Yo seguía agachada en el suelo de la cafetería, colocando los papeles que se habían caído del maletín.
Si no me levantaba de inmediato, Gideon saldría del lavabo y me vería. Y me preguntaría qué pasaba. Y aunque no quisiera contárselo, él lo sabría con ese absurdo sexto sentido suyo.
La pareja de Gideon era Vivienne. Ella le enviaba las cartas que yo escribía.
Él, en respuesta a mis cartas, le enviaba historias eróticas.
No sólo estaba entre esas dos personas.
Estaba conectándolas de la forma más íntima, ayudándolos a seducirse el uno al otro. Era absurdo, increíble.
Pero no lo era.
Gideon debía de haber visto las fotografías que Vivienne hizo de mis cartas… o el artículo en la revista. Desde luego, no podía haberle dicho que me había contratado… no, le habría hecho creer que las cartas eran suyas. Como hacía Gideon. Y todos mis clientes.
Y la noche que Gideon y yo habíamos pasado juntos estaba demasiado fresca en mi memoria como para no ser un insulto.
De modo que salí de la cafetería. Giré a la derecha, corrí durante una manzana y luego tomé un taxi. Tenía que ir a la tienda, pero podía llamar a Grace cuando llegase a casa para decirle que no me encontraba bien.
Tenía que pensar en lo que había pasado. Cómo había pasado. Qué iba a hacer.
Pero sabía que no podía hacer nada. El dolor que sentía en el estomago me lo decía. El dolor que sentía en los ojos me lo decía.
No podía volver a ver a Gideon.
No podía escribir más historias para él. Vivienne y él estaban juntos, eran una pareja y yo lo había facilitado. Pero no pensaba seguir haciéndolo.
Alejarme de él sin explicarle por qué era una cobardía, pero no sabía qué otra cosa podía hacer.
Si le decía que era yo quien escribía las cartas de Vivienne destrozaría la imagen que tenía de ella. Gideon no podría verla como la veía antes.
Le haría daño.
Posiblemente, destrozaría una relación que era importante para él.
Y no podía hacerle eso.
No podía dejar de pensar en su grupo escultórico mientras subía a mi casa, en cómo habíamos hecho el amor en el suelo, entre las esculturas.
Yo me había colocado en medio del grupo, mirando mi rostro en el pulido bronce. Ahora estaba en medio de su relación con otra mujer… mirándome a mí misma otra vez.
Y, otra vez, estaba sola.