Un hilillo de sangre recorría la mejilla de Jack, rebasaba su sonrisa ebria, viraba hacia la izquierda al alcanzar el borde de su camiseta negra y se detenía finalmente, formando rojas lagunas, en las blancas sábanas de la cama del hospital. Un acre olor a alcohol impregnaba el ambiente.
La habitación se balanceaba un poco, iba de un lado a otro como una barca en el mar, removiendo los innumerables vodkas y Red Bull que Jack había bebido a lo largo de la noche.
No era precisamente como se esperaba que terminara el grandioso lanzamiento público de Twitter: con Jack ensangrentado en el hospital a las dos de la mañana y Noah, Ray y algunos más bailando aún en una rave a varias manzanas de distancia de allí. Pero viéndolo en retrospectiva, era de lo más predecible que el debut público de aquella minúscula compañía de redes sociales de nueva creación acabara de aquella manera.
Todo había empezado antes de que Noah fuese despedido de Twitter. Una noche, tomando copas y bailando, Jack y Noah habían intentado explicarle el concepto de Twitter a un DJ amigo de Crystal. «Puede utilizarse en las discotecas, para saber qué hacen tus amigos o qué están escuchando; en Coachella fue fantástico», le dijeron, bebiendo copas de sake en un oscuro bar de San Francisco.
—Chicos, deberíais hacer el lanzamiento en el Love Parade de San Francisco —les sugirió el amigo, emocionado con su propia epifanía—. Voy a montar una fiesta allí y podríais poner un stand.
A pesar de que Noah y Jack tenían planes de asistir al Love Parade, el floreciente festival de música tecno que pronto aterrizaría en San Francisco, Jack se mostró escéptico ante la idea, puesto que tenía dudas de que aquel evento fuera el lugar adecuado para utilizar como señuelo para captar la atención del público no tecnológico.
—¡Esta cosa la hemos creado precisamente para eso! —le dijo Noah a Jack antes de ser despedido de la compañía—. ¡Para conciertos y eventos musicales!
¿Y qué mejor lugar para lanzarlo que la mayor rave de San Francisco?
Era verano de 2006 y Twitter no era entonces más que una mota de polvo en una gran ciudad de empresas tecnológicas de nueva creación mucho mayores. Desde que Noah anunciara la página unos meses atrás en el hoedown, apenas se habían registrado cuatro mil quinientas personas, de las cuales sólo una pequeña parte publicaba tuits a diario. Era además casi un negocio familiar, un vestigio de Odeo que había quedado reducido a media docena de empleados.
A pesar de no ser oficialmente una compañía, Twitter había ido creciendo lentamente a lo largo del verano con muchas «primeras veces». Hubo el primer tuit de un accidente de coche. (No se preocupe, todo el mundo salió ileso). Un bloguero anunció que le habían despedido del trabajo. (No tardó en encontrar otro). En agosto, Ev tuiteó que le había pedido a Sara que se casase con él. (¡Respondió que sí!). Y un montón de guasa egotista entre tuiteros. La gente hablaba de sus comidas, sus cenas y sus desayunos. De capuchinos, sake y vino. Groseros primeros tuits sobre sexo, masturbación, horarios para ir al baño, borracheras y varios temas más salieron de los teléfonos de los usuarios para ver directamente la luz.
Pero el repertorio seguía sin ir más allá de los frikis tecnológicos. De modo que Jack siguió la sugerencia de Noah y decidió que el Love Parade sería el acto perfecto para que los amantes de la música conocieran Twitter.
El grupo se puso enseguida manos a la obra.
Ray, el joven diseñador de Odeo, que se había librado de los despidos, preparó un folleto para distribuir entre los asistentes al macroconcierto con instrucciones para darse de alta en Twitter. Jeremy y Blaine prepararon los servidores para que la página pudiera gestionar el aluvión de inscripciones que se esperaba. El día del evento, Jack aportó una mesa de picnic plegable que colocó cerca de la entrada del Bill Graham Civic Auditorium, escenario principal del Love Parade. Cuando empezó a caer la noche, Ray, que para la ocasión había combinado su camiseta blanca con un sombrero de copa negro, conectó su ordenador portátil a un proyector patéticamente oscuro que mostraría los tuits que fuera publicando la gente con la ayuda de un personaje de dibujos animados llamado Celly. Jack se acercó a una licorería para comprar vodka y vasos de plástico.
A pesar de que Noah ya no trabajaba en Twitter, y ni siquiera en lo que quedaba de Odeo, seguía manteniendo amistad con alguno de sus antiguos colegas y se mostró encantado de colaborar como fuera posible. Pero aquella noche estaba allí más por la fiesta que por Twitter y se había vestido en consecuencia: parecía salido de una casa encantada, con pulseras y collares de color rosa en muñecas y cuello, y franjas negras pintadas cruzándole la boca.
Cuando todo estuvo a punto, Jack sacó el teléfono de su bolsillo y tuiteó: «¡En la fiesta de clausura del Love Parade preparando el stand de Twitter!».
El plan era regalar copas, junto con los folletos de Twitter, para que la gente se registrara en el servicio. Los primeros tuits serían anuncios de que Massive Attack, Junkie XL y DJ Shadow estaban actuando en aquel momento en el Love Parade. Justo aquello para lo que Twitter había sido concebido. Pero la idea se convirtió rápidamente en un desastre.
Juerguistas estrafalariamente vestidos y también medio desnudos, muchos de ellos colocados con drogas de todo tipo —setas, éxtasis, ácido—, empezaron a desfilar por el stand de Twitter, y se llevaban un combinado preparado por Jack a cambio de llevarse también un folleto de Twitter. Pero la transacción no pasó de eso. Los pocos que llevaban ropa suficiente como para guardar el folleto en algún lado, acabaron seguramente perdiéndolo a lo largo de la noche. Los folletos que se repartieron a los demás, muchos vestidos sólo con ropa interior y altísimas botas de plataforma que los levantaban más de un palmo del suelo, acabaron arrugados y sembrando el suelo del escenario en forma de minúsculos meteoros.
Cada vez que Jack levantaba la vista para mirar la pantalla y ver cuánta gente había empezado a enviar tuits, no veía más que un goteo de inscripciones. La velada no estaba yendo según lo planeado. Pero siguió preparando combinados, entregando folletos y mirando la pantalla.
Mientras Jack jugaba a ser camarero, uno de los asistentes al concierto se acercó al ordenador de Ray bailando y mirando los dibujos animados sobre Twitter que aparecían en pantalla. Tropezó sin querer con la mesa y derramó un combinado entero sobre el teclado del ordenador. La pantalla se quedó negra. El ordenador estaba muerto. Ray se quedó desolado y, después de que sus amigos intentaran consolarlo, decidió ir a dar una vuelta para atemperar su enfado y descubrió que le habían robado su recién estrenada bicicleta.
A partir de aquel momento, las cosas, que habían ido de mal en peor, pasaron a ir de forma condenadamente terrible. Jack, que había pasado la mayor parte del día preparando solo la gran inauguración de Twitter, estaba agotado y rabioso. Para calmar los nervios, había ido bebiendo vodkas con Red Bull, uno tras otro. A última hora de la tarde, cuando llegó Jeremy para ayudarle a repartir folletos, Jack estaba tan borracho que se tambaleaba.
Cuando hubieron repartido, casi a la fuerza, los folletos que quedaban, y viendo que de las botellas de vodka no salía más que alguna gota de líquido, Jack y los demás entraron en el recinto. Terminada una dura jornada de trabajo, bailaron al ritmo repetitivo del tecno, los brazos apuntando al cielo, deseando tocar los rayos láser que se mezclaban con las estrellas del firmamento. Más vodka, más Red Bull, la música digital sonando al compás de los combinados. Jack estaba cada vez más borracho. Más borracho de lo que podía haber estado en toda su vida.
Bailando, apareció una chica completamente ebria y abrazó a Jack por la cintura. Éste, desorientado, la abrazó a su vez a modo de respuesta. Y en un abrir y cerrar de ojos, ambos cayeron rodando por el suelo, con la mala suerte de que Jack acabó golpeándose la cabeza contra el suelo de hormigón.
Cuando por fin consiguió levantarse, la sangre manaba a borbotones por su frente. Se echó a reír al ver que todo el mundo le miraba boquiabierto. Sus compañeros nunca habían visto a Jack desmadrarse de aquella manera. Y posó con una radiante sonrisa cuando Ray le hizo una rápida fotografía con la sangre rodando por sus mejillas.
Noah, que también estaba borracho como una cuba, llegó enseguida corriendo.
—¡Túmbate en el suelo! ¡Tienes que permanecer tumbado! —le gritó a Jack, casi presa del pánico—. Puedes haber sufrido daños en la cabeza. —Y fue rápidamente a buscar a un médico.
En cuestión de minutos, Jack salía del recinto en camilla y con collarín, era introducido en una ambulancia y partía rumbo al hospital. Las luces rojas se reflejaban en las ventanillas como la luz láser en las paredes sólo unos minutos antes.
Tal vez todo hubiera sido distinto si un directivo con más experiencia hubiese supervisado la grandiosa presentación de Twitter. Pero todo había quedado sólo en manos de Jack, Ray y un par de empleados más con escasa experiencia.
A Biz no le gustaba la música tecno, razón por la cual había decidido quedarse en casa, en Berkeley, en compañía de Livy y sus animales recogidos de la calle. Estaban también completamente destrozados: la deuda de la tarjeta de crédito había empezado a ascender otra vez, obligándolos incluso a recurrir al contenido de la lata de café que utilizaban como hucha y donde solían guardar el dinero suelto. Florian estaba en Alemania, retenido por retrasos en su permiso de trabajo. Crystal estaba en una boda, vestida de dama de honor y con un ramito de flores en la mano. El resto de empleados que había sido contratado para trabajar en su día en Odeo había sido despedido hacía ya un tiempo.
Ev había decidido finalmente tomarse un descanso del trabajo y se había marchado de vacaciones con Sara. Y Twitter no estaba entre sus principales prioridades. Estaba en proceso de descargarse de parte de las acciones de Google que aún poseía para poder comprar la parte de los inversores de Odeo. La perspectiva de una venta a MySpace o Real Networks, dos de las compañías interesadas en adquirir Odeo, había pasado de una clara posibilidad a convertirse en un callejón sin salida. Al final, Ev había optado por comprar su parte a los inversores de Odeo con los millones de dólares que había ganado con la venta de Blogger, básicamente con la esperanza de mantener su propia reputación.
A principios de mes, en una conferencia a través de la web, había reconocido públicamente que Odeo había sido un error terrible y había declarado que fuerzas externas le habían convencido de que crear una compañía de podcasting serviría para fomentar su autoestima, puesto que ello incluía la oferta de dar una conferencia en TED, uno de los principales encuentros tecnológicos a nivel mundial, y la tentación de aparecer en un artículo de portada en la sección de negocios del New York Times. «Me vi metido por numerosas razones, entre ellas mi propio ego», había escrito Ev en un artículo de su blog.
Pero no había decidido comprar la totalidad de las acciones de Odeo para lanzar con fuerza Twitter; su intención era poner en marcha una incubadora de nueva creación llamada Obvious Corporation, una fábrica de ideas para alguien con demasiadas ideas. No quería dinero de inversionistas, decía, puesto que creía que en un entorno como aquél, donde se trataba de lanzar ideas poco sistemáticas contra la pared, los inversores no harían más que entrometerse.
«Tal vez sea una idea estúpida. Tal vez sea ingenua. Tal vez sea egoísta y carente de toda disciplina. Y, francamente, tal vez no funcione —escribió Ev en su blog—. Todo lo que sé es que este proyecto me excita más que cualquier otra cosa en mucho tiempo. Y la excitación y los movimientos audaces son los que suelen generar grandes cosas».
Pero esa «excitación» desvió su atención de algo que iba ya camino de convertirse en algo muy grande, lo que dejó al joven Jack Dorsey, sin experiencia como directivo ni habilidades de liderazgo, al frente de Twitter. El mismo Jack Dorsey que estaba en aquellos momentos en la cama de un hospital, padeciendo cinco puntos de sutura en la ceja derecha, y con la sangre deslizándose por su cara hasta manchar las blancas sábanas del hospital.
Con el reloj a punto de dar las dos de la mañana, Jack cruzó las puertas de urgencias y se adentró en las adormiladas calles de San Francisco, la cabeza a punto de estallar. A pesar de que el efecto del alcohol empezaba a esfumarse, la cafeína del Red Bull seguía ahí y estaba completamente despierto, su corazón rebosante de adrenalina y latiendo con fuerza. De modo que regresó al Bill Graham Civic Auditorium y entró en el recinto, pasando por delante del chapucero stand de Twitter que había montado a primera hora del día.
Crystal había llegado también, procedente de la boda, después de cambiar su vestido de dama de honor por el típico atuendo con poca ropa de la típica asistente a un macroconcierto.
—¿Qué demonios te ha pasado? —le dijo a Jack cuando todo el mundo corrió a abrazarlo.
Jack empezó a relatar su versión de la historia, pero Noah lo interrumpió con su visión de los hechos. No tardaron mucho en ponerse a discutir sobre dónde, por qué y cómo había acabado en el suelo Jack.
—¡Chicos! ¡Chicos! ¡Ya basta! —exclamó Crystal, interrumpiéndolos—. Estáis peleándoos por detalles minúsculos.
Al final, recogieron, rendidos, magullados, doloridos y todavía borrachos, dando por terminada la noche. El grandioso lanzamiento de Twitter había sido un fracaso.
A Jack seguía doliéndole la cabeza el lunes por la mañana, cuando todo el mundo en la oficina comentaba la desastrosa velada.
—¿Cuántos usuarios conseguimos? —preguntó Biz, después de saber que el ordenador de Ray había quedado inservible, que la barra libre había sido un fracaso y que a Jack habían tenido que darle puntos.
—Deja que lo mire —dijo Jack, haciendo girar la silla y entrando en los servidores, sus dedos bailando sobre el teclado.
Al cabo de un momento, volvió a girarse y se encontró con las caras sonrientes de Ray, Jeremy y Biz.
—Menos de cien —dijo Jack con expresión derrotada—. Menos de cien nuevos usuarios.