Capítulo 13

Gideon volvió a Efímera la semana siguiente. Pero yo no había vuelto a pensar en él desde que compartimos un café con galletas en Dean & Delucca. Durante esos días, había estado trabajando mucho, terminando una historia original para Vivienne Chancey, una carta para Robert Rosenthal y varios encargos más, sobre todo personalizando historias ya existentes.

Entretanto, además, había conseguido trabajar en mis propios collages, levantarme temprano por la mañana para correr un poco por el parque y salir a cenar con mis amigos.

Estaba saturando mis días con actividades como uno mete detalles poco importantes en una conversación para evitar algo que, en realidad, no quiere discutir. Y estaba cansada. No sólo por las horas de trabajo y la constante actividad, sino por el esfuerzo de apartar a mi hermanastro de mi cabeza. Para olvidarme de Colé tenía que estar continuamente en movimiento. Para olvidarme hasta de su nombre, como había conseguido hacer durante dos años hasta que vi la invitación para su exposición fotográfica sobre la mesa de Jeff.

—Pareces muy ocupada —dijo Gideon, tuteándome por primera vez.

Llevaba unos vaqueros negros, un jersey del mismo color y una enorme carpeta en la mano.

—Hola —lo saludé, un poco sorprendida.

—Perdona, no quería asustarte.

—No pasa nada. Ni siquiera sabía que estuviera ahí. No lo había oído entrar.

—Estaba observándote. No he podido evitarlo. Estabas tan concentrada en lo que hacías… los artistas pueden hacer eso, ¿no? Desaparecen del mundo, se olvidan de todo salvo de su trabajo.

—Sí, bueno… entre, por favor.

Gideon se sentó frente a mí, llevando con él el sonido del viento, la mezcla de aromas, el aire de la calle y la idea de que había vuelto porque quería contratarme, lo cual me alegraba. Necesitaba el trabajo. Vivía del dinero que ganaba en la tienda de Grace. El alquiler del loft, como todos los alquileres en la ciudad de Nueva York, era altísimo. Las facturas, todo lo que necesitaba para hacer mi trabajo… a final de mes era una cantidad enorme.

Pero más que eso, necesitaba algo que me distrajera de mi hermanastro.

—Estaba terminando un trabajo. ¿Quiere un poco de agua? ¿O té? Me temo que no puedo ofrecerle nada más.

—No, gracias. Pero me gustaría ver lo que estás haciendo.

—No, lo siento mucho —nerviosa, aparté la carta—. Es confidencial hasta que mis clientes me dan permiso para mostrarlas.

—Ah, pensé que era uno de tus propios collages. Eso es lo que me gustaría ver.

—Ésos los hago en mi casa.

Gideon seguía mirándome como si estuviera intentando entender algo.

—¿Qué te pasa?

—¿A mí? ¿Por qué?

—Por nada —contestó Gideon. Parecía confuso—. No sé por qué, me ha parecido que tu trabajo no te hacía feliz.

Era cierto. El collage en el que estaba trabajando en casa iba bien, pero era muy personal y muy doloroso. Aunque no pensaba contárselo a Gideon Brown.

—Me alegra que pregunte por mi trabajo, pero estoy segura de que no es por eso por lo que ha venido. ¿Qué quería?

Él arqueó una ceja, como si entendiera perfectamente por qué había cambiado de tema. Darme cuenta de lo que pensaba un extraño me parecía turbador. Era muy inusual.

—¿Has leído novela erótica? —me preguntó.

—Pues… no —contesté, sorprendida.

—¿No has leído a Anais Nin, a Henry Miller? ¿Ni siquiera a Pauline Reage?

Yo negué con la cabeza.

—¿Y a D.H. Lawrence?

—Sí, pero eso es distinto.

—¿Lolita de Nabokov?

—Sí, pero de nuevo…

—Algunos dicen que es pornografía. Estuvo prohibida durante años. Pero pensé que al menos habrías leído a Nin. ¿No has tenido que estudiar a los escritores de literatura erótica?

—¿Por las cartas que escribo? Señor Brown, yo no soy una experta en literatura erótica y no es lo que hago. Ni siquiera soy una escritora de verdad. Soy una artista. Sólo estoy haciendo esto hasta que encuentre una galería que quiera exponer mis collages. O hasta que Grace encuentre a otra persona que se encargue de este departamento. Lo único que yo hago es hablar con los clientes y escribir lo que ellos escribirían si pudieran.

—Gideon —dijo él.

Al principio no entendí a qué se refería y debió de notarse en mi cara.

—Que me llames Gideon —sonrió él—. Lo de señor Brown suena demasiado formal —añadió, mirándome a los ojos. Mucha gente mira a los ojos, ¿no? Pero, no sabía por qué, la mirada de Gideon me resultaba extraña, diferente.

—¿Trabajas cerca del cliente?

—¿Qué?

—Quiero decir si el cliente pasa mucho tiempo contigo.

—Puede estar tan involucrado en el proyecto como le parezca —contesté yo, preguntándome cuánta subliminalidad había en aquella conversación.

—¿Puede orquestar la carta?

—¿Quieres decir darme ideas?

—Sí.

—Pues claro. De hecho, es más fácil para mí si el cliente me da ideas muy claras de lo que quiere.

Él se pasó una mano por el pelo, que había caído sobre su frente.

—Me gustaría enviarle algunas de esas cartas a una mujer… a la que veo de vez en cuando. Está de viaje. No esperará esto de mí, pero creo que le gustará.

Era lógico que saliera con alguien. ¿Por qué si no habría tenido interés en Las cartas de Lady Chatterley? ¿Y por qué había estado tan segura de que, como yo, estaba solo?

Menuda intuición.

Aquélla no era la primera vez que me equivocaba con alguien. Normalmente no tenía consecuencias, claro. Salvo en una ocasión.

Yo no tengo el don de Grace para intuir cosas sobre la gente. Soy sutil, pero me pierdo las sutilezas de los demás, así que debería usar mi percepción como un barómetro… al revés. Si intuía algo, debería imaginar inmediatamente que era lo contrario.

Gideon puso las manos sobre la mesa y ese simple gesto me pareció una invasión. Me habría gustado apartar sus manos, decirle que la mesa era mi territorio y sólo mío.

Aún podía oír su voz leyendo una de mis cartas… Había sido como una placa de rayos X sobre mi psique.

¿Por qué provocaba aquel hombre tal reacción en mí?

Las películas hacían eso. Los cuadros de un museo también. Y la música. Las noticias horribles en televisión. La estupidez me sacaba de quicio. Los extremos de gran belleza o gran fealdad, de gran crueldad, provocaban una reacción en mí.

Pero los hombres, sin conocerlos, no me provocaban nada.

Sin embargo, Gideon Brown sí.