Capítulo 38

—Gracias por intentarlo —le dije mientras salíamos a la calle.

Hablaba en voz baja. Ver a Colé me había dejado sin fuerzas. A nuestro alrededor pasaba mucha gente. Algunos se fijaban en nosotros, otros iban concentrados en sus cosas. Alguna de esas personas podría entrar en la galería de arte la semana que viene. ¿Y qué verían entonces? Yo era una cría de diecisiete años posando para un fotógrafo invisible. ¿Qué pensarían de mí?

—¿Lo crees? —me preguntó Gideon.

—No lo sé.

—Pero no estás bien, ¿verdad?

—No, no estoy bien —suspiré yo.

Gideon apretó mi mano mientras me llevaba a una cafetería. Pedimos un café y un pastel de chocolate, para animarme, pero yo no podía tragar nada.

Charlamos un rato y luego me dijo que tenía una reunión a las doce y que me dejaría en la tienda, pero antes de irnos quería entrar un momento al lavabo.

Cuando se levantó, le dio una patada a su maletín, que había dejado en el suelo, pero no se dio cuenta.

Me incliné para volver a guardar los papeles que se habían esparcido por el suelo y, al hacerlo, vi que había un sobre con un sello peculiar. No sé por qué llamó mi atención… sí, yo había recibido una carta con el mismo sello de España la semana anterior.

Sin pensar, saqué el folio que había dentro.

Era una carta escrita con una letra que no me gustó, demasiado larga, demasiado grande, en tinta azul. La letra no era mía pero las palabras sí. Conocía cada una de ellas. Sabía qué frase seguía sin tener que mirar.

—«Querido Gideon…».

Pero yo nunca le había escrito a Gideon.

—«La luz aquí es una luz desnuda. El calor es un calor desnudo…».

Entonces miré el final de la carta… No, no era mi letra. No era mi firma. Pero eran mis palabras, desde luego.

Vivienne Chancey me había contratado para escribir esa carta. Una de las cuatro que le había escrito en los últimos dos meses.

¿Qué hacía esa carta en poder de Gideon?

No era posible. No tenía sentido. No podía ser.

Pero no podía ser de otra manera.