Recorrió el pasillo rengueando. La pistola le resultaba pesada y la culata grabada, áspera. En el extremo del pasillo había una línea de luz bajo la puerta del estudio. No estaba cerrada con llave y Garrick entró.
Sean estaba sentado con los codos apoyados en el escritorio y las manos en la cara, pero levantó la vista al entrar Garrick. Los rasguños en la mejilla se le habían secado, pero la piel estaba inflamada y roja. Sus ojos se posaron en la pistola que sostenía Garrick.
—Te lo dijo —comentó con voz opaca.
—Sí.
—Esperaba que no te lo dijera. Quería que por lo menos, te ahorrase eso.
—¿Hablas de ahorrarme algo? ¿Y ella? ¿Pensaste en ella?
Sean no repuso, sino que con un gesto de fatiga, se reclinó en la silla.
—Nunca sospeché antes que fueses un canalla cruel —dijo Garrick con voz entrecortada—. Vine a matarte.
—Sí —Sean vio cómo Garrick levantaba la pistola. La sostenía con las dos manos y el pelo claro le cubría la frente.
—Mi pobre Garry —dijo Sean en voz baja. De inmediato la pistola pareció sacudirse hasta que poco a poco se inclinó y quedó entre las rodillas de Garrick. Inclinado sobre ella, comenzó a sollozar, mordiéndose los labios en un esfuerzo por contenerse. Sean hizo un gesto de acercarse a él, pero Garrick se apartó contra la puerta.
—No te acerques —le gritó—. No me toques —dijo y al arrojar lejos la pistola, el borde afilado del gatillo golpeó la frente de Sean, haciéndole volver la cabeza hacia atrás, para dar después contra la pared. Al dispararse, la bala destrozó un panel de madera.
—Hemos terminado —gritaba Garrick. Para siempre.
Se volvió, buscando a tientas la puerta y después de cruzar el pasillo y la cocina, salió a la lluvia. Muchas veces cayó al engancharse la pierna en el pasto, pero se incorporaba y seguía avanzando, llorando en la oscuridad.
Por fin el rugido del Baboon Stroom, hinchado por las lluvias, le interceptó el camino. Se detuvo allí, con la lluvia cayéndose sobre la cara.
—¿Por qué yo, por qué siempre yo? —gritaba en medio de su dolor. Entonces, en un torrente de alivio tan poderoso como el del lecho del río a sus pies, sintió el aleteo de mariposas detrás de los ojos. Y la tibieza y la niebla gris se cerraron en torno de él hasta que cayó de rodillas.