La hoguera chisporroteaba delante de la tienda que compartían Biz y Jason Goldman, el estudiante de astrofísica que había colgado los estudios y entrado a trabajar en Blogger en 2002. Metidos en sus sacos de dormir, reían sin parar como adolescentes. Llevaban horas charlando y contando chistes mientras los demás dormían ya en las otras tiendas. Entonces Goldman formuló a Biz la pregunta que llevaba semanas rondándole la cabeza.
—¿Qué pasa con Twitter? —dijo—. La verdad es que me gustaría trabajar ahí.
Biz se quedó un momento en silencio.
Era sábado por la noche y Ev y Sara habían organizado otra excursión al Gran Sur, entre las gigantescas secuoyas de la costa central de California.
Goldman, igual que Biz un año antes, deseaba volver a trabajar con Ev. No era sólo que les gustara compartir tiempo con su amigo, sino que además Ev era un tipo de jefe completamente distinto, que siempre daba a sus empleados libertad creativa para explorar ideas. En Google, donde ambos habían trabajado, plasmaban las ideas en hojas de cálculo y las procesaban para ver si merecía la pena explorarlas.
No era la primera vez que Goldman expresaba su interés por trabajar en Twitter. Lo había pedido ya en mayo, durante un viaje de último minuto a Las Vegas con Ev y un grupo de amigos, en el que se lo habían pasado tan bien que incluso habían presenciado la salida del sol en el desierto de Nevada. Se lo había pedido un par de veces a Ev y a Biz en el transcurso de fiestas a las que habían acudido en San Francisco. Y ahora volvía a intentarlo en la tienda.
—Twitter es en estos momentos un tema de Jack —respondió Biz—, pero por la mañana podrías hablar con Ev y preguntárselo.
Al día siguiente se despertaron tarde, y Ev y Goldman estaban preparando el tofu en la cocinilla del camping (Ev era vegetariano estricto). Biz estaba tumbado en el puf que se habían llevado a hurtadillas de las oficinas de Google. Goldman intentó formular de nuevo su petición. Pero la respuesta que obtuvo no fue la que le habría gustado escuchar.
—Tendrás que venir y pasar un tiempo con Jack y luego ya veremos —dijo.
De modo que eso fue lo que hizo Goldman: hacerle la corte a Jack, pasarse de vez en cuando por las oficinas de Twitter para irse adentrando en la compañía. Pero Jack le dijo que él no estaba en posición de contratar a nadie.
—Eso depende de Ev —le dijo—. Tendrás que hablar con él.
Goldman descubrió muy pronto que esas evasivas eran típicas de Twitter. Cuando un ingeniero formulaba una pregunta o cuando había que firmar un contrato de SMS o cuando alguien como Goldman intentaba conseguir un puesto, el proceso de toma de decisiones era como un carnaval.
Después de que Noah abandonara oficialmente la compañía, el tema del vacío de poder no quedó resuelto, como esperaba Ev, sino que había pasado a otra órbita. Nadie tomaba decisiones. Nadie revocaba las malas decisiones que pudieran haberse tomado.
Después de devolver cinco millones de dólares a los inversores de Odeo, dinero que había obtenido con la venta de sus acciones en Google, Ev tenía la cabeza en otra parte: estaba centrado en Obvious Corporation y tamizando ideas. Seguía implicado en Twitter y era su único inversor; había destinado un millón de dólares de su bolsillo a alimentar la compañía, pero había dejado la gestión de la operación completamente en manos de Jack y de Biz. Twitter, sin embargo, no podía calificarse todavía de empresa. La página crecía muy lentamente y tenía sólo unos pocos miles de usuarios. Goldman, como todos los que habían trabajado en Twitter, se enamoró de la idea en cuanto supo de ella y deseó al instante trabajar allí.
Al final, después de meses de negociaciones, Ev accedió a contratar a Goldman, aunque con una salvedad: trabajaría la mitad de su tiempo en Obvious y la otra mitad en Twitter, lo que le convertía en un empleado híbrido de Twitter sin un papel completamente definido.
Goldman ya había vivido una situación similar con Ev cinco años antes, en 2002, cuando empezó a trabajar en Blogger, antes de que la compañía fuese adquirida por Google, como empleado a tiempo parcial.
El trabajo de Goldman en Blogger había sido un auténtico batiburrillo. Además de responder a los e-mails que se recibían con quejas sobre los estrafalarios contenidos de Blogger, había arreglado también el lavabo que goteaba, buscado local para instalar las nuevas oficinas, llevado la contabilidad y ayudado a Ev con todo el papeleo de la adquisición por parte de Google.
Cinco años más tarde, en febrero de 2007, cuando llegó para iniciar su andadura en Twitter, tuvo la impresión de que la descripción de su puesto de trabajo era más o menos la misma: un poco de todo. Y, una vez más, mucha confusión.
A pesar de que Jack llevaba la iniciativa en Twitter, era evidente que nadie estaba en realidad al timón. Las compañías suelen adoptar los rasgos de carácter de sus fundadores y primeros empleados, de manera que Twitter, que salía de Odeo, el semillero del caótico cerebro de Noah, seguía operando como un colectivo de hackers anarquistas carente por completo de reglas.
La mayoría de empleados hacía lo que quería y donde quería…, si es que realmente quería hacer alguna cosa relacionada con su trabajo diario. En vez de solucionar los problemas de los servidores, los empleados se dedicaban a crear sus propios chismes y aplicaciones para incorporar a Twitter. Jack no lograba domesticarlos. Había además una cantidad impresionante de rivalidad entre él y sus compañeros, ya que hacía tan sólo unos meses, cuando la compañía era Odeo, Jack había estado trabajando por debajo de todos ellos.
Goldman se vio de inmediato atrapado en aquel «señor de las moscas», como si de un aspirador se tratara. Técnicamente, informaba a Jack en la parte de su tiempo que dedicaba a Twitter, pero informaba también a Ev en la parte del tiempo que trabajaba para Obvious, lo que le hacía a buen seguro superior a Jack, puesto que, desde un punto de vista técnico, Obvious era el propietario de Twitter.
Pero aun así, como en sus primeros tiempos en Blogger, Goldman se sumergió en aquel batiburrillo e intentó imponer cierto sentido del orden en tanto caos.
Una de sus primeras tareas consistió en trabajar con Jack para ayudarle a conseguir que Twitter fuese más fácil de comprender para los recién llegados. El servicio permitía a los usuarios utilizar mensajes de texto para llevar a cabo acciones que posibilitaban realizar cosas como «seguir» o «dejar de seguir» a otros usuarios. Pero había otros verbos que dejaban perplejos a los usuarios y que había que descartar. Y así empezaron los recortes: «Venerar» garantizaba recibir todas y cada una de las actualizaciones de los usuarios que se siguiesen. (Desapareció). «Dormir» permitía poner en pausa las actualizaciones recibidas. (Poco claro). Y de este modo fueron rechazando una larga lista de opciones.
Hubo, naturalmente, problemas mucho mayores que el asunto de los verbos a utilizar en Twitter. Debido a que la página se había creado a modo de prototipo en tan sólo dos semanas y utilizando un lenguaje de programación relativamente nuevo llamado Ruby on Rails, estaba plagado de deficiencias y problemas de código. Era como si se hubiese construido un rascacielos con prisas y a la hora de la verdad se hubiese decidido unir la estructura con cartón, pegamento y cinta adhesiva, en lugar de utilizar clavos, madera y hormigón. Peor aún, la gente había empezado a entrar en el edificio antes de que los obreros tuviesen tiempo de sustituir los materiales endebles por materiales finales.
Y luego estaba el problema más grande de todos: intentar explicar a la gente lo que era Twitter. Cada uno tenía una respuesta distinta. «Es una red social». «Sustituye los mensajes de texto». «Es el nuevo e-mail». «Es microblogueo». «Es actualizaciones de estado».
Como resultado de ello, los recién llegados no entendían qué tenían que hacer cuando accedían por vez primera a la página. La gente se registraba y enviaba su primer tuit, que solía estar integrado por frases como: «¿Cómo utilizo esto?», «¿Qué cojones es esto?», «Twitter es una estupidez», «Esto es una tontería».
La confusión llevó a uno de los primeros temas que Jack y Ev vieron bajo puntos de vista distintos. Jack consideraba que Twitter era un lugar donde poder decir «qué estoy haciendo». Ev lo consideraba más bien como un miniblog. Ambos pensaban que el modo en que los usuarios habían utilizado el servicio en el transcurso de un pequeño terremoto que se había producido el verano anterior les daría pistas sobre lo que Twitter podía ser.
Era poco más de las ocho de una tarde de un día de finales de agosto de 2006, cuando el teléfono de Jack vibró sobre la mesa de la oficina. Vio que era un mensaje de texto de Twitter enviado por Ev y empezó a leerlo. «¿Ha notado alguien ese terre…», y antes de llegar al final del mensaje, notó que la silla se movía un poco. Levantó la vista del teléfono y vio entonces que la planta que tenía sobre la mesa estaba prácticamente saludándolo, sus hojas agitándose como alguien que llama a un amigo por señas.
—Caray —dijo Jack, viendo que la mesa se movía casi como gelatina—. ¿Lo habéis notado? —preguntó, dirigiéndose al resto de los presentes.
El teléfono volvió a vibrar antes de que le respondieran. Bajó la vista y siguió leyendo el mensaje de Ev: «¿Ha notado alguien este terremoto?». El siguiente mensaje era de otra persona: «Estaba preguntándome si acabo de sentir un terremoto».
Jack, con un subidón de adrenalina, tecleó rápidamente: «Acabo de notar ese terremoto. Aquí no lo ha notado nadie más». Y en el momento en que pulsó «Enviar», empezó a aparecer en el teléfono una sucesión de mensajes, como las cartas que caen dentro de un buzón. «Qué asco, un terremoto», escribió un amigo. «Sí. He notado el terremoto», escribió otro. Y unos cuantos tuits más hablando sobre el terremoto. «He notado el terremoto, pero Livy no me ha creído hasta que han empezado a entrar los tuits», escribió Biz. Finalmente, otro usuario anunció que era una «sacudida de magnitud 4,72».
El terremoto no provocó daños, excepto alguna crisis nerviosa y algún que otro cuadro torcido en la pared. Pero para aquel pequeño grupo de gente que lo había experimentado a través de Twitter, fue un fenómeno curiosamente distinto.
El día que se produjo aquel pequeño terremoto, sólo utilizaron el servicio unos pocos cientos de personas. La inmensa mayoría de los quince mil tuits enviados a través de la red hasta aquel momento estaba centrada en el concepto original: «¿Cuál es tu estado?», una pregunta que solía invitar a respuestas narcisistas.
Compartir el terremoto por Twitter fue un momento en el que se compartió algo más grande que un estado a nivel individual. A pesar de que los usuarios del servicio estaban ubicados en lugares completamente distintos, el tiempo y el espacio se habían condensado durante un rato. Era como si alguien hubiese tirado del hilo suelto de un jersey y forzado con ello al tejido a encogerse. O, como Noah había previsto muchos meses antes que nadie, Twitter había servido para «ayudar a que la gente se sintiera menos sola».
Para Ev, fue una pista más para la teoría que estaba desarrollando sobre el papel de Twitter como herramienta para compartir noticias, no solamente estados: Twitter como una red de comunicación, no sólo como una red social. Le comentó a Jack su concepto de Twitter como red de noticias, pero Jack se mostró en desacuerdo y no quiso ver los tuits sobre el terremoto como un ejemplo de la «velocidad» de Twitter. Se concentró en el hecho de que su teléfono había vibrado escasos segundos antes de que su mesa se hubiera transformado en una marioneta sin titiritero.
Jack seguía viendo Twitter como una forma de hablar sobre las cosas que le sucedían «a él». Ev empezaba a verlo como una visión de lo que sucedía en el mundo.
Y mientras todos estos acontecimientos pasaban casi desapercibidos para el público, desde un punto de vista filosófico, Jack y Ev estaban desarrollando perspectivas muy distintas sobre el concepto de Twitter. Y sobre el potencial que escondía.