A Noah Glass casi se le cayó el ejemplar de Forbes cuando vio la fotografía en aquella página. Como dos imanes que se atraen, se acercó la revista a la cara y acercó la cara a la revista, en un claro ejemplo de la atracción gravitatoria de la curiosidad.
Era una cálida tarde de verano de 2002 y había estado ganduleando en su apartamento, la algarabía del tráfico y de los indigentes que pululaban por Church Street filtrándose por la ventana como un olor ineludible. Fue pasando páginas y más páginas hasta que se detuvo a estudiar el perfil del tipo de veintitantos años que estaba detrás de una floreciente página web llamada Blogger.
No fue el texto lo que provocó que Noah estuviera a punto de caer de la silla al suelo, sino la fotografía de Evan Williams, el Flautista de Hamelín de Blogger, posando orgulloso para el fotógrafo delante de un ordenador con una pegatina de color naranja chillón pegada en la esquina inferior de la pantalla. A lo lejos, detrás de un sonriente Ev, al otro lado de una ventana, se veía una cocina. La misma cocina en la que Noah estaba sentado en aquel preciso momento.
Noah giró rápidamente la silla y levantó la revista para mirar por la ventana y examinar con detalle el apartamento de enfrente, donde el mismo ordenador que aparecía en la fotografía estaba justo encima de la misma mesa, pero en la vida real. En la esquina inferior de la pantalla, la pegatina naranja, y sentado detrás de la mesa, el hombre protagonista del artículo, Evan Williams.
—¡Me cago en…! —gritó Noah mientras una sonrisa gigantesca iluminaba sus facciones. Se quedó un segundo inmóvil, comprobando una vez más la semejanza entre la fotografía y la realidad.
Dada la corpulencia de Noah, la revista parecía diminuta en sus manos. Era un hombre grande en todos los sentidos: alto y ancho, con una cara grande y rectangular y ojos caídos como un cachorrillo triste. Y, como un cachorrillo, poseía la energía de una planta de energía nuclear.
Abrió rápidamente la puerta de atrás de la cocina y salió corriendo al balcón.
—¡Oye, Blogger! —vociferó. Ev volvió la cabeza, confuso y algo sorprendido por los gritos—. Eres Evan Williams, de Blogger, ¿verdad? —preguntó Noah—. Me llamo Noah. Noah Glass.
—Sí, soy yo —respondió Ev con cautela, saliendo también al balcón.
Noah miró por encima del hombro de Ev, hacia el interior del apartamento. Recordaba haber visto, a principios de verano, a cinco personas apretujadas en aquel espacio, sentadas en la cocina trabajando con sus ordenadores. Unos cuantos servidores, apenas distinguibles de las cajas de pizza, ocupaban la encimera junto al fregadero y alimentaban la totalidad de Blogger. Pero aquel día, la oficina improvisada estaba vacía, con la excepción de Ev.
—¿Estás blogueando? ¿Estás blogueando en estos momentos? —preguntó Noah emocionado desde su balcón.
—Sí —respondió Ev, soltando una carcajada. Estuvieron charlando un rato, Noah sin dejar de reír y dar palmas de puro asombro, orgulloso de que fueran vecinos.
En aquellos tiempos, Noah llevaba la cabeza rasurada. Cuando se dejó crecer el pelo, solía llevarlo descuidado y despeinado, como un surfista viviendo en la playa, justo donde se había criado Noah. Había nacido en una pequeña y decrépita casa junto a un granero más decrépito si cabe que albergaba una comuna hippie, en Santa Cruz, en el norte de California. Su madre y los demás residentes de la comuna fabricaban velas y otros objetos de artesanía para ganarse la vida.
Poco después de que Noah naciera, su padre salió una mañana a comprar leche y nunca regresó.
La vida en la comuna no duró mucho y Noah acabó criándose en casa de sus abuelos, en las proximidades. Uno de sus parientes, un rudo hombre de montaña, adoptó el papel de figura paterna y lo guio hacia la edad adulta. En una lección memorable, uno de los caballos de la finca familiar arreó un puntapié en la pierna del hermano de Noah. Para enseñarles a controlar situaciones de este estilo, el pariente de Noah cogió entonces un pedazo de tubería y apaleó al caballo hasta matarlo. «Así es como debéis defenderos», les dijo después a los chicos, la tubería en sus manos aún goteando sangre. Noah quedó conmocionado. Tenía el corazón bondadoso y no estaba hecho para ser tan duro y tosco. Era más un artista que un revolucionario, y prefería perderse en sus pensamientos creativos y vivificantes.
A pesar de que Ev era más reservado y callado, se sintió enseguida atraído por la efervescente personalidad de Noah y pronto se hicieron buenos amigos. En otros tiempos se habrían convertido en la extraña pareja de cualquier programa de televisión, dos vecinos que eran polos opuestos y compartían con regularidad un par de cervezas en sus porches contiguos, Noah casi siempre hablando, Ev casi siempre escuchando. Su amistad siguió creciendo y estrechándose y pasaron de tomar cerveza en el porche a tomar café en las cafeterías cercanas, cenar en el Barney’s Burger de su misma calle y compartir fiestas nocturnas, así hasta acabar pasando más tiempo juntos que separados.
Goldman, que había entablado una estrecha amistad con Ev, solía sumarse a sus salidas.
Noah se pasaba el día mirando por la ventana de la cocina para ver si su nuevo amigo estaba en casa. A veces se presentaba sin previo aviso —en más de una ocasión había sorprendido a Ev en compañía de alguna chica—, llamaba a la puerta e irrumpía como un trueno en el apartamento.
Pero Noah también se brindaba a ayudar. Una tarde, Goldman y Ev estaban peleándose para subir un sofá por la escalera. Cuando se pararon un momento a descansar, se volvieron y descubrieron a Noah, que, sin formular preguntas, los apartó y subió el mueble hasta el apartamento de Ev prácticamente solo.
Hacia finales de 2002, Blogger abandonó el despacho de detectives que tenía alquilado para regresar temporalmente al apartamento de Ev. Noah se despertaba por las mañanas, tomaba su café junto a la ventana y observaba con admiración a los programadores que trabajaban en la cocina. Deseaba formar parte de aquello. Era evidente que Blogger no era una empresa tecnológica tradicional: no tenían mesa de billar, ni una nevera llena de cervezas, ni celebraban ruidosas fiestas —y el cheque de la paga que recibían los empleados era devuelto de vez en cuando porque la compañía tenía problemas para pagar las facturas—, pero Noah ansiaba sumarse a aquel grupo de amigos que trabajaba codo con codo para intentar cambiar el mundo a base de código.
Noah llevaba casi dos años trabajando desde casa en un proyecto de radio, pirateando herramientas que permitirían a cualquiera montar una emisora subvirtiendo todas las normas y regulaciones gubernamentales. Pero se encontraba solo, sin nadie con quien comentar sus ideas. Erin, su esposa, estaba siempre fuera, instalada día y noche en la Facultad de Derecho. Noah era como un hijo único que juega solo en un arenal gigante.
Al otro lado, en el abarrotado apartamento de Ev, era todo lo contrario.
Cuando Noah llegaba a casa de Ev, escuchaban música juntos, compartían esa idea y la otra. A menudo, Ev se limitaba a observar y sonreír, ladeando la cabeza como un limpiaparabrisas mientras el animado personaje deambulaba de un lado a otro de la sala de estar discutiendo conceptos que podían acabar convirtiéndose en cosas reales.
Cuando su amistad se afianzó, Ev le confió a Noah la razón por la cual Blogger funcionaba ahora desde la cocina de su casa, y no desde la oficina desde la que se había consolidado a principios de aquel mismo año.
—No puedes contárselo a nadie —le dijo Ev.
—¡Por supuesto, claro que no lo haré! —replicó Noah con regocijo—. Te lo prometo.
Ev le explicó que Google se había puesto en contacto con él con la intención de adquirir Blogger. En aquel momento, Blogger albergaba más de un millón de blogs y Ev se encontraba en una encrucijada: aceptar el dinero de inversionistas de Silicon Valley o, si Google iba de verdad en serio, vender Blogger por «potencialmente algunos millones de dólares». Como el contrato de alquiler de la oficina de detectives había expirado, Ev y sus empleados habían decidido regresar al apartamento mientras decidían qué hacer a continuación.
La noticia llenó a Noah de orgullo y emoción. Significaba que Ev, que solía estar tan apurado que a veces no tenía casi ni para comer, se haría tan rico que jamás tendría que volver a preocuparse por ese asunto. En el curso de los meses siguientes, Noah vio a Ev firmar ansiosamente documentos —con la ayuda de Goldman—, deseoso de conocer si el tema salía adelante.
Entonces, el 15 de febrero de 2003, recibió la llamada. Evan Williams había encontrado oro. Decenas de millones de dólares en unos y ceros.
«La adquisición supone un empujón enorme para un género tremendamente diverso de publicación online que ha empezado a cambiar las ecuaciones de las noticias y la información online —escribió el reportero del San Jose Mercury News que informó sobre la noticia—. Parte de esa visión, compartida por otros pioneros de la blogosfera, ha ayudado a democratizar la creación y el flujo de las noticias en un mundo donde compañías gigantescas controlan gran parte de lo que todos vemos».
A pesar de que Ev no recibió de inmediato los millones de dólares de la adquisición, sí obtuvo un pequeño cheque de entrada que fue suficiente para comprar un reluciente Subaru nuevo (otra vez amarillo chillón). Antes de salir del concesionario, le pegó al parachoques trasero un adhesivo naranja de Blogger.
El equipo de Blogger se trasladó al elegante campus de Google, con comida gratuita en abundancia, y Ev se hizo famoso. O, como mínimo, famoso como friki de la informática en un esotérico grupo de ciudadanos de San Francisco. Y a medida que su figura fue protagonizando cada vez más artículos en los blogs y en la prensa, la gente empezó a reconocerlo en los actos más destacados del sector.
Entretanto, Noah había seguido con su proyecto de radio pirata, aunque cambiándole la orientación para que pudiera funcionar con Blogger, para lo que escribió una aplicación llamada AudBlog, o audio blog, que permitía publicar en cualquier blog artículos grabados en voz desde un teléfono. La adquisición de Blogger por parte de Google hizo que el proyecto de Noah recibiera también más atención.
Con el tiempo, después de discutirlo con sus amigos, Noah decidió convertir AudBlog en empresa, y en cuanto Ev empezó a convertir en efectivo sus acciones de Google, Noah le preguntó si estaba interesado en invertir unos cuantos miles de dólares para ayudarle a poner en marcha la idea.
—Estaría encantado —respondió sinceramente Ev—, pero aprecio mucho nuestra amistad y no quiero que invertir, o trabajar juntos, acabe afectándola.
Al fin y al cabo, Ev se había encontrado ya en aquella situación, cuando unos años antes perdió a todos sus amigos con la implosión de Pyra y Blogger.
—¡Venga! —dijo Noah, confiado—. Podemos trabajar juntos y seguir siendo amigos.
Logró que Ev claudicara, convenciéndolo para que aportara el dinero que necesitaba para ponerse en marcha. Noah despegó con su proyecto y publicó un anuncio buscando un freelance para una empresa de nueva creación llamada Citizenware. Empezaron a llegar con cuentagotas mensajes de programadores solicitando el puesto, pero uno de ellos destacó rápidamente por encima de los demás: era de un hacker que conocía «Ruby on Rails», un novedoso lenguaje de programación. Después de un intercambio de e-mails, acordaron verse en una cafetería en Mission.
El entrevistado se presentó como Rabble, aunque su verdadero nombre era Evan Henshaw-Plath. Era un tipo alto, con la cabeza y los hombros levemente echados hacia delante, como el borracho que anda con los hombros caídos y se agarra a un palo para no caer al suelo.
—Háblame de ti —le dijo Noah, cruzando los brazos.
Rabble le explicó que estaba sólo por un breve tiempo en San Francisco con su novia, Gabba, y que tenían intención de ahorrar dinero para viajar y sumarse a manifestaciones y protestas políticas por todo el mundo. Esto, le dijo, era su trabajo «a tiempo completo». Pero no eran manifestantes tradicionales: eran «hacktivistas», formaban parte de un grupo emergente de manifestantes que utilizaba ordenadores portátiles en vez de pancartas, blogs en vez de megáfonos, y que se manifestaba por internet en vez de hacerlo por las calles. Rabble le explicó que su idea era trabajar sólo unas semanas y volver a echarse a la carretera, buscando otra causa a la que sumarse y otra manera de decirle al «hombre» que se fuera a la mierda. Añadió que acababa de concluir una temporada asistiendo a protestas relacionadas con las elecciones presidenciales de 2004 y que en cuanto hubiera ahorrado dinero suficiente con su nuevo trabajo, partiría para Sudamérica para sembrar el caos digital contra algún gobierno.
Noah no perdió ni un momento para hablarle con excitación sobre su nuevo proyecto de audioblogueo, que era como un servicio de música que facilitaría a todo el mundo crear y compartir podcasts, que podrían descargarse al relativamente recién creado Apple iPod. Noah dedicó también una buena parte de la entrevista a hablar efusivamente sobre Ev y su implicación en el proyecto, y sobre lo auténtico que era.
Rabble tenía una tupida y larga barba pelirroja con pelos que parecían ir en la dirección que más les apetecía, como él. Escuchó con atención las explicaciones de Noah, acariciándose sus enmarañados bigotes con la mano izquierda —una de sus costumbres— y deslizando luego los dedos hacia la barbilla como el pastelero que estruja una bolsa de helado para extraer hasta la última gota de su contenido.
Rabble le contó más historias sobre sus protestas y los actos de piratería que había llevado a cabo en los últimos años en Boston, Nueva York, Italia y Seattle; sobre su colaboración con el Primero de Mayo en Londres, donde los manifestantes anticapitalistas habían conseguido burlar a la policía sirviéndose de herramientas móviles que Rabble había ayudado a crear. No había ido personalmente a Londres, claro está, sobre todo después de haber sido arrestado en Praga y posteriormente deportado por manifestarse en aquella ciudad. Había colaborado con el Primero de Mayo desde la comodidad de un cubículo en Palm, Inc., la compañía fabricante de la PalmPilot, donde estaba trabajando entonces como colaborador externo, valiéndose de los servidores y los ordenadores de la empresa (sin el conocimiento de sus superiores, por supuesto) para causar estragos entre los banqueros que utilizaban, evidentemente, PalmPilot.
Las historias terminaron en cuanto apareció Ev. Acercó una silla y se sentó en silencio observando a Noah, que se volvió cohibido y enderezó la espalda. Ev interrumpió unas cuantas veces con preguntas relacionadas con las dotes para la codificación de Rabble y con sus hábitos laborales. Cuando Ev se levantó para marcharse, frunció los labios y saludó a Noah con un poco entusiasta gesto de aprobación.
Rabble y Noah se quedaron charlando un rato más. Cuando ya terminaban, Rabble preguntó por qué la nueva empresa se llamaba Citizenware.
—Oh —respondió Noah, haciendo una pausa e inclinándose hacia delante—. En realidad el proyecto se llama Odeo; «Citizenware» no es más que un nombre en clave —susurró—. Ev es un tipo muy conocido y no queremos que nadie sepa qué tenemos entre manos.
Rabble abandonó la cafetería seguro de que sería contratado para el puesto y volvió a casa para contarle el plan a Gabba. Como cabía esperar, la «casa» de Rabble no era tradicional. La pareja vivía en una furgoneta Volkswagen de doscientos dólares aparcada en Valencia Street. Tenía el exterior abollado y pintado de amarillo, y el óxido se extendía sobre el vehículo como la hiedra que todo lo cubre.
Durante las primeras semanas, el Odeo oficial no fue muy oficial. Las cafeterías de la ciudad se convirtieron en oficinas improvisadas de la errante empresa de nueva creación.
Construir una empresa es muy parecido a construir una casa, como Noah descubrió enseguida, de manera que reclutó más trabajadores para que le ayudaran. Noah esbozó el plan de negocios: él era el arquitecto de la casa. Rabble era el encargado de escribir el código de base, el equivalente a la fontanería y la instalación eléctrica. Gabba fue contratada para ayudar a construir una versión de sobremesa de Odeo, lo que vendría a ser el camino de acceso y el garaje. Y finalmente, Ray McLure, un menudo y callado desarrollador de Flash, que parecía recién salido de la escuela elemental, fue contratado para trabajar en las herramientas de la página web, el diseñador de interiores, por así decirlo.
De noche, después de una larga jornada de trabajo con el código, Rabble y Gabba abandonaban la cafetería del día y se volvían invisibles en cuanto abrían la crujiente puerta de la furgoneta y accedían a su interior, acomodándose encima de un caos de asientos rajados de cuero negro y alfombrillas manchadas. Dormían en improvisadas camas construidas con láminas de madera contrachapada y clavos oxidados hasta que amanecía y salían de nuevo dispuestos a emprender otro agotador día de trabajo.
En cuanto Ev consiguió deshacerse de todas las acciones de Google, se largó de allí con el objetivo de no volver nunca a aquella empresa, ni a ninguna otra por el estilo. El equipo de Blogger había sido ubicado en una sala de reuniones sin ventanas que fue bautizada como «Drano» por su cercanía a los baños. Ev no encajaba con sus cómplices de programación, que se pasaban la hora de la comida jactándose de los títulos obtenidos en prestigiosas escuelas. Aquellos programadores no entendían nada sobre el mundo de los blogs y Ev no tardó en enterarse de que la adquisición de Blogger se había realizado simplemente con el fin de colocar publicidad junto a los blogs de los usuarios, no para fomentar la causa de que cualquiera pudiera publicar con sólo pulsar una tecla.
Pero después de Google, Ev tampoco apareció por Odeo. Se jubiló, prácticamente, con treinta y dos años de edad. Su cuenta bancaria había pasado de tener saldos de tres cifras —apenas suficiente para pagar el alquiler— a contar con millones de dólares. Para Ev, había llegado el momento de disfrutar de la buena vida, no de implicarse en otra empresa de nueva creación. Empezó a acudir a clases de cocina italiana y a visitar museos. Se compró una casa digna de un millonario, con ventanales que dominaban San Francisco como una lechuza posada en un árbol, y un coche deportivo para guardar en el garaje. Se regaló unas vacaciones carísimas en compañía de su nueva novia, Sara, a la que había conocido en Google en el transcurso de una fiesta.
Pero mientras Sara y Ev aprendían a dominar el arte de la preparación de los espaguetis, Noah y su grupillo de programadores avanzaban trabajosamente, apretujados en rincones de cafeterías de toda la ciudad, sentados en sillas disparejas, con los cables de sus ordenadores serpenteando entre tazas y sobres de azúcar rasgados. Unos Beatles de tiempos modernos. Sus instrumentos, los ordenadores portátiles; su música, el código.
La cabeza de Noah trabajaba a toda máquina. Sus pensamientos giraban a la velocidad de una solitaria luciérnaga intentando iluminar con sus movimientos todo un estadio de fútbol. Algunos pensaban que podía ser un trastorno de déficit de atención (TDA), o un trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), o un trastorno obsesivo compulsivo (TOC), o una sopa de letras que los reuniera a los tres; pero daba igual: era Noah. Siempre había sido así.
En una ocasión, hacia el final de la adolescencia, Noah fue detenido por la policía en Bakersfield, California, debido a su comportamiento errático. Los polis creyeron que había consumido setas psicodélicas y metanfetaminas. Lo esposaron y lo metieron en un furgón policial. A pesar de que Noah negó rotundamente haber consumido nada más que unas cuantas tazas de café, la policía lo sometió a pruebas para detectar cualquier tipo de droga imaginable. Y a continuación lo metieron en un calabozo, donde pasó la noche. A la mañana siguiente, la policía lo encontró en la celda actuando exactamente igual que el día anterior, no había consumido drogas; había sido arrestado por ser Noah.
De vez en cuando, Ev se presentaba en la cafetería del día y empezaba a formular preguntas. Noah, que estaba en deuda con él por el dinero que le había prestado para financiar Odeo, no tenía otra elección que responder. Con el tiempo, el temor de que los negocios acabaran destrozando la amistad empezó a hacerse realidad.
Al final, la banda de Odeo se trasladó al pequeño apartamento de Noah. Tardó un tiempo en convencer a Erin, su esposa, de que aquélla era la mejor solución. Sólo sería temporal, le garantizó. Erin no se cortaba en absoluto en cuanto a mostrar su desaprobación, puesto que no le gustaba ver el salón de su casa lleno de programadores desaliñados. (Rabble tenía la costumbre de sentarse a programar con una mano mientras con la otra se rascaba los testículos).
Había mañanas en que el olor, la mano en las pelotas y el ruido se sumaban y Erin se ponía hecha una fiera.
—Noah, a la habitación —rugía—. ¡Ahora mismo!
Como un niño dispuesto a recibir una regañina por no haber tirado la basura, Noah la seguía hacia la habitación, cabizbajo y triste. Se oían entonces los gritos de Erin, las disculpas de Noah, los tacones de ella resonando como mazos por el pasillo, la puerta cerrándose con estruendo a sus espaldas. Noah siempre reaparecía como si nada hubiera pasado, sonriendo, contando chistes, animando a todo el mundo a «¡seguir perdiendo el culo!».
Fue avanzando el año y la página web del podcasting empezó a tomar forma, aunque el resto del negocio se desintegraba rápidamente. Las finanzas echaban humo. La situación en el apartamento empeoraba, llegó incluso a amenazar el matrimonio de Noah, y sin saber muy bien cómo, Noah se dio cuenta de que sólo le quedaban dos opciones: o detener el desarrollo de Odeo o pedirle más dinero a Ev.
Noah abordó de nuevo a Ev para pedirle doscientos mil dólares para hacer realidad Odeo. Ev accedió a seguir financiando el proyecto y a colaborar en la búsqueda de otros inversores de capital de riesgo, pero con una condición: convertirse en consejero delegado de la empresa. No era tanto un golpe de estado como un compromiso. Para Noah, que seguía siendo prácticamente un don nadie en el mundo de la tecnología, significaría que Ev, famoso y con credenciales, estaría permanentemente vinculado a Odeo. Para endulzar el trato, Ev se ofreció a seguir pagando el alquiler de su viejo apartamento, que de este modo podría convertirse en las primeras oficinas de verdad de Odeo.
Para Ev aquello era una paradoja. El podcasting no le interesaba en absoluto, pero empezaba a disfrutar de la etiqueta que le habían impuesto los blogueros y los medios de comunicación: uno de los nuevos y prometedores pioneros que habían contribuido a que el blog se convirtiera en una corriente dominante. Tenía ante él la oportunidad de hacer lo mismo con el podcasting.
Había llegado el momento de demostrar que no era un hombre de un solo éxito. Y si Noah quería triunfar, destrozar la radio para reconstruirla, sabía que necesitaba que el granjero de Nebraska dirigiera el espectáculo.
Atado de manos, Noah no tuvo otra elección que acceder con tristeza, vendiendo el título de consejero delegado de Odeo a Ev a cambio de una inversión de doscientos mil dólares y las llaves del viejo apartamento de Ev que en su día vio fotografiado en la revista Forbes.