@Biz

Un día de principios de octubre de 2005, Biz Stone tomó asiento en una pequeña sala de reuniones de la sede central de Google en compañía de su jefe. El logotipo de la compañía lucía en letras azules, amarillas, verdes y rojas en la pared que tenía detrás, dando a la sala el aspecto de un cuarto infantil. Cerca había también un par de pufs de color rojo. La sonrisa que esbozó Biz mientras se alborotaba su desgreñado pelo rubio parecía apropiada para el ambiente festivo de la estancia.

—¡Me largo! —anunció Biz con una gigantesca sonrisa.

Su jefe se quedó mirándolo, sin saber muy bien si Biz, el bufón de Google, hablaba en serio o en broma.

—Así es —prosiguió Biz—. Me largo.

—¿Y el dinero no te importa? —preguntó su jefe.

—Sí. El dinero me importa.

—Biz, ¿acaso no te das cuenta de que si te largas ahora tendrás que prescindir de todas tus opciones de compra de acciones? —dijo su jefe. Le recordó que sólo llevaba dos años en Google, lo que significaba que sus acciones no eran todavía suyas y no lo serían hasta transcurridos dos años más.

—¿Qué cantidad estoy dejando sobre la mesa?

—Más de dos millones de dólares —le comunicó su jefe, confiando en que una cifra así alterara la decisión del joven empleado. Para la mayoría, dos millones de dólares frente a cero dólares era una ecuación financiera sencilla. También lo era para Biz. Sólo que hizo los cálculos de un modo un poco distinto.

Biz no era rico, ni mucho menos. Acababa de saldar la deuda de cincuenta mil dólares de su tarjeta de crédito que llevaba años arrastrando y ahora vivía al día en un pequeño apartamento de Palo Alto con su esposa, Livia, y un arca de Noé de perros y gatos recogidos de la calle.

Pero tener cero dólares en el banco mientras trabajaba en Google —donde incluso el chef costaba varios millones de dólares— no era una experiencia nueva para él. Era, al fin y al cabo, como siempre había vivido: pobre entre ricos.

Se había criado en Wellesley, un opulento barrio de Boston, donde los ingresos medios de las familias se situaban por encima de las seis cifras. Pero a pesar de que los vecinos de Biz eran absurdamente ricos, la vida de la familia Stone era algo distinta.

Biz se crio a base de cupones canjeables por alimentos.

Su madre había sido adoptada de pequeña por un bondadoso matrimonio suizo que al fallecer le había legado la gran casa donde vivía, para ella y para sus hijos.

Alimentar varias bocas hambrientas era complicado para una mujer sola, razón por la cual decidió elaborar un plan. Vender la casa de su propiedad pasados unos años y mudarse a un hogar más pequeño en Wellesley. De este modo, sus hijos podrían aprovechar las elegantes escuelas del condado y utilizar el dinero obtenido con la venta de la casa para pagar las facturas. Cuatro años más tarde, repetir la operación. Vender y bajar de nivel de vida.

Así fue como Biz se crio en casas que iban encogiendo a medida que él crecía. Todo estaba racionado. Los cortes de pelo, por ejemplo, se realizaban en casa: su madre colocaba un cuenco redondo sobre su abatida cabeza y recortaba todo lo que sobresaliera por el borde.

De pequeño, Biz era un generador de ideas. Los fines de semana solía ir a casa de un amigo de la familia que era electricista y pasaba horas en el sótano construyendo extraños cachivaches. Un día, consiguió incorporar un timbre a un felpudo que sonaba cada vez que alguien se presentaba en la puerta. Otro artilugio, que fracasó, fue el intento de construirse un equipo de buceo con botellas de coca-cola y tubos de plástico.

Pero la mayor parte del tiempo, Biz la pasaba en compañía de su mejor amigo de tercero de primaria, Marc Ginsberg, cuyo padre era lo bastante rico como para tener un ordenador. Biz se pasaba el día en casa de Marc, observando a través de sus gafas redondas de culo de vaso cómo su amigo se manejaba con el Apple II familiar, jugando con videojuegos y dibujando con el programa de gráficos que el ordenador llevaba incorporado.

El padre de Biz, un mecánico de coches de Boston, empezó a ausentarse de casa, y en las raras ocasiones en que aparecía, lo hacía borracho y tenía serias broncas con su mujer (ella acabó en el hospital más de una vez). Ella acabó echándolo de casa y autorizándolo a ver a sus hijos sólo los domingos. Biz decidió poner fin a aquellas visitas semanales poco después de cumplir dieciséis años.

Normalmente, una infancia tan traumática convertiría a muchos en delincuentes en potencia o en alguien necesitado de décadas de terapia. Pero no fue el caso del joven Christopher «Biz». Stone. Ni tampoco convirtió a Biz en un pastillero. Desde muy pequeño, pasaba el día inventando chistes para que su madre y sus hermanas se sintieran mejor después de las invectivas alcohólicas paternas. En el instituto era siempre el payaso de la clase. Dejó colgados los estudios universitarios dos veces, en la Universidad de Northeastern y en la de Massachusetts, donde dedicó más tiempo a hacer reír a sus compañeros que a centrarse en estudiar. Los chistes continuaron en las reuniones de trabajo en Google.

Mientras que el sentido del humor ayudó a Biz a prosperar en su carrera profesional y en entornos sociales, los chistes le sirvieron también para evitar el conflicto a toda costa, lo que hizo que en alguna ocasión la gente se aprovechara de él, sobre todo en el trabajo. Entre 1999 y 2001 trabajó en una red de blogueo llamada Xanga. Sus compañeros le pasaron por encima cuando decidieron conducir la empresa hacia una dirección que Biz consideraba poco ética, engañando a los usuarios del servicio y recopilando información privada en su propio beneficio. En vez de plantarse y pelearse, Biz decidió marcharse.

Acumulando facturas e instalado en el sótano de casa de su madre, acabó encontrando trabajo en Blogger. En aquel momento, verano de 2003, Ev llevaba ya un tiempo trabajando en Google, intentando aposentarse en la gigantesca compañía. Biz había leído cosas sobre él y su filosofía de «Cualquiera puede publicar con sólo pulsar una tecla» y también deseaba dar a conocer las posibilidades de los blogs.

A mediados de 2003, Biz le envió a Ev un e-mail para decirle que él, Biz Stone, era el «miembro de la banda que faltaba». Después de varias entrevistas telefónicas, algunos chistes y diversas discusiones éticas sobre la importancia de los blogs y su posibilidad de permitir publicar contenidos a cualquiera que tuviera un ordenador, Ev decidió contratarlo. Pero Google no era de la misma opinión; Biz carecía de experiencia como programador y había colgado los estudios universitarios. Fue necesaria una ardua tarea de convencimiento y politiqueo, pero finalmente Ev consiguió ofrecerle un puesto.

Después de que Biz recibiera la carta con la oferta de trabajo del gigante de la búsqueda, el asunto estuvo a punto de irse al garete. En algún momento de su infancia, Biz había desarrollado un miedo irracional a volar. Para desplazarse de Boston a Nueva York viajaba varias horas en tren o autocar en lugar de subirse a un avión y hacerlo en cincuenta minutos. Cuando se dio cuenta de que tenía que volar a Mountain View, declinó la oferta sin explicar el verdadero motivo. A Google, que de entrada se había mostrado reacia, no le gustaban las negativas, de modo que decidió ir añadiendo dinero y opciones de compra de acciones a la oferta para convencerlo. Cuando Biz le explicó la situación a un amigo, éste le respondió con una sola palabra: «Valium».

—¿Y eso qué es? —le preguntó Biz.

—Digamos que así no tendrás miedo a volar.

Aceptó el puesto y se tragó una gigantesca pastilla para combatir la ansiedad en cuanto subió al avión. Durante el vuelo, pasmado y extasiado por haber «superado» su fobia a volar, pasó el tiempo charlando pastosamente con cualquier pasajero dispuesto a escucharlo.

Los ejecutivos de Google captaron la mentalidad jovial de Biz en el instante en que empezó a trabajar oficialmente para la compañía. Biz no se limitó a llegar a Google e incorporarse a la cultura empresarial de ingenieros silenciosos y aislados, sino que organizó su propio desfile triunfal en forma de una falsa nota de prensa en internet anunciando su nuevo puesto.

«Google Inc. acaba de adquirir la totalidad del personal y parte de la propiedad intelectual de Genius Labs, una entidad dedicada a los blogs con base en Boston integrada única y exclusivamente por Biz Stone —publicó en su página personal el 7 de octubre de 2003 en un artículo titulado “Google compra Genius Labs”—. Los términos económicos del acuerdo no han sido revelados. —Y concluía su falsa nota de prensa con un chiste a costa de su nueva empresa—: El programa de tentempiés y cafés gratuitos de Google ha recibido grandes elogios por parte de la élite del sector, y sus innovadoras tecnologías de búsqueda son también muy agradables».

Cuando llegó al gran motor de búsqueda, sus rutinas cómicas lo hicieron saltar de jefe en jefe. Al igual que Ev, Goldman y el resto del equipo de Blogger, Biz solía sentirse fuera de lugar con la mentalidad formal e implacable de la compañía. Como un grupillo de niños impopulares en el colegio, los inadaptados de Blogger comían juntos en las cafeterías de la empresa, bebían en su propio rincón durante las charlas semanales de los viernes e ingeniaban chistes a costa de los mojigatos programadores.

Ev no tenía nada que ver con cualquier jefe tradicional con el que Biz hubiera trabajado hasta entonces. Siempre que Ev contrataba a alguien, en lugar de esperar un tiempo en pasarle información confidencial o en delegarle tareas importantes, confiaba en esa persona de inmediato. Biz se sentía seguro y orgulloso viendo que lo trataba de aquel modo y el vínculo entre ambos se fortaleció rápidamente. En poco tiempo, y alentados por su humor colectivo, Biz, Ev y Goldman se hicieron muy buenos amigos.

Cuando Ev dejó Google en 2004, Biz lo pasó muy mal, puesto que sus nuevos jefes no lo trataron con confianza ni respeto. De modo que en 2005 decidió que ya había tenido bastante y que quería seguir a Ev en su nuevo proyecto. Y la decisión era todo un enigma: tendría que dejar millones de dólares sobre la brillante mesa de Google para incorporarse a un nuevo puesto en Odeo, una cochambrosa empresa de nueva creación especializada en podcasting, para volver a trabajar otra vez con Ev y su chiflado socio, Noah.

—No nos trasladamos a California para poder trabajar en Google —le explicó Biz a Livia cuando discutieron sobre los millones de dólares que estaba dejando atrás—. Nos trasladamos a vivir aquí para poder trabajar con Ev.

La decisión fue fácil gracias a la estrecha amistad que habían forjado en el transcurso de los dos últimos años. Al día siguiente fue a trabajar y devolvió la tarjeta blanca que lo identificaba como empleado de Google y el dinero que la acompañaba, a cambio de la libertad que implica la vida en una empresa tecnológica de nueva creación.

Cuando el 6 de septiembre de 2005 empezó a trabajar para Odeo, comprendió rápidamente que se enfrentaba a un reto mucho mayor de lo que se imaginaba. Las comidas gratuitas ilimitadas, los tentempiés gratuitos, el autobús gratuito hasta el trabajo y todo lo gratuito de Google había sido sustituido por una oficina en cuya escalera dormían vagabundos, donde el único transporte gratuito eran sus dos piernas y donde la única comida o bebida gratuita era una cerveza al salir del trabajo si Ev pagaba la cuenta.

La diferencia cultural era incalculable. La cultura estéril y robótica de Google, con sus ingenieros sabelotodo y sus jefes mandones, había sido sustituida por hackers tatuados con una mentalidad de «haz lo que te venga en gana». Todos los empleados de Odeo, un grupo de gente que no albergaba otra cosa que desdén para los googlers de este mundo, que se pasaban el día pavoneándose de los títulos obtenidos en Stanford y el MIT, habían dejado colgados sus estudios en universidades de medio pelo.

Y Biz, trabajando codo con codo con su amigo y antiguo jefe, en compañía de vagabundos y caos, mugre y basura, se sentía como en casa.