Capítulo 18

Estuve trabajando en la historia de Gideon durante todo el sábado, revisándola y editándola cien veces. Luego la envié al email que me había dado, el de un amigo o algo así, no recuerdo bien.

No comprobé mi correo el domingo por la mañana. Me levanté tarde y tuve que correr para encontrarme con Grace en el mercadillo de la calle Veintiséis.

Era nuestro ritual semanal. Yo buscaba cosas para mis collages, ella buscaba ropa y accesorios vintage. Algunos días yo no encontraba nada y Grace sí. Otros días era al revés.

Esa mañana estaba encontrando muchas cosas. Cada vez que miraba en uno de los puestos veía algo que podía interesarme… antiguas postales eróticas francesas en color sepia, por ejemplo. Eran casi inocentes, con mujeres gruesas llevando ligueros y los pechos al descubierto, algunas sólo con los zapatos.

Pensé entonces en las fotografías de Colé. Sus desnudos también eran eróticos, pero más crudos, más carnales. No había encanto en las fotografías de Colé. Era un voyeur. Se llevaba más de lo que sus modelos querían darle; las modelos de estas postales, al contrario, ofrecían más de lo que el fotógrafo había podido capturar.

Luego encontré un par de guantes largos de color crema en buen estado que también podrían servirme.

—Esa tela es preciosa —dijo Grace, señalando un tul de color violeta—. ¿Se te ocurre lo que podrías hacer con ella?

—Sí, la verdad es que tengo una idea…

Mientras se la contaba, Grace miraba en cajas donde a veces había tenido la suerte de encontrar un antiguo bolso de Louis Vuitton o algún pañuelo de Hermés. Lo único que no compraba nunca eran zapatos usados. Según la religión judía, no podías llevar los zapatos de un muerto para no seguir sus pasos. Y la verdad era que tenía sentido.

—¿Qué sabes de la mujer a la que Gideon Brown quiere enviarle esas cartas? —me preguntó entonces.

—No mucho. ¿Por qué?

Grace, que estaba examinando unos botones de Chanel, levantó la mirada.

—No lo sé. Es raro, ¿no?

—¿Qué es raro?

—Que tú no sepas nada.

En general, solía enterarme de todo lo que podía sobre la persona que iba a recibir las cartas para poder hacerlas más personales…

—Sí, es un poco raro, pero Gideon no me ha contado nada.

—¿Sabes por qué?

—No, ni idea.

—Normalmente se te da mejor sacarle información a tus clientes.

—Sí, bueno… esta vez no he podido. Gideon es más complicado de lo normal. Además, me pone nerviosa… aunque ésa no es la palabra correcta.

—Te altera.

—¿Qué?

—Que estás interesada en él —contestó Grace—. Te turba, te emociona…

—No digas bobadas.

—Es verdad. Se te ha metido en la cabeza y no puedes dejar de pensar en él. Por eso no puedes presionarlo para que te cuente más cosas sobre su novia.

—No, es que…

Grace me tomó del brazo, como solía hacer mi abuela cuando iba de paseo con sus amigas.

—Venga, vamos a comer algo. ¿Qué tal si vamos al Empire? No te gustará lo que voy a decirte y si te lo digo ahora mismo saldrás corriendo.

—¿He hecho yo eso alguna vez en mi vida?

—No, porque nunca te he presionado como estoy dispuesta a presionarte ahora mismo —contestó mi amiga. Y luego sonrió, como un verdugo medieval a punto de decapitar a una de las esposas de Enrique VIII.