El primer consejero delegado

Los ingenieros tenían la mirada fija en sus pantallas, los cascos en la cabeza, cuando Jack, Ev, Biz y Goldman se dirigieron a la parte posterior de las oficinas y entraron en el cuarto que en su día fuera el despacho de Noah.

Nadie les prestó atención: cuando cada uno de ellos cogió alguna de las disparejas sillas con ruedecillas que corrían por la oficina, daba la impresión de que iban simplemente a celebrar una reunión más. Goldman cerró la puerta corredera de cristal y le dio un empujoncito adicional para asegurarse de que nadie pudiera escuchar sin querer la conversación que estaban a punto de tener.

En los pocos meses transcurridos desde South by Southwest, Twitter había superado rápidamente los cien mil usuarios. Seguía sin generar beneficios, y mucho menos existía un modelo de negocio; su creación sería tarea de su primer consejero delegado.

Después de semanas de discusiones a nivel individual —algunas de ellas tomando café o cervezas, otras a través de e-mail—, iban por fin a decidir quién dirigiría Twitter, cuál sería el cargo que ostentaría cada uno de ellos y cómo se dividirían las acciones. Hasta aquel momento la compañía pertenecía única y exclusivamente a Ev, que la había financiado con dinero de su bolsillo después de haberle comprado su parte a Noah y los demás inversores seis meses atrás.

Habían sido unas semanas confusas y estresantes para la parte superior del mástil de Twitter. Aunque el tema del dinero les preocupaba menos, el cargo y sus respectivos egos eran asuntos primordiales.

En los primeros tiempos de las pequeñas compañías tecnológicas de nueva creación, los cargos solían repartirse sin darle muchas vueltas o resonancia al proceso. El tema de quién sería el vicepresidente, el director tecnológico o el director general de X, Y o Z solía ubicarse en un mundo imaginario. Teniendo en cuenta que el noventa por ciento de esas empresas no llegó a superar su primera infancia, eran decisiones que a la larga carecían de importancia. Y en Twitter, la situación no era distinta.

Pese a no ser muy propio de Biz hacer politiqueo por ningún tema, llevaba ya meses presionando para obtener un cargo de mayor relevancia en Twitter, confiando con ello poder evitar el destino que le había caído encima en sus anteriores puestos de trabajo. Cuando entró en Blogger, la compañía ya había sido adquirida por Google, lo que implicaba que no había posibilidad de poder disfrutar de un cargo atractivo. Cuando arribó a las costas de Odeo, los cargos relevantes ya estaban repartidos. A lo largo de su carrera, siempre había estado en el lugar adecuado pero en el momento más inoportuno. Para asegurarse de no caer en aquella misma trampa en Twitter, había iniciado una campaña con un e-mail enviado a Ev y Jack unas semanas atrás.

«Tal vez sea improcedente, pero si no pregunto, nunca llegaré a saberlo —escribió Biz en el mensaje después de pasarse el fin de semana pensando qué iba a decir—. ¿Qué cargo imaginas que voy a tener? ¿Existe alguna posibilidad de ser considerado cofundador?».

Biz sabía que si la compañía crecía, el título de cofundador le aportaría más respeto, tanto a nivel interno como externo. A diferencia de cargos como consejero delegado, director financiero o director de operaciones, vinculados a roles concretos, el título de cofundador significaba también poder hacer lo que quisiera, navegar por la compañía con mucho poder y no tanta responsabilidad.

En aquel momento, todo el mundo tenía asumido que Ev sería el consejero delegado de Twitter, y Jack, su presidente o director de tecnología. Pero el papel de Biz nunca había quedado claro.

«Desconozco todavía la respuesta a tu pregunta. Pero no es una petición disparatada —le respondió Ev a Biz, indicando también que no había comprado la idea—. Aunque tal vez no sea lo mejor, por diversas razones». (Para empezar, le preocupaba que si otorgaba a Biz el título de cofundador, Blaine, Ray o Jeremy pudieran querer también ese grandilocuente título).

Algunos empleados habían puesto el nombre de la «Fábrica de bolsos» al cuarto de la parte posterior de la oficina, después de que Sara, la prometida de Ev, se instalara allí unos meses atrás con la intención de fabricar bolsos. Había retales de tela. Tijeras de sastre. Una máquina de coser. Sin embargo, rara vez se había utilizado como taller de confección de bolsos, y el lugar se había convertido en la improvisada sala donde celebrar las reuniones importantes.

—He decidido que no voy a ser el consejero delegado —dijo Ev a Jack, Biz y Goldman en cuanto tomaron asiento.

Ev explicó que a pesar de que deseaba permanecer implicado en Twitter, ofrecer sus consejos y su visión para el producto, su intención era centrarse en Obvious Corporation y seguir creando nuevas empresas tecnológicas a partir de su incubadora de ideas.

No era precisamente lo que a Goldman le habría gustado escuchar. Confiaba en que Ev dirigiera Twitter y en que Jack informara al consejero delegado, no que fuera el consejero delegado. Unos días antes, en el transcurso de una comida privada con Biz, Goldman había intentado convencer a Ev de que no le diera a Jack esa responsabilidad, diciéndole que «no creía que fuera capaz de dirigir la compañía». Y pese a que Ev se había mostrado de acuerdo, consideraba que Jack podía llegar a adaptarse.

—¿Quién será entonces el consejero delegado? —preguntó Biz.

Todos miraron a Jack. Nadie ponía en duda que había asumido el liderazgo de Twitter después de la marcha de Noah, pero sí había dudas en lo referente a si sería capaz de dirigir la construcción de una compañía de verdad. Sobre todo teniendo en cuenta que estaba creciendo a la velocidad de una bacteria en un caldo de cultivo.

Jack ya había demostrado que era capaz de tomar decisiones, como había quedado patente en un e-mail que había enviado el pasado enero. «Tenemos cuatro, y sólo cuatro, prioridades: rendimiento, usabilidad, eficiencias de desarrollo y costes», había escrito. A continuación, ofrecía un plan para transformar Twitter, de la página web repleta de errores que era, en una que operase sin problemas, y añadía que la compañía tenía que solventar el tema de los servidores, mejorar el diseño confuso de la página y contratar más ingenieros.

Jack era asimismo el que había tomado una de las decisiones más importantes para Twitter hasta la fecha: limitar la longitud de los tuits. «Actualmente el número de caracteres que puedes escribir en una actualización depende de la longitud de tu nombre —había escrito a sus colegas—. Vamos a estandarizarlo en ciento cuarenta caracteres. En Twitter todo el mundo tendrá la misma cantidad de espacio para acabar con las confusiones y las suposiciones mientras estás escribiendo». Hasta entonces los mensajes estaban limitados a ciento sesenta caracteres, que era la longitud máxima que podía tener un mensaje enviado desde un teléfono móvil. El paso a ciento cuarenta caracteres permitiría a Twitter incluir en el texto el nombre de usuario.

El siguiente paso de Jack había sido la transición a nombres de usuario en toda la página. En aquel mismo e-mail había escrito: «Si te llamas bob2342, tus amigos recibirán “bob2342: paseando el perro”. —Y añadió—: Con esto deberíamos aclarar la confusión y disminuir las quejas». Pero ese tipo de cosas era precisamente lo que preocupaba a Goldman con respecto a Jack. La utilización de nombres de usuario, en vez de nombres reales, era la decisión típica de un ingeniero. En el mundo real nadie se llamaba bob2342, sino simplemente Bob.

Aun así, Ev estaba impresionado con la capacidad de liderazgo de Jack. «Excelente resumen, Jack. Estoy de acuerdo con todo, sinceramente» —había escrito.

En la «Fábrica de bolsos», Ev miró a Jack y le preguntó si podría ser el director de Twitter.

—También podemos buscar un consejero delegado fuera, alguien que tenga experiencia en dirigir una compañía —dijo Ev—. Eso te convertiría en algo así como el director de tecnología.

—No, yo puedo hacerlo —replicó Jack—. Quiero hacerlo.

Goldman adoptó una expresión de escepticismo. Biz hizo girar la silla con sus ruedecillas. Permanecieron en silencio unos instantes, reflexionando. Jack los miró a todos con anhelo.

—Muy bien. Pues éste será el trato —dijo Ev, haciendo una nueva pausa. Dictaminó que Jack sería el consejero delegado. Biz, Jack y Ev serían cofundadores. Goldman sería el vicepresidente de producto.

Biz y Jack se pusieron eufóricos.

Teniendo en cuenta que Ev había financiado Twitter con dinero de su bolsillo hasta la fecha, explicó al grupo que conservaría el setenta por ciento de las acciones de Twitter. Jack, como consejero delegado, sería propietario del veinte por ciento de la compañía. Biz y Goldman recibirían en torno al tres por ciento cada uno. El resto se dividiría entre los ingenieros actuales y los nuevos contratados.

Con el tiempo, explicó Ev, Twitter tendría que acabar buscando capital de inversores de riesgo, lo que diluiría parte de sus acciones, pero teniendo en cuenta que en aquel momento la empresa estaba integrada por sólo un puñado de ingenieros, esa conversación podía esperar.

Terminada la reunión, abrieron la puerta corredera y Jack accedió a las oficinas convertido oficialmente en el jefe. Rebosaba orgullo y emoción. Era el consejero delegado de Twitter.

Al menos por ahora.