Nos quedamos donde estábamos durante unos minutos, sin decir nada. Yo me sentía agotada. Poner la historia en palabras me había dejado más furiosa que antes. Y, al mismo tiempo, me había dejado una extraña sensación de tristeza, de melancolía.
—¿Quieres que salgamos a dar un paseo?
Yo asentí con la cabeza.
Cuando llegamos a la calle, Gideon me tomó del brazo y prácticamente me llevó en volandas hasta un pequeño bistró llamado Lucky Strike. Pidió una botella de Cabernet Sauvignon y charlamos sobre cosas sin importancia durante un rato. No recuerdo de qué. Pero sí recuerdo que no apartaba sus ojos de mí. Y recuerdo también la sensación de intimidad.
Entonces me di cuenta de que tenía hambre. No me había comido los huevos revueltos y cuando se acercó el camarero pedí mejillones y patatas fritas. Gideon pidió lo mismo. El contraste entre las patatas fritas, saladas y simples, con los aromáticos mejillones hechos al vino nos hizo reír a los dos.
—Yo creo que estamos un poco mal de la cabeza.
No sé cuándo ni cómo, pero en algún momento de esa cena deseé estar en los brazos de Gideon. No sé dónde lo sentí antes, en el cerebro, en el corazón, en el útero… pero sabía que quería estar entre sus brazos.
Colé ya no importaba, lo único que importaba era que, por primera vez en muchos años, sentía una verdadera pasión. No la había sentido con Kenneth. Nuestra relación era diferente. Y no había vuelto a sentirla por ningún otro hombre. Pero la voz de Gideon, sus ojos, su forma de mirarme… despertaba en mí un cosquilleo que creía olvidado para siempre.
Gideon lo supo y, sin decir nada, pagó la cuenta a toda prisa.
Cuando salimos a la calle, me tomó por la cintura y buscó mis labios en un beso apasionado, febril casi.
Yo podía sentir todo su cuerpo. Oía el ruido del tráfico y sabía que había gente pasando a nuestro alrededor, pero me daba igual. Por primera vez en mucho tiempo me daba igual quien estuviera mirando.
Habían pasado diez años desde que me sentí absolutamente libre con un hombre.
Aquella noche podría haber hecho el amor allí, en la acera, delante de todo el mundo. Y casi lo hicimos. Porque los besos eran cada vez más apasionados, más ardientes. Luego empezamos a caminar hacia su casa, parándonos a cada momento para volver a besarnos.
—No sabes lo difícil que ha sido para mi oírte contar esas historias eróticas sin tocarte —me dijo con voz ronca.
Gideon me tomó del brazo y sonrió. A pesar del deseo que había en sus ojos, también había una gran dulzura en él. Era un hombre bueno, tanto que me daban ganas de llorar.
Subimos los escalones del portal de dos en dos y cuando llegamos a su estudio, Gideon cerró la puerta y me hizo el amor allí mismo, en el pasillo. Y aunque la luz estaba encendida, yo no sentí pudor alguno.
Colé siempre quería hacer el amor con la luz encendida porque la necesitaba para las fotografías. Ni siquiera en ese momento podía dejar la cámara a un lado. La cámara iba con nosotros a todas partes. La cámara, sus dedos, su lengua, su pene. La lente. Todo era parte del mismo borrón.
Durante estos últimos diez años no había hecho el amor con la luz encendida. No había dejado que un hombre me viera desnudarme. Pieza por pieza. Lentamente, observándolo. Quería que me mirase, lo deseaba.
Y cuando toda mi ropa estuvo en el suelo y yo estaba desnuda, no me acerqué a él. Las esculturas estaban detrás de mí y allí es adonde fui. No estaba pensado, no estaba planeado. Pero en cuanto mi ropa cayó al suelo supe que quería estar allí.
Me acerqué al primer hombre y lo rodeé con los brazos, girando a su alrededor. Gideon se acercó, observando mi extraña danza… era como si quisiera demostrarle que yo era diferente de esas estatuas, que viera que yo era de carne y hueso, que me movía, que no podía quedarme parada.
Tenía que caminar desnuda alrededor de su obra y mostrarle que no tenía miedo.
Gideon se acercó a mí y me abrazó. Yo veía la imagen de los dos reflejada en una de las figuras, como si fuera un espejo. Veía sus brazos, su erección entre mis piernas. Vi mis propias manos agarrar su trasero, apretándolo contra mí.
Yo era dos personas… una actuando para el público, la otra observando la actuación. Gideon enterró la cara en mi pecho y vi cómo abría la boca para chupar mi pezón derecho. Y luego me vi a mí misma apartándolo porque no era eso lo que yo quería. Lo empujé suavemente hasta el suelo y me coloqué encima. Daba igual lo que él quisiera. Daba igual que quisiera ir despacio o tocarme o hacer algo que yo no estaba haciendo. Quería tenerlo dentro de mí, como yo deseaba. Tenía que ver cómo entraba dentro de mí y ver mi cara mientras lo hacía.
Y eso fue lo que pasó.
Nos miramos el uno al otro en el brillante bronce de las figuras. Le hice el amor y él respondió. Vi mi propio rostro, con los ojos medio cerrados, la boca abierta… Y no dejé de mirar.