Blaine levantó la vista de la mesa y se recostó en su silla cuando Ev pasó rápidamente por su lado, camino de la puerta.
—¡Oye, Ev! —le gritó, su pelo liso como una plancha cayéndole por encima de los hombros—. ¡No aceptes menos de cien millones de dólares!
Ev sonrió, asintió como dándole a entender que estaba de acuerdo con la sugerencia y cerró a sus espaldas la puerta del 164 de South Park.
Era mediados de junio de 2007, y Jack, Biz y Goldman estaban ya esperando fuera cuando salió. Echaron a andar, el vapor de la neblina alzándose sobre la hierba. Al llegar a Third Street, giraron a la derecha. Su destino estaba apenas a cien metros. En cuanto pisó la calle, Goldman rompió el silencio.
—Esto será interesante, como mínimo para comprender lo que valemos —dijo—. La verdad es que no tenemos ni idea de cuál es nuestro valor.
Biz y Ev se mostraron de acuerdo. Jack siguió caminando sin decir nada, inmerso en sus pensamientos y emocionado ante su primera reunión con un posible comprador.
Los golpes de los neumáticos de los coches contra las rejillas de la autovía se oían mejor a medida que se aproximaban al gran edificio gris de la esquina de Third con Bryant Street: las oficinas de Yahoo! Pese a que la sede central de Yahoo! estaba en Sunnyvale, a sesenta y cinco kilómetros al sur de San Francisco, la compañía acababa de inaugurar aquellas oficinas satélite, lo que se conocía como Brickhouse, a modo de incubadora para que los emprendedores de Yahoo! desarrollaran empresas de nueva creación. Los empleados de Twitter ya habían estado en aquellas dependencias para asistir a alguna de las populares fiestas web 2.0 que solía celebrar la compañía. Actos habitualmente banales —cerveza, vino, queso, galletas saladas y muchos contactos—, aquellas fiestas tenían como objetivo celebrar el resurgimiento de la web después del frío invierno provocado por el estallido de la burbuja en los inicios del siglo XXI. Las fiestas se desarrollaban siempre igual. Los asistentes deambulaban sin rumbo, mirando constantemente las identificaciones con el nombre de la gente, en busca de un capitalista especializado en inversiones de riesgo, un bloguero o alguno de esos «famosos» esotéricos que ya había conseguido vender su empresa (como Ev).
Pero la reunión de aquella mañana era distinta. No habría queso, ni cerveza, tampoco identificaciones con el nombre. Yahoo! quería comprar Twitter. «Quieren hablar sobre una posible adquisición —había escrito Ev en un e-mail dirigido a Jack y Goldman—. Dicen que si nuestro precio no es de centenares de millones, sino de decenas de millones, incluso de varias decenas de millones, no creen que pueda haber ningún problema». A pesar de que en aquel momento Twitter no tenía ni beneficios ni modelo de negocio, Yahoo! visualizaba aquella empresa de nueva creación como una extensión de su oferta móvil.
Más de un año después de empezar como un experimento, Twitter contaba con casi doscientos cincuenta mil usuarios activos. Solucionados los debates internos sobre quién cogía el timón —al menos por el momento—, desde el exterior muchos seguían contactando con Ev, a quien conocían y en quien confiaban como creador de Blogger. A Jack, que técnicamente era el consejero delegado, le había molestado que las intenciones de adquirir la compañía se hubieran mostrado a través de Ev, pero no lo puso de manifiesto en ningún momento.
Cuando Yahoo! le solicitó una reunión, Ev había mantenido ya reuniones con cinco posibles capitalistas de riesgo y estaba dispuesto a poner quinientos mil dólares de su bolsillo para seguir subvencionando Twitter hasta decidir quién la financiaría. Había hablado también con lo que se conocía como «inversores angelicales», que tenían muchísimos contactos y podían facilitar el crecimiento de la compañía. Entre ellos estaba el legendario Ron Conway, un tipo trapichero con un montón de contactos en Silicon Valley y, en caso de necesidad, fácil acceso a un equipo de detectives privados.
A pesar de que muchos inversores, entre ellos nombres importantes como Fred Wilson, empezaban a hacer cola con términos y condiciones en los que se ofrecían millones de dólares para financiar la compañía, otros desestimaron de entrada cualquier posibilidad, argumentando que no veían ningún modelo de negocio en un servicio basado en actualizaciones de ciento cuarenta caracteres sobre lo que comía la gente. Todas estas discusiones pasaron a un segundo plano cuando se recibió la llamada de Yahoo!
Brickhouse era un espacio cavernoso tipo loft. Enormes columnas blancas interrumpían aleatoriamente el suelo como robustos defensores de un equipo de fútbol. En un extremo del local, ventanales desde el suelo hasta el techo dominaban la ciudad; en el otro, la pared estaba meticulosamente cubierta con miles de notitas adhesivas en papel fluorescente formando la imagen de una mano gigante y pixelada. Los ingenieros estaban sentados en confortables pufs programando en sus ordenadores portátiles. Era el paraíso de cualquier friki de la informática.
Bradley Horowitz, que gestionaba Brickhouse, recibió al equipo de Twitter, junto con otros ejecutivos de Yahoo!
—¡Hola, tío! —dijo Bradley, dándole unas palmaditas en la espalda a Ev y estrechándole la mano a continuación—. Me alegro mucho de verte.
Bradley iba con sus habituales gafas de sol, su montura tan gruesa como sus cejas. Las arrugas de las mejillas le proporcionaban un aspecto que recordaba más al de un general del ejército que al de un ingeniero informático. Los acompañó hacia una sala de reuniones que quedaba a la derecha de la entrada, entraron y tomaron libremente asiento. Después de que todos se hubiesen acomodado y presentado, Ev tomó la palabra. Sabía cómo funcionaban las ofertas para adquirir empresas tecnológicas de nueva creación, puesto que había pasado por el proceso con Google y Blogger. Se trataba más de intentar negociar con un escolta de alto nivel que de intentar vender tu compañía. Al final, todo se resumía en obtener el precio más alto.
Ev repasó los números y explicó que a finales de febrero, días antes de partir para Austin, la página web de Twitter había estado recibiendo unas doscientas mil nuevas visitas al mes. A finales de marzo, después de recibir el premio en South by Southwest, el número de visitas se había cuadruplicado, superando el millón a mediados de abril. Explicó que Twitter todavía no daba beneficios, pero que eso llegaría, dijo, «seguramente a través de la publicidad o de algún nuevo tipo de modelo de negocio». De momento, era Ev quien pagaba las facturas para mantener abierto el chiringuito.
Jack unió las manos por encima de la mesa y apenas dijo palabra. Estaba nervioso e intentaba transmitir una confianza que los demás presentes no captaban. Se limitó a ver cómo Ev paseaba a Bradley por el jardín de Twitter. Y después, la discusión se centró en lo que en realidad era Twitter.
—¿Así que podría decirse que es una red social? —preguntó Bradley.
Se produjo un intenso silencio.
Después de casi un año en servicio, la pregunta seguía sin tener una respuesta consistente. Sobre todo desde marzo, con el éxito de South by Southwest, la página había seguido cobrando vida propia, no sólo por lo que a las actualizaciones de estado se refiere, sino también con actualizaciones de noticias. Los usuarios de Technorati estaban obsesionados con la página, que utilizaban básicamente para hablar sobre sí mismos. Pero otras personas, y empresas, la utilizaban para otras cosas. Los principales medios de comunicación —el New York Times, el Dow Jones y el blog Defamer entre ellos— habían iniciado su singladura por las calles de Twitter y compartían en el servicio noticias y chismorreos. Había ahora falsos Bill Clinton, Homer Simpson y Darth Vader que publicaban estados jocosos. Se habían adherido también algunos famosos «reales». Janina Gavankar, una actriz de la serie The L Word, había sido el primer personaje famoso que había empezado a publicar tuits, aunque Biz había dedicado horas a intentar averiguar si era en realidad ella o un impostor. John Edwards, candidato a la presidencia, había enviado mensajes desde su recorrido de campaña electoral. En Twitter había además «cosas». Se habían registrado departamentos de bomberos. Escáneres policiales. Partidos de béisbol. Camiones de reparto de alimentos. Y aun con ese aluvión de particulares usos, nadie en la prensa comprendía del todo qué era Twitter. Había medios de comunicación que habían adquirido la costumbre de calificarlo de «narcisismo hipster», «ensimismamiento con el propio yo», «obsesión con uno mismo», «egoísmo», y más de uno que había probado Twitter lo calificaba de «completa y jodida pérdida de tiempo».
Pero la pregunta despertó de repente a Jack y tomó la palabra por primera vez, haciendo referencia a un artículo de blog escrito por Fred Wilson a finales de abril. «¿Qué papel acabará teniendo exactamente Twitter? —se preguntaba Fred en su artículo, en el que discutía el papel de éste en el futuro de la web—. Será el principal sistema de divulgación en internet».
—Considero que Twitter es como una empresa de suministros públicos —dijo Jack—. Un sistema de divulgación para internet.
Y entonces empezó a describir la visión que tenía de Twitter, destacando que era «como la electricidad». Sus explicaciones confundieron a Bradley, que miró a los presentes en la sala, perplejo ante la idea de que una compañía de redes sociales pudiera considerarse como un suministro.
Terminó la reunión, se dieron todos la mano y Bradley los acompañó hasta la puerta. Les dio las gracias por venir, miró a Ev y le dijo:
—Seguiremos en contacto.
De camino de vuelta al 164 de South Park, Ev preguntó:
—¿Qué opináis, chicos?
Estaban todos emocionados con la reunión.
—Me gusta Brickhouse —dijo Biz—. Parece un lugar divertido para trabajar.
—A mí también me gusta —comentó Goldman—. ¿Cuál sería el precio mínimo de venta?
—¿Cien millones? —aventuró Ev.
Biz y Goldman conseguirían entre dos y tres millones cada uno si la venta se cerraba a ese precio. A pesar de que una cifra así sería como ganar la lotería para la mayoría de la población mundial, un millón de dólares en el Valley es como encontrar una moneda de veinticinco centavos entre los cojines del sofá. Pero una cifra como ésa le proporcionaría un buen dinero a Ev y la oportunidad de seguir poniendo empresas tecnológicas de nueva creación en la cinta transportadora de Obvious Corporation.
Aunque teniendo en cuenta el crecimiento y la atención que estaba recibiendo Twitter últimamente, Ev empezaba a plantearse la posibilidad de poner en pausa la idea de la incubadora y centrarse en la máquina de ciento cuarenta caracteres. Antes de la reunión con Yahoo!, y en un e-mail enviado a Goldman y Biz, había dejado constancia de que estaba dispuesto a «doblar la apuesta en Twitter», y relegar Obvious Corporation a un papel secundario. Pero eso seguía dejando abierta la pregunta de qué hacer a continuación: aceptar dinero de un inversor externo o intentar vender Twitter a Yahoo! o a un pretendiente de similares características. Jack carecía de la confianza necesaria, o del poder en el seno de la compañía, para tomar ese tipo de decisión, de modo que esperaba en silencio que Ev le aconsejara.
Jack era el que más saldría ganando en caso de que se produjera la venta. A pesar de ganar setenta mil dólares anuales, seguía sin blanca, viviendo al día y tratando de saldar la deuda de su tarjeta de crédito y los préstamos de sus estudios de un año en la Universidad de Nueva York antes de dejar colgados los libros. Una venta por cien millones de dólares significaría veinte millones para él, una suma descomunal que cambiaría su vida para siempre.
—Tal vez podríamos aceptar ochenta millones —sugirió Jack. (Lo que significaría una ganancia de dieciséis millones para él).
—Ochenta millones sería rotundamente lo mínimo —dijo Goldman, abriendo la puerta de la oficina.
No tuvieron que esperar mucho para averiguar la cifra. Antes de que terminara la tarde, Ev recibió una llamada de Bradley. Hablaron unos minutos y colgó.
—Oye —le dijo Ev a Jack, acercándose a su mesa—. Hablemos un momento fuera.
Goldman los siguió.
—Y bien —dijo Goldman, frente al edificio—. ¿Cuál es la cifra?
—Doce —respondió Ev sin andarse con rodeos, los brazos cruzados y repasando el borde de la acera con la suela de su zapatilla deportiva.
—¿Doce? —cuestionó Goldman, la sensación de incredulidad elevando el timbre de su voz.
—Sí —confirmó Ev—. Doce millones de dólares.
La cantidad de la oferta no les molestaba, puesto que sabían que había inversores suplicando poner dinero en la compañía, pero les pareció cómico que Yahoo! ofreciera una cifra tan baja.
—Deberíamos aceptar la oferta —dijo en tono sarcástico Jack, y todos rompieron a reír.
El tono guasón se interrumpió cuando Ev les contó lo que le había comentado Bradley al teléfono: que creía que Yahoo! podía crear sin problemas la tecnología de Twitter, que era «simplemente un servicio de mensajería» y que «unos pocos ingenieros podían hacer lo mismo en solo una semana». Había concluido diciendo que si Twitter no acababa vendiendo, Yahoo! pensaba crear y lanzar al mercado su competencia.
Era una oferta de relación típica del Valley: o nos jodes o te jodemos.
Aunque escuchar esa oferta, seguida por la temerosa amenaza de ataque por parte de una compañía mucho más grande como Yahoo!, era también un alivio. Ahora que sabían que no iban a vender Twitter, tenían más claro el camino que seguir. Podían seguir adelante y poner en marcha su primera ronda de capital inversionista, dinero que necesitaban enseguida para ampliar los servidores y contratar ingenieros que ayudaran a hacer crecer la compañía. Antes de la reunión con Yahoo! habían decidido ya que su primera elección como inversionista era Fred Wilson. Y eso era en parte porque Ev y Jack creían que Fred comprendía lo que Twitter podía ser. Pero más importante si cabe era el hecho de que a Fred le traía sin cuidado la existencia de un modelo de negocio y no presionaría a los fundadores de Twitter para que encontraran uno; eso, les había dicho, ya llegaría con el tiempo.
Cuando Goldman, Jack y Ev entraron de nuevo en la oficina, lo hicieron con una extraña y novedosa moral de grupo. En un solo día habían estado a punto de vender su empresa, para descubrir luego que el pretendiente pensaba competir contra ellos. Y a pesar de que todavía no lo sabían, aquél fue uno de los escasos momentos en que estarían todos de acuerdo en cuanto a la dirección que Twitter debía seguir. A finales de verano dejaría de ser un asunto de Twitter contra sus competidores. Se convertiría en Twitter contra sí mismo: Jack en un bando y Ev en el otro.
—¿Doce millones? —volvió a preguntar Goldman cuando la puerta se cerró a sus espaldas.
—Sí —respondió de nuevo Ev, riendo—. Doce millones de dólares.