Capítulo 22

Fuimos paseando por la galería, comentando la obra de los artistas, y luego tomamos el ascensor hasta el último piso. Las puertas se abrieron y salimos al sol, a la terraza del museo, desde la que podía verse todo Central Park.

—Siempre he pensado que era injusto que las obras del museo tuvieran que competir con toda esta belleza.

—No creo que les importe —sonrió Gideon—.Además, seguramente se sienten honradas —añadió, observando un monolito de aluminio, como un eco de los edificios que nos rodeaban—. No sabía que Nelson tuviese una obra aquí.

—¿Conoces a Nelson?

—Fue profesor mío… mi mentor, en realidad.

Ah, eso explicaba las cicatrices. Era escultor. Debería haberlo imaginado por cómo miraba las esculturas de Rodin. Ahora entendía lo que había visto en su cara; la reverencia que sólo un artista puede mostrar por otro.

Les guste su trabajo o no, lo admiren o no, los artistas suelen respetarse los unos a los otros.

—¿Escultor?

Él asintió con la cabeza, riendo.

—Ni pescador ni carnicero. Las cicatrices son por las herramientas que uso. No soy tan paciente como debería. Me pierdo en lo que hago… me muevo demasiado rápido.

—¿Tienes un estudio en Nueva York?

—No es mío. Antes daba clases en la Universidad de Cornell y vivía en Ithaca. Pero lo dejé hace poco. Nelson está en Italia y me he quedado con su estudio hasta que vuelva.

—¿Tenías un puesto en Cornell y lo dejaste?

—Sí.

—¿Por qué?

—Es una historia muy larga.

—¿Has expuesto alguna vez?

Él mencionó el nombre de una prestigiosa galería en Soho.

—He expuesto dos veces en los últimos años. Y luego alguna en grupo.

—Me gustaría ver tu trabajo.

—Puedes ir a mi estudio algún día.

—Me gustaría mucho verlo antes de seguir escribiendo las cartas.

—¿Por qué?

Yo no sabía por qué quería verlo o por qué lo había dicho.

—Tengo que ver lo que haces para conocerte un poco mejor —fue lo único que se me ocurrió.

—Pero lo hiciste muy bien en la playa y también en la habitación veneciana. ¿Qué aportará a las historias que me conozcas mejor?

—Me ayudaría a incluir cosas tuyas… y así estaría más claro que las ideas no son de otra persona.

—No.

—¿Por qué?

—Por la misma razón por la que no he querido rellenar el cuestionario. No quiero que incluyas detalles de mi vida en las historias.

—No lo entiendo.

—Lo que tú haces no es diferente de tomar un trozo de arcilla para darle forma. Y yo no quiero meter mis dedazos en tu arcilla.

—¿Eso significa que no puedo ver tu obra?

—Puedes verla, pero no para incluirla en tus historias.

—Muy bien. ¿Qué tal si quiero verla porque tú has visto lo que yo hago? Porque siento curiosidad, porque quiero saber si tienes talento. Porque yo también soy artista y puede que aprenda algo de tu trabajo. ¿Te parecen mejores razones?

Había una más, pero no iba a decirla en voz alta. Ni siquiera quería pensarlo. Además, no estaba segura de que fuese una buena razón.

Quería ver sus esculturas porque quería saber si me conmovían. Pero ¿de qué serviría eso? No quería sentirme tentada por Gideon. No podía sentirme tentada por él.