—No estás conectada con tus sentimientos, Marlowe. Llevas mucho tiempo sin estarlo —me dijo Grace, mientras tomaba un plato de salmón ahumado.
—Sé que te crees con derecho a ser mi psiquiatra, pero la verdad es que no entiendo por qué —suspiré yo.
Mi tortilla estaba un poco cruda y la aparté, asqueada, buscando al camarero con la mirada. Sorprendentemente, el hombre se acercó enseguida. Grace esperó mientras le explicaba que quería la tortilla más hecha antes de seguir con su monserga:
—Creo que tengo derecho a hacerlo porque me importas.
—No. Si te importase de verdad no querrías darme un disgusto.
—No, al contrario. Como me importas, quiero señalar algunas cosas que estás haciendo y que te hacen infeliz.
Yo dejé escapar un suspiro.
—Bien, Grace, dame otra de tus charlas.
—Lo miras todo demasiado de cerca. Los objetos, los colores, las telas, los papeles. Y al hacerlo, no ves lo más importante. Te pierdes las señales que podrían llevarte hacia delante… que podrían ayudarte a entender qué es lo que quieres de verdad. O lo que podría hacerte feliz. —Grace tomó otro trocito de salmón mientras el camarero volvía con una nueva tortilla para mí.
—¿Ya está? ¿No vas a sermonearme más?
—Ya está.
—¿No vas a decirme que tengo que hacerte caso, que tengo que cambiar mi forma de ver la vida? ¿No vas a darme varios ejemplos de…?
—No. Soy tu amiga, no tu madre. Ni tu psiquiatra.
—¿Ni mi adivinadora?
Grace sonrió.
—Te conozco bien y sé que eres una escéptica, así que no pienso hablarte de cómo están alineadas las estrellas o lo que he visto sobre ti en las cartas del Tarot.
—Tú no lees las cartas del Tarot.
—¿Cómo que no?
—Nunca me habías dicho que lo hicieras.
—Eso no significa que no lo haga.
—No me digas…
—No, tonta. No puedo leerte las cartas sin que tú estés presente. Pero no hace falta, cariño. Que ignores esas señales es absurdo. Es como no aceptar un salvavidas cuando te estás ahogando. A veces hay que hacer caso de la intuición, pero tú haces todo lo contrario. Apartas la mirada. Es como si llevaras orejeras. —Grace dejó el tenedor sobre el plato—. He terminado.
—¿Con el salmón o con la charla?
—Con las dos cosas. Bueno, no…
—¿No has terminado con el salmón?
—¿Quieres dejarte de bromas? Estoy hablando muy en serio.
—Esto no es una conversación, Grace. Tú estás en tu tarima de profesora, como siempre.
Mi amiga dejó escapar un largo suspiro de desesperación.
—Hay algo en ese hombre, Gideon. Tienes que prestar atención. Que haya aparecido en tu vida precisamente ahora… no es un accidente. Reaccionas con él de otra forma y tienes que saber por qué. ¿Por qué él? ¿Por qué ahora?
—No te entiendo.
—¿No? Bueno, da igual. No tienes que entenderlo. Sólo tienes que aguzar el oído y prestar atención. Eso es todo lo que te pido, que te escuches a ti misma para saber lo que sientes…
—Esto empieza a sonar a brujería.
—No vas a hacerme caso, ¿verdad?
—Hablas como una médium. O un hada madrina. ¿Esperas que crea en esas cosas sólo porque tú me dices que debo creer?
—Bueno, ¿no es mágico cómo nos relacionamos, lo que podemos darnos los unos a los otros?
—No me refería a eso.
—No, pero yo sí.