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Llevaban ya más de dos meses de casados cuando volvieron a Theunis Kraal. Habían quitado el yeso al brazo de Garry. El tratamiento del médico de Peter Hugo había sido un éxito total.

Tomaron el camino que daba un rodeo por el pueblo y cruzaron el puente sobre el Baboon Stroom. En la cima de la pendiente Garry tiró de las riendas hasta detener los caballos y ambos contemplaron la chacra.

—No comprendo por qué mamá se mudó a la ciudad —dijo Garrick—. No tenía por qué. Hay muchísimo lugar para todos en Theunis Kraal.

Anna estaba sentada junto a él, silenciosa y satisfecha. Sintió alivio cuando Ada les escribió a Puerto Natal después de haber recibido el telegrama con la noticia de su matrimonio. A pesar de su juventud, Anna era bastante femenina como para reconocer el hecho de que Ada nunca le había tenido simpatía. Sin duda se mostraba amable cuando se veían, pero Anna hallaba desconcertantes esos grandes ojos que la miraban con demasiada profundidad, que adivinaban todo lo que ella trataba de ocultar.

—Tendremos que ir a verla tan pronto como podamos. Debe volver a la chacra. Después de todo, Theunis Kraal es también su casa —prosiguió Garrick. Anna se agitó en el asiento. Que se quede en Ladyburg, que se pudra allá. Su tono no cambió, sin embargo, cuando repuso con suavidad:

—Theunis Kraal es tuyo ahora, Garry, y yo soy tu mujer. Seguramente tu madrastra sabe qué es lo mejor. —Le tocó entonces el brazo y le sonrió—. De todos modos, tenemos tiempo para conversar de esto más adelante. Vamos, ya. Éste ha sido un viaje largo y estoy muy cansada.

Muy preocupado, Garrick se volvió hacia ella.

—Perdóname, querida. Soy un desconsiderado. —Con un golpe de látigo a los caballos descendieron por la pendiente hacia la casa.

El césped de Theunis Kraal estaba muy verde y los lirios, en flor: rojos, rosados, amarillos.

Qué hermosura, pensó Anna. Y es mío. No soy pobre ya. Miró entonces los tejados en varios planos y los gruesos postigos de madera dorada en las ventanas, mientras el coche avanzaba por el sendero.

Había un hombre de pie bajo la sombra de la galería. Anna y Garrick lo vieron al mismo tiempo. Era alto y de espaldas tan anchas y rectas como la vara transversal de una horca. El hombre avanzó de las sombras y después de bajar los escalones se detuvo bajo la luz del sol. Sonreía con dientes blanquísimos en un rostro bronceado. Era la sonrisa irresistible de siempre.