A última hora de la tarde, la puerta de las oficinas de Odeo se abrió de sopetón y apareció Noah, borracho.
—¡Jack! —vociferó nada más entrar, dirigiéndose en tromba hacia él con el júbilo de un niño que acaba de llegar a casa del colegio pero con el olor acre de un borracho. Jack se quitó los cascos y levantó la cabeza con expresión cansada.
—Hola, Noah.
—Tal vez acabe de cagarla —dijo Noah, dando unas palmadas y dejándose caer en una silla al lado de Jack—. Es posible que os cabreéis conmigo.
—¿Qué has hecho? —preguntó Jack, sin saber muy bien cómo iba a acabar aquella particular explicación de Noah.
—Creo que acabo de anunciar Twitter a los medios de comunicación —dijo Noah, iniciando una divagación sobre aquella gran fiesta, Om Malik, tabaco, bebidas gratis y un toro mecánico.
Era a mediados de julio de 2006 y el Valley tenía el aspecto de un parque de atracciones que acababa de reabrir el negocio. Empezaban a construirse excitantes montañas rusas de redes sociales en los terrenos que en su día pertenecieron a páginas web dedicadas a la venta de comida para mascotas y otras ideas rocambolescas de finales de los años noventa. Y ahora la entrada era gratuita. El único pago era en forma de intimidad, puesto que para acceder tenías que entregar tu información personal.
El nuevo Valley tenía también un nuevo nombre. ¡Web 2.0! Nueva y mejorada: la Web Social. MySpace y Friendster eran la comidilla del mundo veinteañero y aquella cosa emergente llamada Facebook se expandía por las residencias universitarias a la velocidad de un resfriado. Flickr, la red social de fotografías, acababa de ser adquirida por Yahoo! por casi cuarenta millones de dólares, una pequeña mina de oro en aquellos tiempos.
Como niños hipnotizados por uno de esos enigmáticos globitos transparentes con nieve en su interior, la gente ajena al Valley volvía a asomar la nariz y a preguntarse cómo formar parte de aquel país de las maravillas, cómo hacerse también con un globito de nieve que, debidamente agitado, hiciera caer en sus manos, no copos de nieve, sino dinero contante y sonante.
Pero entre la riqueza ilimitada que empezaba a dar vueltas por el Valley, se estaba produciendo también una masacre de compañías tecnológicas, como Odeo, que se iban a pique. Y así fue como Noah acabó borracho en una fiesta, vanagloriándose de ser uno de los creadores de Twitter.
Un par de emprendedores del Valley con un ingenioso sentido del humor sobre la mentalidad de montaña rusa de la escena tecnológica decidió sacar provecho de la debacle de aquellas compañías y puso en marcha un club llamado «Valley-schwag», en el que los miembros pagaban veinte dólares al mes por recibir una bolsa de productos resultado del expolio. Las fruslerías, envueltas en tela de arpillera de color marrón, solían ser camisetas, pegatinas, bolígrafos y alfombrillas para ratón de las empresas que estaban a punto de desaparecer por obra y gracia de un sofisticado truco mágico de su propia creación.
Para conmemorar y ayudar a las moribundas compañías decidieron celebrar una fiesta con bailes folclóricos que denominaron «Valleyschwag Hoedown». A primera hora, antes de que se iniciaran los festejos, los organizadores de la Valleyschwag se dieron cuenta de que necesitaban más basura para repartir durante el evento. Era un secreto a voces que Odeo estaba en las últimas, por lo que uno de los organizadores se pasó por sus oficinas. Ev lo recibió y lo acompañó a un armario lleno de camisetas grises estampadas con el logo de Odeo en color rosa.
—¿Puedo coger alguna para la fiesta? —preguntó el organizador.
—Por supuesto —respondió Ev, mortificado—. Llévate todas las que quieras.
Avanzada ya la fiesta, con balas de heno decorando los rincones del lugar, llegó Noah, contento por Twitter, un producto del que muy poca gente había oído hablar hasta aquella tarde. Después de soplarse unos cuantos tragos de vodka en compañía de conocidos de la escena tecnológica, comer un pedazo de tarta seca de la fiesta, bailar con chicas tocadas con sombrero de vaquero y montar en el toro mecánico alquilado para la ocasión y rematado en la parte delantera con una cabeza de caballo de cartón pegada, Noah se encontró fuera, borracho y fumando en compañía de Om Malik, un conocido bloguero especializado en el mundo tecnológico. Se pusieron a charlar apoyados en un autobús escolar amarillo llamado Lola que había sido trasladado especialmente al lugar para ambientar la fiesta.
Noah, incapaz de contenerse, dio unas cuantas caladas compulsivas a su pitillo y le contó a Om con excitación todos los detalles sobre la nueva página.
—Todo surgió en el transcurso de una conversación en mi coche, aparcados en Valencia con la Catorce, después de una noche entera bebiendo vodka —dijo, arrastrando las palabras—. Dame tu teléfono. ¡Voy a registrarte! —prosiguió Noah, el cigarrillo colgando de su boca al estilo James Dean. Pulsó unas cuantas teclas y le devolvió el teléfono, para explicarle brevemente cómo funcionaba Twitter.
«Buscando comida», tuiteó Om; inhaló lo que quedaba de su cigarrillo y se guardó el teléfono en el bolsillo.
Después de irse de la lengua, Noah decidió que era mejor registrar también a más gente y acabó convirtiéndose en un auténtico vendedor.
—¡Dame tu teléfono! ¡Voy a registrarte! —gritaba a todo el mundo por encima del sonido de la música country. Y sin darse apenas cuenta estaba allí, borracho, en plena fiesta, con gente tocada con sombrero de vaquero revoloteando a su alrededor, un minúsculo océano de alcohol en su pequeño vaso de plástico. Pronto comprendió que era necesario informar a Jack y a la oficina entera de la improvisada rueda de prensa que acababa de realizar.
La excitación de Noah con Twitter era patente desde hacía semanas. Unos días antes, los miembros de la junta directiva de Odeo se habían presentado en las oficinas para asistir a la reunión trimestral y ponerse al día sobre los potenciales compradores del servicio de podcasting. Pero antes de que empezara la reunión en sí, Noah y Ev habían pedido un hueco para realizar una demostración de Twitter a los inversores. Era la primera vez que Jack asistía a una de esas reuniones y había permanecido callado como una piedra mientras Noah llevaba a cabo una apasionada demostración de Twitter.
—¿Qué te parece? —le había preguntado Noah a George Zachary, el principal inversor de Odeo, una vez finalizada la demostración—. Asombroso, ¿verdad? ¡Te permite conectar con todos tus amigos!
George miró confuso a Noah, preguntándose en silencio por qué alguien querría «conectar con sus amigos» teniendo a sus amigos sentados a su lado. Se imaginó que aquel grupo de programadores había fumado alguna cosa antes de la reunión y miró dubitativo a su alrededor. Pero Noah siguió adelante proporcionando animados ejemplos de la capacidad de Twitter para poner a la gente en contacto.
Unos días después, cuando Noah llegó a la oficina procedente de la fiesta y anunció que lo había revelado todo a la blogosfera, Jack reconoció que no suponía un gran problema, le restó importancia y siguió trabajando. Igual que Ev, Jack odiaba tremendamente el conflicto o, como mínimo, el conflicto que quedara a la vista de todo el mundo.
Pero para sus adentros, Jack estaba furioso.
Su amistad con Noah había empezado a debilitarse después de una discusión reciente que habían tenido sobre Crystal.
En el transcurso del último año, Noah, Jack y Crystal se habían hecho íntimos amigos, desayunaban, comían y cenaban juntos varias veces por semana, bebían en exceso por las noches, y los fines de semana iban a bailar hasta las tantas de la madrugada. En abril habían ido con unos cuantos amigos más a Coachella, un festival de música multitudinario, a siete horas en coche de San Francisco. Habían bailado en el desierto al son de los Chemical Brothers, Girl Talk e Imogen Heap y dormido unos pegados a los otros. Pero Noah se había percatado de la creciente obsesión de Jack con Crystal, a la que seguía por todas partes como si fuese su guardaespaldas.
Una tarde, Noah había cogido a Jack por su cuenta y le había dicho que su obsesión por Crystal estaba volviéndose enfermiza y que debería «enfriarse» un poco. Jack se había puesto a la defensiva y lo había acusado de intentar apartarlo de Crystal para poder ligar con ella.
—¿Qué? Quiero mucho a Crystal, pero no pretendo salir con ella —había dicho Noah con cara de perplejidad.
Pero Jack ya se había metido aquello en la cabeza. Ahora, con Noah sentado en la oficina, describiendo con la alegría de un borracho cómo se lo había hecho para registrar a un montón de gente en Twitter y cómo había corrido la cortina y revelado su proyecto de alto secreto, Jack volvía a estar enfadado por el desliz de Noah. Primero Crystal, ahora Twitter. Los sentimientos de Jack hacia Noah estaban transformándose de amor en desprecio.
Y no era el único.
A la mañana siguiente, los empleados de Odeo y Twitter llegaron a la oficina y descubrieron un puñado de publicaciones en blog hablando sobre aquella nueva cosa rara llamada Twitter.
Mike Arrington, que gestionaba TechCrunch, un blog especializado en tecnología muy popular en el Valley, había escrito que Twitter había sido lanzado oficialmente y que «unas pocas y selectas personas de confianza estaban jugando con el servicio en la fiesta del Valleyschwag que se había celebrado la noche anterior en San Francisco». Pero Arrington no se mostraba muy impresionado por el nuevo servicio. Cuestionaba sus problemas de privacidad y, en un golpe directo a Ev, se preguntaba por qué Odeo, una compañía de podcasting, estaba perdiendo el tiempo en proyectos secundarios.
A pesar de que la publicación en el blog de Om Malik era más amable, puesto que mostraba interés por aquel nuevo chisme llamado Twitter, le otorgaba todo el mérito a un borracho cofundador que había compartido con él tabaco y vodka la noche anterior. «Una nueva aplicación móvil para las redes sociales creada por Noah Glass (y su equipo)», escribió Om.
Ev intentó solucionar el tema con la prensa, pero ya era demasiado tarde. Y a pesar de que Noah no lo sabía aún, el anuncio que había realizado a los medios de comunicación estando borracho iba a tener serias consecuencias.