Me puse a trabajar en la historia en cuanto llegué a casa. No era lo que me apetecía hacer. Cualquier cosa habría sido más fácil. O más agradable. Pero nada podría distraerme más.
Gideon me había dejado en casa a las seis, pero no paré para comer algo hasta las nueve. Y lo único que hice fue calentar una lata de sopa y servirme una copa de vino. Aunque me había duchado, mi piel seguía oliendo a mar, como si hubiera estado nadando durante horas. Si hubiese encontrado algas en mi pelo no me habría sorprendido en absoluto. Tampoco había desaparecido la sensación de la arena en mis pies.
Cuando me senté en la cama, con el ordenador portátil sobre las rodillas, el presente desapareció. Ya no estaba en mi apartamento, sino en la playa, oyendo la voz que salía de la caracola, diciendo las cosas que le había contado a Gideon… y las que no le había contado. Estaba viendo el mar, las nubes, las olas.
Mis dedos volaban sobre el teclado.
Ni siquiera tenía que pensar las palabras porque salían de mí como si alguien me las dictara. En tres horas, tenía el primer borrador completo de la historia. Y eso era lo único que pensaba hacer aquella noche.
Me serví otra copa de vino y volví a la cama para releer lo que había escrito. Eso era lo que estaba haciendo cuando sonó el teléfono, pero no contesté, dejé que saltara el contestador. Y unos segundos después empecé a oír el mensaje:
—¿Marlowe?
Era mi hermanastro. La playa desapareció, el sonido de las olas se borró del todo. Yo contuve el aliento. «No pasa nada», me decía a mí misma. «Colé ya no puede hacerte nada».
—Acabo de dejar a Jeff. Me ha dicho que estuviste en su oficina y has visto la invitación. Te he enviado una por correo… ¿Por qué cree Jeff que tú no sabías nada? ¿Es que no abres el correo? Marlowe, no puedes seguir enfadada conmigo. Lo estoy pasando fatal, en serio. No me gusta que estemos así.
Yo me levanté, con la copa de vino en la mano. Quería acallar su voz. Quería levantar el auricular y decirle a Colé que era un egoísta. Preguntarle cómo se atrevía a usar mi fotografía en una exposición, sin mi permiso. Sobre todo quería dejar de oír su voz… pero me quedé inmóvil.
—Me encantaría que fueras a la exposición, cariño. Va a ir todo el mundo. Papá e Isabel quieren que cenemos juntos después. ¿No puedes perdonarme? Te va a encantar, te lo aseguro. Todo el mundo dice que va a ser la mejor exposición de fotografía del año. Lo que hacemos por el arte… tú entiendes eso, ¿verdad? Un pequeño sacrificio, un precio simbólico por crear belleza. Y eso es belleza, Marlowe. Llámame, cariño.
La copa se rompió en mil pedazos al chocar contra el teléfono. Había trozos de cristal por todo el suelo y en la habitación, casi a oscuras, eran como estrellas resplandeciendo en un cielo nocturno.