24

Fueron inútiles las protestas de Sean. Katrina se levantó al día siguiente y se vistió con uno de sus vestidos viejos. Sean iba y venía entre ella y el niño en la cuna.

—Todavía estoy tan gorda —se lamentó ella.

—Mi amor, quédate en cama uno o dos días más. Katrina le hizo una mueca cínica y siguió luchando con los lazos de su corpiño.

—¿Y quién cuidará al niño? —preguntó.

—¡Yo! —dijo Sean, muy serio—. Tú me dirás qué debo hacer.

Discutir con Katrina era como intentar recoger mercurio entre los dedos. No merecía el esfuerzo. Por fin ella terminó de vestirse y levantó al niño.

—Puedes ayudarme a bajar por los escalones —dijo a Sean, sonriendo. Sean y Alfonso le pusieron una silla bajo la sombra de uno de los grandes árboles y acudieron los sirvientes a ver al niño. Katrina lo tenía en el regazo y Sean permanecía de pie detrás de ellos con un aire posesivo, pero a la vez incierto. Para Sean aquello no era real… era demasiado para que su mente lo aceptase en tan poco tiempo. Sonreía tontamente ante los comentarios de sus sirvientes y cuando Alfonso le estrechó la mano, la vigésima vez en hacerlo aquella mañana, sentía el brazo entumecido.

—Tenga a su hijo, Nkosi. Queremos verlo con su hijo en brazos —le dijo Mbejane y los demás zulúes le hicieron coro. Poco a poco, el rostro de Sean mostró una expresión aprensiva.

—Levántelo, Nkosi.

Katrina le ofreció una especie de bulto alargado y en los ojos de Sean apareció una expresión de animal acorralado.

—No tenga miedo, Nkosi, no tiene dientes y no le hará mal —lo animó Hlubi. Sean sostuvo con gran torpeza a su primogénito y adoptó la pose encorvada del padre flamante. Los zulúes le hicieron una ovación y lentamente el rostro de Sean se serenó y cuando sonrió por fin, brillaba el orgullo en su sonrisa.

—¿No es hermoso, Mbejane?

—Hermoso como su padre —dijo Mbejane.

—Tus palabras tienen doble filo —dijo Sean, riendo. Miró más de cerca a su hijo. Tenía un casco de pelo oscuro, una nariz achatada como la de un perro bulldog, ojos de un gris lechoso y piernas largas, delgadas y enrojecidas.

—¿Cómo lo llamarán? —preguntó Hlubi. Sean miró a Katrina.

—Diles —le pidió.

—Se llamará Dirk —dijo ella en zulú.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Hlubi. Sean repuso.

—Quiere decir "daga"… un cuchillo afilado.

De inmediato se vieron gestos de aprobación entre todos. Hlubi sacó entonces su caja de rapé, la ofreció a varios y Mbejane tomó su pizca.

—Ese es un buen nombre —dijo.