—«Voy a besarte», le dice al oído. Las olas vienen y van, acariciándola y abandonándola a la vez, besándola entre las piernas para apartarse luego. Las olas llegan hasta su boca para besar sus labios. «Esto es para ti. Esto es para ti», sigue diciendo la voz.
Yo estaba frente al mar mientras hablaba, queriendo creer que Gideon no podía oírme. Era como si el sonido de las olas me tuviera en una especie de trance. Pero en algún momento tendría que volverme y enfrentarme con él. ¿Creería Gideon que estaba hablando de mí misma?
—Es perfecto —dijo él entonces.
El sonido de su voz me sobresaltó, no sé por qué. Era como si estuviese dándome las gracias, como si supiera lo difícil que aquello había sido para mí. Era como si me abrazase, como si estuviera diciéndome que había ganado la primera batalla de una guerra.
Había empezado a llover de verdad, de modo que tenía una excusa para terminar con la historia.
—Será mejor que nos vayamos —le dije.
Corrimos de la mano por la playa… y yo nunca me había sentido tan agradecida por el estallido de una tormenta.
Busqué la llave de la casa entre los tiestos del porche y la encontré bajo unos geranios, donde Tina me había dicho que estaría. Una vez dentro, nos sacudimos como dos perros, calados hasta los huesos.
—Deberías darte una ducha caliente —sugirió Gideon—. Los dos deberíamos hacerlo. Nos hemos empapado.
Había varios cuartos de baño en la casa, de modo que la sugerencia no tenía nada de erótico. Le mostré una de las habitaciones y le dije que luego le daría algo de ropa de Jim.
—Primero dúchate tú. No quiero que te enfríes.
—Podemos ducharnos a la vez… en cuartos de baño separados.
—Muy bien.
El agua estaba caliente y suspiré, agradecida. No me había dado cuenta, pero hacía frío en la playa. Después de secarme, tomé prestados una camisa y unos vaqueros para Gideon y una camiseta blanca y pantalones cortos para mí.
Él estaba en el otro baño, secándose el pelo, con la puerta abierta. Tenía una toalla enrollada en la cintura, pero el torso desnudo. No me quedé mucho rato, lo necesario para darle la ropa seca, nada más.
Pero aunque no había mirado, lo había visto.
A pesar de ser delgado, tenía unos músculos bien definidos. Los hombros anchos, el cuello largo pero fuerte. Tenía buenos bíceps, como si levantara pesas a menudo. O quizá hacía algún tipo de trabajo manual. Su piel tenía un tono aceitunado y parecía muy suave.
Intenté borrar de mi cabeza la imagen de su torso desnudo mientras hacía un café en la cocina, pero no era fácil.
Gideon entró unos minutos después, vestido con la ropa de Jim. Los dos estábamos de pie, frente a la encimera, tomando café, cuando después de un trueno aterrador se fue la luz.
—Cuéntame cómo empezaste a hacer collages —dijo Gideon, una vez sentados en el salón. Yo estaba a un lado de sofá, él al otro.
—Antes pintaba. Pero al final me di cuenta de que no era demasiado buena, por mucho que lo intentase.
—¿Pero te gustaba?
—Sí.
—¿Por qué?
—He estudiado Bellas Artes, es lo más lógico —sonreí yo—. Además, la idea de capturar los colores de verdad, los colores reales… me gustaba la idea de tomar algo que ya fuera hermoso y recrearlo para que durase.
—¿No era suficiente con ver algo hermoso?
—No.
—¿Por qué?
—Cuando lo pintas, lo ves de otra manera. Sería como si hubiese entrado en esa belleza o como si ella hubiese entrado en mí… es difícil de explicar. Crear algo, estudiarlo… abría mi mente. Me daba un propósito. El arte cuenta y no hay muchas cosas importantes en la vida.
—¿Y por qué lo dejaste?
Yo me encogí de hombros.
—No es que lo dejase, es que cambié de proyectos. No esperaba que fuera así, pero durante el último curso empecé a incorporar objetos a mis cuadros, haciéndolos tridimensionales. Cuanto más me alejaba de la pintura tradicional, más halagos recibía de mis profesores. Y cuanto más me halagaban, más me alejaba yo de la pintura tradicional.
—Lo dices como si te hubieran engañado.
—No, no es eso.
—Pero a ti te disgusta.
—No. ¿Por qué lo dices?
—Por la expresión de tus ojos. Pareces… traicionada.
—No, qué va. Es que no fui suficientemente fuerte como para seguir. Además, es lo mejor. Hay mucha competencia entre pintores y yo no habría llegado a ningún sitio. Desde luego, nunca habría podido ganarme la vida pintando.
—Ésa es una actitud muy derrotista.
—Es la actitud de una superviviente —contesté yo—. ¿Cómo iba a ganarme la vida si no hubiera empezado a hacer collages?
—Quizá te habrías convertido en una buena pintora.
—No tienes ni idea de lo difícil que es ganarse la vida siendo artista. Aunque tengas suerte y un galerista decida exponer tu trabajo, con lo que se tarda en pintar un cuadro… Y luego tienes que sustraer el cincuenta o sesenta por ciento que se lleva la galería.
Gideon estaba haciendo que me sintiera incómoda. Me miraba con esos ojos suyos tan penetrantes…
—¿No te gustaría volver a pintar?
Todo en Gideon Brown era demasiado fuerte, demasiado intenso. Demasiado sugerente. Era como si poseyera una sensibilidad especial que, seguramente, yo imaginaba. Pero, por alguna razón, estaba convencida de que era así.
—No sabes lo que es… no es una afición o un simple trabajo. Crear algo, trabajar para encontrar algo que merezca la pena en el arte hoy en día… luchar para encontrar tu propia expresión es agotador.
Gideon asintió con la cabeza, como si me comprendiera de verdad.
Pero seguramente no era así. Yo solía otorgar cualidades a la gente; cualidades que, en realidad, no poseían. Un hombre que hacía preguntas, que parecía interesado en mí, podría no estarlo en absoluto. Podría hacerlo por costumbre, tenerlo ensayado para seducir a una mujer.
—¿De qué tienes tanto miedo, Marlowe?
—Me parece que la tormenta se aleja —dije yo, mirando por la ventana—. Quizá deberíamos irnos.
En diez minutos estábamos de vuelta en el coche y en la carretera. Gideon puso la radio y escuchamos un programa de noticias y luego algo de música clásica. La conversación versaba sobre todo y sobre nada en particular.
Eran las cosas que no decíamos las más importantes. Y ni siquiera las notas más estridentes de la sinfonía podrían acallarlas.