—Me parece que no deberías irte todavía.
—¿Por qué? —pregunté yo, con la mano en el picaporte.
—Porque estás disgustada.
Yo no dije nada, pero tampoco abrí la puerta.
—Y no es sólo por mí. Es algo en lo que piensas cuando estás conmigo —dijo Gideon, tomando mi mano para llevarme al sofá. Luego fue a la cocina y volvió con la botella de vino.
—Puedes contármelo, Marlowe.
—No, no puedo.
—¿Para quién posaste? —insistió él.
—De todos los temas de conversación que podías haber sacado, tenías que elegir precisamente ése —murmuré yo.
—Antes, cuando has dicho lo de la mala experiencia, tus ojos se han llenado de lágrimas. Y tiene que ser algo muy importante para que reacciones así. Por ahora, me has demostrado que sabes controlar tus emociones.
Yo me sentí derrotada, rendida. Y quería contárselo, además. Quería contárselo a alguien.
—Mi hermanastro me pidió que posara para él.
—¿Cuándo?
—Cuando tenía dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve…
La expresión de Gideon era una mezcla de horror y de sorpresa.
—¿Tu hermano?
—Mi hermanastro. Mi madre volvió a casarse cuando yo tenía quince años. Su marido tenía dos hijos. Uno que tenía dos años más que yo y una hija cuatro años mayor. Colé y yo éramos casi de la misma edad.
—¿Es pintor?
—Fotógrafo. Vimos una obra suya en el Met… Colé Ballinger.
—¿Y te hizo fotografías?
—Sí.
—¿La mujer de la fotografía del Met eras tú?
—No.
—Pero hay fotografías tuyas.
—Desde luego que sí —suspiré yo.
Gideon estaba mirándome, pero yo aparté la cara. Todo era demasiado complicado. Nerviosa, me levanté y empecé a pasear por el salón.
—¿Qué pasó, Marlowe?
—Mira, déjalo. Fue hace mucho tiempo. Ya no importa.
—Pero sí importa. Tú sigues enfadada.
—¿Qué podrías hacer si te lo contara? ¿Decir que lo sientes? Las fotografías están ahí… y hará una exposición la semana que viene. Y allí estaré yo, en blanco y negro. Todo lo que me robó colgando en una pared…
Gideon se acercó, me tomó del brazo y me llevó al sofá de nuevo. Luego, una vez allí, empujó suavemente mi cabeza para apoyarla en su hombro.
Ninguno de los dos dijo nada durante unos minutos. Yo podía oler su colonia, lo oía respirar. Y pensaba que si las cosas fueran diferentes sería tan fácil estar con él…
—No lo entiendo —dijo Gideon por fin—. ¿Qué tienen esas fotografías que las hacen tan horribles para ti?