10

Fue una cena de Navidad sumamente melancólica. La comieron en el hotel de Candy, por contar allí con crédito. Candy regaló a Duff un anillo de sello y a Sean una caja de cigarros. Sean nunca había fumado antes, pero el ardor del humo en los pulmones le provocó un placer rayano en el masoquismo. El comedor resonaba con las voces de los hombres y el tintineo de cubiertos y el ambiente estaba espeso con el aroma de la comida y del humo de tabaco. Y en un rincón, como náufragos en una isla de depresión estaban sentados Duff, Sean y Candy.

En un momento Sean levantó la copa y habló con la voz de un empleado de pompas fúnebres.

—Feliz Navidad —dijo.

Los labios de Duff se curvaron en el rictus de un muerto.

—Lo mismo digo —repuso.

Bebieron, entonces. Por fin Duff se dispuso a hablar.

—Dime otra vez. ¿Cuánto dinero nos queda? Me gusta oírtelo repetir. Tienes una hermosa voz y debiste haber sido actor shakesperiano.

—Tres libras con dieciséis chelines.

—Ah, sí, esta vez lo dijiste bien. Tres libras con dieciséis chelines… ahora, para que me sienta realmente en un estado de ánimo festivo, dime cuánto debemos.

—Bebe otra copa —dijo Sean, para cambiar de tema.

—Sí, por favor. Muchas gracias.

—Por favor, los dos, olvidemos el asunto, aunque sea por esta noche —les suplicó Candy—. ¡Yo tenía planeada una fiesta tan bonita! Miren, allí llega François. ¡Allá!

El elegante Du Toit llegó con paso rápido hasta la mesa.

—Feliz Navidad, kerels, déjenme convidarlos con una copa.

—Qué gusto verte —dijo Candy y lo besó—. ¿Cómo estás? Tienes muy buen aspecto.

François se puso serio al instante.

—Es raro que digas eso, Candy. La verdad es que estoy un poco preocupado —dijo y golpeándose el pecho, se dejó caer pesadamente en una silla—. Es el corazón, sabes, y hacía tiempo que esperaba que sucediera. Ayer, cuando estaba allá, comprendes, en la mina, de pronto fue como si me hubiesen aplicado unas tenazas al pecho. No podía respirar… por lo menos, no muy bien. Como era lógico, fui corriendo a mi tienda y consulté mi libro. La página ochenta y dos. Bajo "enfermedades del corazón". —Du Toit agitó la cabeza tristemente—. Me preocupa muchísimo. Ya saben que no era un hombre muy sano antes de ocurrir esto.

—Ay, no —se quejó Candy—. No lo soporto. ¡Tú, también!

—Perdona. ¿Dije algo que está mal?

—No está completamente a tono con el ambiente festivo de esta mesa. —Candy señaló a Duff y a Sean—. Mírales las caras felices que tienen. Si me perdonan, iré a ver algo en la cocina. —Dicho esto, se alejó.

—¿Qué pasa, Duff, viejo?

Duff le obsequió una de sus sonrisas de muerto y luego se dirigió a Sean.

—El hombre quiere saber qué sucede. Cuéntaselo.

—Tres libras con dieciséis chelines —le explicó Sean. François lo miró, intrigado.

—No comprendo.

—Quiere decir que estamos arruinados. Completamente arruinados.

—Gott, cuánto lo siento. Creía que les iba muy bien, Duff. Todo el mes oí el ruido del molino, pensé que a esta altura ya eran ricos.

—El molino funcionó muy bien, sin duda, y cosechamos oro suficiente para llenar una oreja de pulga.

—Pero, ¿por qué, hombre? Están trabajando la veta líder, ¿no?

—Estoy empezando a creer que esa veta líder de que hablaste es un cuento de hadas.

François contempló su copa pensativo.

—¿Hasta cuánto llegaron? —preguntó.

—Tenemos un túnel oblicuo hasta unos doce metros.

—¿Y no hay señales de la líder? —Como Duff moviera la cabeza en sentido negativo, François prosiguió—: Les diré que la primera vez que hablé con ustedes no hice más que formular conjeturas.

Duff asintió.

—Bien, ahora sé algo más y lo que les diré es confidencial. Si llega a saberse, perderé el empleo. Duff volvió a asentir.

—Hasta ahora, la líder ha sido localizada en dos puntos. La tenemos en la Jack and Whistle y sé que los hermanos Heyns han llegado a ella en la mina Cousin Jock. Les haré un dibujito.

François tomó un cuchillo y con él trazó unos surcos en el fondo cubierto de salsa del plato de Sean.

—Esta es la cresta principal que corre más o menos en línea recta. Yo estoy aquí, aquí está la Cousin Jock y ustedes están entre nosotros dos. Los dos hemos encontrado la líder y ustedes, no. Yo diría que está allí, pero que no han sabido dónde buscarla.

"En el extremo mas distante de la Jack and Whistle la cresta principal y la veta líder corren paralelas con una separación de medio metro, pero cuando alcanzan el límite más próximo a Candy Deep han vuelto a separarse y hay unos veinte metros de distancia entre ellas. Ahora bien, en el límite de la Cousin Jock están otra vez con una separación de quince metros. Yo diría que las dos crestas tienen la forma de un gran arco, en esta forma. —François hizo el correspondiente dibujo—. La veta principal es la cuerda del arco y la líder, la madera. Te digo, Duff, que si cortas la trinchera en ángulo recto con la cresta principal, encontrarás la veta y cuando la encuentres, no olvides convidarme con un trago.

Lo escucharon muy serios y cuando François terminó de hablar, Duff se apoyó en el respaldo de su silla.

—¡De haber sabido esto hace un mes! ¿Cómo haremos ahora para conseguir el dinero necesario para cavar la nueva zanja y mantener en funcionamiento el molino?

—Podríamos vender parte del equipo —propuso Sean.

"Necesitamos todo lo que tenemos y, además, si vendiésemos una sola pala, los acreedores caerían sobre nosotros como una manada de lobos, aullando por su dinero.

—Yo les haría un préstamo si tuviera el dinero, pero con lo que me paga Hradsky… —François se encogió de hombros—. Necesitarán unas doscientas libras. No las tengo.

Candy volvió a la mesa a tiempo para oír el último comentario de François.

—¿De qué hablaban? —preguntó.

—Se lo puedes decir, François.

—Si crees que servirá para algo.

Candy escuchó y se quedó pensativa.

—Bien, acabo de comprar diez lotes de terreno en Johannesburg, esa nueva población del gobierno, valle abajo. Por ello ando escasa de fondos. Pero podría prestarles cincuenta libras, si tienen alguna utilidad.

—Nunca pedí prestado dinero a una dama. Será una experiencia nueva. Candy, eres un tesoro.

—Me encantaría poder creer que me quieres —dijo Candy, pero por suerte para Duff, no alcanzó a oír bien estas palabras. Siguió hablando muy de prisa.

—Necesitaremos unas ciento cincuenta más. Veamos qué se les ocurre, señores.

Hubo un largo silencio, al cabo del cual Duff, con una gran sonrisa, se dirigió a Sean, pero éste se le anticipó.

—No me digas nada, déjame adivinar —dijo—. ¿Piensas alquilarme como reproductor?

—Casi, pero no exactamente, chico. ¿Cómo te sientes?

—Muy bien, gracias.

—¿Fuerte?

—Sí.

—¿Valiente?

—Vamos, Duff, habla. No me mires con esa expresión.

Duff sacó una libreta de un bolsillo y escribió algo en ella con un trozo de lápiz. Hecho esto, arrancó la hoja y se la pasó a Sean. La hoja decía:

Haremos colgar anuncios como éste en todas las tabernas de la región.

EL DÍA DE AÑO NUEVO EL SEÑOR SEAN COURTENEY, CAMPEÓN DE PESO PESADO DE LA REPÚBLICA DE TRANSVAAL ACEPTARA DESAFÍOS DE QUIENQUIERA SE PRESENTE DELANTE DEE HOTEL DE CANDY. PELEARÁ POR UNA BOLSA DE CINCUENTA LIBRAS.

Entrada de espectadores, 2 chelines. Bienvenidos todos.

Candy, quien leía por sobre el hombro de Sean, dejó escapar un chillido.

—¡Magnífico! Tendré que contratar más camareros para servir bebidas y ofreceré un almuerzo de tipo "Buffet". Supongo que podré cobrar dos chelines por cabeza, ¿no?

—Y yo armaré los carteles —dijo François, que no quería ser menos— y enviaré a un par de mis muchachos a instalar el ring.

—Cerraremos el molino hasta Año Nuevo. Sean tendrá que descansar mucho. Pero lo someteremos a un entrenamiento muy liviano. Nada de beber, desde luego, y dormir mucho —dijo Duff.

—Está todo arreglado, ¿eh? —preguntó Sean—. Todo lo que tengo que hacer es subir al ring y dejar que me hagan papilla.

—Lo hacemos por ti, chico, para que seas rico y famoso.

—Gracias, muchísimas gracias.

—Te gusta pelear, ¿no?

—Cuando tengo ganas.

—No te preocupes, se me ocurrirán unos buenos insultos para ti. Te sacaré de casillas en segundos.