Capítulo 7

Mientras iba de nuevo hacia mi oficina miré los bolígrafos, los diarios, los papeles, las cintas… dejando que un arco iris de colores llenase mis ojos, convencida de que Gideon Brown ya no estaría allí. Habría leído unas cuantas cartas más y se habría ido.

Y al entrar, comprobé que no me había equivocado. Se había ido. Las cartas estaban sobre mi mesa, la silla en la que había estado sentado, vacía. No había ni rastro de él, como si nunca hubiera estado allí.

Dejé escapar un suspiro, aliviada. Y entonces me di cuenta de que me había equivocado. Gideon Brown había dejado algo.

Cuando me ayudó, mientras estaba curando mi mano, había olido su piel. Olía a madera, a cuero mezclado con algo, una especia… ¿canela?

Ahora volvía a oler esa mezcla de aromas en mi oficina. Y no quería.

Encendí la vela de vainilla que había en una esquina de mi escritorio y respiré el nuevo olor.

Sí, era mejor.

Gideon Brown había desaparecido por completo. Sus ojos no estaban mirándome. Su olor no se había quedado en mi oficina.

La oficina era mía otra vez.

Las cartas y las historias, mis palabras, eran mías otra vez.