Y el ganador es…

Era primera hora de la tarde del domingo 11 de marzo de 2007 y Ze Frank, cómico y actor, miró el mar de cabezas inclinadas sobre el cálido resplandor de los teléfonos. Siguió hablando y deambulando de un lado al otro del escenario. Su juvenil pelo rubio se agitaba al ritmo de sus pasos y al unísono con los globos naranjas que tenía a sus espaldas. Intentó incorporar expectación a su discurso antes de anunciar la lista de finalistas a la mejor compañía de nueva creación dentro de la categoría de blogs en South by Southwest, la conferencia tecnológica que se celebra anualmente en Austin, Texas, que es lo más similar a los Óscar que tienen los amantes de la tecnología.

—SuperfluousBanter —dijo, entre otros finalistas, y luego, después de una pequeña pausa— y… ¡Twitter! —El abarrotado auditorio empezó a silbar y aplaudir, una recepción muy distinta al lanzamiento de Twitter en el Love Parade sólo cinco meses antes.

Jack se volvió para mirar al gentío, sin poder apenas creérselo, y sonrió ante los vítores de todo el mundo. Ev echó también un vistazo al auditorio, bebió un trago de vino tinto de la copa de plástico que tenía en la mano y se inclinó hacia Jack para decirle en voz baja que si Twitter ganaba, sería el encargado de dar el discurso de aceptación del premio. Jack se emocionó, pero con los problemas de habla que había sufrido de pequeño, no estaba seguro de poder hablar ante un público tan numeroso. Se volvió hacia Biz para compartir la buena, o mala, noticia.

—¿Y qué digo?

Biz se quedó con la mirada perdida un instante y respondió:

—Ya lo tengo. —Cogió lápiz y papel, redactó un corto discurso y se lo pasó a Jack.

Noah, el marginado de Twitter, estaba sentado al lado del grupito, videocámara en mano, preparado para grabar lo que estaba a punto de suceder. Silbó y aplaudió como el que más cuando la palabra «Twitter» resonó en el auditorio.

Noah se había acercado a South by Southwest para explorar otras iniciativas que se planteaba llevar a cabo por su propia cuenta y había coincidido con sus antiguos compañeros y amigos íntimos fuera del recinto. Después de charlar un poco sobre temas mundanos y sobre el extraordinario ritmo al que los asistentes de la conferencia estaban apuntándose a Twitter, Ev le había hecho una oferta de paz.

—Oye, Noah, ¿te gustaría sentarte con nosotros? —le había preguntado Ev.

Habían sido unos meses duros para Noah, que recientemente había escrito un artículo muy personal en su blog en el que explicaba que 2006 había sido el «año más duro» de su vida. «Perdí más de lo que sabía que podía llegar a perderse. Perdí a mis dos mejores amigos. Cambié la definición de mi propia persona —escribió en su página web—. Abandoné mi compañía y todo lo que había dedicado años a crear. Lo conocí todo sobre el estrés, la confianza, la tristeza…, lloré más que nunca».

Ahora, cuando empezaba a recuperarse, Ev le tendía una mano.

—Por supuesto, sería estupendo —le había respondido Noah—. Me encantaría.

Los chicos de Twitter, sentados entre el público escuchando a Ze Frank, estaban emocionadísimos, aunque también completamente agotados por el trajín de los últimos días.

Ev ya había estado varias veces en South by Southwest y sabía que los asistentes se amontonaban en los pasillos entre las sesiones de conferencias para charlar con sus amistades. Por eso, unos meses atrás había sugerido una idea. «¿Por qué no colocamos una pantalla plana con una imagen atractiva de Twitter en el vestíbulo principal, donde la gente se queda a charlar? —había escrito en un e-mail dirigido a Jack y Biz unas semanas antes de la conferencia—. Y luego podemos proyectar tuits de los asistentes a la conferencia (y, por supuesto, instrucciones para suscribirse al servicio).» Destacó que sería «tremendamente atractivo ver las actualizaciones, con fotografías, de la gente que pulula a tu alrededor».

Biz y Jack habían comprado de inmediato la idea y reclutado tropas para ponerse manos a la obra. El equipo de Twitter seguía siendo muy pequeño —un puñado de ingenieros y diseñadores—, pero Blaine y Jeremy pusieron en marcha los servidores. Ray, que ya había hecho algo similar para la desastrosa presentación de Twitter en el Love Parade, creó una animación en Flash que podía exhibirse en pantallas de plasma de cincuenta y una pulgadas. Unos días antes del inicio de la conferencia, Biz y Jack habían estado montando pantallas por el recinto. Como fondo de pantalla, un gran logo de Twitter en color beis e instrucciones que explicaban al espectador cómo tuitear lo que estuviera haciendo en cada momento.

A los asistentes les encantó la idea de poder visualizar su nombre, su cara y sus comentarios en las pantallas, a la vista de todo el mundo. Las pantallas de plasma se convirtieron rápidamente en vallas publicitarias digitales y la gente se apiñaba a su alrededor para decidir a qué charla o panel asistir siguiendo las recomendaciones de las sucintas y rotundas actualizaciones.

El iPhone de Apple no saldría a la venta hasta pasados tres meses, razón por la cual la acción de pasarse horas mirando la pantalla de un teléfono móvil no formaba todavía parte del entorno social, ni siquiera en el seno de una conferencia tecnológica. La mayoría, como Jack, tenía un Motorola Razr, un teléfono muy delgado que al abrirse ofrecía un extenso menú de posibilidades: enviar mensajes de texto o realizar llamadas telefónicas.

Twitter funcionaba a través de mensajes de texto, lo que quería decir que cualquiera que tuviera un teléfono móvil podía utilizar el servicio, razón por la cual éste se extendió con rapidez entre los participantes en la conferencia.

En vez de prestar atención a los conferenciantes, los asistentes a las ponencias pasaban el rato mirando de reojo sus teléfonos, esperando con paciencia la aparición de alguna actualización y confiando en encontrar en ella un retazo de información más importante que lo que estaba sucediendo en la vida real.

A medida que la utilización del servicio se extendía, los inversores que asistían a la conferencia en busca del «Próximo Grande» empezaron a fijarse en Twitter. Un joven inversor, Charlie O’Donnell, un hombre bajito y tan calvo como Don Limpio, estaba junto a una escalera mecánica el viernes por la tarde, charlando con un amigo y sin poder creer lo que veían sus ojos.

—Esto es una locura —comentó cuando empezó a deambular por los pasillos y vio a la gente pegada al teléfono, a la espera de nuevas actualizaciones—. Todo el mundo se ha conectado a Twitter. Tengo que contárselo a Fred —añadió, sacando el teléfono para mandarle un e-mail a su jefe, Fred Wilson, socio de Union Square Ventures, una importante empresa de inversión de Nueva York.

«¿Tuiteas? —le preguntó en el mensaje—. Deberías echarle un vistazo… De entrada no lo capté, pero ahora que he visto al grupo que ha venido a sxsw [South by Southwest], ya lo entiendo —escribió—. Nunca enviaría mensajes de texto a toda la gente a la que estoy enviándoselos ahora…, pero es una forma realmente sencilla de enviar mensajes de texto a grupos e individuos al mismo tiempo».

Fred no se quedó muy convencido y respondió a Charlie diciéndole que un servicio como ése nunca llegaría a funcionar y que las compañías que habían intentado lanzar productos similares a Twitter siempre habían fracasado.

Pero el lunes por la mañana Twitter había alcanzado tanta popularidad en la conferencia, y estaba recibiendo tanta atención en los blogs tecnológicos, que Fred cambió de idea. Se sentó a tomar su café matutino, su pelo oscuro todavía desgreñado, entró en Twitter.com y registró su nombre. «Probando Twitter», escribió, y envió su primer tuit.

Fred tenía cuarenta y cinco años en aquel momento y era ya una leyenda en los círculos inversionistas después de que, en 1999, vendiese GeoCities a Yahoo! por 3,57 miles de millones de dólares en acciones. Se había ganado además la reputación de realizar predicciones acertadas en todo lo relacionado con nuevos servicios y temas de internet. Y ahora allí estaba, viendo cómo un continuo de tuits llenaba su pantalla. Había mensajes que hablaban sobre la conferencia, otros mencionaban Austin, y los había también de quienes se quejaban de la resaca tras la juerga de la noche anterior.

En South by Southwest, uno de los principales pasatiempos de los asistentes era una especie de búsqueda del tesoro en forma de importantes botines de alcohol gratuito. Después de unos cuantos días, Twitter se había convertido en el equivalente al decodificador secreto que ofrecen como premio algunas cajas de cereales, puesto que resultaba muy útil para dar con dicho botín. En varias ocasiones, Jack, Biz, Ev y Goldman se habían encontrado al final de la jornada tomando cervezas en un abarrotado bar cuando, de repente, los teléfonos móviles de todo el mundo empezaban a sonar con mensajes de texto. Como si de clones se tratara, la concurrencia miraba su minúscula pantalla de apenas cinco centímetros, leía un tuit que anunciaba una nueva fiesta, cogía la chaqueta y empezaba a desfilar para abandonar el bar en dirección al nuevo punto de encuentro alcohólico, con Twitter indicando el camino.

Los blogueros de la conferencia estaban refiriéndose al éxodo masivo de un local a otro como «acudir en masa».

En San Francisco, Jeremy, Blaine, Ray y los demás ingenieros pasaron el fin de semana machacándose en la oficina, retocando y manipulando los servidores para garantizar que la página se mantuviera con vida durante los críticos días de la conferencia. Cuando se producían picos importantes de uso y conversaciones, el corazón les palpitaba con ansiedad y cruzaban los dedos para que la página web sobreviviera al aluvión de actualizaciones.

Después del lanzamiento en el Love Parade —un recuerdo lejano del que rara vez volverían a hablar—, Twitter había ido creciendo a un ritmo muy sano, en parte por lo que se decía sobre el servicio, pero sobre todo por su vinculación al reconocido nombre de Ev. Aquella semana en Austin, el número de registros fue tan considerable que dejó en nada el crecimiento que había experimentado Twitter en los últimos meses.

Con Ze Frank en el escenario dispuesto a anunciar el ganador del premio a la mejor empresa de nueva creación, los servidores estaban a punto de ser machacados de nuevo.

—Y el ganador es… —dijo Ze Frank al micrófono y bajando la vista hacia el papelito, el público callado por un breve instante mientras el presentador del evento se disponía a comunicar lo que todos ya sabían—… ¡Twitter!

Noah se puso a silbar y aplaudir en cuanto escuchó el anuncio. Pero su felicidad quedó diluida en cuestión de segundos cuando Jack, Biz, Goldman y Ev se levantaron de sus asientos, se abrieron paso por su lado como si fuera un asistente más a la conferencia y, zigzagueando entre un océano de aplausos, subieron la escalerilla que conducía al escenario. Las botas marrones de vaquero de Jack resonaron contra el suelo cuando corrió a coger el micrófono. Biz se situó a su derecha, el galardón en sus manos. Ev y Goldman se quedaron atrás, cediendo toda la atención a Jack, que se disponía a pronunciar el conciso discurso que Biz le había escrito.

—Me gustaría dar las gracias a todo el mundo en ciento cuarenta caracteres, o menos —dijo Jack a la multitud congregada, inclinándose sobre el micrófono—…, y acabo de hacerlo. —Movió la mano para saludar y a continuación dijo—: Gracias. —Y el grupo se retiró del escenario acompañado por estruendosos aplausos.

Cuando regresaron a sus asientos, Noah había desaparecido.

Jack, Biz, Goldman y Ev estaban eufóricos tras el anuncio. Pasearon por las salas del recinto con el galardón de cristal rectangular que les habían entregado, posando para fotografías y estrechando la mano a todo el mundo de camino a la fiesta posterior a la gala.

Jack llevaba un pañuelo azul al cuello que cubría parte de su camiseta negra de manga larga. Cuando llegó a la fiesta estaba resplandeciente y feliz, como la reina de la promoción que luce su corona en la cabeza. La gente se le acercaba para felicitarlo. Dos días antes, había llegado al lugar siendo un don nadie. Ahora era una pequeña celebridad.

Noah deambuló un rato por los pasillos, desolado, pero rápidamente llegó a la conclusión de que en vez de albergar rencor por no haber sido invitado a sumarse a sus antiguos compañeros en el escenario, se alegraba del nuevo éxito de sus amigos. Y eso hizo, se dirigió a la fiesta y enseguida vislumbró al grupillo de Twitter.

Noah se aproximó a Jack con la mano extendida, la boca abierta dispuesto a ofrecerle sus más sinceras felicitaciones. Pero cuando estaba apenas a un metro de distancia de su amigo, Biz se interpuso, rodeó a Jack con el brazo y dio media vuelta con él para marcharse de allí e ir a posar para una nueva fotografía. Noah se quedó plantado en un salón abarrotado de gente, el brazo formando un ángulo de cuarenta y cinco grados, como si estuviera estrechándole la mano a un hombre invisible. Jack, Biz y Ev se escabulleron hacia otra sala, donde más gente solicitaba posar con ellos. Noah, devastado por lo que acababa de suceder, se fue de la fiesta.

Cuando el festejo empezó a apaciguarse, Jack tuiteó que el pequeño grupo de fundadores se iba a cenar a un restaurante para relajarse un poco. Sentados en el interior del local, el neón del Magnolia Cafe brillando bajo la lluvia, y mientras disfrutaban de unas patatas fritas con salsa y bebían jarras de cerveza y agua, empezaron a recuperarse de la excitación provocada por la victoria. «En Magnolia, empapados», tuiteó Ev. Poco después, Biz añadió: «De manduca a altas horas de la noche en Magnolia con los chicos».

Pero no estaban todos los chicos.

A escasas manzanas de allí, Noah paseaba solo bajo la lluvia mientras sus antiguos amigos y cofundadores brindaban en honor del premio que acababan de conseguir sin él.