South Park estaba turbadoramente silencioso y tranquilo aquella noche. No había niños jugando en los columpios. Los bancos verdes del parque estaban vacíos. Las luces de los edificios en forma de caja de cerillas que rodeaban el parque estaban apagadas; las cafeterías, los restaurantes y las oficinas, cerrados desde hacía rato. La única excepción era el número 164, donde un tenue resplandor amarillo susurraba al otro lado de las ventanas cúbicas que daban a la calle.
En el interior, los relojes de la pared avanzaban en silencio pasada la medianoche. Y en la parte posterior del edificio, más allá de las mesas vacías con monitores oscuros, estaba Noah, haciendo lo que solía hacer casi cada noche. Permanecer sentado a solas.
Se había convertido en una rutina nocturna. A veces pasaba las noches llorando mientras pintaba grandes y sofisticados murales. Otras, ponía música y rasgaba las cuerdas de su guitarra mientras cantaba música melancólica. A menudo le cantaba al amor frente a su webcam, con un sombrero oscuro de ala ancha ocultándole los ojos hinchados.
Su matrimonio estaba acabado; su empresa tecnológica, Odeo, era un cadáver en estado de descomposición. Su relación con sus mejores amigos, que eran también sus compañeros de trabajo, estaba asimismo hecha jirones.
Noah hacía lo que mejor sabía hacer. Se había volcado en la magia de internet en busca de consuelo. Le hablaba a la webcam. Al blog. Y, por supuesto, a Twitter.
Utilizaba Twitter para justo aquello para lo que confiaba que se utilizara: para aliviar la soledad. Había comprendido el concepto mucho antes que nadie. «Puede ser lo que tú quieras que sea —había escrito en su blog hacía unos días—. El hecho de poder saber lo que estaban haciendo mis amigos en cualquier momento del día me hacía sentir más cerca de ellos y, sinceramente, un poco menos solo». Por desgracia, claro está, sus hipótesis demostraron ser falsas y el hecho de que los amigos no estuvieran a su lado no aliviaba la tristeza. Por eso, pasaba noche tras noche escondiéndose en soledad en el fondo de la oficina, sintiéndose indeseable.
La situación en la que se encontraba era básicamente obra suya.
A principios de junio, Crystal había empezado a colaborar con Twitter, incorporando su experiencia en servicio al cliente y respondiendo a las preguntas de las personas que estaban haciendo las pruebas iniciales de la página. A pesar de ser todavía un secreto, los empleados tenían permiso para registrar como invitados a amigos y familiares.
El 5 de junio, a la hora de comer, Dennis Crowley, un conocido emprendedor que había sido director de Dodgeball, una compañía recientemente adquirida por Google, envió un e-mail a Twitter preguntando si podía registrarse. Crystal, que no sabía quién era Dennis, le respondió encantada con un código para activar su cuenta. Instantes después, cuando Noah vio el nombre de Dennis aparecer en pantalla con el habitual tuiteo de iniciación, «Configurando mi twttr, simplemente», se puso rabioso y salió hecho una furia de su despacho como el luchador que sube al ring.
—¿Qué cojones pasa aquí? —vociferó al ver que todas las cabezas se volvían para mirarlo—. ¿Por qué cojones hemos aprobado la cuenta de Dennis Crowley?
—No sé quién es… —dijo Crystal, mirándolo con timidez con una expresión que combinaba sorpresa y miedo.
Noah se puso como un loco.
—¡No tienes ni idea de cómo acabas de joderla! —gritó, deambulando de un lado a otro. Crystal rompió a llorar.
—Cálmate, Noah —dijeron los empleados—. Te estás pasando. No tiene tanta importancia.
—¡Esto es una jodida guerra! —gritó Noah, mientras Jack intentaba también, sin éxito, tranquilizarlo—. ¡Esto es una jodida guerra! Es nuestro enemigo. Necesitamos un mapa de guerra. Piensa atacarnos, tenemos que destruirlo.
Todo el mundo intentó apaciguar a Noah, que siguió gritando, el pánico superándolo cuando volvió a encerrarse en su despacho.
Unos días más tarde, tuvo otro estallido, durante el cual envió un frenético e-mail a George Zachary, inversor de la compañía y miembro de la junta directiva de Odeo: «Me gustaría hablar contigo sobre Twttr —escribió Noah—. Es importante que hablemos lo antes posible». Noah había estado defendiendo que Twitter tendría que ser una compañía aparte y que él debería ser su consejero delegado. Técnicamente, lo que pasara con Twitter dependía de los inversores que en un principio habían financiado Odeo, ya que ahora estaban pagando sin quererlo el desarrollo de este experimento.
Ev, de entrada, no se había mostrado contrario a la idea. Sabía que Noah lo había dado todo por el nuevo proyecto. Dos meses antes, en mayo de 2006, Ev había incluso enviado un e-mail a la junta directiva de Odeo sugiriendo que Twitter formara una compañía aparte, con Noah al timón de la misma: «¿Por qué no montar Twttr, Inc. como una compañía independiente, tal vez no como una propiedad exclusiva, sino para tantear cómo va, invirtiendo en ella unos quinientos mil dólares y ver qué puede hacer Noah?», había escrito Ev con entusiasmo. Pero la junta directiva no mostraba el más mínimo interés por Twitter; si Ev y Noah no querían continuar con Odeo, los inversores estaban dispuestos a venderla al mejor postor y recuperar su dinero. Veían aquel proyecto secundario como una distracción más para Ev.
«Ev, en poco tiempo vamos a vernos abocados a un desastre si paramos el proceso de vender la compañía —había respondido George Zachary—. Ya es mucha presión sobre mi paciencia y creo que estoy a punto de perderla».
Y ahora que había salido de nuevo a relucir la discusión sobre separar Twitter, la conducta inconstante y maniaca de Noah había ido agotando poco a poco las posibilidades de que pudiera llegar a dirigirla…, había incluso puesto en entredicho su capacidad para gestionar Odeo.
Además, Noah empezaba a tener paranoias con Ev. En más de una ocasión, había cogido a Jack por su cuenta para confesarle sus temores.
—Ev está intentando echarme de la compañía. Lo noto. Deberíamos largarnos y empezar por nuestra cuenta —le decía en voz baja a Jack—. Deberíamos ir y empezar nuestro propio Twitter.
Pero Jack sabía lo que iba a pasar a continuación y le dijo a Noah que se tranquilizase y esperase a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos antes de hacer nada.
—Espera —le dijo Jack—. No hagas nada todavía. Esperemos.
—Ev está intentando echarme de la compañía —replicó Noah.
La corazonada de Noah sólo era acertada a medias: no era sólo Ev el que quería echar a Noah. Eran también todos los demás.
Twitter era apenas un recién nacido en aquel momento, pero ya provocaba peleas para ver quién tenía que darle de comer, quién dejaba que se acercase a él. Durante un tiempo, la página había existido única y exclusivamente en el portátil IBM de Noah. Después, Jack había asumido la ingeniería de Twitter y cada mañana asignaba tareas de programación a Florian, que trabajaba ahora remotamente desde Alemania. Pero por la noche, cuando Noah se quedaba en la oficina para pescar cualquier idea que la oscuridad trajera consigo, breves periodos de pasión en medio de un estado de ánimo deprimido, también le ordenaba a Florian en qué tenía que trabajar. Jack llegaba a la mañana siguiente a la oficina y se encontraba una lista de tareas finalizadas; pero no eran las de su lista, sino las de la lista de Noah.
Ev se debatía entre qué hacer con las rabietas de Noah y la presión de los medios. Jack le ayudó a decidir. Una tarde, le preguntó a Ev si podían hablar en privado.
—No puedes contarle a Noah nada sobre esta conversación —dijo Jack. Al fin y al cabo, aún eran «amigos». Jack le dijo que Noah estaba interfiriendo en Twitter, que no podía seguir trabajando con él y que estaba planteándose marcharse. Cuando Ev le preguntó adónde pensaba ir, declaró que le encantaría meterse en el mundo de la moda. Entonces, Jack le lanzó el desafío—: Si Noah se queda, me marcharé yo. No puedo seguir trabajando con él.
Para Ev, la respuesta fue muy sencilla. Sabía que la vida de Noah estaba desmoronándose, pero también veía que en su caída luchaba por aferrarse a cualquier cosa tangible y que corría el riesgo de llevarse con él tanto al moribundo Odeo como al recién nacido Twitter.
De modo que después de reunirse con la junta directiva, a las seis de la tarde del miércoles 26 de julio, Ev y Noah se sentaron en los bancos del parque. Noah sabía qué iba a pasar exactamente a continuación. Los bancos del parque eran un túmulo legendario para Ev.
A pesar de que el instinto le decía a Ev que Twitter acabaría siendo algo, en aquel momento seguía siendo un proyecto secundario. Odeo, por otro lado, había muerto antes de despegar. Como resultado de ello, Ev había tenido que empezar a despedir gente desde hacía ya unos meses.
Los despidos seguían siempre el mismo modelo. En aquel momento, Ev lo había convertido ya en toda una ciencia: se acercaba al empleado en cuestión, le daba un golpecito en el hombro y le decía en voz baja: «Oye, salgamos a dar una vuelta». Se lo había dicho ya a Rabble, a Dom y a algunos más. Hundía las manos en los bolsillos, los codos ligeramente doblados. Movía lentamente la cabeza en un determinado ángulo, hacia atrás y algo a la derecha, para indicar la dirección de la puerta.
Juntos salían del edificio, giraban a la izquierda y daban unos breves pasos hasta South Park. Una vez allí, se sentaban en un banco de color verde y Ev descargaba su elegía.
—Las cosas se han puesto complicadas en Odeo últimamente —decía. Una ruptura del tipo: «No es por tu culpa, es por la mía». Algunos lloraban; otros se sentían aliviados. (Rabble se había puesto eufórico cuando el Hombre lo había echado). Pero uno de ellos se enfadó muchísimo.
—No me da la gana de largarme —rugió Noah a Ev cuando se sentaron en el banco. Noah inició entonces un discurso sobre Odeo, mencionando que Ev casi nunca estaba en las oficinas, que Noah era quien supervisaba el proyecto de Twitter, quien lo mimaba, lo alimentaba, quien, junto con todos los demás, estaba colaborando para que aquella idea se hiciese realidad.
—No veo un papel para ti de aquí en adelante —le explicó Ev—. Si no vendemos Odeo, Twitter pasa a ser nuestro foco de atención principal y no creo que podamos trabajar bien juntos en el proyecto.
Noah le suplicó, argumentando que deseaba supervisar Twitter, pero Ev sabía que era imposible. Todo el mundo estaba harto. Habían superado los límites hacía ya tiempo. Y Jack, el desarrollador más importante del equipo de Twitter, se largaría si Noah seguía allí. Ev ya había tomado una decisión, y esa decisión era la única que contaba. Cuando Noah había accedido en su día a que Ev fuera consejero delegado de Odeo a cambio de su dinero para poner en marcha la compañía de podcasting, le había otorgado también carta blanca para la toma de decisiones. Noah nunca se había imaginado que el poder que había concedido a su amigo y vecino se volvería en su contra y serviría para despedirle a él, el fundador de Odeo.
Ev le dio un ultimátum: seis meses de indemnización y seis meses de derechos de posesión de las acciones que tenía en Odeo, o un despido con un relato no muy agradable de cara a los medios públicos. No mencionó el ultimátum de Jack; ni siquiera mencionó el nombre de Jack.
—Tómate el resto de la semana para pensar qué quieres hacer —le dijo Ev.
Aquella noche, Noah abandonó la oficina cabizbajo y triste, enfadado, derrotado, creyendo que Ev lo echaba de la compañía para conservar el control sobre Twitter. Noah necesitaba ahogar sus penas en alcohol. Quedó con Jack y otro amigo en una discoteca cercana, donde bebieron y bailaron hasta las tantas.
En la barra, pidiendo unas copas, Noah le explicó a Jack lo sucedido. Jack se quedó aparentemente pasmado ante la noticia del despido de su amigo. No le mencionó en ningún momento que le había entregado a Ev la pistola con la que se había disparado el último tiro. Cuando se acabó la fiesta, Noah le dio un abrazo de despedida y se fue solo a su casa.
Noah pasó los días siguientes dando vueltas en bicicleta por San Francisco, intentando decidir qué hacer. Paseó por el embarcadero, donde contempló los barcos navegando por la bahía. Se sentó en Dolores Park para escribir en su diario, con Indiana Jones, en busca del arca perdida de fondo. Y se sentó en el último rincón del mundo viendo cómo la gente hacía volar gigantescas cometas. «Viendo paracaídas de colores trazando la forma del infinito al caer a tierra», tuiteó.
Ev esperaba que Noah luchase por el poder y el control de Twitter. Pero por mucho que Noah quisiese ser un guerrero, no lo era. No peleó porque no sabía cómo hacerlo. Cuando en su día un caballo le había arreado una coz, se había limitado a apartarse.
Noah no peleó porque comprendió que lo que buscaba cuando puso en marcha Odeo no era el poder. Más que la fama y más que el dinero, simplemente buscaba hacer amigos.
Dos semanas más tarde, sin otra alternativa y sin nadie de su lado, Noah presentó la dimisión. Pasó por la desolada oficina un sábado por la tarde, guardó su vida en cajas de cartón y cerró la puerta de color beis a sus espaldas. Había dejado de ser empleado de dos compañías que había ayudado a fundar.