una cocina completamente equipada con cereales y otros tentempiés), Jack había sugerido instalar una sala dedicada a Radiohead.

—¡Así podré poner Radiohead las veinticuatro horas del día! —había dicho, excitado, al sugerir la idea.

Después de cerrar todo el papeleo con Summize y repartido las ganancias en forma de acciones de Twitter como parte de la venta, Jack habló por teléfono con Greg Pass, el ingeniero que dirigía la parte técnica de Summize.

—Oye, mira, hemos estado pensando que, ya que tenemos ausencia de liderazgo en el equipo de ingenieros, tú podrías dirigirlo —dijo Jack.

Greg se quedó un instante en silencio, procesando lo que Jack acababa de decirle, comprendiendo de inmediato que algo debía de andar mal en Twitter, ya que acababa de oír al consejero delegado articular las palabras «ausencia de liderazgo» en el equipo de ingenieros.

—Hum, de acuerdo —replicó Greg, pero antes de poderle preguntar a Jack a qué se refería exactamente, se vio interrumpido.

—Y —dijo Jack— ¿qué te parecería también dirigir la parte de operaciones?

La parte de operaciones de la compañía significaba dirigir también el desastre a gran escala de los servidores de Twitter.

—Hum, no tengo experiencia en dirección de operaciones —respondió Greg.

—Aquí no hay nadie capaz de dirigirla mejor que tú —replicó Jack con despreocupación.

Cuando colgó el teléfono, Greg estaba en estado de shock. Y no era el único. Jack envió acto seguido un e-mail a toda la compañía anunciando que se produciría un cambio de directivos, que Greg sería el director de operaciones, u «ops», y supervisaría a todos los ingenieros. (Jack tenía pensado concentrar su tiempo en el desarrollo de producto). Cuando el mensaje llegó a la bandeja de entrada de Ev, éste se quedó blanco.

—¿Piensas poner a alguien como responsable de ingeniería y operaciones de toda la compañía sin discutirlo antes conmigo o con la junta? —le dijo Ev a Jack, completamente frustrado.

Fue la gota que colmó el vaso de Ev. Pero también el de Fred y el de Bijan. Y en el transcurso de diversas llamadas y reuniones secretas, decidieron que había llegado el momento de comprender qué pasaba dentro de Twitter.

Fred y Bijan, los dos inversores de la junta directiva de Twitter, viajaron a San Francisco desde Nueva York y Boston, respectivamente, en un vuelo nocturno. Concertaron reuniones con Goldman, Biz y Jeremy. ¿Para qué?

—Oh, sólo para hablar. Queremos saber qué pensáis sobre cómo están las cosas en Twitter —dijeron.

Y era verdad, aunque sólo en parte. Porque en realidad, Fred y Bijan querían echar a Jack. También Ev. El principal objetivo de aquellas reuniones era comprender qué opinarían los empleados de un gesto como aquél. Los miembros con más solera del personal de Twitter no necesitaron mucho convencimiento.

Uno a uno, Goldman, Biz y Jeremy fueron invitados a salir de las oficinas de Twitter para ir a tomar un café y ser delicadamente interrogados. Y a continuación, se les comunicó que Fred y Bijan, con el total apoyo de Ev, iban a degradar a Jack, retirándole el cargo de consejero delegado.

—¿Qué opináis? —preguntaron, aun cuando la decisión ya estaba prácticamente tomada.

Bijan y Fred descubrieron enseguida que Jack había sido también un incompetente con las finanzas de la compañía. Pese a que los beneficios seguían siendo cero, los gastos eran más bien lo contrario, puesto que los costes de los servidores, las facturas de los mensajes de texto y las nóminas iban en aumento. Jack, que había estado gestionando las cuentas desde su ordenador portátil, había errado en los cálculos. Cuando Ev se enteró, le pidió a su amigo y experto emprendedor, Bryan Mason, que se reuniera con Jack para que le enseñara a llevar los libros de cuentas de la compañía. Pero Bryan pasó la totalidad de la reunión con una pizarra y un rotulador explicándole a Jack los conceptos más básicos de la contabilidad.

Cuando Bijan y Fred se reunieron con los ingenieros, no hicieron más que oír quejas sobre Jack.

«Ingeniería y operaciones son un desastre», confirmaron todos. «Es un gran tipo. Un gran amigo. Un jefe divertido. Pero anda completamente perdido», anunció otro. «Es como si un jardinero hubiese llegado a presidente». «No sé quién manda aquí. Ev presenta el producto y la visión de lo que hacemos y Jack se limita a sentarse en un rincón y tomar apuntes».

Los miembros de la junta sabían que tenían que encontrar un nuevo papel para Jack o echarlo de inmediato.

Todo estaba decidido; todo estaba a punto de pasar. Pero el plan se detuvo de un frenazo.

—¡Me largaré! —dijo Biz a Fred y Bijan, cruzándose de brazos y recostándose en su asiento como un niño petulante—. ¿Debería estar Jack dirigiendo Twitter? Seguramente no —reconoció Biz, pero creía que echar a Jack partiría Twitter en dos. A pesar de que, de haber podido elegir, la mayoría de empleados se habría puesto del lado de Ev en el tira y afloja, y a pesar de que Jack no estaba en absoluto a la altura del papel de consejero delegado, había empleados de Twitter, entre ellos Biz, que seguían queriéndolo—. Lo digo muy en serio. Si despedís a Jack, me largo.

Era un farol, pero funcionó. Fred y Bijan sabían que no podían permitirse perder a Biz, sobre todo si echaban además a Jack. Con el tiempo, el papel de Biz como cofundador había ido desarrollándose y en la actualidad tenía dos funciones principales en Twitter. En primer lugar, se había convertido en la cara pública de la compañía. Dada la postura pública rara y silenciosa de Jack y Ev, Biz se había distanciado de su papel de gregario y se había transformado en el tipo que bromeaba con la prensa, animaba a los empleados y entretenía a los famosos que visitaban las oficinas.

Por otro lado, se había convertido en el flotador moral de la compañía. A finales de noviembre de 2007, Twitter había aparecido como complemento en la serie televisiva «CSI», en la que se habían utilizado tuits como pistas para localizar a la víctima de un asesinato. La ficción no tardaría mucho en hacerse realidad y el FBI y otras fuerzas y cuerpos de seguridad estaban llamando a la puerta de Twitter para solicitar información sobre determinados usuarios del servicio. Biz y Ev, junto con Crystal, habían respondido que no, mostrándose inflexibles con la protección de la identidad de los usuarios de Twitter y no dispuestos a doblegarse ante pesos gordos armados y uniformados.

Con Bijan y Fred llevándose sigilosamente a los empleados, Jack empezó a sospechar que algo iba mal —encuentros a puerta cerrada, llamadas telefónicas de Ev desde la sala de reuniones—, aunque no tenía ni idea de la gravedad de la situación.

Lo que es más, no tenía ni idea de que la amenaza de marcha de Biz era su segundo indulto en pocas semanas. A principios de mes se había producido otro acto de perdón después de su desastroso intento de volver a hacer buenas migas con Ev, que apenas le hablaba.

Los dos cofundadores habían acordado cenar juntos para discutir la turbulenta situación. Jack imaginaba que el objetivo de la cena era reparar los puentes rotos entre ellos. Sospechaba que Ev no estaba contento, pero como ninguno de los dos se mostraba directo en lo referente a sus puntos de vista y sentimientos, habían estado evitando charlar sobre el tema.

A primeros de agosto se reunieron en Bacar, un restaurante californiano especializado en cocina de fusión. El olor a brasas flotaba en el ambiente mientras remojaban sus incómodos sentimientos con generosas copas de alcohol. Después de prolongados silencios salpicados por breves momentos de conversación trivial, fueron por fin al grano.

—¿Qué pasa? —le preguntó Jack a Ev mientras esperaban que les sirvieran los platos—. No se te ve feliz.

Ev le explicó que los problemas de la compañía —los apagones, la falta de comunicación con él y la junta, las facturas de los mensajes de texto que rondaban ya las seis cifras— estaban perjudicando el crecimiento de Twitter. Ev destacó que durante los últimos meses el blog de Twitter no había sido más que un artículo tras otro explicando que la página se había caído, y que todo ello daba lugar a una situación muy incómoda para la compañía.

—¿Quieres ser el consejero delegado? —preguntó Jack a quemarropa, interrumpiéndolo. La pregunta pilló desprevenido a Ev—. ¿Es eso lo que quieres? —insistió Jack, en un extraño momento de seriedad.

—Bien, lo cierto es que he estado pensando en varias cosas —respondió Ev, dándole un trago al Martini, y sorteó el tema pasando a otro montón de problemas que afrontaba también la compañía: la falta de nuevas contrataciones, los costes, la cultura caótica.

Jack volvió a interrumpirlo.

—No estás respondiendo a mi pregunta. Dime si lo que quieres es ser consejero delegado. No quiero abandonar esta mesa sin conocer tus intenciones; no quiero trabajar bajo sospecha.

Ev hizo una breve pausa. Aquella noche no tenía pensado contarle nada a Jack relacionado con los planes de la junta directiva acerca de degradarlo o eliminarlo, pero se sentía presionado y tenía que responder. Ni siquiera le había contado a Goldman lo que pasaba, temiendo que comentara la conversación con su novia, Crystal, y que al final acabara llegando a oídos de Jack. Finalmente, Ev respiró hondo y respondió.

—Sí. Quiero ser el consejero delegado. Tengo la experiencia necesaria para dirigir la compañía y eso es lo que Twitter necesita en estos momentos.

—De acuerdo —dijo Jack, su expresión de rabia y consternación—. Quiero llevar esto adelante de inmediato. Mañana mismo quiero comunicárselo al equipo directivo.

Después de una cena extremadamente incómoda, Jack regresó a su casa presa del pánico pensando en lo que tenía que hacer. En cuanto abrió la puerta de su apartamento, empezó a deambular de un lado a otro, sus pies golpeando con fuerza el suelo de madera oscura mientras intentaba aclararse las ideas. Se dejó caer en el sofá blanco, sacó el ordenador portátil de su bolsa Filson y tecleó rápidamente un e-mail dirigido al equipo directivo explicando que a la mañana siguiente se celebraría una reunión de carácter urgente. A continuación, envió otro mensaje, esta vez a Fred y Bijan, contándoles la conversación que había mantenido con Ev.

Jack intentó dormir, pero permaneció despierto en la cama, dando vueltas y más vueltas repitiéndose mentalmente la conversación que había mantenido durante la cena. Sospechaba que todo era una estrategia elaborada por Ev para hacerse con el poder y el control de la compañía y que en el momento en que Fred y Bijan leyeran la noticia, le pararían los pies al granuja del presidente.

A la mañana siguiente, en la oficina, fueron desfilando todos hacia una de las salas de reuniones para acudir al encuentro de carácter urgente. Cuando Jack y Ev estaban a escasos metros de la puerta de la sala, a punto de entrar, recibieron un mensaje de texto de Bijan en el que les decía que lo llamaran de inmediato. Que no hiciesen nada, decía Bijan. «Llamadme ahora mismo».

Se quedaron en la puerta de la sala de reuniones, donde el equipo directivo permanecía tremendamente confuso. Y pese a que estaban a punto de participar en la misma llamada, Jack se encaminó hacia una dirección y se encerró en la sala Radiohead, mientras que Ev se metió en otra sala, ambos para llamar a Bijan.

—Mirad, nos hemos enterado de lo que pasa y no queremos que hagáis nada todavía —dijo Bijan—. Esperad por ahora.

Mientras Jack escuchaba la voz de Bijan, se detuvo un instante a captar la música de Radiohead que flotaba en el ambiente de la minúscula sala, su iPhone pegado al oído para intentar bloquear el débil sonido de la melodía. Se quedó mirando uno de los altavoces, captando la ironía de la canción Karma Police, que sonaba justo cuando estaba inmerso en aquella confusa batalla de poder con Ev.

Bijan siguió hablando:

—Fred y yo vendremos la semana que viene y nos reuniremos con vosotros y el equipo directivo —dijo.

La llamada finalizó y Bijan colgó el teléfono, aliviado por haber impedido por el momento el cambio de consejero delegado. Ev y Jack abrieron simultáneamente la puerta de las diferentes salas donde se habían encerrado, hicieron una breve pausa para mirarse, como si de una escena de una comedia dramático-romántica se tratara, y caminaron rápidamente en la misma dirección para sentarse incómodos y en silencio el uno frente al otro.

Además de haber creado la sala Radiohead, Ev y Jack habían acordado sentarse juntos en las nuevas oficinas. Sus mesas estaban pegadas la una a la otra, como siamesas. Cuando después de la llamada volvieron a ocupar sus puestos, su expresión de frustración quedó ensombrecida por las dos grandes pantallas que ocupaban parte de sus respectivas mesas, sacos de arena apilados en un campo de batalla para amortiguar el fuego enemigo.

A pesar de que la llamada de Bijan había detenido la ejecución, Jack sabía ahora que en el juego estaban también fuerzas mayores, no sólo Ev. Permaneció sentado, repitiéndose todo lo que había dicho Bijan e intentando con desesperación tratar de comprender qué sucedía. Palabras como «todavía» y «por ahora» giraban sin cesar en su cabeza, pero no le ofrecían pista alguna sobre el futuro.

Una semana después, Fred y Bijan viajaban hasta los cuarteles generales de Twitter. El plan siempre había sido despedir o degradar a Jack y nombrar consejero delegado a Ev. Pero cuando llegó el momento de apretar el gatillo, Biz había protegido a Jack, al menos temporalmente. De modo que Bijan y Fred no habían tenido más remedio que mantenerlo en el puesto. Pero le sentaron y le dieron un ultimátum.

—Tienes tres meses —le dijeron—. Tres meses para solucionar todos los temas y tomar las riendas de la compañía.

Naturalmente, sabían que Jack no podía solucionar nada en tres meses, ni en tres años. Era incapaz de dirigir la compañía. Era como pedirle a alguien que construyera castillos en la arena bajo el agua.

Los dos inversores regresaron a Nueva York y Boston y empezaron a urdir la manera de eliminar a Jack, intercambiándose e-mails en los que discutían la posibilidad de crear un nuevo puesto en la compañía donde poder ubicarlo. Fue entonces cuando Bijan cometió su atroz error.

Lo primero que Bijan hizo aquella mañana, con la taza de café todavía junto al ordenador, y cansado después de una noche de poco sueño, fue pulsar la tecla de «Responder a todos» en lugar de responder sólo a Fred.

«Creo que Jack aceptaría un papel de presidente “pasivo” —había escrito Bijan—. En este caso, dependería realmente de Ev decidir si sería capaz de vivir con el nuevo título de Jack». Y pulsó «Enviar» sin darse cuenta de ello.

Segundos después levantó la vista y murmuró la palabra que estaba a punto de escribir dieciocho veces en un e-mail que enviaría a Fred:

«Joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder joder».

Tecleó rápidamente el e-mail dirigido a Jack: «Llámame, por favor, cuando recibas este mensaje. Fuera de contexto, todo esto podría parecer realmente confuso».

Pero era demasiado tarde. Jack sabía lo que estaba a punto de pasar.