Capítulo 23

Bajamos en el ascensor hasta el primer piso y luego nos dirigimos hacia la salida del museo. En el camino, pasamos por la galería fotográfica. Yo no había planeado aquella ruta o había olvidado que íbamos a pasar por allí. Aunque sentía cierta afinidad por la fotografía, siempre había pensado que no había sitio para ella en el Met. En el Museo de Arte Contemporáneo desde luego, pero allí… Sin embargo, era una de las zonas más visitadas.

Observé a Gideon mirando las fotografías… y observé también que se detenía delante de una que yo conocía bien. Era una fotografía en blanco y negro. Una mujer desnuda, con las piernas abiertas, esperando a su amante, que estaba entrando en la habitación. Sólo podíamos ver una mano en la puerta, pero era la mano de un hombre.

—¿Qué te parece? —le pregunté.

—Poderosa. ¿A ti no te gusta?

Yo me encogí de hombros, sin saber qué decir. No quería darle explicaciones a alguien a quien no conocía bien.

—¿Te parece humillante?

—No, es que conozco al fotógrafo, así que no puedo ser muy objetiva.

—A juzgar por tu expresión, ese fotógrafo no te cae muy bien.

—Es complicado.

—Ah, perdona.

—No… tú no podías saberlo. Ni siquiera sabía que hubiese una fotografía suya en el Met. Debe de ser una nueva adquisición.

Luego, por primera vez, miré la tarjetita que había debajo de la foto:

Umbral

Colé Ballinger

Donación de la Fundación Banfield

Por un momento, me olvidé de todo salvo del Colé al que conocía tan bien y que tanto me había importado una vez. Debía de estar encantado de tener una fotografía suya en el Met. Y, a pesar de todo, me alegré por él. También me alegraba por mi madre y mi padrastro, que debían de sentirse muy orgullosos.

Ahora vivían en Santa Fe y no los veía tan a menudo como antes, cuando vivían en Vermont, pero hablaba con mi madre al menos una vez por semana y nos mandábamos emails casi todos los días.

Lo pasamos muy mal cuando mi padre murió, cuando nos quedamos solas las tres, mi madre, mi hermana y yo. Mi hermana vive ahora en Los Ángeles y también es fotógrafa. Supongo que crecí demasiado rápido. Y supongo también que podría ir al psicólogo para quejarme, pero no lo he hecho nunca. Tuve una infancia maravillosa, con una madre estupenda que, además, era una artista. Lo que hubiera sufrido por no tenerla en casa todos los días, ella lo compensaba de muchas maneras. Nos llevábamos muy bien, siempre había sido así.

Entonces, ¿por qué no me había dicho que había una fotografía de Colé en el Met? Nunca le había confesado el problema que había tenido con mi hermanastro. Era una conversación fácil de evitar ahora que vivían en Santa Fe y las reuniones familiares se habían limitado, de modo que no tenía que encontrarme con Colé. Pero ella no tenía ninguna razón para no mencionarlo… a menos que Colé se lo hubiera pedido.

—Marlowe, que te hayas abierto una vez para alguien no significa que tengas que cerrarte para todos los demás. Es malo para tu alma de artista.

—Yo no me he cerrado…

—Sí te has cerrado —me interrumpió Gideon—. Estás de pie, con las piernas cerradas, los brazos cruzados. Te echas hacia atrás cuando yo me echo hacia delante para decirte algo. Apartas la mirada si…

—Yo no hago eso.

Gideon hizo un gesto con la cabeza, como diciendo que me mirase a mí misma. Y lo hice. Tenía los brazos cruzados, las piernas apretadas. Y estaba un poco echada hacia atrás. Si me cerraba un poco más me habría caído de bruces.

Su mirada era demasiado intensa y tuve que girar la cabeza. El mensaje de la fotografía me parecía ahora profundamente turbador. Me sentía atrapada. Por una verdad sobre Colé, por otra sobre mí y por un reto de Gideon Brown.

—Parece como si estuvieras esperando un veredicto terrible.

—No, ya no.

—Me alegro —dijo él.

Pero parecía preocupado y eso me alegró. No sé por qué. Quizá porque hacía tiempo que ningún hombre se preocupaba por mí. Lo mire a la cara y nuestros ojos se encontraron. La conexión se volvió… oscura, penetrante.

La tensión sexual que sentí entonces fue completamente inesperada. E indeseada. Pero real. Y mientras estaba allí, rodeada de gente que no se fijaba en nosotros, con Gideon Brown a mi lado… dejó de ser un cliente. Y un extraño.

Él pareció leer la expresión de mis ojos.

Y yo no supe cómo responder.