Capítulo 9

Las mañanas eran sólo mías. Nunca iba a la tienda antes del mediodía y sólo cuatro días a la semana: de miércoles a sábado. De modo que aquel martes podría haberme levantado tarde. Pero, aunque estaba agotada después de trabajar toda la noche, necesitaba levantarme temprano para ir a la oficina de Jeff.

Él me besó, sonriendo, y me dio un abrazo de oso cuando su ayudante me abrió la puerta del despacho. Jeff siempre vestía de forma muy elegante y un poco clásica: trajes de tweed y pajaritas en lugar de corbata. Trajes de tres piezas, además. Era un poco anticuado, pero encantador, con sus gafas de montura metálica, el pañuelo en el bolsillo de la chaqueta y el pelo siempre bien cortado.

Jeff se acercó a la pequeña nevera que tenía en el despacho para sacar una botella de agua mineral mientras hablábamos de su mujer y de su hijo, de dos años.

Luego saqué la ilustración del maletín y la coloqué sobre su escritorio.

—Maravillosa —dijo él.

—Gracias.

—Creo que puede funcionar perfectamente. El título irá aquí —me explicó, señalando el cielo—.Buen trabajo, Marlowe.

—Éste no ha sido fácil.

—¿Ah, no?

—No. La verdad es que a mí también me sorprendió, pero me ha costado encontrarla. No sabía por qué, pero era por lo de Venecia.

Jeff sabía lo de Kenneth y entendió enseguida a qué me refería.

—Marlowe, lo siento. No me di cuenta…

—No pasa nada, de verdad.

—De verdad lo siento.

—No es nada. Pero puedes compensarme dándome otro vaso de agua —sonreí yo. Al levantar la mano moví unos papeles sin querer y vi una fotografía. La reconocí inmediatamente.

La fotografía, en blanco y negro, era de una mujer con la boca abierta, los labios húmedos e hinchados, una expresión apasionada. Y una marca en la mejilla. Podría haber sido cualquier cosa, un granito, un borrón de la fotografía, la marca de los dedos de un hombre… en cualquier caso, era muy sugerente.

No tenía que preguntar; sabía quién había hecho esa fotografía como conocía mi propio cuerpo. Pero no entendía qué hacía en el despacho de Jeff. Él estaba de espaldas mientras sacaba la botella de agua de la nevera, de modo que volví a mirar la foto y vi que era parte de una invitación:

Musas desnudas: la fotografía de Colé Ballinger

Exposición: 2 de junio, 18:00 horas

Galería Kulick

34 West 26th Street, NY

1212-222-3333

Colé Ballinger. Un nombre que leí varias veces como si no lo hubiera visto antes porque en aquel contexto me resultaba extraño. No, peor que eso, turbador.

Me dieron ganas de romper la fotografía en mil pedazos y, al mismo tiempo, me invadió una sensación de letargo. Como si no pudiera levantarme de la silla, como si no pudiera beber el vaso de agua que Jeff me ofrecía.

Enterarme de que iba a exponer así, por accidente…

—No sabía que Colé iba a exponer.

—Él sólo, además —dijo Jeff.

—¿Sabes algo de esta fotografía? —le pregunté.

—Nada salvo que todo el mundo parece muy interesado —contestó él—. Pero pensé que tu madre te lo habría dicho.

—Supongo que lo intentó. Hace un par de meses empezó a contarme que algo maravilloso le había pasado a Colé, pero no le pregunté y ella dejó el tema. Jeff sacudió la cabeza.

—Ninguno de los dos me ha pedido nunca que me involucre en esto… pero yo creo que es una bobada. Después de lo importantes que fuisteis el uno para el otro, que no seáis capaces de entenderos es completamente absurdo.

—Colé nunca ha dicho nada porque sabe que es un cretino, pero le da igual. Y a mí me importa demasiado como para volver a verlo nunca… o para meterte a ti en esta historia.

—Pero se lo está comiendo por dentro, Marlowe.

—¿Ah, sí? —murmuré yo, levantando una ceja.

—Desde luego. ¿Eso te sorprende?

—Todo lo que hace Colé me sorprende.

—¿Y no hay manera de que lo solucionéis?

—Quizá hace mucho tiempo… —tuve que hacer un esfuerzo para no volver a mirar la fotografía—. Pero ya no. Así que vamos a dejar el tema, ¿de acuerdo?

—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con él?

Yo me encogí de hombros.

—Antes de la muerte de Kenneth. Me ha llamado alguna vez… pero borro sus mensajes sin oírlos.

—¿Por qué no quieres hablar con él?

—Porque la única cosa que me importa de verdad es lo que Colé no quiere hacer. Si lo hiciera, estropearía sus planes.

—No lo entiendo —dijo Jeff, claramente confuso.

—Lo sé, pero no puedo explicártelo. Es el pasado… o al menos era el pasado.

No pude evitarlo. Volví a mirar la fotografía y luego aparté los ojos. No quería volver atrás. No quería lidiar con mi hermanastro. Nuestra relación era demasiado complicada, demasiado embarazosa. Había significado demasiado para mí. Pero, evidentemente, no para él.

Colé buscaba el éxito a toda costa y nada lo detendría. Siempre había estado dedicado a su carrera, excluyendo todo lo demás. Y yo no podía imaginar qué podría hacerlo cambiar de opinión. Entendía que buscara el éxito, pero no a costa de todo lo demás, incluso de la gente que más debía importarte.

Él había intentado explicarme su filosofía de la vida mucho tiempo atrás, de diferentes maneras. Pero ninguna de esas explicaciones podía justificar que fuese tan insensible. Él sabía que lo que había hecho estaba mal y sabía cómo solucionarlo… pero hacer eso iba contra sus planes. Y él siempre estaba haciendo planes.

Colé tenía ahora treinta y un años y era uno de los «chicos malos» de la fotografía de Nueva York. Guapo, inteligente, brillante y arriesgado. Sus héroes eran Robert Mapplethorpe y Helmut Newton. Sus fotografías eran sexuales, modernas, furiosas y preciosas a la vez. Hacían que el espectador se sintiera incómodo y eso les hacía pensar que eran importantes. ¿Lo eran? Yo estaba demasiado cerca como para tener una visión clara del asunto.

Pero Colé había conseguido la atención de la prensa en un momento en el que la gente empezaba a pensar que todo estaba hecho. Se especializaba en fotografiar momentos privados de tal forma que el espectador casi sentía que estaba allí, como un intruso en la vida privada de alguien… entrando en una habitación a la que no había sido invitado y siendo testigo de algo que no se hace en público. Y eso era exactamente lo que Colé hacía. Se llevaba tus emociones, tus anhelos, tus deseos, tus pasiones, y las exponía para que todo el mundo pudiera verlas. Se llevaba trozos de tu alma. Y tú ni siquiera te dabas cuenta de que eso era lo que estaba pasando.

En algunas culturas, hacerle una fotografía a alguien está prohibido. Porque creen que te roba una parte integral de ti mismo.

Colé y su trabajo eran la prueba de que esa superstición es hasta cierto punto, cierta. Que la cámara puede capturar tu alma. Y es peligroso entregar tu alma al público, dejando que observen emociones que ni una misma ha visto nunca.

En otros tiempos, en otras culturas, Colé podría haber sido considerado un demonio.

—Marlowe, ¿no puedes darle otra oportunidad? A Colé no le gusta que estéis así… sin hablaros siquiera.

—No te creo. Él sabe… —yo suspiré profundamente— sabe exactamente lo que podría haber hecho para solucionar esta situación. Pero eligió hacer justamente lo contrario. Lo siento, no puedo contarte nada más. Y no quiero seguir hablando de esto. Por favor, no le digas nada a Colé. Si lo haces, tampoco volveré a dirigirte la palabra.

—Eso es un poco melodramático, ¿no?

—No. Considerando que eso sería aprovecharse de mi confianza, no lo es en absoluto.