Capítulo 14

El mar estaba embravecido esa tarde. El cielo era de color gris plomo y empezaban a formarse nubes de lluvia.

—¿Por qué has querido empezar por el oído? —le pregunté a Gideon mientras paseábamos por la playa.

—Porque me parecía el sentido más complicado para crear una historia erótica.

—¿Te gustan los retos raros? —bromeé yo.

—¿Y a ti te gustan las preguntas raras?

—Las preguntas llevan a las respuestas. La parte más complicada de escribir una carta de ese tipo o una historia para un cliente es entrar dentro de su cabeza para que resulte personal.

—Entonces yo no he sido de gran ayuda, ¿no?

—No.

—Eso nos hace a los dos muy difíciles.

Nos habíamos quitado los zapatos en la escalera de madera que bajaba hasta la playa y llevábamos diez minutos paseando.

Mi amiga Tina y su marido, Jim, vivían en Manhattan y sólo usaban la casa de la playa durante los fines de semana. Tina me había dicho que podíamos dejar el coche en el interior de la finca y bajar a la playa cuando quisiéramos. Incluso me recordó que había una copia de la llave bajo la esterilla por si necesitábamos usar el baño.

Había otras playas más cerca del centro, pero yo quería ir a algún sitio donde me sintiera cómoda. Estaba nerviosa. No sabía si podría escribir una carta de amor teniendo al cliente a mi lado.

Gideon me había ofrecido oficialmente el trabajo por teléfono dos días después de ir a verme a Efímera y habíamos acordado los detalles: cinco historias que él reescribiría con su propia letra, sin adornos ni dibujos. Una a la semana hasta que su amante volviera a casa. Cada una estaría dedicada a uno de los sentidos corporales, empezando por el oído… y quería empezar lo antes posible. Luego me preguntó si yo podía darle ideas o sugerir posibles historias y escenarios.

De modo que no era de Nueva York. Si hubiera nacido allí conocería la ciudad lo suficiente como para elegir él mismo cada escenario.

A mí se me ocurrió la idea de un concierto; dos amantes escuchando música clásica, mirándose el uno al otro. Las notas llevarían a un crescendo de sentimientos tan poderoso que llegarían al orgasmo sólo con mirarse.

Intenté no ponerme colorada cuando le conté mi idea, aunque estábamos hablando por teléfono y él no podía verme.

E intenté no pensar en que la idea se me había ocurrido al recordar cómo me afectaba que Gideon me mirase… aunque sabía que mi reacción era inapropiada y fruto de mi imaginación; una imaginación que no solía centrarse en mi propia sexualidad.

A Gideon no le gustó demasiado la idea, pero me pidió que la pusiera en una lista de «posibles». Mi segunda opción eran dos amantes en la cama. Ella estaba durmiendo. Él escuchaba una pieza de música y, lentamente, siguiendo el ritmo, empezaba a hacerle el amor, despertándola con sus besos.

Gideon respondió más positivamente a esta idea, aunque no estaba convencido del todo.

Por fin, se me ocurrió una historia en la playa, con el sonido del mar de fondo.

Y ésa fue la idea que más le gustó.

La que menos me inspiraba a mí.

Mientras caminábamos, sintiendo la arena en las plantas de los pies, pensaba en lo extraño que era aquel encargo. En general, nunca me reunía con clientes fuera de la tienda. Ninguno de ellos quería involucrarse tanto en la historia. De modo que aquel trabajo era un reto.

Encontré un trozo de madera a la deriva. Tenía forma de media luna y era algo que podía incorporar a alguno de mis collages. Había pensado que mientras escribía estas historias para Gideon podría hacer un collage para mi colección. Cinco piezas, una por cada carta. Sin saberlo, Gideon estaría pagándome para que hiciese una jornada artística.

La idea de concentrarse en los cinco sentidos desde un punto de vista erótico resultaba muy atractiva. Quizá lo suficiente como para hacer que me olvidase de la exposición de Colé.

No se me había ocurrido hasta que empezamos a pasear por la playa, pero el encargo de Gideon Brown había llegado cuando más falta me hacía.

Si intentaba hablar con Colé una vez más, ¿reconsideraría su decisión? No, seguro que no. ¿Qué sería diferente esta vez? No tenía nada que ofrecerle a cambio y ésa era la única manera de conseguir algo de mi hermanastro.

Pero tenía que dejar de pensar en él. Debía concentrarme en las cartas de Gideon. Pero ¿no era extraño que Gideon Brown hubiese aparecido precisamente en este momento? No, no era extraño. Así era como ocurrían las cosas. Era una simple coincidencia.

Pensar otra cosa era negar la lógica y la razón. Sólo Grace podía creer que unas circunstancias normales fueran la manifestación de mis propios deseos ocultos. Los hados, habría dicho, estaban poniéndose de mi lado.

De repente, me pareció bien que este trabajo fuera más complicado que los demás. Que me distrajese durante más horas. Durante las próximas semanas sería la guía sensorial de Gideon Brown. Y él, aunque no lo supiera, iba a ayudarme a no perder la cabeza.