Mi madre me llevó a casa y me metió en la cama, como cuando era una niña.
Me desperté a las once y ella seguía allí. Limpiando una pila de papeles y revistas e intentando poner un poco de orden en el caos que era mi casa. La estuve observando un rato antes de decir nada. Era tan agradable tenerla allí, a mi lado, con la sábana hasta el cuello…
—No tienes que limpiar —dije por fin.
—Ya, pero es que no sabía qué hacer —suspiró ella—. ¿Tienes hambre?
—No, tengo sed.
Volvió enseguida con un vaso de agua y se sentó en la cama.
—No te culpes a ti misma, mamá. Colé y yo nos escondíamos.
—Pero jamás se me ocurrió pensar… Colé y tú… sigo sin poder creerlo. Siempre pensé que era como un hermano para ti. Que te enseñaba tantas cosas… —se detuvo al darse cuenta de lo que había dicho, pero a mí me dio la risa.
—Perdona, lo siento. Mamá, fue hace mucho tiempo.
—Pero se aprovechó de ti. Tú eras tan joven… y yo no tenía ni idea de lo que estabas sufriendo.
—No sufrí en absoluto hasta que Colé cortó conmigo. Durante tres años, pensé que estaba enamorada de él.
—Pero te hizo daño… —mi madre dejó escapar un suspiro—.Tu padre fue el primer hombre de mi vida, ¿lo sabías? Yo tenía diecisiete años. Ojalá tú hubieras tenido una experiencia tan bonita como ésa. Una que pudieras recordar sin remordimientos.
—Ya no tengo remordimientos, mamá. Los he tenido durante mucho tiempo pero ya no. Colé no es mi hermano… es un chico al que conocí en una edad muy difícil —intenté bromear—. No siento lo que pasó porque de verdad estuve enamorada de él.
—¿Quieres una pastilla? —preguntó mi madre al ver que hacía un gesto de dolor.
—Sí. ¿Cuándo has ido a comprarlas?
—No fui yo, fue Gideon. Las trajo cuando tú estabas dormida.
Mi madre me miraba con tal cara de pena que supe que debía decir algo.
—Colé y yo nos escondíamos… hacíamos todo lo posible para que nadie nos viera. Tú no pudiste enterarte íbamos al lago, al huerto… no podías estar en todos esos sitios.
—Pero debería haber notado algo.
—No, mamá. Te mentía… se me daba muy bien mentir entonces. Era imposible que te dieras cuenta.
—¿Y sigue siendo así?
—¿Qué?
—¿Sigues mintiendo?
—Lo he hecho muchas veces, sí. Pero puede que empiece a contar la verdad. Las mentiras no me han servido de mucho.