—Creo que me marcho de Odeo —dijo Jack cuando Noah ralentizó el coche al llegar a Valencia Street.
Llovía con tanta fuerza que parecía que estuvieran echando cubos de canicas contra el cristal de las ventanillas. Cuando el coche se detuvo, la calle era un lugar desolado. Una débil luz azul parpadeaba en el equipo de música, recordándoles a ambos que eran cerca de las dos de la mañana y que la falta de sueño, seguida de la habitual e intensa resaca, les recibiría en cuestión de pocas horas, cuando se levantaran.
Era finales de febrero de 2006 y estaban cerca del final de otra interminable noche de baile, vodka y Red Bull y largas conversaciones sobre el amor, la pérdida y la soledad.
La relación de Noah con su esposa, Erin, estaba rompiéndose. Ella era abogada y él artista: dos perspectivas de la vida fundamentalmente distintas. Las bases de su matrimonio estaban derrumbándose y le había confesado a Jack lo solo y triste que se sentía. Jack le entendía. A pesar de tener amigos en San Francisco, también se sentía perdido, medio punk, medio ingeniero, con sueños de navegar por el océano y esperanzas de que Crystal acabara enamorándose de él. O de poder abandonar para siempre su vida con los ordenadores.
—¿Y qué quieres hacer? —preguntó Noah con la mirada fija en la calle vacía, el hedor a vodka impregnándole el aliento.
—Voy a dejar la tecnología para hacerme diseñador de moda —respondió Jack—. Además, Odeo es una puta mierda. —Ni siquiera los que trabajaban allí lo utilizaban, se había dado cuenta Jack.
Noah suspiró, incapaz de llevarle la contraria. Había estado intentando que todo el mundo utilizara más Odeo. Había instalado el viejo sofá beis de Ev en medio del loft para que los empleados vomitaran sus quejas por el micrófono. Pero los micros seguían allí, ignorados, reliquias del pasado dentro de una compañía que intentaba reinventar el futuro.
La declaración de Jack de que la compañía era una puta mierda iba más allá de la triste realidad de que ninguno de los empleados de Odeo utilizaba el servicio que habían creado. Había dos problemas más gordos si cabe.
Para empezar, la tensión entre Ev y Noah iba a peor. Los conflictos de personalidad entre los dos habían estallado en diversas ocasiones en medio de la oficina, delante de todo el mundo.
—Tendría que ser yo quien dirigiera esta jodida compañía —le había rugido Noah a Ev delante de los empleados en más de una ocasión—. ¡Podría hacer un trabajo mucho mejor que tú! No tienes ni idea de lo que haces.
La aversión de Ev al conflicto le llevaba a limitarse a quedarse allí aguantando el chaparrón, intentando calmar al violento cofundador con su silencio, pero a menudo acabando magullado por las invectivas de Noah. Los inversores andaban también preocupados, sin saber muy bien quién dirigía la compañía, si un ausente Ev o un errático Noah, y petrificados viendo que los cinco millones de dólares que habían invertido en Odeo para construir un lugar que estaba destinado a ser el punto de encuentro de todos los podcasts de la web estaban desapareciendo por las cloacas de la compañía.
La única cosa en la que Noah y Ev habían logrado ponerse de acuerdo en los últimos meses era en el traslado a una nueva oficina a nivel de calle, en el 164 de South Park, justo delante del parque.
Pero las rencillas entre los cofundadores no eran más que un aspecto del drama de Odeo. El otro elemento era la cultura anarquista imbuida en el ADN de la empresa desde el primer día, en especial gracias a los hackers que habían sido contratados para programar la página web. Rabble y Blaine habían sido etiquetados en la oficina como «los anarquistas», un nombre al que respondían con orgullo, puesto que la ausencia de leyes era incontrolable.
Los intentos para aplacar el caos solían caer en saco roto.
En octubre de 2005 había sido contratado uno de los empleados con mentalidad más corporativa, Dom Sagolla, para que testeara los nuevos productos de podcast. Antiguamente había trabajado en Adobe, el gigante del software, y acostumbraba a emplear en Odeo jerga corporativa en un esfuerzo por tratar de instaurar un poco de organización. En una de sus iniciativas, creó una tabla con fichas que colgó en la pared al lado de su mesa. En la fila superior aparecían los nombres de todos los empleados y luego, más abajo, las fichas indicaban las tareas que debía realizar cada uno a lo largo de la semana en curso. En cuanto Dom se alejaba de su mesa, los ingenieros se acercaban cautelosamente, se agachaban fingiendo atarse el cordón del zapato o recoger algo del suelo, y cambiaban las fichas de lugar, poniendo los trabajos que no querían hacer bajo el nombre de otra persona.
Tim Roberts, uno de los vicepresidentes de Odeo, organizó una reunión diaria «de pie». Aunque había dos personas que siempre permanecían sentadas: Rabble y Blaine.
—¡No pienso aguantar de pie estas reuniones de mierda! —bramaba Rabble cuando se le pedía que se levantara de la silla como todo el mundo.
Los anarquistas desafiaban cualquier directiva. Una mañana, Tim decidió adelantárseles y anunció que las reuniones de pie serían a partir de entonces «reuniones sentados, y todo el mundo tendría que sentarse». Cuando la docena de empleados fue a buscar sillas y se acomodó para empezar la reunión, Blaine y Rabble, sin inmutarse ni un ápice, continuaron orgullosamente en pie y siguieron así. Todos los demás, sentados, se rieron de ellos.
Pero peor que la anarquía reinante era el hecho de que Apple Computer acababa de abrir una brecha en el casco de la compañía.
Un martes por la mañana, varios meses atrás, los empleados de Odeo se habían reunido alrededor de sus ordenadores para ver cómo Steve Jobs, el venerable consejero delegado de Apple, anunciaba su último iPod.
Pero el más pasmoso silencio se había apoderado de ellos cuando Job declaró que Apple iba a incorporar podcasts a iTunes. Al final de aquellos anuncios, el gigante tecnológico envió una breve nota de prensa a todos los medios de comunicación electrónicos con el inquietante título «APPLE DA PROTAGONISMO AL PODCASTING». En aquel breve momento, el podcasting, que había sido la tesis empresarial de Odeo, acababa de convertirse en un simple complemento para Apple. Ev supo casi de inmediato que aquello era un golpe fatal para Odeo. ¿Cómo iba a derrotar a Apple, propietaria de iTunes, el servicio de música más importante del mundo, a nivel de podcasting? Era imposible. Era como un triciclo desafiando a un Fórmula 1.
No tenía sentido discutir nada de todo aquello en el coche esa noche, con la lluvia cayendo a raudales y el olor a alcohol flotando en el ambiente. Noah siguió hablando sobre los últimos meses mientras Jack permanecía sentado en silencio, contemplando el desolado panorama. Así era como solían funcionar las cosas entre ellos dos: Noah hablando con entusiasmo y Jack respondiendo con monosílabos.
—¿Qué es lo que te excita de verdad? —preguntó Noah—. ¿Qué quieres realmente hacer?
—Quiero meterme en la moda —dijo Jack en voz baja—. Quiero fabricar vaqueros.
—De acuerdo, estupendo, ya estamos llegando a algo. Cuéntame qué más te interesa —dijo Noah—. ¿Qué más quieres hacer?
A pesar de que Jack y los demás no lo sabían, Ev había estado hablando con Noah sobre la posibilidad de cerrar el chiringuito, de tirar de una vez por todas la sucia toalla de Odeo. Ev estaba cansado y no le veía solución. Pero Noah intentaba desesperadamente obtener ideas de los empleados para salvar la compañía. O al menos a los que trabajaban en ella.
Jack enumeró unas cuantas cosas que le gustaban: la música, navegar y programar. Y luego le explicó su concepto de «estado».
Unos meses atrás, Jack había sacado a relucir esta idea charlando con Crystal y Noah durante una de sus salidas de bares. Se le había ocurrido a principios de 2000, cuando vivía en un lúgubre edificio conocido como la Biscuit Factory, en una zona turbia y peligrosa de Oakland.
En aquella época, Jack utilizaba un servicio de blogueo llamado LiveJournal, competencia de Blogger. Una de las características que ofrecía LiveJournal era que los usuarios podían mostrar pequeños mensajes de estado en su blog para comunicar lo que estaban haciendo en aquel momento. La mayoría de los blogueros lo utilizaban para escribir concisas actualizaciones sobre su persona.
La idea de mostrar un estado en un ordenador había salido a la luz pública en 1997, cuando AOL introdujo un servicio de mensajería instantánea. En aquel momento, la compañía tropezó con un reto en cuanto a la comunicación entre usuarios: ¿cómo hacer saber a los demás que ya no estás delante del ordenador si no pueden verte? La solución era una prestación que AOL denominó «mensaje de ausencia». Los usuarios podían utilizar un mínimo texto para indicar si estaban disponibles, en una reunión o simplemente ocupados, para que de este modo sus amistades online conocieran su paradero. Pero cuando los adolescentes empezaron a utilizar la prestación de «ausencia», la abordaron de otra manera: tecleando su estado de humor o la música que estaban escuchando en aquel momento en su ordenador. Muy pronto, frikis de la informática como Jack, Crystal y Noah copiaron a los adolescentes haciendo que sus mensajes de ausencia reflejaran la música que escuchaban.
Una noche, incapaz de conciliar el sueño en la Biscuit Factory, Jack había estado pensando en la rápida evolución del género del estado, que en aquel momento utilizaba en el blog que tenía con LiveJournal, y se había preguntado si podría diferenciarlo para que fuera una página web. Había dejado la cama y empezado a tomar notas sobre el concepto; construyó incluso un tosco prototipo.
Ahora, seis años después, sentado en el coche con Noah, volvió a mencionar el concepto de una singular página web que la gente pudiera utilizar para compartir su estado.
—Podrías explicar la música que estás escuchando —dijo Jack—, o decirle a la gente que estás trabajando.
A Noah siempre le había parecido muy cínica aquella idea de Jack. Las actualizaciones, igual que la voz de Jack, le sonaban excesivamente breves y monótonas. La idea, además, le parecía similar a Dodgeball, que se había lanzado en 2000 para que los usuarios pudieran compartir con sus amigos su localización mediante un mensaje de texto. Además, estaba Facebook, que empezaba a circular por los campus universitarios.
Noah se quedó mirando por la ventanilla, procesando. El efecto del alcohol empezaba a mitigarse. Pensó en Erin y en su fracasado matrimonio. En Crystal y en cómo le gustaría que estuviera ahora en el coche con Jack y con él. Una parte de él deseaba también la presencia de Ev; añoraba la amistad que había perdido. Le habría gustado estar allí todos juntos, compartiendo una melancólica conversación sobre pérdida y fracaso bajo la lluvia en una calle vacía, y entonces se le ocurrió.
—¡Lo tengo! —exclamó Noah.
Aquello del estado podía ayudar a conectar a la gente con los que no estaban a su lado. No se trataba sólo de compartir la música que escuchabas o dónde estabas en aquel momento, se trataba también de conectar a la gente para que se sintiese menos sola. Podía ser una tecnología que borrase esa sensación que toda una generación sentía cuando fijaba la vista en la pantalla del ordenador. Una emoción que Noah, Jack, Biz y Ev habían sentido a lo largo de toda su juventud, encontrando consuelo en un monitor. Una emoción que Noah sentía noche tras noche mientras su matrimonio y la compañía se esfumaban: soledad.
Era el mismo sentimiento que había provocado en Ev la tremenda pasión que sentía por Blogger cuando estaba en su apartamento solo, sin amigos, y era capaz de conectar con el mundo a través del teclado. Era el motivo por el que Biz había empezado a escribir blogs desde el sótano de casa de su madre hacía ya muchos años. El mismo motivo por el que Jack se había creado una cuenta de LiveJournal cuando vivía en Saint Louis y pasaba horas solo en las cafeterías hablando con la gente que se escondía detrás de los foros y buscaba conectar con más gente. El concepto del estado podía ser un antídoto para todo aquello, un remedio para la soledad, creía Noah.
—¿Y qué te parecería si tuviera audio? —dijo Noah, excitado—. ¿O si… —hizo una pausa— fuera un mensaje de texto en vez de un e-mail? —Las ideas fueron cobrando forma—. ¿Y si…? ¿Y si…? ¿Y si…?
Jack empezó a emocionarse también con las sugerencias. Propuso integrar las ideas en Odeo: actualizaciones de estado con voz.
—Tal vez funcionaría si hubiese la posibilidad de adjuntar un archivo de audio —dijo Jack. Y siguió con más «Y si…».
—Hablemos mañana mismo de esto con Ev y los demás —dijo Noah cuando Jack salió del coche para dirigirse tambaleante hacia su casa. Y arrancó para adentrarse en la húmeda noche, su cabeza dándole vueltas a aquella visión de futuro.
El 27 de febrero de 2006, un lunes, los dos llegaron a trabajar con la cabeza a punto de explotar debido a la falta de sueño. Noah arrastró enseguida a Ev y Biz a la sala de reuniones para contarles la conversación de borrachos que había mantenido con Jack la noche anterior. Jack permaneció callado mientras Noah explicaba a Ev y Biz esa «cosa del estado».
—¡Está en línea con todo lo que hemos estado hablando últimamente! —proclamó Noah.
Desde enero sabían que lo de Odeo no iba a funcionar. A pesar de que había gente que entraba en la página, rara vez repetía. Los altercados entre Ev y Noah ralentizaban el desarrollo de nuevos productos y estaban sumidos en una situación perpetua de punto muerto. La entrada de Apple en la contienda del podcasting había clavado un centenar de clavos en el ataúd de Odeo. Ev y Noah eran conscientes de que tenían que mover ficha, y por ello habían mantenido diversas reuniones con Jeremy LaTrasse, un experimentado ingeniero de Odeo, y Tim Roberts con el objetivo de intentar encontrar una nueva dirección para la moribunda compañía o, incluso, para acabar de una vez por todas con ella y empezar de cero.
Cambiar el foco de una empresa tecnológica de nueva creación no tiene nada que ver con la metamorfosis que pueda experimentar un negocio tradicional, como podría ser el caso de una tienda de ropa de lujo que pretende transformarse en una empresa de construcción. Es más similar a cambiar el tipo de comida que se sirve en un restaurante. A pesar de que el tipo de cocina que se ofrece a los clientes cambia, a veces incluso drásticamente, es posible continuar con los mismos cocineros y los mismos camareros. O, en el caso de Odeo, con los mismos programadores, diseñadores y directivos.
A menudo las reuniones habían tenido lugar en el apartamento de Ev, donde, sentados alrededor de la mesa de la cocina, Jeremy, Tim, Noah y Ev se dedicaban a beber cerveza y a emitir sugerencias sobre el rumbo que tomar.
El peor temor de Ev estaba a punto de hacerse realidad: Odeo se iba a pique, lo que significaba que él, el fenómeno del blogueo, era en realidad una estrella de un solo éxito. Pero si conseguía transformar Odeo en otra cosa, lograría salvar su reputación en Silicon Valley.
—¿Y si matáramos la parte de audio de Odeo? —había sugerido Ev hacía pocas semanas—. ¿O si lo convirtiésemos en una plataforma de mensajería, en la que pudieses dejar un mensaje que luego pudiera escuchar un grupo de amigos?
Las conversaciones en torno a la reinvención de Odeo habían estado centradas en el concepto de amigos siguiéndose los unos a los otros dentro de una plataforma de mensajería. La principal pregunta que Ev, Noah, Jeremy y Tim eran incapaces de responder en esas discusiones era qué tipo de cosa querrían compartir esos amigos. Y ahí era donde la idea de estado de Jack encajaba a la perfección.
Cuando Biz escuchó la descripción del concepto, recordó una idea que le había obsesionado en Google. Tenía por aquel entonces un teléfono que se conocía con el nombre de Treo, que tenía una sencilla pantalla monocroma y que era mitad Palm-Pilot, mitad teléfono móvil. Había estado sugiriendo a sus colegas la posibilidad de que Google fabricara su propio «teléfono-ternet».
—¿Y qué demonios es eso de un «teléfono-ternet»? —le decía la gente.
—¡Es como una internet pero para el teléfono! —explicaba Biz a los que se dignaban a escucharle—. ¿Lo captas? Teléfono más internet. Teléfono-ternet.
Nadie le hacía ni caso. Pero ahora, después de escuchar el concepto de estado que proponía Jack, combinado con teléfonos móviles, grupos de amigos y la explicación humana que Noah le incorporaba a todo ello, Biz, al igual que Ev, se quedó locamente enamorado de la idea.
Cuando terminó la reunión, Noah tuvo que marcharse con prisas porque tenía una llamada telefónica pendiente y Ev dio rápidamente órdenes a Jack y Biz.
—Mirad —dijo Ev, inclinándose sobre la mesa y hablando en voz baja a sus empleados—. La idea me gusta, pero no quiero que Noah se distraiga con nada. —Continuó hablando sin levantar la voz—. De modo que quiero que vosotros dos os pongáis en marcha y empecéis a trabajar sin hacer mucho ruido en bocetos para el concepto de estado. Pero no se lo digáis a nadie —comentó Ev a Jack y Biz, que empezaban ya a comentar con entusiasmo su tarea secreta—. Y no dejéis que Noah se implique demasiado.
Pero era demasiado tarde. Noah se había metido ya la idea entre ceja y ceja. Todos se habían metido ya la idea entre ceja y ceja. Y juntos estaban a punto de crear algo que cambiaría sus vidas para siempre.