21

—Espero que no te moleste que haya venido —le dijo Arma—, pero tengo que hablar contigo.

—No. Me alegro. En serio —le aseguró Garrick vivamente—. Qué bueno es verte, Anna. Siento como si hiciera un siglo que partimos.

—Lo sé y pasó… pasaron tantas cosas. Mi padre y el tuyo. Y… y Sean. —Anna calló y después exclamó—; Garry, todavía no puedo creerlo. Me lo dijeron y volvieron a decírmelo, pero no puedo creerlo. Estaba tan… tan vivo.

—Sí. Estaba muy vivo.

—Habló de morirse antes de irse. Ni siquiera había pensado yo en eso hasta entonces —Anna movió la cabeza con incredulidad—. Y nunca soñé que pudiese sucederle a él. Ay, Garry, ¿qué haré?

Garrick se volvió para mirarla. La Anna a quien amaba, la Anna de Sean. Pero Sean había muerto. Tuvo una idea, entonces, una idea que no tuvo expresión en palabras, pero suficientemente concreta como para que sintiese algo en la conciencia. Trató de no pensar en ello.

—Garry. ¿Qué haré?

Le pedía ayuda. El pedido era obvio en su tono. El padre muerto en Isandhlwana, los hermanos mayores todavía con Chelmsford en Tugela, madre y tres hermanos menores que alimentar. ¡Qué ceguera la suya, no haberlo imaginado antes!

—¿Cómo puedo ayudarte, Anna? Dímelo.

—No, Garry. No creo que puedas. No creo que pueda nadie.

—Si se trata de dinero… —Garry titubeó—. Soy rico ahora. Papá nos dejó todo Theunis Kraal, a Sean y a mí y Sean no… —Anna lo miró sin responder—. Puedo prestarte algo para que salgas del apuro —dijo Garrick, ruborizándose—. Tanto como necesites.

Anna seguía mirándolo, mientras su mente aceptaba poco a poco el hecho de que era el dueño de Theunis Kraal, de que era rico, dos veces más rico de lo que habría sido Sean. Y Sean había muerto.

—Por favor, Anna. Déjame ayudarte! Quiero ayudarte, te lo aseguro.

La quería, el hecho, aunque patético, era obvio… y Sean había muerto.

—¿Me dejarás, Anna?

Pensó en el hambre y en los pies descalzos, en los vestidos lavados hasta que quedaban trasparentes al mirarlos contra la luz, en las enaguas remendadas y zurcidas. Y siempre el temor, la incertidumbre en que se vive cuando se es pobre. Garry era rico y estaba vivo. Sean había muerto.

—Por favor, dime que me lo permitirás. —Garrick se inclinó y la tomó del brazo, movido por la emoción. Anna lo miró. Se advertía la semejanza, pero Sean tenía fuerza y aquí veía sólo debilidad y timidez. El color de los ojos tampoco estaba bien, pálido, de un azul desteñido, mientras los de Sean habían sido de un azul intenso. Era como si un artista hubiese tomado un retrato y con unos pocos toques de pincel, cambiado su sentido hasta hacer de él un retrato diferente. Y Anna no quería pensar en su pierna.

—Eres muy bueno, Garry —dijo—, pero tengo algo en el Banco y nuestra tierra está libre de deudas. Tenemos los caballos. Los venderemos, si es necesario.

—¿Qué es, entonces? Dímelo.

Anna supo entonces qué haría. No podía mentirle, era demasiado tarde para ello. Tendría que decírselo, pero sabía que la verdad no cambiaría los sentimientos de él. Un poco, tal vez, pero no lo suficiente como para impedirle obtener lo que deseaba. Anna quería ser rica y quería un padre para su hijo.

—Garry, voy a tener un hijo.

Garrick levantó el mentón bruscamente, respiró hondo y dijo:

—¿Un hijo?

—Sí, Garrick. Estoy embarazada.

—¿De quién? ¿De Sean?

—Sí, Garry. Voy a tener un hijo de Sean.

—¿Cómo sabes? ¿Estás segura?

—Estoy segura.

Garry se levantó y se acercó rengueando al borde de la galería. Se detuvo junto a la baranda y la aferró con la mano sana, pues tenía la otra vendada aún. De espaldas a Anna, contempló el parque de Theunis Kraal, con la pendiente algo boscosa en el fondo.

El hijo de Sean. La idea lo desconcertaba. Sabía que Anna y Sean se acostaban. Se lo había dicho Sean y no le había importado. Tenía celos, pero pocos, ya que Sean lo dejaba participar al contárselo de tal manera que sentía como si algo del hecho le perteneciera. Pero, un hijo, el hijo de Sean…

Poco a poco las implicaciones se le hicieron obvias. El hijo de Sean sería una parte viviente de su hermano, la parte no destruida por el cuchillo zulú. No había perdido del todo a su hermano. Anna… necesitaba un padre para su hijo. Era impensable que pasara otro mes sin casarse. Podía obtener todo lo que deseaba, todo lo que amaba. Sean y Anna. Tendría que casarse con él. No tenía otra posibilidad. Lo invadió una sensación de triunfo y volviéndose hacia ella, Garrick le preguntó:

—¿Qué piensas hacer, Anna? —Ya estaba seguro de ella—. Sean ha muerto. ¿Qué piensas hacer?

—No sé.

—No puedes tener el chico. Sería un bastardo —Garrick notó que ella se estremecía al oír la palabra. Estaba completamente seguro de ella ahora.

—Tendré que irme… A Puerto Natal. —Hablaba sin expresión en el tono. Y lo miraba con calma, segura de lo que él diría—. Me iré pronto —dijo—. Me arreglaré. Hallaré una solución.

Garrick la miraba mientras decía esto. Tenía una cabeza pequeña y hombros anchos para una mujer, un mentón agudo y dientes algo torcidos, pero muy blancos. Era muy bonita, a pesar de los ojos felinos.

—Yo te quiero, Anna —dijo por fin—. Lo sabes, ¿no? Anna asintió con la cabeza. El pelo se le movió como una nube negra sobre los hombros. La mirada se volvió más felina.

—Lo sé, Garry —dijo.

—¿Quieres casarte conmigo? —le preguntó él casi sin aliento.

—¿No te importa? ¿No te importa el hijo de Sean? —Sabía que no le importaba.

—Te quiero, Anna. —Se acercó a ella torpemente y Anna lo miró a la cara. No quería pensar en la pierna.

—Te quiero. El resto no importa —dijo y ella le permitió que la abrazara.

—¿Te casarás conmigo? —Le temblaba la voz.

—Sí. —Las manos de Anna estaban posadas suavemente en los hombros de Garry. Cuando él comenzó a sollozar muy bajo, la expresión de ella se transformó en una de desagrado. Tuvo el impulso de apartarse, pero se dominó.

—No lo lamentarás, mi amor. Te lo juro —susurró Garrick.

—Tenemos que casarnos pronto, Garry.

—Sí, iremos al pueblo esta tarde y hablaremos con el pastor…

—¡No, en Ladyburg, no! —le interrumpió con vehemencia Anna—. La gente tendría ya bastante que hablar. No podría soportarlo.

—Iremos a Pietermaritzburg —accedió Garrick.

—¿Cuándo, Garrick?

—Cuando tú digas.

—Mañana —dijo ella—. Iremos mañana.