No pude dormir durante los dos días siguientes. Y no podía dejar de llorar.
Y luego me regañaba a mí misma por hacerlo. Sacaba comida de la nevera y luego la dejaba en la encimera, sin tocar. Me obligaba a mí misma a ducharme por la mañana, a vestirme para ir a trabajar. Pero nada de lo que intentaba servía para animarme.
Llovió durante esos dos días, además. A últimos de mayo es normal que llueva en Nueva York, pero estábamos sufriendo una ola de calor y la humedad era insoportable. Los truenos retumbaban en el cielo, furiosos, y llovía a cántaros, una lluvia que anegaba las calles y destrozaba las flores de Central Park.
Yo tenía cartas que escribir. Clientes que querían verme. Y me pasé esos dos días trabajando, intentando usar las cartas de esos clientes para olvidarme de Gideon.
No tuve éxito.
Estaba dentro de mí.
No porque hubiéramos hecho el amor, sino por cómo habíamos hecho el amor. Por lo que había sentido, por cómo me miraba, sin apartar sus ojos de los míos. Porque acariciaba mi cara y sabía todos mis secretos. Por cómo me miraba mientras me desnudaba para él. Por cómo me había besado.
Me pasé horas mirando mi cuerpo en el espejo durante esos días. Buscando lo que podía haber cambiado. Me tocaba a mí misma… los muslos, los brazos, la cintura.
No. Nada había cambiado.
Pero sí había cambiado.
Gideon me había abrazado, me había besado, me había hecho el amor con los labios, las manos, el pene, los ojos, y había despertado en mí algo que estaba dormido. Algo que había olvidado.
Temblaba cada vez que recordaba su cuerpo, desnudo, sobre mí. Yo hacía que las venas de su cuello parecieran a punto de saltar.
Y ahora todo eso había terminado. Casi con la misma velocidad con la que empezó. Y era culpa mía. Me había abierto para él, me había entregado… otra vez.
Era una idiota.
Gideon me llamó varias veces durante esos días, pero no contesté. Por fin, bajé el volumen del teléfono para no oír su voz cuando dejaba un mensaje.
El tercer día me arrastré hasta la tienda con un aspecto tan agotado que Grace se asustó.
—Cariño, deberías haberte quedado en la cama.
—Sí, bueno… es que tengo mucho que hacer.
—Deberías haberte quedado en casa. Yo podría haber ido a cuidar de ti.
—No, ya estoy mejor, de verdad. No es nada.
Grace se sentó frente a mí, con expresión desolada.
—Lamento tener que decirte esto ahora que te encuentras mal… pero creo que debo hacerlo.
Dejó una carta dirigida a ella sobre el escritorio y la empujó hacia mí. Por un momento, me quedé paralizada, temiendo que fuese de Gideon…
Tomé la carta y la leí. Era de una mujer llamada Clara Loomis. Decía que había conocido a un hombre llamado Philip Drawson durante las vacaciones. Sólo habían salido a cenar un par de veces y luego se despidieron como amigos. Cada uno volvió a su casa, a su vida… a seiscientos kilómetros de distancia el uno del otro. Y Philip le había estado escribiendo cartas eróticas desde entonces.
Yo conocía a Philip Drawson. Había escrito esas cartas para él tres meses antes.
Clara decía que, debido a esas cartas, se había enamorando de él y que, por fin, tomó un avión y pasó un fin de semana en su casa.
Pero la primera noche, Philip se puso violento con ella y acabó en el hospital.
Culpaba a nuestra empresa, a Las cartas de Lady Chatterley, porque yo las había escrito.
—No entiendo por qué envía esto. ¿Qué es, una amenaza, piensa demandarnos?
—Yo tampoco estaba segura. He hablado con un abogado y, según él, o piensa demandarnos o, sencillamente, la ha enviado porque está furiosa.
—Pero yo…
—Tú no eres responsable de nada, Marlowe. Yo soy la propietaria de Las cartas de Lady Chatterley y si esta señora decide demandar a la tienda, tú no tienes nada que temer. El abogado ha sugerido, eso sí, que a partir de ahora los clientes deberían firmar un contrato por el cual nos eximen de toda responsabilidad.
Yo asentí con la cabeza. Sabía que debería concentrarme en lo que Grace estaba diciendo, pero no dejaba de pensar en la carta que le había enviado a Colé, en las que según él le daba permiso para usar mis fotografías como le viniese en gana.
¿Esa carta, escrita a los dieciocho años, podría usarse delante de un juez para impedirle que exhibiera mis fotografías?
—Marlowe, no te encuentras bien, ¿verdad?
—¿En? Sí, sí, estoy bien, no pasa nada. Pobre mujer…
—No quiero ser cínica, pero la verdad es que no sabemos si lo que dice en esta carta es verdad.
—Sí, bueno… es que nunca se me había ocurrido pensar que hubiera algo malo en escribir estas historias. Facilitar un romance no puede ser nada malo pero ahora, de repente, me parece peligroso.
—Hay algo más, ¿verdad?
Yo no tenía energías para contarle lo que había pasado con Gideon y Vivienne Chancey y cómo, gracias a esas cartas, yo había creado un romance basado en mentiras.
—No me encuentro bien —dije por fin.
—Vete a casa, por favor. Esto puede esperar hasta la semana que viene.
Yo asentí con la cabeza. Tendría que escribir a los clientes para hablarles del cambio en el contrato, pero no escribiría a Gideon. No quería ponerme en contacto con él. Había dejado un mensaje por la mañana, menos preocupado y más tenso, diciendo que dejar de hablarle por culpa de Colé era una estupidez. Que entonces era una niña y que no tenía nada de qué avergonzarme.
Pero aunque esas fotografías fueran una de las razones, la realidad era que, en sí mismas, no me avergonzaban.
Me había encantado posar para Colé. Me encantaba ser sexy y provocativa. Estaba enamorada de él y todo lo que hacíamos me parecía bien. Entonces era una ingenua, claro. Creía que posando de esa manera le demostraba cuánto lo quería. Jamás se me ocurrió pensar que cuando se acabaran las fotografías, Colé me diría adiós.
Pero había pasado mucho tiempo. Pensé que jamás volvería a sentir esa pasión por otro hombre, pero la había sentido con Gideon. Gideon, que no esperaba nada de mí.
Colé sólo me había usado para su precioso arte.
Su arte.
—A lo mejor lo que hago está mal —murmuré, antes de que Grace saliera de mi oficina.
—Lo que haces es una forma de arte, Marlowe.
—Si eso es verdad, entonces es peor.
—¿Por qué?
Me gustaría explicárselo, pero no sabía cómo. Todo era demasiado complicado. ¿Qué parte de culpa tenía Colé, Gideon, Vivienne… yo misma?
—Lo que haces no es algo malo, Marlowe —insistió mi jefa y amiga—. Pero cómo usen tus clientes las cartas puede ser muy peligroso.
—¿Y cómo puedo saber yo eso?
—No puedes —contesto Grace, mirándome fijamente—. No es sólo que no te encuentras bien, ¿verdad?
—Estoy bien.
—Estás mintiendo.
—No…
—Algo te pasa, lo sé. Cuéntamelo.
—¿Has recibido una invitación para una exposición de fotografía… de mi hermanastro?
—Sí, la he recibido.
—¿Piensas ir?
—Jeff me ha pedido que vaya con él. Iba a decírtelo… ¿por qué lo preguntas?
—¿Tienes que ir?
—No. ¿Preferirías que no fuera?
Yo asentí con la cabeza.
—¿Puedes decirme por qué?
No podía decírselo. Hablar de ello, llamar la atención sobre el asunto, sería peor.
—Colé y yo no nos llevamos bien, ya lo sabes. No sé qué mentiras va contando por ahí sobre mí… no me apetece que te las cuente a ti también.
—No te preocupes, yo sé ver la diferencia entre una mentira y una verdad —sonrió Grace—. ¿Por qué no vamos paseando a casa? Podríamos parar para comprar algo de cena. Y así te meteré en la camita.
—No tienes que hacer eso.
—Ya sé que no tengo que hacerlo.
Tomamos los paraguas y salimos de la tienda. Primero me llevó a Dean & Delucca para comprar algún plato preparado. Cuando entramos, vi la sombra de Gideon y de mí misma sentados allí, tomando café.
Aquel día había poca gente, afortunadamente. Compramos fresas, chocolate, un bote de crema de langosta… cosas para quitarme la tristeza.
Grace cargó con las bolsas y cuando llegamos a casa no me dejó hacer nada.
—Quítate esa ropa mojada, yo voy a calentar la cena.
—No tienes que hacerlo… además, es muy temprano.
—¿Por qué no tomamos un té? ¿Te apetece?
Yo asentí con la cabeza.
Grace me miró entonces, pensativa.
—¿No te ayudaría contarme lo que te pasó con Colé?
—No, no serviría de nada.
—¿Tu madre sabe lo que pasó?
—No.
—¿Y Kenneth?
—No. Pero tuvimos una pelea por culpa de Colé… justo antes de que se fuera a Venecia. Y nunca tuve oportunidad de explicárselo…
—Eso no fue culpa de Colé.
—No lo culpo por eso.
—Muy bien, no me lo cuentes. Pero tendrás que hacerlo tarde o temprano. No puedes guardártelo para siempre, Marlowe. Esas cosas son muy dañinas.
Yo dejé escapar un suspiro.
—Lo que hago es un engaño, Grace… Escribir esas cartas, hacer creer a la gente que es su pareja o su amante quien las escribe.
—No eres tú quien engaña, son ellos. ¿Y por qué has cambiado de tema?
—Sí, lo siento —asentí, riendo—. La verdad es que no sé qué me molesta más… la exposición de Colé o lo de las cartas. Que lo que hago, al final, sirva para que la gente se lleve una decepción.
—Todo el mundo se lleva decepciones en la vida. Lo que tú haces es justo lo contrario. Les das una oportunidad de expresarse de un modo que para ellos sería imposible.
¿Qué sería más fácil, hablarle de Gideon o hablarle de Colé?, me pregunté.
Al menos con Colé conocía el terreno.