Por la mañana, había una nota de mi madre en la cocina, colocada sobre la cafetera.
Querida Marlowe:
Estabas tan dormida que no he querido despertarte. Me voy al hotel para darme una ducha y cambiarme de ropa. Puedo volver en un minuto si me necesitas. Llámame. Bueno, llámame de todas formas cuando te levantes. Quiero saber si estás bien.
Anoche estuve mirando tus collages y creo que has encontrado tu forma de expresión, hija. Puedo verte en cada uno de ellos, clara, fuerte, segura de ti misma. Estoy muy orgullosa de ti. A tu padrastro y a mí nos encantaría invitarte a cenar esta noche… llámame.
Te quiere,
Mamá
P.D.: Gideon ha llamado, quería saber cómo estabas… Me ha pedido que te diga que lo llames también a él. Hemos charlado durante un rato y parece muy preocupado por ti. ¿¿¿Por qué tampoco me habías hablado de él???
Sonreí al ver los signos de interrogación. Mi madre era fotógrafa, no escritora. Siempre usaba demasiados signos de puntuación.
Me dolía la mano, pero era un dolor soportable y, en lugar del calmante que me había recetado el médico, decidí tomar una simple aspirina mientras se hacía el café. Y luego me senté en el salón, con el sol entrando por las ventanas, y recordé lo que había pasado la noche anterior.
No sé qué me resultaba más difícil de creer, el ataque de ira que me obligó a romper las fotografías delante de todo el mundo o que Gideon hubiera estado allí.
¿Qué habría pasado en la galería cuando nos fuimos?
Encendí el ordenador y busqué la página de Cultura del New York Times.
Allí estaba, una columna entera sobre la exposición de Colé. Si me hubiese preocupado estropearle la exposición, podría estar tranquila. El crítico decía unas cosas fabulosas sobre el trabajo de mi hermanastro y «el incidente», como lo llamaba, «explicaba lo incendiarios que eran los desnudos de Ballinger».
El día anterior esa crítica me habría puesto furiosa. Hoy… me daba absolutamente igual.
Había perdido algo importante después de la traición de Colé y quizá nunca sería capaz de recuperarlo. Había intentado encontrar una conexión emocional con Kenneth y no fui capaz…
Pero Gideon…
Gideon, el único hombre que lograba hacerme sentir, que lograba desinhibirme por completo, el hombre de las cicatrices.
Estaba con otra mujer, me recordé a mí misma.
Quizá era por eso. Quizá me gustaba tanto porque sabía desde el principio que entre nosotros no podía haber nada serio.
Quizá de ese modo me ahorraba la posibilidad de fracasar también con él.
Gideon quería que lo llamase, pero no podía hacerlo porque tenía miedo de lo que sentiría al oír su voz. Y de que supiera lo que yo estaba sintiendo al oír la mía. Que usara ese maldito sexto sentido suyo y descubriera mi secreto.
Y no quería hacerle eso. No quería ser una mujer triste con una voz llena de anhelo. No quería amar a un hombre que amaba a otra mujer.