La semana siguiente me resultó eterna. Miraba el reloj continuamente, no sabía por qué. No conectaba con nada de lo que hacía. Como Grace me había pedido, envié una carta a todos los clientes explicándoles que, a partir de aquel momento, tendrían que firmar un documento por el que exoneraban de toda responsabilidad a Las cartas de Lady Chatterley. Pero mientras lo hacía me preguntaba si había llegado el momento de dejar ese trabajo. Si escribir cartas de amor para otras personas era algo de lo que podía sentirme orgullosa.
Llamé a Jeff y le pregunté cuántas portadas creía que podría encargarme en un año y él me dio un número que compensaría el salario en Efímera.
Sí, se había terminado. No quería escribir otra carta de amor para nadie.
Entonces pensé cómo se lo iba a decir a Grace.
Luego, cuando estaba a punto de colgar, Jeff me preguntó si pensaba ir a la exposición de Colé, que tendría lugar esa noche.
—No.
—Pues yo creo que deberías ir, Marlowe.
—¿Por qué?
—Colé está muy disgustado por lo que pasó en su estudio.
—¿Te lo ha contado?
—Estuvimos cenando juntos el otro día… Marlowe, ven con Grace y conmigo. Colé quiere que vayas. Y tenéis que resolver esto de una vez.
—No puedo.
Jeff no discutió. Pero su silencio era un veredicto mucho peor.
Aunque tenía razón, pensé.
Y Gideon también tenía razón. No podía seguir huyendo de aquello toda mi vida. Tenía que enfrentarme con Colé de una vez por todas.
La galería estaba en Chelsea, a unas diez manzanas de mi casa, de modo que fui paseando. Despacio. Estábamos a principios de junio y el sol empezaba a ponerse, bañando las calles con un brillo dorado. La gente volvía a casa del trabajo o salía a cenar con los amigos y, cuando se cruzaban conmigo, casi deseaba preguntarles si podía ir con ellos, formar parte de sus vidas por esa noche para no tener que ser parte de la mía.
Con lentitud desesperada, recorrí la última manzana, deseando que pasara algo, lo que fuera. Así tendría una excusa para volver atrás.
Paso a paso, me fui acercando a la galería y miré a través de la puerta de cristal. Quería ver las fotografías antes de entrar, para comprobar que Colé me había dicho la verdad, que no habría ninguna mía.
Pero había demasiada gente tomando copas y charlando y no podía ver nada.
Vi a mi madre con una chaqueta de colores y un pantalón negro. Estaba hablando con mi padrastro. Si volvía la cabeza, quizá podría hacerle un gesto…
Entonces vi a Colé acercándose a ellos, haciendo gestos con las manos, sonriendo. Estaba en su elemento, desde luego, siendo el centro de atención.
Dos personas pasaron a mi lado para entrar en la galería. Yo debía de tener una pinta muy rara allí, en la puerta. Era como la pobre cerillera mirando el escaparate de golosinas.
¿Cuánto tiempo podía estar ahí? ¿Hasta que se fuera todo el mundo? ¿Hasta mañana?
Y entonces, como respuesta a mis plegarias, mi madre me vio. Sonriendo de oreja a oreja se acercó a la puerta y me dio un abrazo.
—¡Marlowe! Ya sabía yo que vendrías después de todo. Pero ¿qué estás haciendo ahí fuera? Esto es genial, entra. Ha venido todo el mundo.
Mi madre solía ser una persona sensible, pero estaba demasiado emocionada por el éxito de Colé como para darse cuenta de que me pasaba algo. Tomándome de la mano, me llevó al interior de la galería.
El aire olía a mil colonias diferentes, a flores, colocadas en elegantes jarrones.
Tyler me abrazó, contento de verme. Y fue entonces, cuando la gente se apartó un poco, cuando pude ver las fotografías en la pared.
Me acerqué, con las piernas temblorosas. La primera foto que vi era el torso desnudo de una mujer, cubierto de sudor.
Su piel.
No la mía.
Respiré profundamente por primera vez en varios minutos y seguí mirando las fotografías una por una.
No soy yo.
No soy yo.
No soy yo.
Había visto dos de las paredes enteras y en ninguna de ellas estaba yo.
No soy yo.
No soy yo.
Y entonces, la vi. Allí estaba.
Yo la mitad de mi torso desnudo en una pose obviamente sexual.
Mi corazón se aceleró y empecé a tener dificultades para respirar. Incluso para tragar saliva. Asustada, miré la siguiente fotografía.
Mi boca. Abierta. Esperando. Preparada. Los labios hinchados. La punta de la lengua en medio del encuadre.
En la siguiente fotografía, una mujer desnuda en un campo lleno de flores. Las flores estaban abiertas, como mis piernas, el vello púbico oculto por unos capullos. Qué sugerente.
Me di la vuelta y vi a mi madre al otro lado de la sala. ¿Las habría visto? Si así era, ¿habría descubierto que era yo? Tenía que saberlo.
¿O no?
¿Sería yo la única, además de Colé, que sabía que esa mujer desnuda y provocativa era yo?
Una madre conoce a sus hijos cuando son pequeños, pero no conoce su cuerpo de adultos ni los ha visto nunca encendidos de pasión.
Había revisado tres paredes. Quedaba una.
«Maldito seas, Colé».
La siguiente pared era toda yo. Ocho fotografías de mis pechos. Una secuencia de una mujer sin cabeza quitándose el sujetador, tocándose, explorándose, excitándose, exhibiéndose descaradamente para el fotógrafo…
Sin pensar, tomé una de las fotografías y la lancé al suelo con todas mis fuerzas. Vi cómo se rompía el cristal y lo pisoteé hasta que quedó hecho añicos.
No sé cuánta gente se volvió, me daba igual. Estaba arrancando la segunda fotografía de la pared… si alguien decía algo, yo no podía oírlo. Tenía que destruir esas fotografías, eso era lo único que me importaba. Tenía que deshacerme de aquel engaño, de aquella vergüenza.
—Te has hecho daño… Marlowe, te has cortado con el cristal. Para de una vez. Estás sangrando.
La voz era como el viento en una tormenta.
Me volví. Era Gideon. Gideon, que me quitaba el jersey de los hombros y me hacía un torniquete en la mano…
Entonces oí una especie de rugido, como el de un león a punto de atacar.
—¡Serás zorra…! ¡Tú estás loca, Marlowe! ¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a hacerme esto? ¿Crees que has arruinado mi exposición? ¿Crees que no tengo los negativos? Pues te has equivocado, guapa. Ahora la gente tendrá más interés…
Gideon terminó de hacer el torniquete y me llevó hacia la puerta. Vi caras de asombro, de miedo. Luego vi a mi madre. Gideon estaba hablando por el móvil, llamando a una ambulancia me pareció… vi entonces que el jersey estaba manchado de sangre. Mi madre estaba a mi lado, diciéndome que todo iba a salir bien, que no pasaba nada.
—Dicen que lo mejor es que tomemos un taxi…
Detrás de nosotros, Colé seguía gritando como un loco. Me volví para mirarlo y me aparté de Gideon de un tirón.
—Si no quitas esas fotografías… si no quitas mis fotografías de tu exposición le diré a todo el mundo la edad que tenía yo entonces. Les contaré la verdad a todos —lo amenacé, con una voz que ni siquiera yo misma reconocía. La voz de alguien valiente a quien no le importaba que los demás lo supieran. La voz de alguien que estaba defendiéndose. Por fin.
Había recuperado lo que Colé me robó tantos años atrás. Era mío otra vez. Él no me había tocado, no me había quitado nada que no pudiese recuperar. Era sólo una percepción. Me había dejado avergonzar por lo que había hecho siendo casi una niña.
Pero ya no.
Colé había dejado de gritar y estaba mirándome. Por fin, parecía asustado.
Y yo empecé a reír. Mi madre y Gideon, que no había soltado mi brazo, me llevaron a la calle. Subimos a un taxi y volamos hacia el hospital más cercano.